Juan Goytisolo – Don Quijote, don Juan y la Celestina




En la literatura española de los siglos XVI y XVII echan raíces algunos de los mitos que devendrán más tarde el símbolo y, a veces, la máscara de los españoles: don Quijote, don Juan, la Celestina. Junto a la literatura representativa de la opinión cristiano-vieja (romancero, novela de caballería, drama de honor, auto sacramental), una minoría de disconformes (ordinariamente conversos o descendientes de ellos) produce una serie de obras cuyo común denominador pudiera cifrarse en la voluntad (más o menos abierta) de trastornar los valores establecidos y ofrecer la imagen de un mundo desquiciado en el que el margen existente entre el «ser» y el «deber ser», la realidad y el deseo constituye un abismo infranqueable. Una literatura, pues, menos armoniosa que conflictiva, y cuyo poder de provocación se disimula mediante la elaboración de un universo autónomo e imaginario (como en El Quijote) o de un mundo unidimensional, embebido de humor negro y de pesimismo. En el momento en que el ideal castellano del héroe religioso y guerrero que lucha por Dios y por la patria se convierte en una realidad exaltante y grandiosa, la novela picaresca crea la imagen invertida de él: el negativo fotográfico del antihéroe. Al linaje limpio e hidalgo de los cristianos de cepa vieja, el pícaro opone, con insolente orgullo, su antilinaje de ladrones, criminales, verdugos, brujas y prostitutas. Al heroísmo del soldado español, que combate por la fe contra turcos y protestantes y somete al dominio del rey de España inmensas extensiones de tierra desde California al estrecho de Magallanes, Estebanillo responde con la frase de «y así no me daba tres pitos que bajase el turco, ni un clavo que subiese el persiano, ni que cayese la torre de Valladolid. Echaba mi barriga al sol.., y me reía de los puntos de honra y de los embelecos del pundonor». Alistado en los ejércitos españoles, el mismo Estebanillo confiesa: «Yo iba a esta guerra tan neutral que no me metía en dibujos ni trataba de otra cosa sino de henchir mi barriga»; y, frente a la impaciencia de eternidad del «muero porque no muero», mantiene, con crudo cinismo, su empeño de vivir «aquí y ahora»: condenado a muerte por deserción e indultado al último momento, escribirá burlonamente más tarde: «Los amigos me consolaban diciéndome que me animara, que aquél era camino que lo habíamos de hacer todos, que sólo les llevaba la delantera; y en lo último se engañaron, porque yo me he quedado de retaguardia y ellos han llevado la delantera, perdonando verdugos, pidiendo misas y haciendo alzar dedos». En la picaresca nos movemos, pues, en un mundo de antivalores (cobardía, robo, mentira, etc.) que contrasta cruelmente con la imagen sublimada que el español se esfuerza en dar de sí mismo y, en algunos casos extremos, como en Estebanillo González, asistimos, de hecho, a una tentativa de reivindicación de sentimientos y acciones generalmente tenidos por viles y abyectos: el pícaro vive y actúa en el no man's land que media entre la realidad y el ideal, acampando en un presente mudable y problemático, al margen de la sociedad y de sus principios. 
 El Quijote refleja igualmente la dualidad de la picaresca: don Quijote toma sus deseos por realidades y confunde el «ser» con el «deber ser»; pero allí está, junto a él, Sancho Panza, para restablecer la verdad y mostrar la distancia que separa lo vivo de lo pintado. Desde hace tiempo, los estudiosos de Cervantes han interpretado su héroe como una parodia de los protagonistas de los libros de caballería en una época en que las armas españolas empezaban a decaer y el país se arruinaba y los españoles perdían la confianza en sí mismos. Esto es probablemente cierto, pero la riqueza de la obra cervantina no se agota, ni mucho menos, en una sola interpretación. Cervantes maneja con mano maestra una ironía polifacética y su libro admite infinidad de interpretaciones. Don Quijote y Sancho son, sin duda, cara y cruz de una misma moneda, los elementos complementarios y opuestos que integran la moderna personalidad española (idealismo y materialismo, fe e incredulidad, etc.); pero muy pocos comentaristas han observado que las relaciones que se crean entre los dos personajes provocan una serie de influencias mutuas e interferencias. Ni don Quijote ni Sancho Panza son los mismos el día que el segundo decide servir al primero, o el día en que, vencido don Quijote por el Caballero de la Blanca Luna, regresa a morir a su aldea, escoltado de su fiel Sancho. Durante el período que media entre los dos episodios, Sancho se «quijotiza» y don Quijote se contamina a veces del realismo un tanto cínico de Sancho Panza. Así, mientras que, por seguir a su amo, el materialista Sancho renuncia al gobierno de su ínsula («Vuesas mercedes se queden con Dios y digan al Duque mi señor que desnudo nací, desnudo me hallo: no pierdo ni gano; quiero decir que sin blanca entré en este gobierno y sin ella salgo, bien al revés de como suelen salir los gobernadores de otras ínsulas»), don Quijote, consciente de los embustes de Sancho respecto de la imaginaria y burlesca excursión aérea a lomos de Clavileño, le responde: «Sancho, pues vos queréis que se os crea lo que habéis visto en el cielo, yo quiero que vos me creáis a mí lo que vi en la cueva de Montesinos. Y no os digo más». Como escribe el poeta Luis Cernuda: «Es quizá la única ocasión en que sorprendemos a don Quijote en una actitud semejante, como si él mismo dudara de la realidad de sus aventuras. Pero no deja de ser significativo». Españoles hasta la médula de los huesos, los personajes de Cervantes no emiten juicios lógicos, sino que se expresan, por lo común, mediante una terminología de valores. Para ellos, la razón o sinrazón está en las personas, no en la 
realidad objetiva de sus pensamientos —rasgo nacional éste que, todavía hoy, lleva a confundir autores y obras, a negar conceptos y abstracciones legales para buscar el «yo real» que se supone escondido tras ellos y a caer muy a menudo en el culto a la fobia, la adoración supersticiosa de las «figuras» o los estériles y vanos procesos de intenciones. 

En La Celestina encontramos, por primera vez, una inversión de la jerarquía de valores que influirá luego, decisivamente, en la creación de la picaresca. Hasta entonces, en las novelas u obras dramáticas el amor entre los personajes se desenvolvía en un doble plano: amor ideal y sublimado, a lo Petrarca, entre los señores; amor carnal, «bajo», entre los servidores y personajes humildes. Américo Castro ha subrayado con acierto que en la obra de Rojas, mientras prostitutas como Elicia y Areusa se hacen cortejar como grandes damas, el amor de Calixto por Melibea es de un orden claramente sexual, teñido incluso de ciertos ribetes de sadismo: «No me destroces ni me maltrates como sueles —suplica Melibea—, ¿qué provecho te trae dañar mis vestiduras?». Las cortesanas se burlan alegremente de la elevada condición de la heroína y, expresando el sentir común de los conversos, condenados por la opinión cristiano-vieja, Areusa proclama: «Ninguna cosa es más lejos de la verdad que la vulgar opinión... Ruin sea quien por ruin se tiene; las obras hacen linaje, que al fin todos somos hijos de Adán y de Eva». 

Si Fernando de Rojas se sirve de dos meretrices para exponer el punto de vista de los cristianos nuevos (él mismo era ex illis), Melibea y, sobre todo, Calixto encarnan, a su manera, el agudo conflicto que opone el antierotismo cristiano y la sensualidad musulmana. El personaje de Celestina, la vieja alcahueta, entronca con la literatura arábiga de Al-Andalus: morisca sin duda, como todas las hechiceras de la época, Celestina será el instrumento necesario para satisfacer la imperiosa y brutal pasión de Calixto. Éste, aunque noble y caballero, es ya, como los españoles futuros, una víctima de la lucha entre dos civilizaciones opuestas: la mahometana y la cristiana. Calixto tiene la sensualidad desbordante del musulmán y la conciencia atormentada del cristiano, o, si se quiere, un alma de cristiano y un cuerpo árabe. Desde la época de los Reyes Católicos, los escritores españoles suelen atribuir todos los desvíos, errores y herejías al sexo (Menéndez Pelayo es un ejemplo típico) y, en 1555, fray Felipe de Meneses no vacilaba en escribir: «Esta inclinación a la sensualidad, a mi juicio, no es natural de la nación española»; pero la realidad era muy otra, y los españoles de entonces, como los de ahora, viven en su carne y espíritu el insoluble conflicto. El pecado inherente al placer sexual encuentra un símbolo en la figura físicamente odiosa y repugnante de Celestina: en Calixto hallamos, en germen, el mito futuro de don Juan, que, desde Tirso a Zorrilla, fluye a lo largo de la literatura española y alcanza, a partir del siglo XVIII, dimensiones universales. Don Juan no es un homosexual que se ignora, como pretendía Marañón: es el resultado de la dualidad cristiano-musulmana y, por tanto, un personaje esencialmente español a quien la nostalgia del harén lleva a buscar su presa en la comunidad femenina que exteriormente más se le asemeja: el convento. Calixto y don Juan no podían surgir sino en España y, como don Quijote y los antihéroes de la picaresca, son una expresión literaria de la convivencia secular de españoles cristianos, musulmanes y judíos, convivencia cuya supresión ha marcado de modo profundo el carácter español y cuyas huellas advertimos aún en nuestros días. 





Juan Goytisolo España y los españoles 
Editorial Lumen, Barcelona. 



Umberto Eco – El caso y la trama. La experiencia televisiva y la estética





La experiencia televisiva sugirió desde sus comienzos una serie de reflexiones teóricas suficientes para inducir incautamente a algunos a hablar, como sucede en estos casos, de estética de la televisión.
En el ámbito de la terminología filosófica italiana, cuando se habla de estética se entiende una investigación especulativa sobre el fenómeno arte en general, sobre el acto humano que lo produce y sobre las características generalizables del objeto producido. Resulta, por consiguiente, si no impropio, por lo menos difícil, pasar a un uso menos escrupuloso del término, hablando, por ejemplo, de "estética de la pintura" o "del cine"; a menos que con esto se quiera indicar una indagación sobre algunos problemas particularmente evidentes en la experiencia pictórica o cinematográfica, pero capaces de permitir una reflexión a un nivel más alto y aplicable a todas las artes; o tales que aclaren algunas actitudes humanas que sean objeto de reflexión teórica y contribuyan a una comprensión más profunda en el plano de la antropología filosófica. Pero, cuando se señalan como "estética" de un arte disertaciones técnicas o preceptísticas, análisis estilísticos o juicios críticos, entonces se puede hablar de estética sólo si se atribuye al término una acepción más amplia y una especificación más concreta, como ocurre en otros países. Si queremos, no obstante, permanecer fieles a la terminología tradicional italiana (a lo menos por razones de comprensibilidad), será más útil hablar de poética o de análisis técnico-estilístico, atribuyendo a tales ejercicios la gran importancia que tienen y reconociendo que a menudo saben ser más perspicaces que muchas "estéticas" filosóficas, aun en el plano teórico.
Frente al fenómeno de la televisión y a las estructuras operativas que lleva a la realidad, será interesante examinar la aportación que la experiencia de la producción televisiva puede dar a la reflexión estética, sea a título de reconfirmación de posiciones ya establecidas, sea como estímulo —frente a un hecho irreductible a categorías dadas— para ampliar y dar nueva dimensión a algunas definiciones teóricas.
Será particularmente útil ver, en un segundo momento, qué relación puede establecerse entre las estructuras comunicativas de la expresión televisiva y las estructuras "abiertas" que el arte contemporáneo nos propone en otros campos.

