LEÓN DE GREIFF – Relato de los oficios y mesteres de Beremundo






Yo, Beremundo el Lelo, surqué todas las rutas 
y probé todos los mesteres.
Singlando a la deriva, no en orden cronológico ni lógico –en sin orden–
narraré mis periplos, diré de los empleos con que nutrí mis ocios,
distraje mi hacer nada y enriquecí mi hastío...;
–hay de ellos otros que me callo–:  


Catedrático fuí de teosofía y eutrapelia, gimnopedia y teogonía y pansofística en Plafagonia;
barequero en el Porce y el Tiguí, huaquero en el Quindío, 
amansador mansueto –no en desuetud aún– de muletos cerriles y de onagros, no sé dónde;
palaciego proto–Maestre de Ceremonias de Wilfredo el Velloso,
de Cunegunda ídem de ídem e ibídem –en femenino– e ídem de ídem de Epila Calunga
y de Efestión –alejandrino– el Glabro;
desfacedor de entuertos, tuertos y malfetrías, y de ellos y ellas facedor;
domeñador de endriagos, unicornios, minotauros, quimeras y licornas y dragones... y de la Gran Bestia.

Fuí, de Sind–bad, marinero; pastor de cabras en Sicilia 
si de cabriolas en Silesia, de cerdas en Cerdeña y –claro– de corzas en Córcega;
halconero mayor, primer alcotanero de Enguerrando Segundo –el de la Tour–Miracle–;
castrador de colmenas, y no de Casanovas, en el Véneto, ni de Abelardos por el Sequana;
pajecillo de altivas Damas y ariscas Damas y fogosas, en sus castillos
y de pecheras –¡y cuánto!– en sus posadas y mesones
–yo me era Gerineldos de todellas y trovador trovadorante y adorante; como fui tañedor
de chirimía por fiestas candelarias, carbonero con Gustavo Wasa en Dalecarlia, bucinator del Barca Aníbal
y de Scipión el Africano y Masinisa, piloto de Erik el Rojo hasta Vinlandia, y corneta
de un escuadrón de coraceros de Westmannlandia que  cargó al lado del Rey de Hiel –con él pasé a difunto– y en la primera de Lutzen

Fui preceptor de Diógenes, llamado malamente el Cínico:
huésped de su tonel, además, y portador de su linterna; 
condiscípulo y émulo de Baco Dionisos Enófilo, 
llamado buenamente el Báquico
–y el Dionisíaco, de juro–.
Fui discípulo de Gautama, no tan aprovechado: resulté mal budista, si asaz contemplativo.
Hice de peluquero esquilador siempre al servicio de la gentil Dalilah,
(veces para Sansón, que iba ya para calvo, y –otras– depilador de sus de ella óptimas partes)
y de maestro de danzar y de besar de Salomé: no era el plato de argento,
mas sí de litargirio sus caderas y muslos y de azogue también su vientre auri–rizado;
de Judith de Betulia fuí confidente y ni infidente, y –con derecho a sucesión– teniente y no lugarteniente
de Holofernes no Enófobo (ni enófobos Judith ni yo, si con mesura, cautos).
Fui entrenador (no estrenador) de Aspasia y Mesalina y de Popea y de María de Mágdalo
e Inés Sorel, y marmitón y pinche de cocina de Gargantúa
–Pantagruel era huésped no nada nominal: ya suficientemente pantagruélico–.

Fuí fabricante de batutas, quebrador de hemistiquios, requebrador de Eustaquias, y tratante en viragos
y en sáficas –algunas de ellas adónicas– y en pínnicas –una de ellas super–fémina–:
la dejé para mí, si luego ancló en casorio. 
A la rayuela jugué con Fulvia; antes, con Palamedes, axedrez, y, en época vecina, con Pulidor, a los escaques:
y, a las damas, con Damas de alto y bajo coturno
–manera de decir: que para el juego en litis las Damas suelen ir descalzas
y se eliden las calzas y sustentadores –no funcionales– en las Damas y las calzas en los varones.

Tañí el rabel o la viola de amor –casa de Bach, burguesa– en la primicia
de “La Cantata del Café” (pre–estreno, en familia protestante, privado).

Le piqué caña “jorobeta” al caballo de Atila
–que era un morcillo de prócer alzada: me refiero alcorcel–:
cambié ideas, a la par, con Incitato, Cónsul de Calígula, y con Babieca, –que andaba en Babia–, dándole prima
fuí zapatero de viejo de Berta la del gran pié (“buenpié, mejor coyuntura”),
de la Reina Patoja ortopedista; y hortelano y miniaturista de Pepino el Breve,
y copero mayor faraónico de Pepe Botellas, interino,
y porta–capas del Pepe Bellotas de la esposa de Putifar.

Viajé con Julio Verne y Odiseo, Magallanes y Pigafetta, Salgari, Leo e Ibn–Batuta, –
con Melville y Stevenson, Fernando González y Conrad y Sir John de Mandeville y Marco Polo,
y sólo, sin de Maistre, alredor de mi biblioteca, de mi oploteca, mi mecanoteca y mi pinacoteca.
Viajé también en tomo de mí mismo: asno a la vez que noria.

Fui degollado en la de San Bartolomé (post facto): –secundaba a La Mole:
Margarita de Valois no era total, íntegramente pelirroja
–y no “porque de noche todos los gatos son pardos...”:la leoparda,
las tres veces internas, íntimas, peli–endrina,
Margarita, Margotón, Margot, la casqui–fulva.. . –

No estuve en la nea nao –arcaica– de Noé, por manera
–por ventura, otrosí– que no fui la paloma ni la medusa de esa almadía: mas sí tuve a mi encargo
la selección de los racimos de sus viñedos, al pié delArarat, al post–Diluvio,
yo, Beremundo el Lelo.

Fuí topógrafo ad–hoc entre “El Cangrejo” y Purcoy Niverengo,
(y ad–ínterim, administré la zona bolombólica):
mucho de anís, mucho de Rosas del Cauca, versos de vez en cuando),
y fui remero –el segundo a babor– de la canoa, de lapiragua 
“La Margarita” (criolla), que navegó fluvial entre Comiá, La Herradura, El Morito,
con cargamentos de contrabando: blancas y endrinas de Guaca, Titiribí y Amagá, y destilados
de Concordia y Betulia y de Urrao...
¡Urrao! ¡Urrao! (hasta hace poco lo diríamos con harta mayor razón y con aquése y éste júbilos).
Tras de remero de bajel –y piloto– pasé a condueño, co–editor, co–autor
(no Coadjutor... ¡ni de Retz!) en asocio de Matías Aldecoa, vascuence, (y de un tal Gaspar von der Nacht)
de un Libraco o Librículo de pseudo–poemas de otro “quídam”;
exploré la región de Zuyaxiwevo con Sergio Stepánovich Stepánski,
lobo de donde se infiere, y, en más, ario. 
Fuí consejero áulico de Bogislao, en la corte margravina de Xa–Netupiromba
y en la de Aglaya crisostómica, óptima circezuela, traidorcilla;
tañedor de laúd, otra vez, y de viola de gamba y derecorder, 
de sacabuche, otrosí (de dulzaina – otronó) y en casaciones y serenatas y albadas muy especializado.
No es cierto que yo fuera –es impostura–
“revendedor de bulas” (y de mulas) “y tragador defuego y engullidor de sables y bufón en las ferias”
pero sí platiqué (también) con el asno de Buridán y Buridán,
y con la mula de Balaám y Balaám, con Rocinante y Clavileño y con el Rucio
–y el Manco y Sancho y don Quijote–
y trafiqué en “ultramarinos”: ¡qué calamares –en sutinta–!, 
¡qué Anisados de Guarne!, ¡qué Rones de Jamaica!, ¡qué Vodkas de Kazán!, ¡qué Tequilas de México!,
¡qué Néctares de Heliconia! ¡Morcillas de Itagüí! ¡Torreznos de Envigado! ¡Chorizos de los Ballkanes! ¡Qué Butifarras cataláunicas!


Estuve en Narva y en Pultawa y en las Queseras del Medio, en Chorros Blancos
y en El Santuario de Córdova, y casi en la de San Quintín 
(como pugnaban en el mismo bando no combatí junto a Egmont por no estar cerca al de Alba;
a Cayetana sí le anduve cerca tiempo después: preguntádselo a Goya);
no llegué a tiempo a Waterloo: me distraje en la ruta 
con Ida de Saint–Elme, Elselina Vanayl de Yongh,“viuda del Grande Ejército” (desde antaño... más tarde)
y por entonces y desde años antes bravo Edecán de Ney–:
Ayudante de Campo... de plumas, gongorino. 
No estuve en Capua, pero ya me supongo sus mentadas delicias.