Estructuras estéticas de la toma directa
1. Establecidas estas premisas, si examinamos lo que se ha dicho hasta ahora respecto del hecho televisivo, nos damos cuenta de que han surgido algunos temas notables, pero que la discusión de los mismos, utilísima para un desarrollo artístico de la televisión, no aporta ninguna contribución estimulante a la estética. Por contribución estimulante entendemos un "hecho nuevo" que rechace las justificaciones ya existentes y permita la revisión de las definiciones abstractas que pretenden referirse al mismo.
Ahora bien, se ha hablado de "espacio" televisivo —determinado por las dimensiones de la pantalla de la televisión y por el tipo particular de profundidad que permiten los objetivos de la telecámara—, se han observado las peculiaridades del "tiempo" televisivo, a menudo identificadas con el tiempo real (en la toma directa de acontecimientos o espectáculos), siempre específico por la relación con su espacio y con un público en particular disposición psicológica; y se ha hablado así de la particularísima relación de comunicación entre televisión y público, nueva por la misma disposición ambiental de los receptores, agrupados en entidades numérica y cualitativamente diferentes de aquellas de los asistentes a otros espectáculos (como para permitir al individuo un margen máximo de aislamiento y como para hacer pasar a un segundo plano el factor "colectividad"). Todos éstos son problemas que el escenógrafo, el director, el productor televisivo tienen que afrontar siempre y constituyen puntos de investigación y de programa para una poética de la televisión.
No obstante, el hecho de que cada medio de comunicación artística tenga su "espacio", su "tiempo" y su particular relación con el usuario, se traduce precisamente en el plano filosófico en la comprobación y definición del hecho mismo.
Los problemas vinculados a la operación televisiva no hacen sino confirmar la disertación filosófica que asigna a cada "género" de arte el diálogo con una "materia" propia y el establecimiento de una gramática propia y un léxico propio. En este sentido, tal problemática televisiva no ofrece al filósofo más de cuanto le hayan propuesto ya las demás artes.
Esta conclusión podría ser definitiva si, por el hecho de hablar de "estética", tomáramos en consideración sólo el aspecto manifiestamente "artístico" (en el sentido más convencional y limitativo del término) del medio televisivo; o sea, la producción de dramas, comedias, obras líricas, espectáculos en sentido tradicional. Sin embargo, puesto que una amplia reflexión estética tiene en consideración todos los fenómenos comunicativo-productivos, para descubrir en ellos su parte artística y estética, la aportación más interesante para nuestra investigación la da precisamente ese particularísimo tipo de comunicación que es exclusivo del medio televisivo: la toma directa de acontecimientos.
Algunas de las características de la toma directa que más interesan a nuestros fines se han señalado ya desde diversas partes. Sobre todo, con la toma y entrada en onda de un acontecimiento en el mismo instante en que éste tiene lugar, nos encontramos frente a un montaje —hablamos de montaje porque, como se sabe, el acontecimiento se toma con tres o más telecámaras y va transmitiéndose progresivamente la imagen que se considera más idónea—, un montaje improvisado y simultáneo del hecho tomado y montado. Toma, montaje y proyección, tres fases que en la producción cinematográfica son totalmente distintas y tienen cada una fisonomía propia, aquí se identifican. Esto permite obtener la ya mencionada identificación de tiempo real y tiempo televisivo, sin que ningún recurso narrativo pueda establecer una duración de tiempo que es la autónoma del acontecimiento captado.
Es fácil observar cómo de tales hechos surgen problemas artísticos, técnicos, psicológicos, ya sea desde el punto de vista de la producción como del de la recepción; por ejemplo, se introduce en el campo de la producción artística una dinámica de los reflejos que parecía propia de ciertas experiencias modernas de locomoción o de otras actividades industriales. Pero, para acercar aún más esta experiencia de comunicación a una problemática artística, se introduce otro hecho.
La toma directa no es nunca un resultado especulativo del acontecimiento que se desarrolla, sino siempre —si bien en ciertos casos en medida infinitesimal— una interpretación del mismo. Para captar un acontecimiento, el director de televisión sitúa las tres o más telecámaras de modo que la disposición le permita tres o más puntos de vista complementarios, ya estén todas las cámaras dirigidas dentro de los límites de un mismo campo visual, ya (como puede suceder en una carrera ciclista) estén desplazadas a tres puntos distintos, a fin de seguir el movimiento de un móvil cualquiera. Verdad es que la disposición de las telecámaras está siempre condicionada por posibilidades técnicas, pero no tanto como para no permitir, ya en esta fase preliminar, cierta selección.
Desde el momento en que el acontecimiento se inicia, el director recibe en tres pantallas las imágenes que le proporcionan las telecámaras, con las cuales los operadores —por orden del director— pueden escoger determinados encuadramientos dentro de los límites de su campo visual disponiendo de cierto número de objetivos que permiten restringir o ampliar el campo o subrayar determinados valores de profundidad. En este punto, el director se encuentra frente a una elección ulterior, debiendo mandar definitivamente a las ondas una de las tres imágenes y montando sucesivamente las imágenes elegidas. La elección se convierte así en una composición, en una narración, en la unificación discursiva de imágenes aisladas analíticamente en el contexto de una más amplia serie de acontecimientos co-presentes y que van intercalándose.
Verdad es que en el estado actual de los hechos, la mayor parte de las tomas televisivas versan sobre acontecimientos que ofrecen escaso margen a una iniciativa de interpretación: en un partido de fútbol, el centro de interés lo constituyen los movimientos del balón, y no es fácil concederse divagaciones. Sin embargo, aun aquí, al usar los objetivos, al acentuar valores de iniciativa personal o valores de equipo, en éstos y en otros casos interviene una elección, aunque sea casual e inhábil. Por otra parte, se han dado ejemplos de acontecimientos acerca de los cuales el espectador recibe una verdadera interpretación, una indudable decantación narrativa.
Para citar ejemplos casi históricos, en 1956, durante la toma de un debate entre dos economistas, se oía a veces la voz de uno de los interlocutores que hacía la pregunta, seguro y agresivo, mientras la telecámara daba la imagen del interpelado, nervioso y sudando, atormentando con las manos un pañuelo; de lo que resultaba inevitablemente, por una parte, cierta enfatización dramática del hecho, por lo demás apropiada, y, por la otra, cierta toma de posición, aunque involuntaria: el público se distraía de los aspectos lógicos del encuentro y se impresionaba con los aspectos emotivos del mismo, de modo que podía falsearse la relación real de fuerza, que debía estar constituida por la calidad de las argumentaciones y no por la prestancia Física de los interlocutores. Si en este caso el problema de la interpretación se indicaba más que se resolvía, recordemos, en cambio, la toma de las ceremonias nupciales de Rainiero III de Mónaco y Grace Kelly. Aquí los acontecimientos ofrecían verdaderamente la posibilidad de diferentes enfoques. Estaba el acontecimiento político y diplomático, la parada fastuosa y vagamente operetística, la novela sentimental agrandada por los periódicos, etc. Ahora bien, la toma televisiva se orientó casi siempre hacia la narración rosa-sentimental, acentuando los valores "románticos" del acontecimiento y, en cualquier caso, dando una narración de color carente de intenciones más rigurosas.
Durante una parada de bandas militares, mientras un grupo americano de evidentes funciones representativas ejecutaba una pieza, las telecámaras se fijaron en el príncipe, que se había manchado de polvo los pantalones contra el barandal del balcón al que se asomaba y que se inclinaba para sacudírselo y sonreía divertido a la novia. Es razonable pensar que cualquier director habría hecho la misma elección (hablando periodísticamente, se trataba de un "golpe"), pero, al fin y al cabo, era una elección. Con ella, toda la narración subsiguiente quedaba determinada dentro de cierta tonalidad. Si en ese momento se hubiera transmitido por onda la imagen de la banda americana de uniforme, incluso dos días después, en la toma de la ceremonia nupcial en la catedral, los espectadores habrían debido seguir los movimientos del eminente prelado que celebraba el rito; en cambio, las telecámaras permanecieron casi continuamente sobre el rostro de la esposa, destacando su manifiesta emoción. Es decir, por coherencia narrativa, el director mantenía el mismo tono en todos los capítulos de su narración y las premisas de dos días antes seguían condicionando su discurso. En el fondo, el director satisfacía los gustos y expectativas de cierto público y, en otro aspecto, los instituía. Determinado por factores técnicos y sociológicos, se movía, no obstante, en cierta dimensión de autonomía y narraba.
Una narración de acuerdo con un embrionario principio de coherencia, realizada simultáneamente con su propia concepción: narración al impromptu, por consiguiente. He aquí un aspecto por el cual el fenómeno de la televisión ofrece problemas al estudioso de estética; problemas análogos presentan, por ejemplo, los cantos de los aedos y de los bardos y la comedia del arte, donde encontramos el mismo principio de improvisación, pero por otra parte mayores posibilidades de autonomía creadora, menores constricciones desde el exterior y, en cualquier caso, ninguna referencia a una realidad en acto. Pero, en nuestros días, un estímulo problemático más decidido lo ofrece todavía más la forma propia de la composición jazz, la jam-session, donde los componentes de un conjunto escogen un tema y lo desarrollan libremente, por una parte improvisando y por la otra llevando su improvisación por el camino de una congenialidad que les permite una creación colectiva, simultánea, extemporánea y, no obstante (en los casos de éxito, seleccionados en la grabación), orgánica.
Este fenómeno lleva a la revisión y ampliación de varios conceptos estéticos y, en cualquier caso, a utilizarlos con mayor comprensión, especialmente respecto del proceso productivo y la personalidad del autor, la identificación del intento y el resultado, la de obra completa y los antecedentes, donde, por lo demás, preexisten los antecedentes bajo la forma de un hábito de trabajo en común y bajo la forma de recurrir a astucias tradicionales, como el riff,1 o a ciertas soluciones melódico-armónicas de repertorio, factores todos que constituyen al mismo tiempo un límite a la felicidad inventiva. Por otra parte, se confirman ciertas reflexiones teóricas sobre el poder condicionante, en el crecimiento del organismo artístico, de ciertas premisas estructurales; hechos melódicos que exigen cierto desarrollo, hasta el punto de que todos los ejecutantes lo prevén y realizan como de acuerdo, reconfirman una temática de la forma formante, si bien la vinculan a ciertas cuestiones de lenguaje dado y de retórica musical que se hace ya condición anterior, integrando la invención propiamente dicha.2 Iguales problemas pueden plantear la toma directa televisiva, donde: a) se identifican casi totalmente intento y resultado, aunque simultáneamente, y por consiguiente con escaso tiempo para la elección, hay tres imágenes que constituyen el intento y una, el resultado; b) coinciden obra y antecedentes, pero las cámaras se disponen precedentemente ; c) se evidencia menos el problema de la forma formante; d) los límites de la invención no se plantean a través del repertorio, sino de la presencia de los hechos exteriores. Infinitamente más escasa resulta, pues, la zona de autonomía y menor la carga artística del fenómeno.
2. Ésta sería la conclusión definitiva si se reconociera como límite el hecho de que la "narración" se modela sobre una serie de hechos autónomos, hechos que en cierto sentido se escogen, pero que no obstante se ofrecen a la elección, ellos y no otros, ya con una lógica propia difícilmente superable y reducible. Esta condición nos parece que constituye la verdadera posibilidad artística de la toma directa televisiva. Examinemos la estructura de la "condición" para poder deducir de ella alguna cosa acerca de las posibilidades de la narración. Un procedimiento típico podemos encontrarlo en Aristóteles.
Disertando sobre la unidad de una trama, Aristóteles observa que pueden ocurrirle muchas, incluso innumerables cosas, "a una persona sin que, no obstante, algunas sean tales que constituyan unidad, como también pueden ser muchas las acciones de una persona sin que de ello resulte una única acción".3 Ampliando el concepto, en el contexto de cierto campo de acontecimientos se entremezclan y yuxtaponen acontecimientos que a veces carecen de nexos recíprocos y se desarrollan varias situaciones en direcciones distintas. Un mismo grupo de hechos, desde cierto punto de vista, encuentra su propio cumplimiento en otra secuencia de hechos, mientras que, iluminado desde otro plano, se prolonga en otros hechos. Es evidente que, desde un punto de vista de los hechos, todos los acontecimientos de ese campo tienen su justificación independientemente de todo nexo: se justifican por el hecho de que tienen lugar. Pero es asimismo evidente que, tal como los consideramos, sentimos la necesidad de ver todos aquellos hechos bajo una luz unitaria: y más bien aislamos algunos de los que nos parecen provistos de nexos recíprocos, olvidándonos de los demás. En otras palabras, reagrupamos los hechos en formas. Dicho de otro modo, los unificamos en otras tantas "experiencias".
Usamos el término "experiencia" para podernos remitir a la formulación deweyana, que resulta cómoda para los fines de nuestra argumentación: "Tenemos una experiencia cuando el material experimentado procede hacia su realización. Entonces y sólo entonces, aquélla se integra y se distingue de las demás experiencias dentro de la corriente general de la experiencia...  En una experiencia, transcurrir es transcurrir de algo a algo".4 Así, son "experiencias" un trabajo bien hecho, un juego terminado, una    acción llevada a término de acuerdo con el fin prefijado.      
Así como en el balance de nuestra jornada aislamos las experiencias realizadas de las esbozadas y dispersas —y no podemos negar que olvidamos experiencias totalmente realizadas sólo porque no nos interesaban inmediatamente o porque no hemos advertido conscientemente su verificación—, en el ámbito de un campo de acontecimientos aislarnos tejidos de experiencias de acuerdo con nuestros intereses más apremiantes y la actitud moral y emotiva que preside nuestra observación.5
Es evidente que aquí, del concepto deweyano de "experiencia", nos interesa no tanto el carácter de participación total en un proceso orgánico (que es siempre una interacción entre nosotros y el ambiente), cuanto el aspecto formal del mismo. Nos interesa el hecho de que una experiencia se presente como una realización, como un fulfilment.
Y nos interesa la actitud de un observador que, más que vivir experiencias, trata de acertar haciendo experiencias ajenas; la actitud de un observador que efectúa una mimesis de experiencias y en este sentido vive ciertamente una experiencia propia de interpretación y de mimesis.
El hecho de que estas mimesis de experiencias tengan una calidad estética deriva del hecho de que son término en una interpretación que es al mismo tiempo producción, puesto que ha sido elección y composición, aun cuando lo sea de acontecimientos que en gran medida reclamaban ser escogidos y compuestos.
La calidad estética será tanto más evidente cuanto debemos intencionadamente identificar y escoger experiencias en un contexto más amplio de acontecimientos con el único fin de reconocerlas y reproducirlas, si no de otra manera, mentalmente. Es la búsqueda y la institución de una coherencia y una unidad en la variedad inmediatamente caótica de los acontecimientos;6 es la búsqueda de un todo acallado en que las partes que lo componen "deben coordinarse de modo que, cambiando de sitio o suprimiendo una, resulte como dislocado y roto todo el conjunto". Con lo que estamos de nuevo en Aristóteles7 y nos damos cuenta de que esta actitud de identificación y reproducción de experiencias es para él la poesía.
La historia no nos presenta un solo hecho, "sino un solo período de tiempo, es decir, comprende todos aquellos hechos que tuvieron lugar en este período de tiempo en relación con uno o varios personajes; y cada uno de estos hechos se encuentra respecto de los demás en relación puramente casual".8 La historia es para Aristóteles como la fotografía panorámica de ese campo de acontecimientos que antes mencionábamos; la poesía consiste en aislar en él una experiencia coherente, una relación genética de hechos y, por último, un ordenar los hechos de acuerdo con una perspectiva de valor.9
Todas estas observaciones nos permiten volver a nuestro argumento originario, reconociendo en la toma directa de la televisión una actitud artística y, en el límite extremo, una potencialidad estética relacionadas con la posibilidad de aislar "experiencias" de la forma más satisfactoria; en otras palabras, de dar una "forma" —fácilmente perceptible y apreciable— a un grupo de acontecimientos.
En la toma de un acontecimiento de gran dramatismo, por ejemplo un incendio, 10 el montón de acontecimientos que entran en el contexto "incendio en un lugar X" puede escindirse en distintas fuentes narrativas que van desde una sobrecogedora epopeya del fuego destructor hasta la apología del bombero, desde el drama de los salvamentos hasta la caracterización de la feroz o dolorida curiosidad del público que asiste al suceso.
  1. 2. Este reconocimiento de lo artístico en conexión con semejante ejercicio televisivo y las perspectivas consiguientes podrían ahora parecer indiscutibles si la condición de extemporaneidad propia de la toma directa no suscitase un nuevo problema. A propósito de la experiencia lógica —si bien el ejemplo puede ampliarse a todos los demás tipos de experiencia—, Dewey observa que "en realidad, en una experiencia del pensamiento, las premisas emergen sólo cuando se manifiesta una conclusión".11 En otros términos, diremos que el acto de predicación formal no es acto de deducción que se desarrolla silogísticamente, sino un intento continuamente realizado sobre las exigencias de la experiencia en que el resultado final hace válido y establece —de hecho, sólo entonces— los movimientos iniciales; 12 el antes y el después efectivos de una experiencia se organizan al final de una serie de intentos ejercidos sobre todos los datos que tenemos en nuestro poder, en el ámbito de los cuales existían unos antes y unos después puramente cronológicos, mezclados con otros, y sólo al final de la exposición se decanta ese montón de datos y quedan los antes y después esenciales, los únicos que cuentan para los fines de nuestra experiencia.
Nos damos cuenta, pues, de que el director televisivo se encuentra en la desconcertante situación de tener que identificar las fases lógicas de una experiencia en el momento mismo en que éstas son aún fases cronológicas. Puede aislar un hilo narrativo en el contexto de los acontecimientos pero, a diferencia del más "realista" entre los artistas, no tiene ningún margen de reflexión a posteriori sobre los acontecimientos mismos, mientras que, por otra parte, le falta la posibilidad de instituirlos a priori. Debe mantenerse la unidad de su trama mientras ésta se desarrolla en acto, y se desarrolla mezclada a otras tramas. Al mover las telecámaras de acuerdo con un interés, el director debe inventar, en cierto sentido, el acontecimiento en el mismo momento en que tiene lugar de hecho, y debe inventarlo de manera idéntica a lo que está sucediendo; sin paradojas, debe intuir y prever el lugar y el conjunto de la nueva fase de su trama. Su operación artística tiene, por consiguiente, un límite desconcertante, pero al mismo tiempo su actitud productiva, si es eficiente, tiene una cualidad indudablemente nueva; y podemos definir ésta como una particularísima congenialidad con los acontecimientos, una forma de hipersensibilidad, de intuición (más vulgarmente, de "olfato") que le permite crecer con el hecho, acontecer con el hecho. O, por lo menos, saber aislar instantáneamente el acontecimiento, una vez acontecido, y centrarse en él antes de que haya transcurrido.13
El crecimiento de su narración resulta así mitad efecto artístico y mitad obra de la naturaleza; su producto será una extraña interacción de espontaneidad y artificio, donde el artificio define y escoge la espontaneidad, pero la espontaneidad guía el artificio en su concepción y en su cumplimiento. Artes como la jardinería o la hidráulica ya habían ofrecido el ejemplo de un artificio que determinaba los movimientos presentes y los resultados futuros de determinadas fuerzas naturales, y los envolvía en el juego orgánico de la obra; pero, en el caso de la toma directa televisiva, los acontecimientos de la naturaleza no se insertan en cuadros formales que los hubieran previsto, sino que piden a los cuadros que surjan al unísono con ellos, que los determinen en el momento mismo en que son determinados por ellos.
Incluso en el momento en que su obra se encuentra en el mínimo nivel artesano, el director televisivo vive una aventura formativa tan desconcertante como para constituir un fenómeno artístico de extremo interés, y la cualidad estética de su producto, por simple y frágil que sea, no obstante, sigue abriendo siempre estimulantes perspectivas a una fenomenología de la improvisación.

Libertad de los acontecimientos y determinismos de la costumbre
1. Desarrollado este análisis descriptivo de las estructuras psicológicas y formales que se configuran en el fenómeno de la toma directa, debemos preguntarnos sobre todo qué futuro, qué posibilidades artísticas tiene este género de "narración televisiva" fuera de la práctica normal. Una segunda pregunta concierne a la indudable analogía entre este tipo de operación formativa, que se vale de las aportaciones de lo casual y de las decisiones autónomas de un "intérprete" (del director que "ejecuta" con un margen de libertad el tema "lo-que-pasa-aquí-ahora"), y ese fenómeno típico del arte contemporáneo que hemos designado en los ensayos precedentes como obra abierta.
Consideramos que una respuesta a la segunda cuestión puede ayudar a iluminar la primera. En la toma directa se configura, sin duda, una relación entre la vida en la amorfa apertura de sus mil posibilidades y el plot, la trama que el director instituye organizando, aun cuando sea improvisando, nexos unívocos y unidireccionales entre los acontecimientos elegidos y monta dos en sucesión. 
Que el montaje narrativo es un elemento importante y decisivo es cosa que ya hemos visto, hasta el punto de que para definir la estructura de la toma directa hemos debido recurrir a lo que es la poética de la trama por excelencia, la poética aristotélica, sobre cuya base es posible describir las estructuras tradicionales ya sea del drama teatral como de la novela, por lo menos de esa novela que convencional-mente llamamos bien hecha.14
Pero la noción de trama es sólo un elemento de la poética aristotélica y la crítica moderna ha aclarado de sobra que la trama es sólo la organización exterior de los hechos que sirve para manifestar una dirección más profunda del hecho trágico (y narrativo): la acción.15 Edipo, que investiga las causas de la peste, descubriéndose asesino de su padre y esposo de su madre, se provoca la ceguera: esto es la trama. Pero la acción trágica se establece a un nivel más profundo y en ella se devana el complejo asunto del hado y de la culpa con sus leyes inmutables, una especie de sentimiento dominante en la existencia y en el mundo. La trama es absolutamente unívoca, la acción puede colorearse con mil ambigüedades y abrirse a mil posibilidades interpretativas: la trama del Hamlet puede narrarla incluso un escolar y dejará a todo el mundo de acuerdo; la acción de Hamlet ha hecho verter y hará verter ríos de tinta porque es una, pero no unívoca.
Ahora bien, la narrativa contemporánea se ha orientado siempre más hacia una disolución de la trama (entendida como posición de nexos unívocos entre los acontecimientos que resultan esenciales para el desenlace final) para construir pseudoasuntos basados en la manifestación de los hechos "estúpidos" y accidentales. Accidentales y estúpidos son los hechos que acontecen a Leopold Bloom, a la señora Dalloway, a los personajes de Robbe-Grillet. Y, no obstante, son todos profundamente esenciales si se juzgan de acuerdo con otra noción de la elección narrativa y todos concurren a proyectar una acción, un desarrollo psicológico, simbólico o alegórico, e implican cierta argumentación implícita con respecto al mundo. La naturaleza de la misma, su posibilidad de ser entendida de múltiples modos y de estimular soluciones distintas y complementarias, es lo que podemos definir como "apertura" de una obra narrativa: en la repulsa de la trama se realiza el reconocimiento de que el mundo es un nudo de posibilidades y la obra de arte debe reproducir su fisonomía.
Ahora bien, mientras la novela y el teatro (Ionesco, Beckett, Adamov, obras como The connection) tomaban decididamente este camino, parecía que otra de las artes fundadas en la trama, el cine, se abstuviera de seguirlo. Abstención motivada por numerosos factores, no el último el de su destino social, precisamente porque el cine, frente a un apartamento de las otras artes en el laboratorio de experimentación sobre las estructuras abiertas, estaba en el fondo destinado a mantener la relación con el gran público y a suministrar esa contribución de dramaturgia tradicional que constituye una exigencia profunda y razonable de nuestra sociedad y nuestra cultura. Y queríamos insistir aquí en el hecho de que no se debe identificar una poética de la obra abierta con la única poética contemporánea posible, sino con una. de las manifestaciones, quizá la más interesante, de una cultura que, sin embargo, tiene otras exigencias que satisfacer y puede satisfacerlas a muy alto nivel, empleando modernamente estructuras operativas tradicionales; por lo que un filme fundamentalmente "aristotélico", como Stagecoach {"Sombras rojas"), constituye en el fondo un monumento ejemplar de la "narrativa" contemporánea.
De improviso —es preciso decirlo— se han visto aparecer en la pantalla obras que rompían decididamente con las estructuras tradicionales de la trama para mostrarnos una serie de acontecimientos carentes de nexos dramáticos entendidos desde un punto de vista convencional, una narración en la que no pasa nada, o pasan cosas que no tienen ya la apariencia de un hecho narrado, sino de un hecho sucedido por casualidad. Pensemos en los dos ejemplos más ilustres de esta nueva manera, L'avventura y La notte de Antonioni (el primero de modo más radical, el segundo en una medida más mediata y más vinculado a una visión tradicional).
No sólo vale el hecho de que estos filmes hayan aparecido como efecto de la decisión experimental de un director, sino que vale también el hecho de que hayan sido aceptados por el público, criticados, vituperados, pero en definitiva aceptados, asimilados como un hecho discutible, a lo más, pero posible. Tenemos que preguntarnos si sólo por casualidad de esta manera de contar ha podido proponerse a una audiencia únicamente después de que, desde hace algunos años, la sensibilidad común se ha habituado a la lógica de la toma televisiva; es decir, a un tipo de narración que, por concatenada y consecuente que parezca, usa siempre como material primario la sucesión escueta de los acontecimientos naturales; en los cuales la narración, aunque siga una ilación, se desvía continuamente en la anotación accidental, en la que a veces incluso puede no pasar nada durante mucho tiempo, cuando la telecámara espera la llegada de un corredor que no aparece y se mueve sobre el público y sobre los edificios circundantes, sin más razón que el hecho de que las cosas son así y no hay nada que pueda remediarlo.
Ante un filme como L'avventura, nos preguntamos si en muchos momentos no fue el resultado de una toma directa. Y si no fue así igualmente en gran parte de la fiesta nocturna de La notte, o en el paseo de la protagonista entre los muchachos que lanzan cohetes en el prado.
Surge entonces el problema de si la toma directa, a título de causa concomitante o simplemente de fenómeno contemporáneo, se inserta en este panorama de búsqueda y de resultados sobre una mayor apertura de las estructuras narrativas y sobre sus posibilidades de representar la vida en sus múltiples direcciones, sin imponerle unos nexos prefijados.
2. Pero aquí debemos percatarnos inmediatamente de un equívoco: la de la vida en su inmediatez no es apertura, es casualidad. Para hacer de esta casualidad un nudo de posibilidades efectivas, es necesario introducir en ella un módulo organizador. Escoger, a fin de cuentas, los elementos de una constelación entre los cuales se establecen nexos polivalentes, pero sólo después de la elección.
La apertura de L'avventura es efecto de un montaje que ha excluido deliberadamente la casualidad "casual" para introducir en ella sólo los elementos de una casualidad "voluntaria". La narración, como trama, no existe precisamente porque en el director hay la voluntad calculada de comunicar una sensación de intriga e indeterminación, una frustración de los instintos "noveleros" del espectador, para que éste se introduzca eficazmente en el núcleo de la ficción (que es ya vida filtrada) para orientarse a través de una serie de juicios intelectuales y morales. La apertura presupone a fin de cuentas la larga y cuidadosa organización de un campo de posibilidades.
Ahora bien, nada excluye que una cuidadosa toma directa sepa escoger, entre los hechos, los que se prestan a una organización abierta de semejante tipo. Pero intervienen aquí dos factores que sirven de vínculo y que son la naturaleza del medio y su destino social, es decir, su particular sintaxis y su auditorio.
Precisamente porque está en contacto inmediato con la vida como casualidad, la toma directa tiende a dominarla recurriendo al género de organización más tradicional-mente auténtico, la de tipo aristotélico, regida por las leyes de causalidad y necesidad, que son en última instancia las leyes de lo verosímil.
En L'avventura, en un punto determinado, Antonioni crea una situación de cierta tensión: en una atmósfera caldeada por el sol de mediodía, un hombre vuelca deliberadamente un tintero sobre el dibujo elaborado en plein air por un joven arquitecto. La tensión exige ser resuelta; en un western todo acabaría con una pelea de efecto liberador.
La riña justificaría psicológicamente lo mismo al ofendido que al ofensor, y los actos de cada uno estarían perfectamente motivados. En cambio, en la película de Antonioni no pasa nada de esto: la riña parece estallar, pero no estalla, gestos y pasiones se reabsorben en el bochorno físico y psicológico que domina toda la situación. Ahora bien, una indeterminación tan radical es el resultado final de una larga desviación del hilo narrativo. La violación de todas las expectativas que cualquier recto criterio de verosimilitud implicaría, es tan buscada e intencionada que no puede ser sino el fruto de un cálculo realizado sobre el material inmediato; de tal modo que los acontecimientos parecen casuales precisamente porque no lo son.
La toma televisiva que sigue un partido de fútbol, en cambio, no puede eximirse de soldar toda aquella acumulación de tensiones y soluciones proyectadas hacia la conclusión final del gol (o, a falta de gol, del error, del gol fallido que rompe la secuencia y hace estallar el grito del público). Y admitamos también que todo esto esté impuesto por la específica función periodística de la toma, que no puede dejar de documentar sobre lo que el mecanismo mismo del juego implica necesariamente. Pero, una vez producido el gol, el director podría escoger aún entre la multitud delirante —anticlímax apropiado, fondo adecuado a la distensión psíquica del espectador que ha descargado su emoción— o bien podría mostrar de golpe, genial y polémicamente, un escorzo de la calle más próxima (mujeres asomadas a la ventana en sus gestos cotidianos, gatos tomando el sol), o incluso cualquier imagen absolutamente ajena al juego, un acontecimiento próximo que se vinculase a la imagen precedente sólo por su clara, violenta distancia —subrayando así una interpretación limitadora, moralista o documental del juego o, incluso, la ausencia de toda interpretación, la repulsa de todo nexo y todo vínculo previsible, como en una apática manifestación de nihilismo que podría tener, dirigida con mano maestra, el mismo efecto de ciertas descripciones absolutamente objetivas del Nouveau Roman.
El director podría hacer, no obstante, que su toma no fuera directa sino en apariencia, pero de hecho resultara fruto de una larga elaboración, la aplicación de una nueva visión de las cosas que se rebela ante el mecanismo instintivo con que tendemos a relacionar los acontecimientos de acuerdo con la verosimilitud. Y recordemos que, para Aristóteles, la verosimilitud poética está determinada por la verosimilitud retórica; es decir, es lógico y natural que suceda en una trama lo que, de acuerdo con lo razonable, cada uno de nosotros esperaría en la vida normal, lo que casi en virtud de una convención, de acuerdo con los mismos lugares comunes del discurso, se piensa que debe suceder dadas ciertas premisas. En este sentido, pues, lo que el director tiende a entrever como resultado fantásticamente apropiado del discurso artístico es lo que el público puede esperarse como resultado adecuado, a la luz del sentido común, de una secuencia real de acontecimientos.
3. Ahora bien, la toma directa está determinada, en su desenvolvimiento, por lo que son las expectativas, las específicas exigencias de su público; el cual, en el momento mismo en que le pide una noticia sobre lo que pasa, piensa lo que sucede en términos de novela bien hecha; y reconoce la vida como real sólo cuando se le presenta sustraída a su casualidad y reunificada y seleccionada como trama.16 Y esto porque la novela de trama corresponde, en su expresión tradicional, al modo habitual, mecanizado, en general razonable y funcional, de moverse entre los acontecimientos reales confiriendo significado unívoco a las cosas; mientras que sólo en la novela experimental se encuentra la decisión de disociar los nexos habituales con los cuales se interpreta la vida, no para encontrar una no-vida, sino para experimentar la vida bajo aspectos nuevos, más acá de las convenciones esclerotizadas. Pero esto requiere una decisión cultural, un estado de ánimo "fenomenológico", una voluntad de poner entre paréntesis las tendencias adquiridas, voluntad que falta al espectador que mira la pantalla de televisión para enterarse de una noticia y para aprehender —legítimamente— cómo terminará.
No es imposible que en la vida, en el momento mismo en que los componentes de los dos equipos que juegan en el campo están poniendo término a una acción, en el punto máximo de tensión, los espectadores de los grade-ríos adviertan el sentido de la vanidad del todo y se abandonen a gestos improbables, unos saliendo del estadio, otros durmiéndose al sol, otros poniéndose a cantar himnos religiosos. Si esto ocurriera, la toma directa que lo pusiese de manifiesto organizaría una admirable no-historia sin por ello decir nada inverosímil: desde aquel día, esa posibilidad entraría a formar parte del bagaje de lo verosímil.
Pero, hasta una prueba en contrario, esta solución es, de acuerdo con la opinión común, inverosímil, y el espectador televisivo espera como verosímil lo opuesto —el entusiasmo de los asistentes— y la toma directa tiene el fin de proporcionárselo.
4. Fuera de estas constricciones, debidas a la relación funcional entre televisión como instrumento de información y un público que pide un producto de un tipo determinado, existe también, como ya se ha mencionado, una constricción de tipo sintáctico, determinada a su vez por la naturaleza del proceso productivo y por el sistema de reflejos psicológicos del director.
La vida, en su casualidad, es ya bastante dispersora como para desconcertar al director que trata de interpretarla narrativamente. Él se arriesga a perder continuamente el hilo y a reducirse a fotógrafo de lo uniforme y lo inconexo. No de lo inconexo deliberado —bajo cuya comunicación se esconde una intención ideológica precisa—, sino de lo inconexo factual experimentado. Para escapar a esta dispersión debe superponer continuamente a los datos el esquema de una posible organización. Y debe hacerlo de improviso, es decir, en brevísimas fracciones de tiempo.
Ahora bien, en este espacio de tiempo, el primer tipo de nexo entre dos acontecimientos que se presenta como psicológicamente más fácil e inmediato es el que se funda en la costumbre, la costumbre de lo verosímil de acuerdo con la opinión común. Relacionar dos acontecimientos de acuerdo con nexos desusados requiere, como se ha dicho, una decantación, una reflexión crítica, una decisión cultural, una elección ideológica. Es necesario, por tanto, que intervenga en este punto un nuevo tipo de costumbre, la de ver las cosas de modo desusado, de forma que resulte instintivo establecer el no-nexo, el nexo excéntrico, es decir —para expresarlo en términos musicales—, un nexo serial antes que uno tonal.
Esta costumbre formadora, que es además educación de la sensibilidad que podrá hacerse habitual sólo después de una asimilación más profunda de las nuevas técnicas narrativas, no tiene ninguna facilidad de cultivarla el director televisivo de actualidad, ni tampoco la presente organización cultural se lo exige. El único nexo posible que le permite su educación —como la de todo individuo normal que no se haya aplicado particularmente en las más recientes técnicas descriptivas del cine y de la novela contemporánea, haciendo propias sus razones— es el que establece la convención de verosimilitud, y, por tanto, la única solución sintáctica posible es la correlación de acuerdo con la verosimilitud tradicional (puesto que todos estaremos de acuerdo en admitir que no existen leyes de las formas en cuanto formas, sino leyes de las formas en cuanto son interpretables por el hombre, por lo que las leyes de una forma deben siempre coincidir con las costumbres de nuestra imaginación).
Hay que añadir, además, que no sólo el director de televisión, sino cualquiera, incluso un escritor familiarizado con las nuevas técnicas, ante una situación vital inmediata, la afrontaría de acuerdo con los esquemas de comprensión fundados en la costumbre y en la noción común de causalidad, precisamente porque estos nexos, en el estado actual de nuestra cultura occidental, son aún los más cómodos para movernos en la vida cotidiana. En el verano de 1961, Alain Robbe-Grillet sufrió un accidente de aviación después del cual el narrador, ileso, fue entrevistado por los periodistas: como señaló L'Express en un agudo artículo, la narración que Robbe-Grillet, emocionadísimo, hizo del accidente, tenía todas las apariencias de la narración tradicional; era, a fin de cuentas, aristotélica, balzaquiana si se quiere, cargada de intriga, de emoción, de participación subjetiva, dotada de un inicio, de un clímax, de un final apropiado. El articulista objetaba que Robbe-Grillet habría debido narrar el accidente en el mismo estilo impersonal, objetivo, carente de golpes teatrales, no narrativo en fin, según el cual escribe sus novelas; y proponía la deposición del escritor de su trono de pontífice de las nuevas técnicas narrativas. La argumentación era óptima bajo el perfil de la boutade, pero quien la tomara en serio, sospechando insinceridad en el novelista (que en un momento crucial parecía haber abdicado de su visión de las cosas para asumir aquella contra la que habitualmente polemizaba), habría sido víctima de un grave equívoco. Nadie, en efecto, puede pretender que un estudioso de geometría no euclidiana, al medir su propio cuarto para construir un armario, vaya a usar la geometría de Riemann; o que un estudioso de la teoría de la relatividad, al preguntar la hora al ocupante de un automóvil de paso, mientras él está de pie en la acera, regule su reloj basándose en las transformaciones de Lorentz. Los nuevos parámetros para ver el mundo se asumen para operar sobre realidades aceptadas experimentalmente, en el laboratorio, a través de abstracciones imaginativas o en el ámbito de una realidad literaria, pero pueden ser inadecuados para movernos entre los hechos comunes, no porque respecto de ellos sean falsos, sino porque en ese ámbito pueden resultar aún más útiles —a lo menos por ahora— los parámetros tradicionales usados por todos los demás seres con quienes tenemos trato diario.
La interpretación de un hecho que nos ocurre y al que debemos responder inmediatamente —o que debemos inmediatamente describir captándolo con la cámara de la televisión— es uno de los casos típicos en que las convenciones usuales siguen siendo aún las más oportunas.
5. Ésta es la situación del lenguaje televisivo en una fase dada de su desarrollo, en un período cultural dado, en una situación sociológica dada que confiere al medio una concreta función respecto de un público determinado. Nada impide imaginar una coincidencia de distintas circunstancias históricas en las que la toma directa pueda convertirse en un medio de educación para ejercicios más libres de la sensibilidad para aventuras asociadoras preñadas de descubrimientos y, por tanto, para una dimensión psicológica y cultural diferente. Pero una descripción de las estructuras estéticas de la toma televisiva de actualidad debe tener en cuenta los datos de hecho y ver el medio y sus leyes en relación con determinada situación de goce. En tales límites, una toma directa que recordara L'avventura tendría muchas posibilidades de ser una mala toma directa, dominada por una casualidad incontrolada. Y la referencia cultural podría entonces tener sólo un sabor irónico.
En un período histórico en que se configura la poética de la obra abierta, no todos los tipos de comunicación artística deben fijarse esta meta. La estructura de la trama, entendida desde el punto de vista aristotélico, permanece aún como típica de muchos productos de amplio consumo que tienen una función importantísima y que pueden alcanzar niveles muy altos (puesto que el valor estético no se identifica a toda costa con la novedad de la técnica, aun cuando el uso de nuevas técnicas puede ser un síntoma de frescor técnico e imaginativo, condición importante para el logro de un valor estético). Al quedar, por tanto, como uno de los baluartes de la profunda exigencia de trama que hay en cada uno de nosotros —y que alguna forma de arte, algún género viejo o nuevo proveerá siempre incluso en épocas futuras—, la toma directa se juzgará siempre de acuerdo con las exigencias que satisface y las estructuras con que las satisface.
Quedarán, por tanto, en ella muchas posibilidades aún de discurso abierto y de exploraciones y declaraciones sobre la indeterminación profunda de los acontecimientos cotidianos; y será cuando la indicación del acontecimiento dominante, montado de acuerdo con unas reglas de verosimilitud, se enriquezca con anotaciones marginales, con rápidas inspecciones sobre aspectos de la realidad circundante, accidentales a los fines de la acción primaria, pero alusivos por disonantes, como otras tantas perspectivas sobre posibilidades distintas, sobre direcciones divergentes, sobre otra organización que podría imponerse a los acontecimientos.
Entonces, como efecto pedagógico que no hay que desdeñar, el espectador podría tener la sensación, aunque vaga, de que la vida no se agota en el argumento que él sigue con avidez, y de que él, por consiguiente, no se agota con aquel hecho. Entonces la anotación marginal, capaz de sustraer el espectador a la fascinación hipnótica a que lo somete la trama, actuaría como motivo de "enajenación", ruptura imprevista de una atención pasiva, invitación al juicio o, en cualquier caso, estímulo de liberación del poder persuasivo de la pantalla.
Notas
1 "Palabra de jerga, acuñada probablemente por los músicos negros americanos para designar una frase musical, generalmente breve e incisiva (a veces original, a veces... de dominio público, una especie de frase hecha musical), ejecutada las más de las veces con una insistencia rítmica creciente y repetida varias veces ("obstinado") o bien intercalada como frase de paso, para obtener un particular colorido musical y un electo de tensión acentuado" (Enciclopedia del Jazz, Milán, 1953).
2 Aquí se insertan las diversas cuestiones sobre la mecánica de la improvisación (individual) en música. Véase el estudio de W. Jankele-witch, La rhapsodie, Flammarion, París, 1955.
3 Poetica, 1451a, 15.
4 Art as Experience, cit., cap. III.
5 Tal como la definimos, una experiencia resulta como una predicación de forma donde no son claras las últimas razones objetivas. La única objetividad que puede verificarse consiste, por lo demás, en la relación que marca la realización de la experiencia como percibida. En este punto, no obstante, el discurso superaría la pura verificación de una actitud que, por el momento, es suficiente.
6 Por "inmediatamente" entendemos: en ese momento para nosotros.
7 Poet, 1451a, 30.
8  Poet., 1459a, 20.
9. V. Luigi Pareyson, Il verisimile nella poetica di Aristolele, Turín. 1950.
10  Aparte del ejemplo del incendio, en Estados Unidos se ha dado ya el caso de telecámaras que acudieron al lugar de incidentes no previstos como hechos programados y, no obstante, periodísticamente interesantes.
11  Op. cit., cap. III.
12  Para esta dinámica del intento, tanto en el plano lógico como en el estético, vid. los capítulos II y V de la Estetica de L. Pareyson, cit.
13  Querríamos señalar que tal actitud corresponde a una disposición sucesiva de partes bajo la guía de un todo que no está presente aún. pero que orienta la operación. Esta wholeness que guía su descubrimiento en el ámbito de un campo circunscrito nos reclama a la concepción gestáltica. El acontecimiento a narrar se prefigura dictando leyes a la operación configuradora. Pero —como observaría la psicología de la transacción— el configurador establece la wholeness con elecciones y limitaciones sucesivas, involucrando en el acto de configuración su personalidad en el momento mismo en que, intuyendo el todo, se adecua a él. De tal modo que la wholeness alcanzada aparece como la realización de un posible que no era objetivo antes que un sujeto instituyera su objetividad.
14 Para una discusión sobre la noción de "novela bien hecha" y sobre su crisis, nos remitimos a J. Warren Beach, The Twentieth Century Novel. Nueva York, 1932.
15  Para una discusión sobre intriga y acción, remitimos a F. Ferguson, The Idea of a Theatre, Princeton, 1949, y a H. Goubier, l.'oeuvre théatrale, Flammarion, París, 1958 (en particular, el cap. III, "Action et intrigue"). 
Es natural que la vida, de hecho, sea más semejante al Ulyses que a Los tres mosqueteros; sin embargo, todos nosotros estamos más dispuestos a pensar la vida en términos de Los tres mosqueteros que de Ulyses, o, mejor dicho, podemos rememorar la vida y juzgarla sólo cuando la pensamos como una novela bien hecha.