Fabriqué clavicémbalos y espinetas, restauré virginales, reparé Stradivarius
falsos y Guarnerius apócrifos y Amatis quasi Amatis. 
Cincelé empuñaduras de dagas y verduguillos, en el obrador de Benvenuto,
y escriños y joyeles y guardapelos ad–usum de Cardenales y de las Cardenalesas.Vendí Biblias en el Sinú, con De la Rosa, Borelly y el ex–pastor Antolín.
Fuí catador de tequila (debuté en Tapachula y ad–látere de Ciro el Ofiuco)
y en México y Amecameca, y de mezcal en Teotihuacán y Cuernavaca,
de Pisco–sauer en Lima de los Reyes,
y de otros piscolabis y filtros muy antes y después y por Aná del Aburrá, y doquiérase
con el Tarasco y una legión de Bacos Dionisos, pares entre Pares.
Vagué y vagué si divagué por las mesillas del café nocharniego, Mil Noches y otra Noche
con el Mago de lápiz buido y de la voz asordinada. 
Antes, muy antes, bebí con él, con Emanuel y don Efe y Carrasca, con Tisaza y Xovica y Mexía y los otros Panidas.
Después..., ahora..., mejor no meneallo y sí escanciallo y persistir en ello...

Dicté un curso de Cabalística y otro de Pan–Hermética 
y un tercero de Heráldica, 
fuera de los cursillos de verano de las literaturasbereberes –comparadas–.
Fui catalogador protonotario en jefe de la Magna Biblioteca de Ebenezer el Sefardita,
y –en segundo– de la Mínima Discoteca del quídam en referencia de suso:
no tenía aún las “Diabelli” si era ya dueño delas “Goldberg”;
no poseía completa la «Inconclusa” ni inconclusa la “Décima” (aquéstas Sinfonías, Variacionesaquésas:
y casi que todello –en altísimo rango–  tan “Variaciones Alredor de Nada”).

Corregí pruebas (y dislates) de tres docenas desota–poetas
–o similares– (de los que hinchen gacetilleros a toma y daca).
Fui probador de calzas –¿prietas?: ceñidas, sí, en todo caso– de Diana de Meridor
y de justillos, que así veníanle, de estar atán bienprovista 
y atán rebién dotada –como sabíalo también y así de bien Bussy d’Amboise–.
Temperé virginales –ya restaurados–, y clavecines, si no como Isabel, y aunque no tan baqueano
como ése de Eisenach, arroyo–Océano.
Soplé el fagot bufón, con tal cual incongruencia, sin ni tal cual donaire.
No aporreé el bombo, empero, ni entrechoqué los címbalos.

Les saqué puntas y les puse ribetes y garambainas a los vocablos,
cuando diérame por la Semasiología, cierta vez, en la Sorbona de Abdera,
sita por Babia, al pie de los de Ubeda, que serán cerros si no valen por Monserrates,
sin cencerros. Perseveré harto poco en la Semántica –por esa vez–,
si, luego, retorné a la andadas, pero a la diabla, en broma:
semanto–semasiólogo tarambana pillín pirueteante. 
Quien pugnó en Dénnevitz con Ney, el peli–fulvo 
no fui yo: lo fué mi bisabuelo el Capitán...; 
y fue mi tatarabuelo quien apresó a Gustavo Cuarto:
pero si estuve yo en la Retirada de los Diez Mil
–era yo el Siete Mil Setecientos y Setenta y Siete, 
precisamente–: releéd, si dudáislo, el Anábasis. 
Fuí celador intocable de la Casa de Tócame–Roque, –si ignoré cúyo el Roque sería–,
y de la Casa del Gato –que– pelotea; le busqué tres pies al gato
con botas, que ya tenía siete vidas y logré dar con siete autores en busca de un personaje
–como quien dice los Siete contra Tebas: ¡pobre Tebas!–, y ya es jugar bastante con el siete.
No pude dar con la cuadratura del círculo, que –por lo demás– para nada hace falta,
mas topé y en el Cuarto de San Alejo, con la palanca de Arquimedes y con la espada de Damocles,
ambas a dos, y a cual más, tomadas del orín y con más moho
que las ideas de yo si sé quién “mas no lo digo”:
púsome en aprietos tal doble hallazgo; por más que dije: ¡Eureka! ... la palanca ya no servía ni para levantar un falso testimonio,
y tuve que encargarme de tener siempre en suspenso y sobre mí la espada susodicha.

Se me extravió el anillo de Saturno, mas no el de Giges ni menos el de Hans Carvel;
no sé qué se me ficieron los Infantes de Aragón y las Nubes de Antaño y el León de Androcles y la Balanza
del buen Shylock: deben estar por ahí con la Linterna de Diógenes:
–¿mas cómo hallarlos sin la linterna?
No saqué el pecho fuera, ni he sido nunca el Tajo, ni me di cuenta del lío de Florinda,
ni de por qué el Tajo el pecho fuera le sacaba a la Cava, 
pero sí ví al otro “don Rodrigo en la Horca”. 
Pinté muestras de posadas y mesones y ventas y paradores y pulquerías
en Veracruz y Tamalameque y Cancán y Talara, y de tiendas de abarrotes en Cartagena de Indias, con Tisaza–,
si no desnarigué al de Heredia ni a López fice tuerto –que  era bizco–.
Pastoreé (otra vez) el Rebaño de las Pléyades 
y resultaron ser –todellas, una a una– ¡qué capretinaslocas! 
Fuí aceitero de la alcuza favorita del Padre de los Búhos Estáticos:
–era un Búho Sofista, socarrón soslayado, bululador mixtificante–.
Regí el “vestier” de gala de los PingüinosPeripatéticos, 
(precursores de Brummel y del barón d’Orsay, 
por fuera de filósofos, filosofículos, filosofantes dromo–maníacos)
y apacenté el Bestiario de Orfeo (delegatario de Apollinaire),
yo, Beremundo el Lelo.

Nada tuve que ver con el asesinato de la hija del corso adónico Sebastiani
ni con ella (digo como pesquisidor, pesquisante o pesquisa) 
si bien asesoré a Edgar Allan Poe como entomólogo, cuando El Escarabajo de Oro,
y en su investigación del Doble Asesinato de la Rue Morgue,
ya como experto en huellas dactilares o quier digitalinas. 
Alguna vez me dió por beberme los vientos o por pugnar con ellos –como Carolus
Baldelarius– y por tomar a las o las de Villadiego o a las sus calzas:
aquésas me resultaron harto potables –ya sin calzas–; ellos, de mucho volumen
y de asaz poco cuerpo (si asimilados a líquidos, si como justadores).
Gocé de pingües canonjías en el reinado del bonachón de Dagoberto,
de opíparas prebendas, encomiendas, capellanías y granjerías en el del Rey de los Dipsodas,
y de dulce privanza en el de doña Urraca 
(que no es la “Gazza Ladra” de Rossini, sifuéralo 
de corazones o de amantes o favoritos o privados o martelos).
Fuí muy alto cantor, como bajo cantante, en la Capilla de los Serapiones
(donde no se sopranizaba...); conservador, 
conservador –pero poco– de Incunables, en la Alejandrina de “Panida”,
(con sucursal en «El Globo” y filiales en el “Cuarto del Búho”).
Hice de Gaspar Hauser por diez y seis hebdémeros 
y por otras tantas semanas y tres días fuí la sombra, 
la sombra misma que se le extravió a Peter Schlémil. 
Fuí el mozo –mozo de estribo– de la Reina Cristina de Suecia
y en ciertas ocasiones también el de Ebba Sparre.
Fui el mozo –mozo de estoques– de la Duquesa de Chaumont
(que era de armas tomar y de cálida sélvula): con ella puse mi pica en Flandes
–sobre holandas–.  Fuí escriba de Samuel Pepys ¡qué escabroso su Diario!–
y sustituto suyo como edecán adjunto de su celosa cónyuge.
Y fuí copista de Milton (un poco largo su Paraíso Perdido, 
magüer perdido en buena parte: le suprimí no pocos Cantos)
y a la su vera reencontré mi Paraíso (si el poeta era ciego; –¡qué ojazos los de su Déborah!)