Eco, Umberto. Obra abierta. Planeta Agostini, Barcelona, 1992. Título original: Opera aperta (1962) Traducción: Roser Berdagué .


ROLAND BARTHES - Roland Barthes por Roland Barthes (2/2)





¿Eres tu, querida Elisa…?
. . .no quiere decir en absoluto: me aseguro de la identidad incierta de la persona que viene, planteándose la muy singular pregunta: "¿es ella ella?", sino que quiere decir por el contrario: ¿ven? ¿oyen? la persona que se acerca se llama –o mas bien se llamará– Elisa, la conozco bien y pueden creerme que tengo muy buenas relaciones con ella. Y luego, además, esto: prendido en la forma misma del enunciado, hay el vago recuerdo de todas las situaciones en las que alguien ha dicho: "¿eres tú?", y aún más allá, hay el sujeto ciego que se interroga acerca de una venida (y si no eres tú, qué decepción –o qué alivio}, etc. 
¿De qué debe ocuparse la lingüística, del mensaje o del lenguaje? Esto en el caso de la veta de sentido tal corno se la extrae. ¿Cómo llamar a esta lingüística verdadera que es la lingüística de la connotación? 
Había escrito: "El texto es (debería ser) esa persona desenfadada que le enseña el trasero al Padre política" (PIT, 84). Un crítico simula creer que pone "trasero" en lugar de "culo" por pudor. ¿Acaso se olvida de la connotación? El buen diablillo no le muestra el culo a la señora MacMiche*, le muestra el trasero esta palabra infantil era necesaria ya que se trataba del Padre. 'Leer realmente es, pues, entrar en connotación. Juego cruzado: al ocuparse del sentido denotado, la lingüística positiva trata con un sentido improbable, irreal, oscuro, de tan extenuado que está; remite desdeñosamente a una lingüística de fantasía, el sentido claro, el sentido irradiante, el sentido del sujeto que se enuncia (¿sentido claro? sí, sentido bañado de luz, como en el sueño, donde percibo, agudizada, la angustia, la saturación, la impostura de una situación, con mucha más vivacidad que la historia que en él sucede). 
* Personaje de una novela para niños, Un bon petit diable, de la Contesse de Ségur, muy conocida. (N. de la T.) 

La elipsis 
Alguien le pregunta: "Usted ha escrito que la escritura pasa por el cuerpo; ¿puede explicarse?" 
Se da cuenta entonces cómo tales enunciados, tan claros para el, pueden resultar oscuros para muchos. Sin embargo, esta frase no es insensata, sólo elíptica: es la elipsis lo que no se tolera. A lo que se añade en este caso, tal vez, una resistencia menos formal: la opinión pública tiene una concepción reducida del cuerpo: es siempre, al parecer, lo que se opone al alma: toda extensión un tanto metonímica del cuerpo es tabú. 
La elipsis, figura mal conocida, perturba justamente porque representa la horrorosa libertad del lenguaje, que, de alguna manera, no nene medida obligatoria: sus módulos son totalmente artificiales, puramente aprendidos; no me causan más asombro las elipsis de La Fontaine (y sin embargo, cuántos rodeos no formulados entre el canto de la cigarra y su miseria) que la elipsis física que Junta en un simple mueble la corriente eléctrica y el frío, porque estos atajos están situados dentro de un campo. puramente operatorio: el del aprendizaje escolar y el de la cocina; pero el texto no es operatorio: no hay antecedentes para las transformaciones lógicas que propone. 

El emblema, el gag 
Una noche en la Opera es un verdadero tesoro textual. Si necesitase, para alguna. demostración crítica, una alegoría donde estalle la loca mecánica del texto carnavalesco, esta película me la proporcionaría: el camarote del barco el contrato roto la barahúnda final de los decorados son todo; episodios (hay más) que son emblemas de las subversiones lógicas operadas por el texto; si estos emblemas son perfectos es porque, a fin de cuenta, son cómicos, pues la risa es lo que, en una última pirueta, libera la demostración de su atributo demostrativo. Lo que libera a la metáfora, al símbolo, al emblema, de la manía poética, lo que manifiesta la fuerza de la subversión, es el disparate, ese "atolondramiento" que Fourier supo poner en sus ejemplos, desdeñando todo decoro retórico (SFL, 97). El porvenir lógico de la metáfora sería pues el gag. 

Una sociedad de emisores 
Vivo en una sociedad de emisores (siendo yo mismo uno de ellos): cada persona con quien me encuentro o que me escribe, me dirige un libro, un texto, un balance, un prospecto, una protesta, una invitación a un espectáculo, una exposición, etc. El goce de escribir, de producir, apremia a todos; pero como el circuito es comercial, la producción libre sigue atascada, enloquecida y como desesperada; las más de las veces, los textos, los espectáculos van allí donde no se los reclama; encuentran, para su desgracia, "conocidos", no amigos, y mucho menos compañeros; lo cual hace que esta suerte de eyaculación colectiva de escritura, en la cual podría verse la escena utópica de una sociedad libre (donde el goce circularía sin pasar por el dinero), está encaminada hoy hacia el apocalipsis. 

Empleo del tiempo 
"En las vacaciones, me levanto a las siete, bajo, abro la casa, me hago un té, desmigajo pan para los pájaros que esperan en el jardín, me lavo, quito el polvo de mi mesa de trabajo, vacío los ceniceros, corto una rosa, escucho las noticias de las siete y media. A las ocho, mi madre baja a su vez; desayuno con ella con dos huevos pasados por agua, una tajada de pan tostado y café negro sin azúcar; a las ocho y cuarto voy al pueblo a buscar el periódico, el Sud–Ouest; digo a la señora C.; el día está bonito, el día está gris, etc.; y luego comienzo a trabajar. A las nueve pasa el cartero (el tiempo está pesado hoy, qué día tan bonito, etc.), y un poco más tarde, en su camioneta llena de panes, la hija de la panadera (ella ha estudiado, así que no es el caso de hablar del tiempo); a las diez y media en punto me hago un café negro y me fumo mi primer tabaco del día. A la una almorzamos; duermo la siesta de la una y media a las dos y media. Llega entonces el momento en que ando flotando: siento muy pocas ganas de trabajar; a veces, pinto un poco, o vaya comprar aspirina a la farmacia, o quemo papeles en el fondo del jardín, o me hago un pupitre, un fichero, un clasificador de papeles; llegan así las cuatro de la tarde y de nuevo me pongo a trabajara. las cinco Y, cuarto es el té; hacia las siete me paro de trabajar; riego el jardín (si el tiempo está bueno) y toco piano. Después de la cena, televisión: si esa noche está demasiado tonta regreso a mi mesa de trabajo, escucho música elaborando fichas. Me acuesto a las diez y leo, uno tras otro, de dos libros: por una parte una obra de lengua bien literaria (las Confidences de Lamartine, el Journal de los Goncourt, etc.) , por la otra, una novela policiaca (mas bien vieja), o una novela inglesa (pasada de moda), o algo de Zola”. 
–Nada de esto tiene ningún interés. Aún más: no sólo uno marca su pertenencia a una clase sino que además hace de esa marca una confesión literaria cuya futilidad ya no es percibida: uno se constituye fantasmáticamente como "escritor", o, peor aun, uno se constituye. 

Lo privado 
Es en efecto cuando divulgo lo privado de mí mismo cuando más me expongo: no por el riesgo del "escándalo", sino porque así presento mi imaginario en su consistencia más fuerte; y el imaginario es precisamente lo que ofrece un blanco a los otros, lo que no está protegido por ningún vuelco, ninguna dislocación. Sin embargo, lo "privado" cambia según la doxa a la que uno se dirige: si es una doxa de derecha (burguesa o pequeñoburguesa: instituciones, leyes, la prensa), es lo privado sexual lo que más lo expone a uno. Pero si es una doxa de izquierda, la exposición de lo sexual no constituye una transgresión: lo "privado", en este caso, son las prácticas fútiles, los rastros de ideología burguesa que el sujeto confiesa: al dirigirme a esta doxa, me expongo menos al declarar una perversión que al enunciar un gusto: la pasión, la amistad, la ternura, la sentimentalidad, el placer de escribir, se convierten entonces, por un simple desplazamiento estructural, en términos indecibles: contradicen lo que puede ser dicho, lo que se espera que uno diga, lo que precisamente -la voz misma del imaginario-uno quisiera poder decir inmediatamente (sin mediaciones). 

De hecho ... 
¿Ustedes creen que la finalidad de la lucha libre es ganar? Pues no, su finalidad es la de comprender. ¿Creen que el teatro es ficticio, ideal, en relación con la vida? Pues no, en la fotogenia de los estudios de Harcourt, es el escenario lo que es trivial y es la ciudad lo soñado. Atenas no es una ciudad mítica; debe ser descrita en términos realistas, sin relación con el discurso humanista (1944). ¿Los marcianos? Ellos no representan al Otro (lo Extraño), sino al Mismo. La película de gángsteres no es emotiva, como podría pensarse, sino más bien intelectual. ¿Julio Verne escritor del viaje? En absoluto, es el escritor del encierro. La astrología no predice, describe (describe con mucho realismo condiciones sociales). El teatro de Racine no es un teatro de la pasión amorosa, sino de las relaciones de autoridad, etc. 
Estas figuras de la Paradoja son innumerables; tienen su operador lógico: la expresión: "de hecho": el strip-tease no es una solicitud erótica: de hecho desexualiza a la Mujer, etc. 

Eros y el teatro 
El teatro (la escena recortada) es el lugar mismo de la venustidad, es decir, del Eros mirado, alumbrado (por Psiquis y su lámpara). Basta con que un personaje secundario, episódico, presente algún motivo para desearlo (este motivo puede ser perverso, no estar relacionado con la belleza sino con un detalle de su cuerpo, con la textura de su voz, su forma de respirar y aun con alguna torpeza), para que se salve todo un espectáculo. La función erótica del teatro no es accesoria, porque sólo él, entre todas las artes figurativas (cine, pintura), da los cuerpos, y no su representación. El cuerpo en el teatro es a la vez contingente y esencial: esencial porque no se le puede poseer (está magnificado por el prestigio del deseo nostálgico); contingente porque se podría poseerlo, pues bastaría con estar loco por unos instantes (lo cual está dentro de las posibilidades) para saltar hacia el escenario y tocar lo que se desea. El cine, por el contrario, excluye, por una fatalidad de su naturaleza, toda acción: la imagen en él es la ausencia irremediahle del cuerpo representado. 
(El cine se parece a esos cuerpos que en verano se pasean con la camisa abierta: miren, pero no toquen, dicen esos cuerpos, y también el cine, ambos, literalmente, ficticios). 

El discurso estético 
Trata de sostener un discurso que no se enuncie en nombre de la Ley y/o de la Violencia: un discurso cuya instancia no sea ni política, ni religiosa, ni científica; que sea, de alguna manera, el residuo y el suplemento de todos estos enunciados. ¿Cómo llamaríamos este discurso? erótico, sin duda, pues tiene que ver con el goce; o tal vez también: estético, si se prevé darle poco a poco a esta vieja categoría una ligera torsión que la alejaría de su fondo regresivo, idealista, y la acercaría al cuerpo, a la deriva. 

La tentación etnológica 
Lo que le gustó en Michelet es la fundación de una etnología de Francia, la voluntad y el arte de interrogar históricamente -es decir, relativamente-los objetos tenidos por más naturales: el rostro, la comida, el vestido, la tez. Por otra parte, los pobladores de las tragedias de Racine, de las novelas de Sade, están descritos como pueblos, grupos étnicos cerrados, cuya estructura debe ser estudiada. En Mythologies, la etnografía que se hace es la de la propia Francia. Además, siempre le gustaron las grandes cosmogonías novelescas (Balzac, Zola; Proust}, tan cercanas a las pequeñas sociedades. Y es que el libro etnológico tiene todos los poderes del libro amado: es una enciclopedia, que anota y clasifica toda la realidad, aun la más fútil, la más sensual; esta enciclopedia no adultera al Otro reduciéndolo al Mismo; la apropiación disminuye, la certeza del Yo se aligera. En fin, de todos los discursos sabios, el etnológico le parece el más cercano de una Ficción. 

Etimologías 
Cuando escribe decepción quiere decir depreciación; abyecto quiere decir para desechar; amable quiere decir que uno lo puede amar; la imagen es una imitación; precario: que uno puede suplicar, hacer flaquear; la evaluación es una fundamentación de valor: la turbulencia un torbellino; la obligación un vínculo; la definición un trazado de límites, etc. 
Su discurso está lleno de palabras que él, valga la expresión, corta de raíz. Sin embargo, en la etimología, no es la verdad o el origen de la palabra lo que le gusta, es más bien el efecto de sobreimpresión que ella autoriza: la palabra es vista como un palimpsesto: me parece que tengo ideas a ras de la lengua –lo cual es simplemente: escribir (hablo aquí de una práctica, no de un valor). 

Violencia, evidencia, naturaleza 
No podía salir de la sombría idea de que la verdadera violencia es la de lo que se da por sentado: lo que es evidente es violento aun si esta evidencia está representada suavemente, liberalmente, democráticamente; lo paradójico, lo que no entra dentro del sentido común lo es menos, aun si se le impone arbitrariamente: un tirano que promulgara leyes estrafalarias sería, a fin de cuentas, menos violento que una masa que se contentase con enunciar lo que se da por sentado: en suma, lo "natural" es el último de los ultrajes. 

La exclusión 
Utopía (a la Fourier): la de un mundo donde no habría ya sino diferencias, de modo que diferenciarse ya no sería excluirse. 
Al atravesar por la iglesia de San Sulpicio y al ver, por azar, el fin de una boda, experimenta .un sentimiento de exclusión. ¿Por qué esta alteración provocada por el más imbécil de los espectáculos: ceremonial, religioso, conyugal y pequeño burgués (no era una gran boda)? El azar había traído ese momento raro donde todo lo simbólico se acumula y obliga al cuerpo a ceder. Había recibido .en una sola bocanada todas las divisiones de las que es objeto, como si, bruscamente, fuese el ser mismo de la exclusión lo que lo golpeara: compacto y duro. Pues a las exclusiones simples que este episodio representaba para él se añadía un último alejamiento: el de su lenguaje: no podía asumir su perturbación en el código mismo de la perturbación, es decir, expresarlo: se sentía más que excluido: desligado: siempre devuelto al lugar del testigo, cuyo discurso solo puede estar, como se sabe, sometido a un código del desapego: o narrativo, o explicativo, o contestatario, o irónico: nunca lírico, nunca homogéneo con el pathos fuera del cual tiene que encontrar su lugar. 

Celina y Flora 
La escritura me somete a una exclusión severa, no sólo porque me separa del lenguaje corriente ("popular") sino más esencialmente porque me impide "expresarme": ¿a quién podría esto expresar? Al poner al vivo la inconsistencia del sujeto, su atopía, al dispersar las ilusiones del imaginario, este hace insostenible todo lirismo (como dicción de una "emoción" central). La escritura es un goce seco, ascético, nada efusivo. 
Ahora bien, en el caso de una perversión amorosa, esta sequedad se hace desgarradora: estoy encallado, no puedo hacer entrar en mi escritura el encantamiento (pura imagen) de una seducción: ¿cómo hablar de quien o a quien, se ama? ¿Cómo hacer resonar la afección sino a través de rodeos tan complicados que le hacen perder toda publicidad y, por ende, toda alegría? 
Esta es una perturbación muy sutil del lenguaje, análoga al fading extenuante que, en una conversación telefónica a veces solo ocurre a uno de los dos interlocutores. Proust la describe muy bien y a propósito de algo muy distinto del amor (¿no es a menudo el ejemplo heterológico el mejor?) Cuando las tías Celina y Flora quieren agradecer a Swann su vino de Asti, por buscar la ocurrencia, por exceso de discreción, por euforia del lenguaje y un asteísmo un poco demencial, lo hacen de una manera tan alusiva que nadie las entiende; producen un discurso doble pero, desgraciadamente, nada ambiguo, pues su reverso público queda como abrasado y se vuelve totalmente insignificante: la comunicación fracasa, no por ininteligibilidad, sino porque se produce una verdadera escisión entre la emoción del sujeto –agradecido o enamorado– y la nulidad, la afonía de su expresión. 

La exención del sentido 
Visiblemente, piensa en un mundo que estaría exento de sentido (como uno está exento del servicio militar). Esto comenzó con el Grado cero donde se sueña con "la ausencia de todo signo"; luego, miles de afirmaciones inciden sobre este sueño (a propósito del texto de vanguardia, del Japón, de la música, del alejandrino, etc.): 
Lo divertido es que en la opinión común, precisamente, existe una versión de este sueño; a la Doxa tampoco le gusta el sentido, el cual es culpable, para ella, de introducir en la vida una suerte de inteligible infinito (que no es posible detener): a la invasión del sentido (de la que son responsables los intelectuales), ella opone lo concreto: lo concreto es lo que supuestamente ofrece resistencia al sentido. 
Sin embargo, no se trata para él de reencontrar un sentido previo, un origen del mundo, de la vida, de los hechos, ,anterior al sentido, sino más bien de imaginar un sentido posterior: hay que atravesar, como un largo camino de iniciación, todo el sentido, para poder extenuarlo, eximirlo. De donde surge una doble táctica: contra la Doxa, hay que ponerse a favor del sentido, pues el sentido es producto de la Historia, no de la Naturaleza; pero contra la Ciencia (el discurso paranoico}. hay que mantener la utopia de la abolición del sentido. 

El fantasma, no el sueño 
Soñar (bien o mal) es insípido (qué aburridos son los relatos de sueños). Por el contrario, el fantasma ayuda a pasar cualquier momento de vigilia o insomnio; es ,una pequeña novela de bolsillo que uno lleva siempre consigo y que puede abrir en cualquier parte sin que nadie vea nada, en un tren, en un café, esperando una cita. El sueño me desagrada porque uno está enteramente absorbido en él: el sueño es monológico; y el fantasma me gusta porque se mantiene concomitante con la conciencia de la realidad (la del lugar donde estoy); así se crea un espacio doble, dislocado, escalonado, dentro del cual una voz (no sabría decir cuál, la del café o la de la fábula interior), como en la marcha de una fuga, se pone en posición indirecta: algo se trama; es, sin pluma ni papel, un comienzo de escritura. 

Un fantasma vulgar 
X me decía: "'¿Es posible imaginar alguna frustración en los libertinos de Sade?" y, sin embargo, su fuerza inusitada, su prodigiosa libertad aun se quedan pálidas comparadas con mi propia fantasmagoría. No es que tenga ganas de añadir ninguna práctica a la lista aparentemente exhaustiva de sus goces, sino que la única libertad de la que yo puedo disfrutar, ellos no la tienen: la de poder gozar instantáneamente de la persona con quien me cruzo y a la que deseo. Es verdad, añadía, que este fantasma es vulgar: ¿no soy en potencia el individuo sádico que aparece en las noticias de prensa, el degenerado sexual que "salta" sobre las mujeres que pasan? En Sade, por el contrario, no hay nunca nada que recuerde la mediocridad del discurso de prensa". 

El regreso como farsa 
Profundamente impresionado, otrora, e impresionado para siempre, por aquella idea de Marx de que en la Historia, la tragedia regresa a veces como farsa. La farsa es una forma ambigua, pues deja que se perciba en ella la figura de lo que repite irrisoriamente; así en el caso de la Contabilidad: valor fuerte en la época en que la burguesía era progresista, rasgo mezquino cuando esta burguesía se ha vuelto triunfante, juiciosa, explotadora; lo mismo pasa con lo "concreto" (coartada de tantos sabios mediocres y políticos pedestres), que no es más que la farsa de uno de los valores más altos: la exención de sentido. 
Este regreso–como–farsa es a su vez la burla del emblema materialista: la espiral (introducida por Vico en nuestro discurso occidental). Sobre el trayecto de la espiral, todo retorna, pero situado en otro lugar, en un lugar más alto: es entonces el regreso de la diferencia, el camino de la metáfora; es la Ficción. En cuanto a la Farsa, ésta regresa en un lugar más bajo; es una metáfora que se inclina, se marchita y cae (se afloja). 

El cansancio y la frescura 
El estereotipo puede evaluarse en términos de cansancio. El estereotipo es lo que empieza a cansarme. De allí, el antídoto, al que se recurre ya en Le Degré zéro de l'écriture: la frescura del lenguaje. 
En 1971, como la expresión "ideología burguesa" ya estaba considerablemente rancia y empezaba a "cansar", como un ronzal viejo, él llega a escribir (discretamente) "la ideología llamada burguesa". y no es que por un momento niegue a la ideología su marca burguesa (muy por el contrario: ¿qué otra cosa sería? ); pero hay que desnaturalizar el estereotipo con algún signo verbal o gráfico que ostente su desgaste (las comillas, por ejemplo). Lo ideal sería evidentemente borrar poco a poco estos signos externos impidiendo, a la vez, que la palabra petrificada se reintegre a una naturaleza; pero para lograrlo, el discurso estereotipado tiene que estar enmarcado en una mimesis (novela o teatro): son entonces los personajes mismos los que hacen las veces de las comillas: Adamov logra así (en Ping–Pong) producir un lenguaje sin ostentación, pero no sin distancia: un lenguaje congelado (My, 90). 
(Fatalidad del ensayo frente a la novela: está condenado a la autenticidad – al abandono de las comillas). 
En Sarrasine, la Zambinella declara que quiere ser para el escultor que la ama, "un amigo fiel" desenmascarando con este masculino, su verdadero sexo original: pero su amante no oye nada: está engañado por el estereotipo (S/Z, 169): ¿cuántas veces no ha empleado el discurso universal esta expresión de "amigo fiel"? Habría que partir de esta parábola, mitad gramatical, mitad sexual, para reconocer los efectos represivos del estereotipo. Valéry hablaba de esas personas que mueren en un accidente por no soltar el paraguas; cuántos sujetos hay reprimidos, desviados, cegados respecto a su propia sexualidad, por no soltar un estereotipo. 
El estereotipo es ese lugar del discurso donde falta el cuerpo, donde uno está seguro que éste no está. Inversamente, en este texto presuntamente colectivo que estoy leyendo, a veces, el estereotipo (la escribancia) cede y aparece la escritura; estoy seguro entonces que ese fragmento de enunciado fue producido por un cuerpo. 

La ficción 
Ficción: delgado desasimiento, delgada despegadura que forma un cuadro completo, coloreado, como una calcomanía. 
A propósito del estilo (SI): "Es a una imagen a la que quiero interrogar, o, con más exactitud, a una visión: ¿cómo vemos el estilo?" Todo ensayo se basa así, quizá, en una visión de los objetos intelectuales. ¿Por qué no se tomaría la ciencia el derecho de tener visiones? (A menudo, afortunadamente, se lo toma). ¿No podría la ciencia volverse ficcional? 
La Ficción tendría que ver con un nuevo arte intelectual (así se define a la semiología y al estructuralismo en Systéme de la Mode). Con las cosas intelectuales construimos a la vez teorías, combates críticos y placer; sometemos los objetos del saber y de la disertación ––como en todo arte– no ya a una instancia de verdad, sino a un pensamiento de los efectos. 
Le hubiera gustado producir, no una comedia del Intelecto, sino más bien su novela. 