Fuí traductor de cablegramas del magnífico Jerjes; 
telefonista de Artajerjes el Tartajoso; locutor de la Esfinge 
y confidente de su secreto; ventrílocuo de Darío Tercero Codomano el Multilocuo,
que hablaba hasta por los codos;
altoparlante retransmisor de Eubolio el Mudo, yerno de Tácito y su discípulo
y su émulo; caracola del mar océano eólico ecolálico y el intérprete
de Luis Segundo el Tartamudo –padre de Carlos el Simple y Rey de Gaula.
Hice de andante caballero a la diestra del Invencible Policisne de Beocia
y a la siniestra del Campeón olímpico Tirante el Blanco, tirante al blanco:
donde ponía el ojo clavaba su virote;
y a la zaga de la fogosa Bradamante, guardándole la espalda
–manera de decir–
y a la vanguardia, mas dándole la cara, de la tierna Marfisa...
Fuí amanuense al servicio de Ambrosio Calepino y del Tostado y deMatías Aldecoa y del que urdió el ¡Mahabarata;
fuí –y sóylo aún, no zoilo– graduado experto en Lugares Comunes
discípulo de Leon Bloy y de quien escribió sobre los Diurnales.
Crucigramista interimario, logogrifario ad–valorem y ad–placerem
de Cleopatra: cultivador de sus brunos pitones y pastor de sus áspides,
y criptogramatista kinesiólogo suyo y de la Venus Calipigia, “¡viento en popa a toda vela!”

Fuí tenedor malogrado y aburrido de libros de banca, 
tenedor del tridente de Neptuno, 
tenedor de librejos –en los bolsillos del gabán (sin gabán) collinesco–,
y de cuadernículos –quier azules– bajo el ala. 
Sostenedor de tesis y de antítesis y de síntesis sin sustentáculo.
Mantenedor –a base de abstinencias– de los Juegos Florales 
y sostén de los Frutales –leche y miel y cerezas– sinayuno. 
Porta–alfanje de Harún–al–Rashid, porta–mandoble de Mandricardo el Mandria,
porta–martillo de Carlos Martel,
porta–fendiente de Roldán, porta–tajante de Oliveros, porta–gumía
de Fierabrás, porta–laaza de Lanzarote (¡búen Lancelot tan dado a su Ginevra!)
y a la del Rey Artús, de la Ca... de la Mesa Redonda...); 
porta–lámpara de Al–Eddin, el Loca Suerte, y guardián y cerbero de su anillo
y del de los Nibelungos: pero nunca guardián de serrallo 
/ni cancerbero ni evirato de harem...
Y fuí el Quinto de los Tres Mosqueteros (no hay quinto peor) –veinte años después–.


Y Faraute de Juan Sin Tierra y fiduciario de Juan Sin Casa, 
pavor de Juan Sin Miedo y el tercer Juan de Juan de Juanes, 
cardador de las de Juan Lanas y enemigo íntimo de Juan de la Cosa cuya cosa no es cosa del otro jueves...
Corazón de Ricardo Corazón de León; arco de Tell; y peto de Juana “la Buena Lorena”;
ojo derecho de Filipo, monóculo del Cíclope, báculo de Homero y tapa–ojos de Argos.
Contramaestre de El Olonés y de Morgan, del Capitán Blood, del Capitán Kidd y de John Silver
y del Corsario Negro: ¡Truenos de Hamburgo! ¡Cataratas del Niágara! ¡Voto a San Crótatas!
¡Terremotos de Cúcuta, de Cácota y de Chinácota! 
Fuí Sigisbeo de la Duquesa de Longueville, 
que no era nada corta, de la Duquesa de Chevreuse, que,
¡si accedía, nunca le daba largas; 
caballero sirviente, id est “patito” de AngelaPietragua, 
pajecillo de Hortensia de Beauharnais 
la bien nombrada (y su “Bello Dunois”), y de Paulina,de óptimo arnés otrosí y no de mármol sino para Cánova; 
querubino de la de Abrantes y –antes– chichisbeo de la de Alba
–no tan alba, que era aceituna morena–,
de la de Alba (cuando Goya no se hacía el sordo sino que parecía ciego)
–la del alba fue siempre con la de Alba...: ¡qué Maja Cayetana tan incandescente!

Y fui Gran Senescal del Príncipe Labrunie de Aquitania, –de la abolida
torre, según Nerval “El Desdichado”;
Si Senescal –a secas– del Barón de Tenebria y de Tantalia, 
y Canciller de Velludo de Giulia Doni, mi dulce Dogaresa. 
Fuí cata–salsas de Brillat–Savarin y de Vatel, 
cata–vinos de Sir John Falstaff, 
cataplasma de sus –pero muy poco– las Alegres Comadres de Windsor,
Catabaucalesista desvelado de don Insomnio de Claro en Claro Perencejo;
re–cata Catalinas de Rusia (o piel de Rusia); 
cata–vientos de la Rosa de todos ellos y de algotros
–yo entre aquéstos– y cata... cata que no la ví... 
Fuí mistagogo. Fuí Proto–Mago. Archipámpano (algunas veces)
pero en renunca y jamás architriclino no coribante ni corifeo
–y, menos, cauda o séquito ni ataharre del último–
ni soplapitos ni majagranzas ni mascatrapos ni papanatas papamoscas.

Fui Mercader de Venecia, tercero de los Menekmes y uno de los Dos Hidalgos de Verona,
ninguno de los Siete Infantes de Lara,
y el décimo tercero de los Doce Pares de Francia
que serían –ellos– Veinticuatro, de no ser nones...;
y aljofifero del Yelmo de Mambrino:
no hay tal bacía de barbero (ni tal Barbero de Sevilla, ni tal Barbero de Bagdad);
y postulado fuí Alcabalero y Alto Empleado en la Intendencia de Dimes y  | Diretes
y en la de Dares y Tomares y de Correveidiles de la Cooperativa
de Ingenios Azucareros
–Sección de Aprovechamiento de sub–productos manidos, y de carameleo;
no aproveché para tales, como es obvio, mas sí para dador de gajes en la Insula Barataria
–que era península– y distribuidor exclusivo del de Sancho Primero el Lilaila, refranero.
Fui perito en esdrujulogía, sobreesdrujulogía y en pan–caótica y en pan–elíptica,
yo, Beremundo el Lelo, yo, Beremundo; fui, y sigo siéndolo,batólogo muy emérito y /catacrétíco y ecolálico;
y, de fuste, cultor del disparate, del dislate, del despropósito, de la pirueta, la gambeta, el gambito y la broma befante;
y Musurgo redoctorado o “Licenciado enLicencias"
–según decía de sí Fray Tomás de la Carrasca–;
y timonel de Argos “alado navío",
galeote de la galera de Cyrano Hércules y Saviniano de Bergerac –antes de que Moliére se la apropiara–,
gaviero de mesana del de Espronceda “bajel pirata",o quizá el propio Billy Budd;
grumete del de Odiseo –iy escuché a las Sirenas!–;
soy, “de mi nao fantasma único a bordo”
–la Nao Hiperetusa–;
y fuí zahorí, y orsado zahorí, ducho en argucias
y tiquismiquis y triquiñuelas y trucos y retrucos y retruécanos y mojigangas.
No aproveché –reitérolo y ratifícolo– para corre–ve–y–dile 
ni para vuelva–luego ni para pilar de antesala, ni para quitamotas de validos.

Fui fabulador milesio (sin ser Asno de Oro 
ni Becerro de lo mismo); 
coronista mixtificador –luego– y aleccionado 
por Courtil de Sandraz, y –en más– tratante
dulcamara en especias, sánalotodos, penicilinas, panaceas. baratijas y en fruslerías y sederías:
cambalachero, chamarilero (paradislero de yapa), buhonero y Autólico;
y fabricante de celadas, yelmos, almetes, egidas y cotas 
(celadas, ¡ oh, don Mendacio!, en cuanto piezas de armadura o ardid en los escaques,
nada más, ¡don Falacio!, ¡don Rahecio!) 
Torno a decir que no desnarigué a don Pedro de Heredia 
ni a Malco o Midas desorejé, ni fuí el inventor de la pólvora,
ni el que asó la manteca, 
ni el que –hace poco– descubrió a Londres, sobre el Támesis
ni a Stratford–on–Avon (que éste fuera Shakespeare, 
y aquél..., ya no memoro, silo dijera Chesterton); 
mas sí desbaraté –con Martín Vélez– un mercado 
dominical, en Concordia de Ñito, y allí sufrí prisión, 
y otro mercado en Titiribí, y padecí extrañamiento; 
prisión también obtuve en Heliconia por inquirir por “el de Guaca”.
Ya trataré de otras prisiones... La última y reciente ¡y en qué ergástula!
narraréla otro día (y es capítulo aparte...).