La doble figura 
Esta obra, en su continuidad, avanza por una vía de dos movimientos: la línea recta (el encarecimiento, el acrecentamiento la insistencia de una idea, una posición, un gusto, una imagen) y el zig zag (lo contrapuesto, la contramarcha, la contrariedad la energía reactiva, la negación, el vaivén, el movimiento de la Z, la letra de la desviación). 

El amor, la locura 
Orden del día de Bonaparre, Primer cónsul, a su guardia: 
El granadero Gobain se ha suicidado por amor: era, por otra parte, un buen sujeto., Este es el segundo acontecimiento de esta naturaleza que ocurre dentro del cuerpo desde hace un mes. El Primer cónsul ordena que se ponga en el orden del día para la guardia: que un soldado debe vencer el dolor y la melancolía de las pasiones; que hay tanto coraje verdadero en sufrir con constancia las pesadumbres del alma como en afrontar la metralla de una batería . . . " 
Estos granaderos enamorados, melancólicos, ¿de qué lenguaje sacaban su pasión (poco conforme a la imagen de su clase y su oficio)? ¿Qué libros habían leído o qué historia habían oído? La perspicacia de Bonaparte está en haber asimilado el amor a una batalla, y no, banalmente, porque en ellos se enfrenten dos contrincantes, sino porque, hiriente como la metralla, la ráfaga amorosa provoca entorpecimiento y miedo: crisis, revulsión del cuerpo, locura: el que está enamorado a la manera romántica conoce la experiencia de la locura. Ahora bien, a este tipo de loco hoy día no se le aplica ninguna palabra moderna, y es por ello, a fin de cuentas, por lo que se siente loco: no tiene lenguaje que robar – a no ser que sea muy antiguo. 
Perturbación, herida, desamparo o júbilo: el cuerpo todo entero arrastrado, allegado de Naturaleza, y todo esto, sin embargo: como si estuviese tomando en préstamo una cita. En el sentimiento del amor, en la locura amorosa, si quiero hablar, lo que hago es reencontrar: el Libro, la Doxa, la Estupidez. Mescolanza del cuerpo y el lenguaje: ¿cuál de los dos empieza? 

El apócrifo 
¿Cómo funciona eso de escribir? Sin duda a través de movimientos de lenguaje lo bastante formales y repetidos como para que yo pueda llamarlos "figuras": adivino que hay figuras de producción, operadores de texto. Ellos son, entre otros, aquí: la evaluación, la nominación, la anfibología, la etimología, la paradoja, el encarecimiento, la enumeración, el torniquete. 
Hay otra de esas figuras: el apócrifo (el apócrifo es, en la jerga de los expertos grafólogos, una imitación de escritura). Mi discurso contiene muchas nociones apareadas (denotación/ connotación, legible/escribible, escritor/escribiente). Estas oposiciones son artefactos: se toma de la ciencia modales conceptuales, una energía clasificadora: se roba un lenguaje sin llegar, no obstante, a aplicarlo exhaustivamente: imposible decir: esto es una denotación, aquello, una connotación, o: tal quien es escritor, tal quien, escribiente, etc.: se acuña la oposición (como una moneda), pero no se le hace honor. ¿Para qué sirve, entonces? Simplemente, para decir algo: es necesario sentar un paradigma para producir un sentido y poder luego derivarlo. 
Esta manera de hacer funcionar un texto (mediante. figuras y operaciones) concuerda bien con los puntos de vista de la semiología (y lo que subsiste en ella de la vieja retórica). está, pues, históricamente e ideológicamente marcada: en efecto, mi texto es legible: estoy del lado de la estructura, de la frase, del texto fraseado: produzco para reproducir, como si tuviese un pensamiento y lo representase con la ayuda de materiales y reglas: escribo clásicamente. 

¿Fourier o Flaubert? 
¿Quién es más importante históricamente: Fourier o Flaubert? En la obra de Fourier no hay casi ninguna huella .directa de la Historia, muy agitada sin embargo, de la que fue contemporáneo. Flaubert, por su parte, relató a todo lo largo de una novela los. acontecimientos de 1848. Esto no impide que Fourier sea más importante que Flaubert: enunció indirectamente el deseo de la Historia y es por ello que es a la vez historiador y moderno: historiador de un deseo. 

El círculo de los fragmentos 
Escribir por fragmentos: los fragmentos son entonces las piedras sobre el borde del círculo: me explayo en redondo: todo mi pequeño universo está hecho migajas: en el centro, ¿qué? 
Su primer texto más o menos (1942) está hecho de fragmentos; esta elección la justificaba entonces a la manera gidiana "porque es preferible la incoherencia al orden que deforma". De hecho, no ha dejado de practicar, desde entonces, la escritura corta: pequeños cuadros de Mythologies y de l'Empire des signes, artículos y prefacios de los Essais critiques, lexías de S/Z, párrafos titulados del Michelet, fragmentos del Sade II y del Plaisir du Texte. 
La lucha libre la veía como una serie de fragmentos, una suma de espectáculos, pues en ella "es cada momento lo que es inteligible, no la duración" (My, 14); contemplaba con asombro y predilección este artificio deportivo, sometido en su estructura misma, al asíndeton y al anacoluto, figuras de la interrupción y del corto circuito. 
El fragmento no sólo está separado de sus vecinos sino que, además, en el interior de cada fragmento reina la parataxis. Lo cual se nota claramente si se hace el índice de estos trozos cortos; en cada uno de ellos, el ensamblaje de los referentes es heteróclito; es como un juego de rimas: "Sean las palabras: fragmento, círculo, Gide, lucha libre, asindeton, pintura, disertación, Zen, intermedio; imagínese un discurso que pueda vincularlas". Pues bien, sería sencillamente este fragmento mismo. El índice de un texto no es pues sólo un instrumento de referencia; él mismo es un texto, el segundo texto que es el relieve (residuo y asperidad) del primero: lo que hay de delirante (de interrumpido) en la razón de las frases. 
Como no había practicado en pintura más que embadurnamientos tachistas, me decido a empezar un aprendizaje serio y paciente del dibujo; intento copiar una composición persa del siglo XVII ("Señores en la caza"); irresistiblemente, en vez de tratar de representar las proporciones, la organización, la estructura, copio y enlazo ingenuamente cada detalle; esto produce "alcances" inesperados: la pierna de un jinete se encuentra encaramada en el pecho del caballo, etc. En suma, procedo por adiciones, no a través del bosquejo; tengo el gusto previo (primero). por el detalle, el fragmento, el rush, y la inhabilidad de llegar a una "composición": no sé reproducir "las masas". 
Como le gusta encontrar, escribir, comienzos, tiende a multiplicar este placer: es por ello que escribe fragmentos: mientras más fragmentos escribe, más comienzos y por ende más placeres (pero no le gustan los fines: es demasiado grande el nesgo de la cláusula retórica: tiene el temor de no saber resistir a la última palabra, la última réplica ) 
El Zen pertenece al budismo torin, método de la apertura abrupta, separada, rota (el kien, por el contrario, es el método del acceso gradual). El fragmento, (como el haiku) es torin: implica un goce inmediato: es el fantasma de un discurso, un bostezo de deseo. Bajo la forma del pensamiento-frase, el germen del fragmento se le ocurre a uno en cualquier parte: en el café, en el tren, hablando con un amigo (surge lateralmente a lo que él dice o a lo que digo yo); uno saca su carnet, no para anotar un "pensamiento", sino algo como un cuño, lo que otrora se hubiese llamado "un verso". 
Pero entonces cuando uno dispone los fragmentos uno tras otro, ¿no es posible ninguna organización? Sí: el fragmento es como la idea musical de un ciclo (Bonne Chanson, Dicbterliebe): cada pieza se basta a sí misma y, sin embargo, no es nunca más que el intersticio de sus vecinas: la obra no está hecha más que de piezas fuera de texto. El hombre que mejor comprendió y practicó la estética del fragmento (antes de Webern), fue tal vez Schumann; llamaba el fragmento "intermezzo"; rnultiplicó en su obra los zntermezzi: todo lo que producía estaba a la postre intercalado: ¿pero entre qué y qué? ¿qué significa una seRIe pura de interrupciones? 
El fragmento tiene su ideal: una alta condensación, no de pensamiento, o de sabiduría, o de verdad (como en la Máxima), sino de música: al "desarrollo" se opone entonces el "tono" algo articulado y cantado, una dicción: allí debería reinar el timbre. Piezas breves de Webern: ninguna cadencia: ¡majestuosidad pone en quedarse corto! 

El fragmento como ilusión 
Tengo la ilusión de creer que al quebrar mi discurso, dejo de discurrir imaginariamente sobre mí mismo, que atenúo el riesgo de la trascendencia; pero como el fragmento (el haiku, la máxima, el pensamiento, el trozo de periódico) es finalmente un género retórico, y la retórica es esa capa del lenguaje que mejor se presta a la interpretación, al creer que me disperso lo que hago es regresar virtuosamente al lecho del imaginario. 

Del fragmento al diario 
Con la coartada de la disertación destruida se llega a la práctica regular del fragmento; luego, del fragmento se pasa al "diario". Entonces, ¿no es la meta de todo esto el otorgarse el derecho de escribir un "diario"? ¿No tengo razón en considerar todo lo que he escrito como un esfuerzo clandestino y obstinado para hacer que reaparezca un día, libremente, el tema del "diario" gidiano? Quizá es sencillamente el texto inicial que aflora en el horizonte último (su primer texto tuvo como tema el Journal de Gide). 
Sin embargo, el "diario" * (autobiográfico) está hoy desacreditado. Juego cruzado: en el siglo XVI, cuando se empezaron a escribir, se les llamaba, sin reticencia, diaire (diarios): diarrhée y glaire (diarrea y flema). 
Producción de mis fragmentos. Contemplación de mis fragmentas (corrección, pulitura, etc.). Contemplación de mis desechos (narcisismo). 
*Diario, en francés, Journal, (N. de la T.) 

El refresco de fresa 
De pronto, la Mujer aflora en Charlus: no cuando corre tras militares y cocheros, sino cuando pide en casa de los Verdurin, con voz muy aguda, un refresco de fresa. ¿Será la bebida una buena cabeza de lectura (un cabezal rastreador que busca una verdad del cuerpo)? 
Bebidas que uno consume toda la vida sin gustarle: el té, el whisky. Bebidas–horas, bebidas–efecto y no bebidas–sabor. Búsqueda de una bebida ideal: que fuese muy rica en metonimias de todo tipo. 
El gusto por el buen vino (el gusto recto del vino) es inseparable de la comida. Beber vino es comer. Tomando como pretexto la dietética, el patrón del restaurante T. me revela la regla de este simbolismo: si se bebe una copa de vino antes de que a uno le sirvan la comida, él exige que uno lo acompañe con un poco de pan: que se cree un contrapunto, una concomitancia; la civilización comienza con la duplicidad (la sobredeterminación): ¿no es el buen vino aquel cuyo sabor se desprende, se desdobla, de modo que el gusto del sorbo ya tragado no es del todo el mismo que el gusto del sorbo inicial? En el lapo de buen vino, como en la absorción del texto hay una torsión un escalonamiento de grados: se encrespa, como una cabellera: 
Al recordar las pequeñas cosas de las que había tenido que privarse en su infancia, descubrí las cosas que le gustan actualmente: por ejemplo, las bebidas heladas (la cerveza muy fría), porque en aquella época no había todavía refrigeradores (el agua del grifo, en B., durante los veranos muy pesados, estaba siempre tibia). 

Francés 
Francés por las frutas (como otros lo fueron "por las mujeres"): gusto por las peras, las cerezas, las frambuesas; ya menos por las naranjas; y ningún gusto por las frutas exóticas, los mangos, las guayabas. 

Errores de mecanografía 
Escribir a máquina: no se traza nada: no existe nada y, luego, ele repente, todo está trazado: no hay producción: no hay aproximación; no hay el nacimiento de la letra sino la expulsión de un pedacito de código. Los errores de mecanografía son, pues, muy particulares: son errores de esencia: al equivocarse de tecla, golpeo al sistema en su centro mismo; el error de máquina no es nunca algo fluido, algo indescifrable, es un error legible, un sentido. Sin embargo, mi cuerpo todo entero pasa por esos errores de código: esta mañana, habiéndome levantado, por equivocación, demasiado temprano, cometo. errores sin fin, falsifico lo que escribo y escribo un texto distinto (esa droga: el cansancio); y habitualmente cometo siempre los mismos errores: desorganizo, por ejemplo, la "estructura" a través de una metátesis obstinada, o sustituyo por "z" (la letra mala) la "s" del plural (en la escritura a mano nunca hago más que una sola falta, muy frecuente: escribo "n" por "m", me amputo una pierna, quiero letras con dos extremidades, no tres). Estos errores mecánicos, por no tratarse de deslices solo de substituciones, remiten a un tipo de perturbación muy distinto a las singularidades de lo manuscrito: mediante la máquina el inconsciente escribe con mucha más segundad que en la escritura natural, y podría imaginarse un grafoanálisis mucho más pertinente que la sosa grafología; es cierto que una buena mecanógrafa no se equivoca: ¡no tiene inconsciente! 

El estremecimiento del sentido 
Todo su trabajo, evidentemente, tiene como objeto una moralidad del signo (moralidad no es lo mismo que moral). En esta moralidad, como tema frecuente, el estremecimiento del sentido tiene un lugar doble; es ese primer estado según el cual lo "natural" empieza a agitarse, a significar (a volver a ser relativo, histórico, idiomático); la ilusión (aborrecida) del se da por sentado se descascara, se agrieta, la máquina de los lenguajes echa a andar, la "Naturaleza" se estremece por toda la socialidad comprimida en ella, dormida: me asombro ante lo "natural" de las frases, así como el griego antiguo de Hegel se asombra ante la Naturaleza y escucha en ella el estremecimiento del sentido. Sin embargo, a este estado inicial de la lectura semántica, en el cual las cosas se ponen en marcha hacia el sentido "verdadero" (el de la historia), responde más allá y casi contradictoriamente otro valor: el sentido, antes de quedar abolido en la insignificancia, se estremece una vez más: hay sentido, pero este sentido no se deja "asir"; sigue siendo fluido, se estremece en una ligera ebullición. El estado ideal de la socialidad se declara así: un vasto y perpetuo murmullo anima sentidos innumerables que estallan, crepitan, fulguran sin tomar nunca la forma definitiva de un signo tristemente agobiado por su significado: tema feliz e imposible, pues este sentido idealmente estremecido es inexorablemente recuperado por un sentido sólido (el de la Doxa) o por un sentido nulo (el de las místicas de la liberación}. 
(Formas de este estremecimiento: el Texto, la significancia, y, tal vez: lo Neutro). 

La inducción galopante 
Tentación del razonamiento: del hecho de que el relato de un sueño excluye al que lo oye (de las delicias del referente), inducir que una de las funciones del Relato sería la de excluir al lector. 
(Dos temeridades: no sólo este hecho no es seguro –¿de dónde saca uno que el relato de un sueño aburre, sino ele un sentimiento muy personal?– sino que además es exageradamente abstracto, ampliado a la categoría general del Relato: este hecho no muy seguro se convierte en punto de partida de una extensión abusiva. Lo que barre con' todo es el sabor de la paradoja: el poder de sugerir que el Relato no es nada proyectivo, el poder de subvertir la doxa narrativa). 