Practiqué la Quiromancía y la Necromancía 
con fracaso rotundo –aún numulario–; 
me dió por la Antropofagia –cierta vez– en la Hélade:
¡qué estupendo caníbal!
¡y qué ricas las Nueve Musas y las Tres Gracias y las Cincuenta hijas de Dánao!
Profesé la Microbiótica e investigué la Macrocefálica 
y la Fálica, con lo que no me fice rico –nuevo ni viejo–; como Genealogista si coseché lauto provecho pingüe!:
cada quien resultó tataranieto
–si no chozno– de doña Berenguela de No Sé Cuántos Ni de Cuáles,
o de don Fruela –que murió célibe–, 
del Arcipreste de Hita o de don Suero que era huero, 
si no de la Marquesa de Puño–en–Rostro y Dando–y Dando, la muy Grandísima de España e Indias,
o de la Isabelona...
(sin contar con que no se encontró un judío ni por treinta dineros
y ni buscándolo con la propia de Diógenes –¡que ya es linterna!)–
Pero me fastidió la Genealogística Hispánica acondicionada
y me di al laboreo de las minas que es afición atávica improductiva.
Descubrí “placeres” mineros y otros, en laAndágueda
–con Efe Gómez– y por Bebaramá: poco platino, poco oro... ¡pero qué barequeras!

Monté una ingente manufactura de crepúsculos 
con arreboles, en serie; y ando en flotantizarla...; 
luégo fundé una fábrica de papel de Armenia (en Calarcá 
con sucursales en Pereira, en Sevilla y en Salento, 
más, otra, adjunta, de mariposas de Muzo y musas maripozuelas)
y otra de pajaritas de papel –anexa– con Unamuno
y una muy mona –y otra más, de Monólogos de Hamlet, con Ofelia–.
Organicé una central generatriz de neblina en Aguadas, con almacén distribuidor en London,
más un taller de ensayos y aperturas
–hipermodernas– de ajedrez, y de oberturas para orquesta de cámara
lenta, y –cómo nó– de aberturas– “buscando en dónde comenzar la roza” –
(Rosa, con ése fuese...: rosa entreabierta ya). 
Más tarde quise cambiar algo, cosa o nicosa, por lámparas viejas
o por lámparas nuevas o restauradas –ya no recuerdo–
y por algotras zarandajas: ¡la propuesta está en pie! 
¡postor no ha habido ni impostor ni postulante! ¡Cambio mi vida
por una noche entre los brazos tibios y falaces de Mi Quimera!
o por quince minutos entre los muslos de Deidamía, 
¡deidad mía y de cuántos...!  


Tras fabricante dellas, fui cazador de mariposas de Muzo – ¡ óxte esmeraldas! –
y de somortas en los Urales, y de hefestitas – ¿dóndesería? ¿Sábelo Plinio?, y orquidiólogo
(especializado en cadeyas por lo que dijo Marcel Proust); 
conchologista –como Poe– (y siempre en pos de esa concha sonrosada
que conturbó a Lelián, al Fauno –cuando anverso y no inverso–).
Fuí pescador de ballenas, como Jonás y Melville, y de Sirenas: no Ulises sordo, sino ávido grumete, de su cántiga
sortílega en acecho! Patraña aquello de que no tienen piernas las Sirenas...:
lo de su cola...: ¡para nadar usan el cierre automático –o cremallera–
de que luego prescinden...
A más de supervisor de su “vestier” de fiesta 
fui “cicerone” de los Pingüinos Peripatéticos en su excursión por Ecbatana
(a lomo de dromedario)
y de su viaje elefantino por Nolandia de Oro, viaje entonces no tal: mas crisoelefantino.
Fuí alero izquierdo en el onceno de “foot–ball” llamado el invicto de “Cocojondo”.
Fuí peón de ajedrez cuando jugábase “in vivo”:
coronábame loco Alfil para –al sesgo– tomar la Reina, 
y, otras, Torre de gules –para, a ella normal– tomar laDona, 
o Caballero para a la Dama tomar al salto 
(quiero decir que si en escaques ducho
era en damas un hacha).
Fuí campeón discóbolo con tres mil y ocho“records” 
tras de acontista flechador de nubes
y de otro Wilhelm Tell, a atinarle a la poma, y a darle a la manzana, partida
“por gala en dos”, con azcona vibrátil... 
yo, Beremundo el Lelo, yo Beremundo.

Yo, Beremundo el Lelo, surqué todas las rutas, 
sorteé todo escollo, tropecé en todo cayo, recalé en toda rada,
todo arrecife bordeé, salvé todo bajío 
y ensayé todos los mesteres...
Descansé en veces –no siempre si dormía, porque entonces soñaba,
no siempre si velaba, y aún cuando yacía 
porque entonces soñaba si yogaba. Descansé en veces, 
si –tras letal Morfeo–, era, de yapa, lítico, y Orfeo nada órfico, y sin Anales, era tácito... 
Descansé en veces... Todo tiene sus lagunas:
salgo de una de tales –pero no de Mileto–, 
yo, Beremundo.

Yo, Beremundo el Sólito, secretarié al de Marras, 
que era –a su vez– el Caimacán de Vargas y un tomador de las de Villadiego.
El de Marras –corresponsal de la de Sevigné–
carteábase –de adehala– con Lord Chesteffield, magüer analfabetos.
¡Qué ponderoso, entonces, el mi Secretariato! Afortunadamente sólo diurno.
Mis labores del véspero,
mis labores nocturnas fueron –esas sí– muy amenas, si en veces extenuantes:
ora la grisoneta anónima, la del crepúsculo,
ya la de Vargas –doña Mencía– cuarentona, chulapona y hembra cachonda en grado sumo;
las tres de Villadiego, que contaban por Nueve Musas 
y ya eran Tres Gracias –de por sí– cuyas gracias 
quiero escandir: llamábanse las tres de Villadiego de esta guisa y jaez:
la mayor, doña Pura... y era purísima en verdad; 
doña Virtudes –en el medio– virtuosa, archivirtuosa de su instrumento
particular, el rabel, en las Sonatas–Duo, 
si en las Sonatas–Trío prefería la flauta no traversera;
doña Mercedes, la menor, propiciadora de ellas, dadora de lo suyo
–que lo valía– y a la par y por oír tornar el estribillo, 
volver el ritornelo...
¡Pero nada como las primas, las primas de las deVilladiego! 
Eran las nada primas primas, Alda, Lea, Casandra, Livia,Iseo... 
prima y cuarta, morenas, segunda y tercia y quinta,blondas, 
y todas, a cuál más, expertísimas: ¡qué quinteto decuerdas! 
(pero locas): ¡qué maestría como conjunto de cámara!
¡qué portentosas solistas!
¡Y las sobrinas de la de Vargas! ¡Aíxa! ¡Eglé! ¡Tarrasia! 
/iVera! ¡Elsa!
Era yo por entonces ocasional director y concertador –en dos épocas– de los conjuntos
¡doctísima batuta! –sin alabarme–. Si actuaban de solistas –una u otra–
yo les era segundo, al forte–piano, 
yo, Beremundo el Lelo. 
Yo, Beremundo el Sólito...
Yo, Beremundo el Lelo, fuí inventor de mirajes, 
devorador de ensueños (Lenormand), –caníbal de mí propio, 
de mí mismo antropófago– trasegador de ilusos 
filtros que me fingía mi dueña fantasía.
Tras de pastor de cabras, fui amansador de cebras y encantador de cobras...
Fui buzo de charadas y buzo de espejismos, 
doctor en acertijos jeroglíficos, licenciado en mirajes, descifrador de oráculos...
Cifrador de mensajes sin mensajero ladino. 
Oráculo yo mismo. Yo mismo jeroglífico críptico. 
Si jamás supe dónde ponen las garzas
–ni las endrinas– nunca ignoré cómo el Cisne amó a Leda,
a Europa el Toro, a Eva la Serpiente
–culebra o cuélebre– y a Lilith; ni me fué arcano problema abstruso el baño de Danáe:
la rubia pluvia fébea porcima el oro endrino 
de su toisón y por su sexo en ascuas.
Si jamás nunca supe más que Lepe ni tanto supe como supo Lepillo
ni menos que Briján, 
nada ignoré de las cuitas de Werther o de las cuitas
del Rey Lear (¡y sin Cordelia!) o de las del tercer Rey  Ricardo... ¡cambio, cambio por un
jamelgo, por una jaca, por un Bucéfalo acéfalo, mi Reino..., ¡lo cambio!
Y el su reino –y el mío– fuera y es otra ínsula, Insula Barataria...
Yo, Beremundo el Lelo,
Beremundo el Insólito, Beremundo el Lilaila, probé nunca de acólito,
y erigí torres, derruí molinos
–de viento aquéstos, ésas, marfilinas–
mas no habité mis torres, ni retorné a Abylund: que viví en mi bicoca...
No salí de mí mismo sino a entrar en mí propio
–no sólo en metapsíquico–: quiero decir que penetré en lomío, 
mío por ser creación mía, o, si mío,
–siempre– por donación del cuyo que era el suyo
–si para mí, para los dos, a trueque
–trueque y trastrueque– del cuyo mío y de entrambos... ¿Trabalenguas? Enigma?
– ¡No que nó!: paradigma del en mutuo entregarse, del en mutuo donarse...
metafísica física!
Fui mentecato insigne, crédulo en demasía – ¡qué más dá! –muchas vegadas, como si no las conociera,
y en otras, pocas, zorro por extremo: ¡y siempre, siempre –a la fin– mentecato!
ma non troppo, qué va!
También fui perspicaz –ya lo expresé–, topo también y lince. Y de todo algo he sido:
romo y agudo, gafo o puro cual nadie, neto y tortuoso, torpe o sutil sin émulo... –
Yo, Beremundo el multivario Lelo.

 Yo, Beremundo el Lelo. Después hice de Oblómov: ¡qué más total abulia,
qué búdica ataraxia, qué echandiana acinesia, qué greiffiano “far niente”!
También fui “condottiero”: Napoleón se me quedóen palotes,
Colleone simbólico, Gattamelata sin empleo, Carlos Doce sin uso, César Borgia
–César o Nada– en los pañales de Lucrecia... (o en sus pantaloncillos...)
(inexistentes, existencialistas?
Fui “condottiero”: malo o peor ductor: si asazpésimo conducido...
Mixtifiqué impertérrito (si incurrí en confidencias),
–pueril..., añejo–; siempre serví mi corazón –en fuente 
de plata– como testa de Esenio, a la Herodías 
de turno o a cualquiera Judith –ex–Holofernes... 
Con el de Hita compartía la ancheta de caderas:
¡vamos!, ni el Arcipreste se paraba en pelillos 
ni yo era –ni soy– a ellos alérgico, ¡qué va! 
(porque, si ancheta de caderas era en vellos profusa
y en artimañas docta y en aquéllo diserta). Cimodocea,ahora.
Recuerdo, vagamente, que anduve amartelado
–¿hace ya de ello?– de una Noche Morena –todo retorna–
y –hace de ello muy menos– de alguna Reina Mora:
–magüer mora, era rubia, y era su nombre griego:
la menor de las Cárites si la mayor en ellas.

Olvidaba que fui poeta, por riesgo mío y cuenta:
mas, por ventura, nada quedó escrito:
como cantaba al oído de nadie
¡toda mi poesía fué cosecha de Eolo, botín del Mar y 
/despojo del friego!
Presumí de filósofo, si sólo saqué en claro 
que el resto vale menos si todo vale Nada 
y que la vida importa lo que dura el instante...
Venido a más antaño si ogaño vuelto a menos..., 
entiendo y juro que estoy ahora un poco ido del caletre, 
revuelto del magín y revenido del meollo...
Pero no tánto...
Con lo que pongo punto, que no final, mientras remembro, 
mientras memoro nuevos mesteres y añejos, oficios neos y antiguos
y otras andanzas, bienandanzas y malandanzas y diferentes avatares de Beremundo,
de Beremundo el Lelo, el sin plaza, el no usable, el Inútil
señor del Ocio...

Laus Leo


De Greiff, León, Velero paradójico, sexto mamotreto, 1957. Obras completas, Tomo II. Tercer Mundo, Bogotá 1982


HAROLD PINTER– Arte, verdad, y política - Discurso de aceptación del Premio Nobel, 2005



En 1958 escribí lo siguiente:

"No hay distinciones absolutas entre lo que es real y lo que no lo es, ni entre lo que es verdadero y lo que es falso. Una cosa no es necesariamente o verdadera o falsa; puede ser a la vez verdadera y falsa."

Creo que estas afirmaciones todavía tienen sentido y todavía son aplicables a la exploración de la realidad por medio del arte. Me atengo a lo que allí afirmé en tanto que escritor, pero en tanto que ciudadano no puedo. En tanto que ciudadano tengo que preguntar: ¿qué es cierto? ¿qué es falso?

En el drama la verdad es perpetuamente escurridiza. Nunca se encuentra del todo, pero la buscamos de modo compulsivo. Es un empeño claramente guiado por la búsqueda en sí. Nuestra tarea es buscar. Lo que suele suceder es que damos con la verdad por casualidad, a tientas en la oscuridad, chocando con ella, o viendo una imagen fugaz o una forma que parece corresponderse con la verdad, a veces sin que ni siquiera nos demos cuenta de ello. Pero la auténtica verdad es que nunca existe tal cosa – que en arte dramático se pueda hallar una única verdad. Hay muchas. Estas verdades se desafían unas a otras, retroceden unas ante otras, se reflejan, se ignoran, se provocan, o son ciegas unas para otras. A veces nos parece que tenemos la verdad de un momento en la mano, y entonces se nos escurre de entre los dedos y se pierde.

Me han preguntado muchas veces de dónde salen mis obras de teatro. No lo sé decir. Tampoco puedo nunca resumirlas, como no sea para decir que sucedía tal cosa. Eso es lo que decían. Esto es lo que hacían.

La mayoría de las piezas se engendran a partir de una línea, una palabra o una imagen. Muchas veces una determinada palabra va seguida al poco tiempo por la imagen. Pondré dos ejemplos de dos líneas que me vinieron de golpe a la cabeza, seguidas por una imagen, y seguidas por mí.

Las obras son El retorno al hogar (The Homecoming) y Viejos tiempos (Old Times). La primera línea de El retorno al hogar es "Qué has hecho con las tijeras?". La primera línea de Viejos tiempos es "Oscuro."

No tenía más información en ninguno de los dos casos.

En el primer caso, alguien obviamente estaba buscando unas tijeras y le preguntaba por su paradero a alguien que sospechaba las podía haber robado. Pero de alguna manera sabía yo que a la persona a quien hablaba no le importaban un bledo ni las tijeras ni tampoco la persona que preguntaba.

"Oscuro" lo tomé como la descripción del cabello de alguien, el cabello de una mujer, y era la respuesta a una pregunta. En los dos casos me ví obligado a desarrollar más el asunto. Esto sucedió de modo visual, un fundido muy lento, pasando de la sombra a la luz.

Siempre empiezo una pieza llamando a los personajes A, B y C.

En la pieza que acabó siendo El retorno al hogar ví a un hombre entrar en una habitación desoladora y hacerle esta pregunta a un hombre más joven sentado en un sofá feo, leyendo un periódico deportivo. En cierto modo sospechaba que A era el padre y B era su hijo, pero no tenía pruebas. Esto se confirmó poco después, sin embargo, cuando B (que luego sería Lenny) le dice a A (más tarde Max), "Papá, ¿te importa si cambio de tema? Quiero preguntarte una cosa. La cena que hemos tomado antes, cómo se llama eso? ¿Qué nombre tiene? ¿Por qué no te compras un perro? Eres un cocinero para perros. En serio. Te parece que les haces la cena a un montón de perros". Así que si B llama a A "papá", me parecía razonable suponer que eran padre e hijo. Estaba claro también que A era el cocinero y que sus guisos no parecían ser muy apreciados. ¿Quería esto decir que no había madre? No lo sabía. Pero, me dije en su momento, en los comienzos nunca conocemos a los finales.

"Oscuro". Una ventana grande. Se ve el cielo a la caída de la tarde. Un hombre A (más tarde sería Deeley) y una mujer, B (más tarde sería Kate), sentados con bebidas. "¿Gorda o delgada?" pregunta el hombre. ¿De quién hablan? Pero entonces veo, de pie junto a la ventana, a una mujer, C (que más tarde sería Anna), con otra iluminación, dándoles la espalda, con el pelo oscuro.

Es un momento extraño, el momento de crear personajes que hasta ese momento no han tenido existencia. Lo que sigue es algo caprichoso, incierto, incluso alucinatorio, aunque a veces puede ser una avalancha imparable. El autor se encuentra en una posición extraña. En cierto sentido sus personajes no le dan la bienvenida. Se le resisten, no es fácil convivir con ellos, son imposibles de definir. Por supuesto no se les puede dictar nada. Hasta cierto punto, juegas un juego interminable con ellos, al gato y al ratón, a la gallina ciega, al escondite. Pero al fin te das cuenta de que tienes entre manos a gente de carne y hueso, gente con voluntad y sensibilidad propia e individual, compuesta de partes imposibles de cambiar, manipular o distorsionar.

Así pues, la lengua en el arte sigue siendo una transacción muy ambigua, arenas movedizas, un trampolín, un estanque helado que podría ceder bajo tu peso, el del autor, en cualquier momento.

Pero, como he dicho, la búsqueda de la verdad no puede cesar. No puede aplazarse, no puede postponerse. Hay que enfrentarse a ella, aquí y ahora.