Zurdo 
¿Qué quiere decir ser zurdo? Uno come a contrapelo de los sitios asignados a los cubiertos; uno encuentra el asa del teléfono al revés cuando un derecho lo ha usado antes que uno; las tijeras no están hechas para nuestro pulgar. En clase, antes, uno tenía que luchar para ser como los demás, uno tenia que normalizar su cuerpo, hacer a la pequeña sociedad del liceo la oblación de su buena mano (yo dibujaba, forzado, con la mano derecha, pero coloreaba con la izquierda: revancha de la pulsión); una exclusión modesta, de pocas consecuencias, tolerada socialmente, marcaba la vida adolescente con un pliegue tenue y persistente: uno se las arreglaba y seguía adelante. 

Los gestos de la idea 
El sujeto de tacan (por ejemplo) no le hace pensar para nada en la ciudad de Tokio; pero Tokio le hace pensar en el sujeto de Lacan. Este es un procedimiento constante: rara vez parte de la idea para inventarle luego una imagen; parte de un objeto sensual, y espera entonces hallar en su trabajo la posibilidad de encontrarle una abstracción, tomada de la cultura intelectual del momento: entonces, la filosofía ya no es más que una reserva de imágenes particulares, de ficciones de ideas (toma prestados objetos, no razonamientos). Mallarmé habló los "gestos de la idea": encuentra primero el gesto (expresión del cuerpo), luego la idea (expresión de la cultura, del intertexto) . 

Abgrund 
¿Se puede –se podía, al menos, antes– comenzar a escribir sin tomarse por otro? Habría que substituir la historia de las fuentes por la de las figuras: el origen de la obra no es la primera influencia sino la primera postura: se copia un papel, y luego, por metonimia, un arte: comienzo a producir reproduciendo al que quisiera ser. Este primer anhelo (yo deseo y me dedico) funda un sistema secreto de fantasmas que persisten de época en época, a menudo independientemente de los escritos del autor deseado. 
Uno de sus primeros artículos (1942) trataba del Journal de Gide; en otro artículo ("En Grece", 1944) se nota claramente que imita la escritura de Los alimentos terrestres. Y Gide ocupó un lugar muy importante en sus lecturas de juventud: es una mezcla diagonal de Alsacia y Gascuña, como él lo era de Normandía y Languedoc, es como él protestante, con e! gusto por las "letras" y toca piano, entonces, aún sin contar lo demás, ¿cómo no reconocerse, desearse en ese escritor? El Abgrund gidiano, lo inalterable de Gide, sigue dentro de mí como una efervescencia testaruda. Gide es mi lengua original, mi Ursuppe, mi pan literario. 

El gusto por los algoritmos 
Nunca manejó verdaderos algoritmos; recurrió durante un tiempo (aunque este gusto parece haber sido pasajero) a formulaciones menos arduas: apariencias de ecuaciones simples, esquemas, tablas, árboles. Estas figuras, a decir verdad, no sirven para 'nada; son juguetes poco complicados, semejantes a las muñecas que se fabrican con la punta de un pañuelo: uno. juega para uno mismo: de esta manera Zola se hace un plan de Plassans para explicarse a sí mismo su novela. El sabe muy bien que estos dibujos ni siquiera tienen el interés de colocar al discurso dentro de la razón científica: ¿a quién podrían engañar? Sin embargo, se juega a hacer ciencia, se mete a ésta dentro del cuadro como un trozo de papel en un collage. De la misma manera Fourier sitúa el cálculo –del cual depende el placer– dentro de una cadena fantasmática (pues hay fantasmas de discursos). 

Y sí yo no hubiese leído ... 
¿Y si yo no hubiese leído a Hegel, ni La princesse de Cléves, ni Les Cbats de Lévi–Strauss, ni L'Anti–Oedipe? El libro que no he leído y que a menudo me dicen aún antes de que haya tenido tiempo de leerlo (y tal vez por esto, no lo leo), ese libro existe tanto como el Otro: tiene su inteligibilidad, su memorabilidad, su manera de actuar. ¿No tendremos la libertad suficiente como para recibir un texto fuera de toda letra? 
(Represión: el no haber leído a Hegel sería una falta exorbitante para un licenciado en filosofía, para un intelectual marxista, para un especialista de Bataille. ¿Pero para mí? ¿Dónde comienzan mis deberes de lectura?) 
El que se mete a practicar la escritura acepta bastante alegremente disminuir o desviar la agudeza, la responsabilidad, de sus ideas (hay que arriesgarse a esto con el tono que se suele usar para decir: (¿qué me importa? (¿acaso no tengo lo esencial?): habría así en la escritura la voluptuosidad de una cierta inercia, de una cierta facilidad mental: como si me fuera más indiferente mi propia estupidez cuando escribo que cuando hablo (con cuánta frecuencia los profesores son más inteligentes que los escritores). 

Heterología y violencia 
No logra explicarse cómo puede por un lado sostener (junto con otros) una teoría textual de la heterología (o sea, de la ruptura) y por el otro tramar continuamente una crítica a la violencia (sin llegar nunca, en verdad, a desarrollarla y asumirla a cabalidad), ¿Cómo se puede seguir el mismo camino de la vanguardia y sus padrinos cuando se tiene el gusto irónico de la deriva? Pero tal vez valga la pena, precisamente, aunque sea a costa de cierto repliegue, hacer como si uno vislumbrase un estilo distinto de cisión. 

El imaginario de la soledad 
Hasta ahora, siempre había trabajado sucesivamente bajo la tutela de un gran sistema (Marx, Sartre, Brecht, la semiología, el Texto). Hoy, le parece que escribe más al descubierto; nada lo sostiene, a no ser por jirones de lenguajes pasados (pues para hablar, al fin y al cabo, hay que apoyarse en otros textos). Dice esto sin la infatuación que suele acompañar las declaraciones de independencia, y sin la pose de tristeza con que se confiesa una soledad; lo dice más bien para explicarse a sí mismo el sentimiento de inseguridad que ahora lo domina, y, aún más tal vez, el vago tormento de una regresión hacia lo poco que él es, hacia ese algo antiguo que es, "librado a sí mismo". 
– Usted hace aquí una declaración de humildad; por tanto, no sale del imaginario, y del peor que existe: el psicológico. Es verdad que al hacerlo, debido a un vuelco no previsto y el cual le hubiera gustado ahorrarse, usted comprueba la Justeza de su diagnóstico: en efecto, usted se retrotrae. –Pero, al decirlo, escapo. " etc. (el esconce continúa). 

¿Hipocresía? 
Al hablar de un texto, concede méritos a su autor por no andarse con miramientos frente al lector. Pero al hacer este cumplido descubre a la vez que él mismo cuida mucho del lector y que a fin de cuentas es incapaz de renunciar a un arte del efecto. 

La idea como goce 
A la opinión común no le gusta el lenguaje de los intelectuales. De este modo, a menudo quedó fichado bajo la acusación de emplear una jerga intelectualista. Se sentía entonces objeto de una suerte de racismo: querían excluir su lenguaje, es decir, su cuerpo: "no hablas como yo, por tanto, te excluyo". 
El mismo Michelet (aunque la amplitud de su temática lo excusaba) se había desencadenado contra los intelectuales, los escribas, los estudiosos, y les había asignado la región del infrasexo: visión pequeño–burguesa que hace del intelectual, a causa de su lenguaje, un ser desexuado, es decir, desvirilizado: el antiintelectualismo se desenmascara como una protesta de virilidad; entonces, como el Genet de Sartre que deliberadamente se convierte en el ser dentro del cual lo han encasillado al intelectual no le queda otro camino que el de asumir este lenguaje que le encajan desde afuera. 
Y sin embargo (malicia frecuente en toda acusación social), ¿qué es para él una idea sino un enrojecimiento de placer? "La abstracción no contradice en absoluto la sensualidad" (My, 169). Aun en su fase estructuralista, en la que su tarea esencial era describir lo inteligible humano, siempre asoció la actividad intelectual a un goce: el panorama, por ejemplo, –lo que se ve desde la torre Eiffel (TE, 39) –es un objeto a la vez intelectivo y feliz: libera al cuerpo en el preciso momento en que le da la ilusión de "comprender" el campo que abarca su mirada. 

Las ideas no reconocidas 
Se ve cómo una misma idea crítica (por ejemplo: el Destino es un dibujo inteligente: cae precisamente allí donde no se le esperaba) alimenta un libro (Sur Racine) y reaparece luego, mucho más tarde, en otro (S/Z, 181). Hay pues ideas que regresan: esto quiere decir que le importan (¿en virtud de qué encanto? ). Ahora bien, estas ideas que ama no tienen en general ninguna resonancia. En suma, es en esto donde me atrevo a darme ánimos hasta el punto de repetirme a mí mismo que precisamente el lector "me deja plantado" (en lo cual –hay que reincidir– el Destino es claramente un dibujo inteligente). De una manera distinta, estaba contento de haber publicado (haciéndome cargo de la necedad aparente de la observación) que "uno escribe para que lo amen"; me han hecho saber que M. D. considera que es esta una frase idiota: en efecto, sólo es tolerable si se la consume en tercer grado: si se cobra conciencia de que, inicialmente, es conmovedora, y luego, imbécil, uno tiene al fin la libertad de encontrarla tal vez apropiada  (M. D. no supo llegar hasta allí). 

La frase 
A la frase se la denuncia como objeto ideológico y se la produce como goce (es una esencia reducida del Fragmento). Se puede, entonces, o acusar al sujeto de contradicción, o inducir de esta contradicción un asombro o aun un reverso crítico: ¿y si hubiera, a guisa de perversión ulterior, un goce de la ideología? 

Ideología y estética 
Ideología: lo que se repite y consiste (por este último verbo se excluye del orden del significante). Basta entonces con que el análisis ideológico (o la contra-ideología) se repita y consista (proclamando a la vista su validez, a través de un gesto de pura exoneración) para que se convierta a su vez en un objeto ideológico. 
¿Qué hacer entonces? Hay una solución posible: la estética. En Brecht, la crítica ideológica no está hecha directamente (si así fuese, hubiese producido una vez más un discurso redundante, tautológico, militante); pasa por etapas estéticas; la contra-ideología se introduce en una ficción, no realista sino justa. Este es tal vez el papel de la estética en nuestra sociedad: proporcionar las reglas de un discurso indirecto y transitivo (puede transformar el lenguaje, pero no pregonar su dominación, su buena conciencia) 
X., a quien digo que su manuscrito (pesado ladrillo contestatario sobre la televisión) es demasiado diserto e insuficientemente protegido estéticamente, da un respingo ante esta palabra y de inmediato me paga con la misma moneda: ha discutido mucho Le Plaisir du Texte con sus amigos y me dice que mi libro está siempre "al borde de una catástrofe". Sin duda, para él, la catástrofe consiste en caer en la estética. 

El imaginario 
El imaginario, la asunción global de la imagen, existe en los animales (aunque no lo simbólico), ya que éstos van derecho al señuelo, sexual u hostil, que se les tiende. Este horizonte zoológico, ¿no da a lo imaginario una superioridad de interés? ¿No tendremos en él, epistemológicamente, una categoría del futuro? 
El esfuerzo vital de este libro es poner en escena un imaginario. "Poner en escena" quiere decir: escalonar los soportes del alumbrado, distribuir los papeles, establecer niveles y, en última instancia: hacer de las tablas una barrera incierta. Es pues importante que al imaginario se le trate según sus grados ( el imaginario es asunto de consistencia, y la consistencia, asunto de grados), y hay, a lo largo de los fragmentos, varios grados de imaginario. Sin embargo, la dificultad es que no se puede numerar estos grados, como los grados de un licor o de una tortura. 
Algunos eruditos antiguos ponían a veces, sabiamente, después de una proposición, el correctivo "incertum". Si el imaginario constituyese un trozo bien delimitado, un trozo siempre embarazoso, bastaría con enunciarlo cada vez mediante algún procedimiento metalingüístico para exonerarse de haberlo escrito. Es lo que pudo hacerse aquí con algunos fragmentos (comillas, paréntesis, dictados, esconces, etc.): el sujeto, desdoblado (o imaginándose tal), logra a veces firmar su imaginario. Pero éste no es un procedimiento seguro; primero porque hay un imaginario de la lucidez y, al escindir lo que digo, no hago, después de todo, sino remitir la imagen más allá, producir una mueca en segundo grado; luego y sobre todo porque, muy a menudo, el imaginario viene a hurtadillas, deslizándose por debajo de cuerda a través de un pretérito, un pronombre, un recuerdo, en suma, a través de todo lo que puede agruparse bajo la divisa misma del Espejo y su Imagen Yo, me (Moi, je). 
Lo deseable sería entonces: no un texto de vanidad, ni un texto de lucidez, sino un texto de comillas inciertas, de paréntesis flotantes (nunca cerrar el paréntesis es, con toda exactitud: ir a la deriva). Esto depende también del lector, quien produce el escalonamiento de las lecturas. 
(En su grado más pleno, el Imaginario se experimenta así: todo lo que quiero escribir de mí mismo y que a fin de cuentas me resulta embarazoso escribir. O también: lo que no puede escribirse sin la complacencia del lector. Ahora bien, cada lector tiene sus complacencias, y si se lograra clasificar estas complacencias, sería posible clasificar los fragmentos mismos: cada uno recibe su sello de imaginario del horizonte mismo en el que se cree amado, impune, salvado del embarazo de ser leído por un sujeto sin complacencias, o simplemente por un sujeto que mirase ). 

El Dandy 
El uso desenfrenado de la paradoja corre el riesgo de implicar (o implica simplemente) una posición individualista y también, podría decirse, una suerte de dandismo. Sin embargo, aunque solitario, el dandy no está solo: S., él mismo estudiante, me dice –lamentándose– que los estudiantes son individualistas; en una situación histórica dada ––de pesimismo o de rechazo– es toda la clase intelectual la que, si no milita, es virtualmente dandy. (Es dandy el que no tiene otra filosofía que la vitalicia: el tiempo es el tiempo que dure mi vida.) 

¿Qué es la influencia? 
Se observa muy bien en los Essais critiques cómo "evoluciona" el sujeto de la escritura (pasando de una moral del compromiso a una moralidad del significante): evoluciona siguiendo el hilo de los autores que trata, progresivamente. El objeto inductor no es, sin embargo, el autor del que hablo sino más bien lo que éste me lleva a decir de él: yo me influencio a mí mismo con su permiso: lo que digo de él me obliga a pensarlo de mí mismo (o a no pensarlo), etc. 
Hay pues que distinguir los autores sobre los que uno escribe y cuya influencia no es ni exterior ni anterior a lo que de ellos decimos, y (concepción más clásica) los autores que uno lee; pero de éstos, ¿qué me viene? Una suerte de música, una sonoridad pensativa, un juego más o menos denso de anagramas. 
(Tenía la cabeza llena de Nietzsche, al que acababa de leer; pero lo que yo deseaba, lo que yo quería captar, era un canto de ideas–frases: la influencia era puramente prosódica.) 

El instrumento sutil 
Programa de una vanguardia: 
"El mundo con toda seguridad se ha salido de sus goznes y sólo unos movimientos muy violentos pueden volver a encajarlo todo. Sin embargo, es posible que, entre los instrumentos que sirven para hacerlo, haya uno pequeño y frágil, que exige que se le manipule con ligereza". (Brecht, L'Achat du cuivre). 