El teatro político presenta una serie de problemas enteramente distintos. Hay que evitar a toda costa sermonear. La objetividad es esencial. Hay que dejar respirar a los personajes. El autor no puede confinarlos y constreñirlos para satisfacer sus propios gustos, o disposiciones, o prejuicios. Debe estar dispuesto a acercarse a ellos desde diversos ángulos, desde una variedad amplia y desinhibida de perspectivas, alguna vez, quizá, deba cogerlos por sorpresa, pero dándoles sin embargo la libertad de elegir el camino que quieran. Esto no siempre da resultado. Y la sátira política, naturalmente, no se atiene a ninguno de estos preceptos; de hecho hace exactamente lo contrario, que es su propia función.

En mi obra La fiesta de cumpleaños (The Birthday Party) creo que dejo que un abanico amplio de opciones actúe en un bosque espeso de posibilidades, antes de centrarlas, por fin, en un acto de subyugación.

La lengua de la montaña (Mountain Language) no aspira a un abanico tan amplio en su acción. Resulta ser brutal, breve y fea. Pero a los soldados de la obra sí que les proporciona cierta diversión. Uno se olvida a veces de que los torturadores se aburren con facilidad. Necesitan unas pocas risas para mantenerse animados. Esto se ha confirmado, claro, con los sucesos de Abu Ghraib en Bagdad. La lengua de la montaña dura sólo veinte minutos, pero podría seguir hora tras hora, y más y más, con la misma dinámica repetida una y otra vez, más y más, hora tras hora.

Polvo al polvo (Ashes to Ashes), en cambio, me parece que tiene lugar bajo el agua. Una mujer que se ahoga, sacando la mano entre las olas, hundiéndose, desapareciendo, tendiendo la mano a otros, pero sin encontrar a nadie, ni fuera ni bajo el agua, encontrando sólo sombras, reflejos, flotando, una figura perdida la mujer en un paisaje que se ahoga, una mujer incapaz de escapar a un final que parecía destinado sólo a otras personas.

Pero igual que ellos murieron, también ella debe morir.

El lenguaje político, tal como lo usan los políticos, no se aventura para nada en este territorio, ya que la mayoría de los políticos, según la evidencia disponible, no están interesados en la verdad sino en el poder, y en mantenerlo. Para mantener el poder es esencial que la gente permanezca ignorante, que vivan ignorando la verdad, incluso la verdad de sus propias vidas. Lo que nos rodea, por tanto, es un inmenso tapiz tejido de mentiras de las que nos alimentamos.

Como sabe cada uno de los aquí presentes, la justificación para la invasión de Iraq fue que Saddam Hussein poseía un complejo altamente peligroso de armas de destrucción masiva, algunas de las cuales podían dispararse en 45 minutos, provocando una devastación atroz. Se nos aseguró que esto era cierto. No era cierto. Se nos dijo que Iraq tenía relación con Al Quaeda y compartía la responsabilidad de la atrocidad cometida en Nueva York el 11 de septiembre de 2001. Se nos aseguró que esto era cierto. No era cierto. Se nos dijo que Iraq era una amenaza para la seguridad del mundo. Se nos aseguró que esto era cierto. No era cierto.

La verdad es algo completamente distinto. La verdad tiene que ver con la manera en que Estados Unidos entiende su papel en el mundo, y cómo elige llevarlo a efecto.

Pero antes de volver al presente querría echar una mirada al pasado reciente; me refiero con esto a la política exterior estadounidense desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Creo que tenemos la obligación de examinar este periodo siquiera sea someramente, que es todo lo que el tiempo nos permite aquí.

Todo el mundo sabe lo que sucedió en la Unión Soviética y en toda Europa del Este durante el período de posguerra: la brutalidad sistemática, las abundantes atrocidades, la supresión férrea del pensamiento independiente. Todo esto se ha documentado y verificado de modo exhaustivo.

A lo que voy aquí es que los crímenes de los EE.UU. en el mismo período se han registrado sólo de un modo superficial; no se han documentado, y cuánto menos se han confesado, cuánto menos se han identificado siquiera como tales crímenes. Creo que esta cuestión debe tratarse, y que la verdad sobre ella tiene una relación bastante directa con la situación actual del mundo. Aunque constreñidos hasta cierto punto por la existencia de la Unión Soviética, las acciones de Estados Unidos por todo el mundo dejaron claro que habían concluido que tenían carta blanca para hacer lo que gustasen.

La invasión directa de un estado soberano nunca ha sido, de hecho, el método favorito de América. En general han preferido lo que han descrito como "conflictos de baja intensidad". "Conflictos de baja intensidad" significa que mueren miles de personas, pero más despacio que si les echases encima una bomba a todos de golpe. Significa que infectas el corazón del país, que estableces un tumor maligno y miras cómo florece la gangrena. Cuando el populacho ha sido sometido – o lo has matado a palos – viene a ser lo mismo – y los que son tus amigos, los militares y las grandes empresas, están cómodamente instalados en el poder, vas ante las cámaras y dices que la democracia ha triunfado. Esto era un lugar común de la política exterior estadounidense en los años a los que me refiero.

La tragedia de Nicaragua fue un caso muy significativo. Quiero presentarlo aquí como un ejemplo elocuente de la manera en que América concibe su papel en el mundo, tanto entonces como ahora.

Yo estuve presente en una reunión de la embajada norteamericana en Londres a finales de los ochenta.

El Congreso de los Estados Unidos estaba a punto de decidir si dar más dinero a los contras en su campaña contra el Estado de Nicaragua. Yo era miembro de una delegación que hablaba a favor de Nicaragua, pero el miembro más importante de la delegación era un tal Padre John Metcalf. Encabezaba la delegación estadounidense Raymond Seitz (entonces era el número dos de la embajada, luego fue embajador en persona). El Padre Metcalf dijo, "Señor, yo estoy a cargo de una parroquia del norte de Nicaragua. Mis feligreses han construido una escuela, un centro de salud, un centro cultural. Hemos vivido en paz. Hace unos pocos meses, los contras atacaron la parroquia. Destruyeron todo: la escuela, el centro de salud, el centro cultural. Violaron a las enfermeras y maestras, masacraron a los médicos, de la manera más brutal. Se comportaron como salvajes. Por favor, exija que el gobierno de los EE.UU. retire el apoyo a estos actos terroristas inaceptables".

Raymond Seitz tenía muy buena reputación como persona racional, responsable, culta y refinada. Era muy respetado en los círculos diplomáticos. Escuchó, calló un momento y luego habló con cierta gravedad. "Padre", dijo, "Me va a permitir que le diga una cosa. En la guerra, siempre sufren los inocentes". Hubo un silencio glacial. Lo miramos fijamente. No movió un músculo.

En efecto, siempre sufren los inocentes.

Por fin alguien dijo: "Pero en este caso 'los inocentes' eran víctimas de una atrocidad horripilante subvencionada por el gobierno de usted, una entre muchas. Si el Congreso concede más dinero a los contras, tendrán lugar más atrocidades de este tipo. ¿Acaso no es así? ¿No es por tanto su gobierno culpable de apoyo a actos de asesinato y destrucción en la persona de los ciudadanos de un Estado soberano?

Seitz siguió impertérrito. "No estoy de acuerdo en que los hechos tal como se han presentado apoyen estas afirmaciones", dijo.

Mientras salíamos de la embajada, un auxiliar me comentó que le gustaban mis obras de teatro. No contesté.

Hay que recordar que por entonces el presidente Reagan hizo la siguiente aseveración: "Los contras son el equivalente moral de nuestros Padres Fundadores".

Los Estados Unidos apoyaron la brutal dictadura de Somoza en Nicaragua durante más de cuarenta años. El pueblo nicaragüense, liderado por los sandinistas, derrocó este régimen en 1979, en una revolución popular impresionante.

Los sandinistas no eran perfectos. Tenían su buena dosis de arrogancia y su filosofía política contenía diversos elementos contradictorios. Pero eran inteligentes, racionales y civilizados. Emprendieron la tarea de establecer una sociedad estable, decente y plural. Se abolió la pena de muerte. Devolvieron la vida a cientos de miles de campesinos empobrecidos. Más de cien mil familias obtuvieron títulos de propiedad de tierras. Se construyeron dos mil escuelas. Una impresionante campaña de alfabetización redujo el analfabetismo de la nación a menos de una séptima parte. Se instauró la educación gratuita y un servicio de sanidad gratuito. La mortalidad infantil se redujo en un tercio. Se erradicó la polio.

Los Estados Unidos denunciaron estos logros como una subversión marxista/leninista. A los ojos del gobierno de los EE.UU., se estaba dando un ejemplo peligroso. Si se permitía que Nicaragua estableciese normas básicas de justicia social y económica, si se permitía que elevase el nivel de atención sanitaria y de educación y que alcanzase la unidad social y su dignidad nacional, los países vecinos harían las mismas preguntas y querrían las mismas cosas. Había en ese momento, claro, una feroz resistencia contra el status quo en El Salvador.

He mencionado antes "un tapiz tejido con mentiras" que nos rodea. El presidente Reagan solía describir a Nicaragua como una "mazmorra totalitaria". Esto era aceptado por los medios en general, y ciertamente por el gobierno británico, como un comentario justo y acorde con la realidad. Pero de hecho no hubo informes sobre escuadrones de la muerte bajo el gobierno sandinista. No hubo informes sobre tortura. No hubo informes sobre brutalidad militar oficial o sistemática. Jamás se asesinaban sacerdotes en Nicaragua. De hecho había tres sacerdotes en el gobierno, dos jesuitas y un misionero de Maryknoll. En realidad, las mazmorras totalitarias estaban en la puerta de al lado, en El Salvador y Guatemala. Los Estados Unidos habían derrocado el gobierno democráticamente elegido de Guatemala en 1954 y se calcula que más de 200.000 personas habían sido víctimas de las sucesivas dictaduras militares.

Seis de los jesuitas más destacados del mundo fueron salvajemente asesinados en la Universidad Centroamericana de San Salvador en 1989, por un batallón del regimiento Alcatl entrenado en Fort Benning, Georgia, EE.UU. Aquel hombre extremadamente valeroso, el arzobispo Romero, fue asesinado mientras decía misa. Se calcula que murieron 75.000 personas. ¿Por qué las mataron? Las mataron porque creían que era posible una vida mejor, y debía conseguirse. Esa creencia los identificaba inmediatamente como comunistas. Murieron porque se atrevieron a cuestionar el status quo, la extensión sin fin de pobreza, enfermedad, degradación y opresión que habían heredado al nacer.

Los Estados Unidos derrocaron por fin al gobierno Sandinista. Costó algunos años y considerable resistencia pero una persecución económica sin tregua y 30.000 muertos finalmente minaron la determinación del pueblo nicaragüense. Estaban exhaustos, y la pobreza había golpeado de nuevo. Volvieron los casinos al país. Se acabaron la sanidad y la educación gratuitas. Volvió la gran empresa con fuerzas redobladas. La "democracia" había triunfado.

Pero esta "política" en modo alguno se restringió a Centroamérica. Se ejerció por todo el mundo. Era inacabable. Y era además como si no hubiese tenido lugar.

Los Estados Unidos apoyaron y en muchos casos engendraron a cada una de las dictaduras derechistas del mundo tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Me refiero a Indonesia, Grecia, Uruguay, Brasil, Paraguay, Haiti, Turquía, Filipinas, Guatemala, El Salvador, y por supuesto Chile. El horror que los Estados Unidos infligieron a Chile en 1973 no puede purgarse ni perdonarse jamás.

Hubo cientos de miles de muertes en estos países. ¿Ocurrieron? ¿Y son en todos los casos atribuibles a la política exterior de Estados Unidos? La respuesta es, sí, ocurrieron, y son atribuibles a la política exterior americana. Pero no hay manera de saberlo.

No sucedió. Nunca ocurrió nada. Incluso en el momento en que estaba sucediendo, no sucedía. No pasaba nada. No interesaba. Los crímenes de los Estados Unidos han sido sistemáticos, constantes, salvajes, y no ha habido remordimiento, pero de hecho muy pocas personas han hablado de ellos. Hay que concedérselo a América. Ha llevado a cabo una manipulación absolutamente clínica del poder a escala mundial, mientras se presentaba con el disfraz de una fuerza del bien universal. Es un acto de hipnosis muy logrado, brillante, incluso ingenioso.

Sostengo aquí que Estados Unidos es, sin lugar a dudas, el mayor espectáculo ambulante del mundo. Quizá brutal, indiferente, despectivo y despiadado, pero también muy listo. Como viajante de comercio no tiene parangón, y su producto estrella es la egolatría. Se vende genial. Oigan a todos los presidentes americanos decir por la televisión "el pueblo americano", como por ejemplo en la frase "Le digo al pueblo americano: es hora de orar y de defender los derechos del pueblo americano, y le pido al pueblo americano que confíe en su presidente en la acción que va a emprender por el bien del pueblo americano".

Es una estratagema deslumbrante. En realidad el lenguaje se está empleando para impedir el pensamiento. La expresión "el pueblo americano" proporciona un almohadón de tranquilidad auténticamente voluptuoso. No necesitas pensar. Simplemente échate en el almohadón. Puede que el almohadón esté ahogándote la inteligencia y la capacidad crítica, pero es muy cómodo. Esto no se aplica, por supuesto, a los cuarenta millones de personas que viven bajo el umbral de la pobreza, ni a los dos millones de hombres y mujeres encarcelados en el vasto gulag de prisiones que se extiende a través de los EE.UU.

Los Estados Unidos ya no se molestan en organizar conflictos de baja intensidad. Ni ven la necesidad de ser reticentes, o indirectos. Ponen las cartas sobre la mesa sin temor ni duda. Sencillamente no les importan un carajo las Naciones Unidas, la ley internacional ni las críticas disidentes, a las que consideran impotentes e irrelevantes. También llevan del cordel un corderito que les anda detrás, la patética y mansa Gran Bretaña.

¿Qué le ha pasado a nuestra sensibilidad moral? ¿La tuvimos alguna vez? ¿Qué quieren decir estas palabras? ¿Se refieren a un término muy raramente empleado estos días–la conciencia? ¿Una conciencia que tiene que ver no sólo con nuestros propios actos sino con la responsabilidad que compartimos en los actos de los demás? ¿Ha muerto todo esto? Fíjense en Guantánamo. Cientos de personas detenidas sin cargos durante más de tres años, sin representantes legales ni proceso en regla, detenidos técnicamente para siempre. Esta estructura totalmente ilegítima se mantiene en abierto desafío a la Convención de Ginebra. Lo que llamamos la "comunidad internacional" no sólo lo tolera sino que apenas piensa en ello. Esta infamia criminal la está cometiendo un país que se declara a sí mismo "cabeza del mundo libre". ¿Pensamos en los habitantes de Guantánamo? ¿Qué dicen los medios de ellos? Sale aquí y allá ocasionalmente–una noticia pequeñita en la página seis. Han sido consignados a una tierra de nadie de la que es muy posible que jamás puedan regresar. Hoy muchos, incluso residentes británicos, están en huelga de hambre, y son alimentados a la fuerza. No se andan con chiquitas en este asunto de la alimentación forzosa. Sin sedantes ni anestesia. Simplemente te meten un tubo por la nariz, a la garganta. Vomitas sangre. Esto es tortura. ¿Qué ha dicho el Ministro de Asuntos Exteriores británico sobre este asunto? Nada. ¿Qué ha dicho el Primer Ministro británico sobre este asunto? Nada. ¿Por qué no? Porque los Estados Unidos han dicho: criticar nuestra conducta en Guantánamo es un acto hostil. O estás con nosotros, o contra nosotros. Así que Blair calla la boca.

La invasión de Iraq fue un acto de bandidaje, un acto patente de terrorismo de Estado, que demostró un desprecio absoluto al concepto de ley internacional. La invasión fue una acción militar arbitraria inspirada por una serie de mentiras sobre mentiras y una manipulación grosera de los medios, y por tanto del público; un acto pensado para consolidar el control militar y económico de Norteamérica sobre Oriente Medio, todo ello haciéndose pasar por una liberación – como solución última, al resultar injustificadas todas las demás justificaciones. Una afirmación formidable de fuerza militar responsable de la muerte y mutilación de miles y miles de inocentes.

Hemos traído al pueblo iraquí la tortura, las bombas de racimo, el uranio empobrecido, innumerables actos de asesinato indiscriminado, miseria, degradación y muerte, y lo llamamos "traer la libertad y la democracia a Oriente Medio".

¿A cuántas personas hay que matar para ganarse el apelativo de asesino en masa y criminal de guerra? ¿A cien mil? Más que suficientes, diría yo. Así pues, es justo que Bush y Blair sean juzgados por el Tribunal Penal Internacional. Pero Bush ha sido listo. No ha dado su ratificación al Tribunal Penal Internacional. Por tanto, si algún soldado (o político) americano se encuentra en apuros, Bush ha avisado de que enviará a los marines. Pero Tony Blair sí que ha ratificado el tribunal, y por tanto puede juzgársele. Le podemos dar al tribunal su dirección, si les interesa. Es el número 10 de Downing Street, Londres.

En este contexto, la muerte es irrelevante. Tanto Bush como Blair colocan la muerte muy atrás en sus prioridades. Al menos 100.000 iraquíes murieron bajo las bombas y misiles americanos antes de que comenzase la insurgencia en Iraq. Esa gente no importa. Sus muertes no existen. Son un espacio en blanco. Ni siquiera queda constancia de su muerte. "No nos dedicamos a contar cadáveres", dijo el general americano Tommy Franks.

Al principio de la invasión se publicaba en la primera plana de los periódicos británicos una fotografía de Blair besando en la mejilla a un niñito iraquí. "Un niño agradecido", decía el pie de foto. Unos días más tarde hubo un reportaje y fotografía, en una página interior, de otro niño de cuatro años sin brazos. Un misil había hecho volar por los aires a su familia. Era el único superviviente. "¿Cuándo me devuelven los brazos?" – preguntaba. Allí quedó la historia. Bueno, Tony Blair no lo había cogido en brazos, ni a él ni al cuerpo mutilado de ningún otro niño, ni al cuerpo de ningún sucio cadáver. La sangre es sucia. Te mancha la corbata y la camisa cuando estas pronunciando un sincero discurso por la televisión.

Los dos mil muertos americanos resultan embarazosos. Se les transporta a la tumba a oscuras. Los funerales son discretos, inanes. Los mutilados se pudren en sus camas, algunos para el resto de sus días. Así que tanto los muertos como los mutilados se pudren, en distintas clases de tumba.

Aquí tengo un fragmento de un poema de Pablo Neruda, "Explico algunas cosas"*:

Y una mañana todo estaba ardiendo,
y una mañana las hogueras
salían de la tierra
devorando seres,
y desde entonces fuego,
pólvora desde entonces,
y desde entonces sangre.
Bandidos con aviones y con moros,
bandidos con sortijas y duquesas,
venían por el cielo a matar niños,
y por las calles la sangre de los niños
corría simplemente, como sangre de niños.

¡Chacales que el chacal rechazaría,
piedras que el cardo seco mordería escupiendo,
víboras que las víboras odiaran!

¡Frente a vosotros he visto la sangre
de España levantarse
para ahogaros en una sola ola
de orgullo y de cuchillos!

Generales
traidores:
mirad mi casa muerta,
mirad España rota:
pero de cada casa muerta sale metal ardiendo
en vez de flores,
pero de cada hueco de España
sale España,
pero de cada niño muerto sale un fusil con ojos,
pero de cada crimen nacen balas
que os hallarán un día el sitio
del corazón.

Preguntaréis: ¿por qué su poesía
no nos habia del sueño, de las hojas,
de los grandes volcanes de su país natal?

¡Venid a ver la sangre por las calles,
venid a ver
la sangre por las calles,
venid a ver la sangre
por las calles!

Déjenme que aclare bien que al citar el poema de Neruda en modo alguno estoy comparando la España republicana con el Iraq de Saddam Hussein. Cito a Neruda porque en la poesía contemporánea no he encontrado ninguna descripción más poderosa y visceral del bombardeo de civiles.

He dicho antes que los Estados Unidos hoy no tienen ningún reparo en poner las cartas claramente sobre la mesa. Es así. Su política oficialmente declarada se define ahora como "dominio de todo el espectro". El término no es mío, es de ellos. El "dominio de todo el espectro" significa control de tierra, mar, aire y espacio y todos los recursos asociados a ellos.

Estados Unidos ocupa ahora 702 instalaciones militares en 132 países a lo largo y ancho del mundo, con la honrosa excepción de Suecia, naturalmente. No sabemos cómo lo han conseguido, pero allí están, en efecto.

Estados Unidos posee 8.000 cabezas nucleares activas y operativas. Dos mil están en alerta máxima, listas para dispararse en 15 minutos. Está desarrollando nuevos sistemas de fuerza nuclear, conocidos como revientabúnkers. Los británicos, siempre dispuestos a ayudar, proyectan reemplazar sus propios misiles nucleares Trident. ¿A quién, me pregunto yo, apuntarán? ¿A Osama bin Laden? ¿A ustedes? ¿A mí? ¿A Perico Los Palotes? ¿A China? ¿A París? ¿Quién sabe? Lo que sí que sabemos es que esta demencia infantil – la posesión y la amenaza de uso de armas nucleares – está en el centro mismo de la filosofía política americana actual. Debemos recordarnos a nosotros mismos que Estados Unidos está en alerta militar continua y no da señales de relajación.

Muchos miles, si no millones, de personas en los Estados Unidos están claramente hartos, avergonzados y airados por las acciones de su gobierno, pero tal como están las cosas no son una fuerza política coherente (todavía). Pero no es probable que disminuyan la angustia, la inseguridad y el miedo que vemos crecer a diario en los Estados Unidos.

Sé que el presidente Bush tiene muchos redactores de discursos competentes en extremo, pero a mí me gustaría presentarme voluntario para el puesto. Propongo esta pequeña alocución que puede dirigir a la nación por televisión. Me lo imagino con rostro grave, muy cuidado el pelo, serio, encantador, sincero, a menudo seductor, a veces sonriendo de medio lado, curiosamente atractivo, un modelo para los hombres.

"Dios es bueno. Dios es grande. Dios es bueno. Mi Dios es bueno. El Dios de bin Laden es malo. El suyo es un mal Dios. El Dios de Saddam era malo, y eso que ni siquiera lo tenía. Era un bárbaro. Nosotros no somos bárbaros. No le cortamos la cabeza a la gente. Creemos en la libertad. Dios también. Yo no soy un bárbaro. Soy el líder democráticamente elegido de una democracia que ama la libertad. Somos una sociedad compasiva. Electrocutamos y ponemos inyecciones letales compasivamente. Somos una gran nación. Yo no soy un dictador. Él sí. Yo no soy un bárbaro. Él sí. Y él sí. Todos lo son. Yo poseo autoridad moral. ¿Veis este puño? Ésta es mi autoridad moral. Y no vayáis a olvidarlo."

La vida de un escritor es una actividad muy vulnerable, casi desnuda. No hay por qué llorar por eso. El escritor hace su elección y tiene que atenerse a ella aunque le pese. Pero también es cierto decir que estás expuesto a todos los vientos, algunos heladores. Estás a la intemperie y desprotegido.Sin cobijo, sin protección–a menos que mientas, claro–en cuyo caso es que te has montado tu propia protección, y se podría decir que te has convertido en un político.

Me he referido a la muerte un buen número de veces esta tarde. Ahora voy a citar un poema mío titulado "Muerte".

¿Dónde encontraron al muerto?
¿Quién encontró al muerto?
¿Estaba muerto el muerto cuando lo encontraron?
¿Cómo encontraron al muerto?

¿Quién era el muerto?

¿Quién era el padre o hija o hermano
O tío o hermana o madre o hijo
del cuerpo muerto y abandonado?

¿Estaba el cuerpo muerto cuando lo abandonaron?
¿Abandonaron el cuerpo?
¿Quién lo había abandonado?

¿Estaba el muerto desnudo o vestido de viaje?

¿Qué os hizo declarar muerto al muerto?
¿Declarasteis muerto al muerto?
¿Hasta qué punto conocíais al cuerpo muerto?
¿Cómo supisteis que el cuerpo estaba muerto?

¿Lavasteis al muerto –
–le cerrasteis los dos ojos
– enterrasteis el cuerpo
– lo dejasteis abandonado
– lo besasteis?

Cuando nos miramos a un espejo pensamos que la imagen que nos mira se ajusta a la realidad. Pero muévete un milímetro y la imagen cambia. En realidad estamos viendo un conjunto infinito de reflejos. Pero a veces un escritor tiene que romper el espejo–porque el otro lado del espejo es el lugar desde donde nos está mirando la verdad.

Creo que a pesar de las inmensas dificultades que existen, es necesaria una determinación intelectual firme, inquebrantable, feroz, la determinación, como ciudadanos, de definir la auténtica verdad de nuestras vidas y nuestras sociedades – es una obligación crucial para todos, un imperativo real.

Si una determinación tal no toma cuerpo en nuestra visión política no tenemos esperanza de restaurar lo que ya casi se nos ha perdido – la dignidad del hombre.


* (Nota del traductor: Fragmento de "Explico algunas cosas" de Pablo Neruda, que en el original inglés se cita de la traducción de Nathaniel Tarn, de Pablo Neruda: Selected Poems, published by Jonathan Cape, London 1970, usado con permiso de Random House Group Ltd.). Texto español, de De España en el corazón, en La Insignia http://www.lainsignia.org/2004/agosto/cul_034.htm 2005-12-08)

(Traducción española de José Ángel García Landa y Beatriz Penas Ibáñez)


Fuente: Fírgoa



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