Pausa: anamnesias 
Para la merienda, leche fría con azúcar. En el fondo del viejo bol blanco había un defecto en el esmalte; no se sabía si la cuchara, al revolver, tocaba eje defecto o una capa de azúcar no disuelta o mal lavada. 
Regreso en tranvía, los domingos en la noche, de casa de los abuelos. Cenábamos en la habitación, junto al fuego, con caldo y pan tostado. 
En las tardes de verano, cuando el día no termina de morir, las madres paseaban por los senderos, los niños revoloteaban alrededor, era una fiesta. 
Un murciélago entró en la habitación. Temiendo que se le prendiera de los cabellos, su madre se colocó al niño sobre las espaldas, se cubrieron con una sábana y persiguieron al murciélago con unas tenazas. 
Sentado a horcajadas en una silla, en un codo del camino de las Arènes, el coronel Poymiro, enorme, violáceo venoso bigotudo, miope, y torpe de palabra, miraba pasar una y otra vez la multitud de la corrida. ¡Qué suplicio, qué miedo, cuando lo besaba! 
Su padrino, Josepb Nogaret, le regalaba de vez en cuando una bolsa de nueces y una moneda de cinco francos. 
Mme. Lafont, maestra de las divisiones infantiles del liceo de Bayona, iba vestida de traje sastre, camisa y un zorrillo; para recompensar una buena respuesta ofrecía un bombón con gusto y forma de frambuesa. 
El señor Bertrand, pastor de la calle de l'Avre, en Grenelle, hablaba lentamente, solemnemente, con los ojos cerrados. En cada comida leía un trozo de una vieja Biblia encuadernada con una tela verdosa y con una cruz bordada. Las lecturas duraban mucho tiempo; el día de la partida pensábamos que perderíamos el tren. 
Un landó de dos caballos; alquilado de la casa Darrigrand, en la calle Thiers, venía a buscar a los viajeros a casa, una vez al año, para conducirnos a la estación de Bayona para tomar el tren de noche a París. Mientras lo esperábamos jugábamos al Enano amarillo *. 
* Juego de cartas. (N. de la T.) 
El apartamento amueblado, alquilado por correspondencia, estaba ocupado. Fueron a dar, una mañana de noviembre parisino, con todo su equipaje, a la calle de la Clacière. La lechera de al lado los acogió y les ofreció chocolate caliente y croissants. 
En la calle Mazarine, los comics se compraban en una papelería cuya dueña era de Toulouse; la tienda olía a papas fritas; la mujer salía de la trastienda masticando un resto de vianda. 
Muy distinguido, el señor Grandsaignes d'Hauterive, profesor del liceo, manipulaba un monóculo de carey y despedía un olor a pimienta; dividía la clase en "campos" y "bancos' a los que adjudicaba un "jefe". No eran más que contiendas en tomo a los aoristos griegos. (¿Por qué son los profesores buenos conductores del recuerdo?) 
Hacia 1932, en el Estudio 28, un jueves de mayo por la tarde, solo, vi El Perro andaluz; al salir, a las cinco de la tarde, la calle Tholozé olía a café con leche, que tomaban las lavanderas entre planchado y planchado. Recuerdo indecible de descentramiento por exceso de desabrimiento. 
En Bayona, a causa de los grandes árboles del jardín, muchos mosquitos; había tul en las ventanas (aunque agujereado). Se quemaban unos pequeños conos de olor llamados Phidibus. Luego fue el comienzo del Fly–Tox, que se vaporizaba con una bomba que crujía y que estaba casi siempre vacía. 
Atrabiliario, el señor Dupouey, profesor de Primer año, nunca respondía él mismo las preguntas que hacía; esperaba en silencio, a veces hasta una hora, que alguien encontrara la respuesta; o bien mandaba al alumno a pasearse por el Liceo. 
En el verano, por la mañana, a las nueve, dos niños me esperaban en una casa baja y modesta del barrio Beyris; tenía que hacerlos hacer sus tareas de vacaciones. También me esperaba, colocado sobre un papel de periódico, y preparado por una menuda abuela, un café con leche muy claro y muy azucarado, que me repugnaba. 
Etc. (Por no pertenecer al orden de la Naturaleza, la anamnesia implica un "etc."). 
Llamo anamnesia a la acción –mezcla de goce y de esfuerzo que ejecuta el sujeto para reencontrar, sin agrandarla ni hacerla vibrar, la tenuidad del recuerdo: es el haiku mismo. El biografema (ver SFL, 13) no es más que una anamnesia ficticia: la que adjudico al autor que me gusta. 
Estas dos anamnesias son más o menos mates (insignificantes, exentas de sentido). Mientras más se logre volverlas mate, más escapan del imaginario. 

¿Estúpido? 
Perspectiva clásica (fundada en la unidad de la persona humana): la estupidez es una histeria: bastaría con verse estúpido para serlo menos. Perspectiva dialéctica: acepto pluralizarme, dejar vivir en mí libremente regiones de estupidez. 
A menudo se sentía estúpido: es porque sólo poseía una inteligencia moral (es decir: ni científica, ni política, ni práctica, ni filosófica, etc.). 

La máquina de la escritura 
Hacia 1963 (a propósito de La Bruyère, EC, 221), se entusiasma con la pareja metáfora/metonimia (ya conocida, sin embargo, desde sus conversaciones con G., en 1950). Como la varita de un hechicero, el concepto, sobre todo si está apareado, levanta una posibilidad de escritura: aquí, dice, yace el poder de decir algo. 
La obra procede así por encaprichamientos conceptuales, enrojecimientos sucesivos, manías perecederas. El discurso avanza a través de pequeños destinos, a través de crisis amorosas. (Malicias de la lengua: engouement* (encaprichamiento) quiere decir también obstrucción: la palabra se le queda a uno en la garganta, por un rato.) 
* He traducido engouement por encaprichamiento, pero en francés esta palabra también quiere decir obstrucción, atoramiento y, de allí, el paréntesis que añade el autor. (N. de la T.) 

En ayunas 
Al fijarles la fecha del próximo ensayo, Brecht decía a sus actores: ¡Nüchtern! ¡En ayunas! No se empalaguen, no vengan repletos, no estén inspirados, enternecidos, complacientes, sean secos, vengan en ayunas. Lo que ahora escribo, ¿estoy seguro de poder soportarlo ocho días después, en ayunas? Esa frase, esa idea (esa idea–frase), que me satisface cuando doy con ella, ¿quién me dice que no me producirá asco en ayunas? ¿Cómo interrogar mi repugnancia (la repugnancia ante mis propios desechos)? ¿CÓmo preparar la mejor lectura de mí mismo a la que pueda aspirar: no el gusto por lo que ha sido escrito sino sólo el poder soportarlo en ayunas? 

La carta de Jilali 
"Reciba mis saludos, mi querido Roland. Su carta me produjo un placer muy grande. Sin embargo, ésta da la imagen de nuestra íntima amistad cuya manera carece de defectos. Yo a mi vez tengo la gran dicha de responder a su seria carta y de agradecerle infinitamente y desde el fondo de mi corazón sus magníficas palabras. 
Esta vez, querido Roland, le voy a plantear un asunto enfadoso (en mi opinión). El asunto es el siguiente: tengo un hermano menor que yo que estudia en Troisième AS, muy melómano (le gusta la guitarra) y enamorado; pero la pobreza lo disimula y lo esconde en su mundo terrible ("le duele el presente" como dice su poeta) y le ruego, querido Roland, que le busque un trabajo en su amable país en el plazo más cono ya que lleva una vida llena de inquietudes y de preocupaciones; ahora bien, usted conoce la situación de los jóvenes marroquíes yeso de veras me asombra y me niega las sonrisas radiantes. y es algo que asombra aun si uno tiene un corazón desprovisto de xenofobia y de misantropía. En espera impaciente de su respuesta, pido a mi Dios que lo conserve en perfecta salud". 
(Delicias de esta carta: suntuosa, brillante, literal y no obstante inmediatamente literaria, literaria sin cultura, acrecentando con cada frase el goce del lenguaje, precisa e implacable en todas sus inflexiones, más allá de toda estética, y aunque sin nunca, ni de lejos, censurarla (como lo habrían hecho nuestros tristes compatriotas), la carta dice a la vez la verdad y el deseo: todo el deseo de Jilali (la guitarra, el amor), toda la verdad política de Marruecos. Este es exactamente el discurso utópico a que podemos aspirar.) 

La paradoja como goce 
G. sale todo excitado y embriagado de una representación de La Chevauchée sur le lac de Constance. la cual describe en los siguientes términos: es algo enteramente barroco, delirante, kitsch, romántico, etc. Para luego añadir: está completamente pasado de moda. Para ciertas organizaciones, la paradoja es pues un éxtasis, una pérdida, muy intensos. 
Agregado al Plaisir du Texte: el goce no es lo que responde al deseo (lo satisface), sino lo que lo toma por sorpresa, lo excede, lo desorienta, lo hace ir a la deriva. Hay que recurrir a los místicos para obtener una buena formulación de lo que puede hacer que el sujeto se desvíe de este modo: Ruysbroek: "Llamo embriaguez del espíritu a ese estado en el que el goce supera a las posibilidades que el deseo había vislumbrado".  En Le Plaisir d.u Texte ya se habla del goce como imprevisible, y ya se cita la frase de Ruysbroek; pero siempre puedo citarme para indicar una insistencia, una obsesión, puesto que se trata de mi cuerpo.) 

El discurso jubilatorio 
¡Te amo, te amo! Surgido del cuerpo, irreprimible, repetido, todo este paroxismo de la declaración amorosa, ¿no esconderá una carencia? No habría necesidad de decir esta palabra si no se tuviese que oscurecer, como hace el calamar con su tinta, el fracaso del deseo bajo el exceso de su afirmación. 
¿Entonces? ¿Estamos condenados para siempre al desabrido retorno de un discurso mediocre? ¿No hay acaso la menor posibilidad de que exista, en algún rincón perdido de la logosfera, la eventualidad de un puro discurso jubilatorio? En uno de sus márgenes extremos –muy cerca, en verdad, de la mística– ¿no sería concebible un lenguaje que se vuelva por fin la expresión primera y como insignificante de lo colmado? 
–¡No hay nada que hacer: es la palabra de la exigencia y sólo puede producir embarazo en quien la recibe, a menos que se trate de la Madre ––o de Dios! 
–A menos que tenga una justificación para proferida, en el caso (improbable pero siempre esperado) en que dos "te amo", emitidos en un destello único, formasen una coincidencia pura que anulara, mediante esta simultaneidad, los efectos de chantaje de un sujeto sobre otro: la exigencia se pondría a levitar. 

Lo colmado 
Toda la poesía y toda la música (románticas) en esta exigencia: ¡te amo, ich liebe dich! Pero la respuesta jubilatoria, si es que milagrosamente ocurre, ¿qué podría ser? ¿Cuál es el gusto de lo colmado?  –Henri Heine: Docb wenn du sprichst: lch liebe dich! So muss ich weinen bitterlich: zozobro, caigo, lloro amargamente. 
(La palabra de amor trabaja: como un luto.) 

El trabajo de la palabra 
Y luego, un cambio de escena: me imagino a mí mismo buscando hasta la saciedad una salida dialéctica. Creo entonces que el apóstrofe amoroso, pese a que lo repito y lo reconduzco día a día a través del tiempo, va a recubrir, cada vez que lo profiera, un nuevo estado. Como el argonauta que renueva su nave durante su viaje sin cambiarle el nombre, el sujeto enamorado va a realizar a través de la misma exclamación, una larga travesía, dialectizando poco a poco la exigencia original sin macular nunca, sin embargo, la incandescencia de su primera declaración, ya que considera que el trabajo propio del amor y del lenguaje es el de dar a una misma frase inflexiones siempre nuevas, creando así una lengua inusitada en la que se repite la forma del signo, pero nunca su significado; en la que el hablante y el enamorado vencen por fin la atroz reducción que el lenguaje (y la ciencia psicoanalítica) imprimen a todas nuestras afecciones. 
(De estos tres imaginarios que acabo de traer a colación, el más operante es el último; pues si se construye una imagen, esta imagen es al menos la de una transformación dialéctica, la de una praxis.) 

El miedo del lenguaje 
Escribiendo talo cual texto, experimenta un sentimiento culpable de jerga, como si no lograse salir de un discurso demente a fuerza de ser particular: ¿y si toda su vida, a fin de cuentas, se ha equivocado de lenguaje? Este pánico se apodera de él con mucho más fuerza aquí (en U.) pues, como no sale de noche, ve mucha televisión: incesantemente se le ofrece entonces (lo amonesta) un lenguaje corriente, del cual está separado; este lenguaje le interesa, pero la actitud no es recíproca: al público. de la televisión, su lenguaje le parecería un lenguaje enteramente irreal (y fuera del goce estético todo lenguaje irreal corre el riesgo de ser ridículo). Tal es la recaída de la energía del lenguaje: en su primer momento, escuchar el lenguaje de los otros y extraer de esta distancia una seguridad y luego, en el momento siguiente, dudar de ese retraimiento: tener miedo de lo que uno dice (indisociable de la manera como se dice). 
Respecto a lo que acaba de escribir durante el día, experimenta miedos nocturnos. La noche, fantásticamente, vuelve a traer todo el imaginario de la escritura: la imagen del producto, la chismografía crítica (o amistosa): es demasiado esto, es demasiado esto otro, no es lo bastante ... De noche, los adjetivos regresan en masa. 

La lengua materna 
¿Por qué tan poca afición y tan pocas aptitudes para las lenguas extranjeras? Aprendió el inglés en el liceo (aburridos: la reina Mab, David Copperfield, She stoops to conquer). Le resultó más placentero el italiano del cual le dio ciertos rudimentos un ex–pastor milanés (extraña conjunción). Sin embargo, de estos idiomas no tiene más que un conocimiento vagamente turístico: nunca entró realmente en una lengua: poca afición por las literaturas extranjeras, pesimismo constante respecto a las traducciones, desasosiego ante las preguntas de los traductores que con tanta frecuencia parecen ignorar lo que yo considero el sentido mismo de una palabra: la connotación. Todos estos impedimentos son el reverso de un amor: el de la lengua materna (la lengua de las mujeres). No se trata de un amor nacional: por un lado, no cree en la preeminencia de ninguna lengua y experimenta a menudo las cruentas .fallas del francés; por el otro, nunca se siente a salvo dentro de su propia lengua: son demasiado numerosas las ocasiones en las que reconoce su amenazadora división; a veces, al oír hablar a franceses en la calle, se asombra de poder entenderlos, de compartir con ellos una parte de su cuerpo. Pues, sin duda, la lengua francesa no es para él otra cosa que la lengua umbilical. 
(Y al mismo tiempo, afición por las lenguas muy extranjeras, como el japonés, cuya estructura le representa –imagen y amonestación– la organización de un sujeto otro.) 

El léxico impuro 
¿No podría definirse así: el sueño de una sintaxis pura y el placer de un léxico impuro, heterológico (que mezcle el origen, la especialidad de las palabras)? Esta dosificación daría cuenta de una situación histórica determinada, pero también de un fenómeno de consumo: se le lee más que a un autor de la vanguardia pura, pero mucho menos que a uno de la gran cultura. 

Me gusta, no me gusta 
Me gusta: la lechuga, la canela, el queso, losi, la pasta de almendras, el olor del heno segado (me gustaría que un "narices" fabricase un perfume así), las rosas, las peonías, la lavanda, la champaña, las posiciones ligeras en política, Glenn Gould, la cerveza excesivamente fría, las almohadas chatas, el pan tostado, los cigarros habanos, Haendel, los paseos mesurados, las peras, los duraznos blancos o de huerta, las cerezas, los colores, los relojes, las estilográficas, las plumas fuentes, los entremeses, la sal cruda, las novelas realistas, el piano, el café, Pollock, Twombly, toda la música romántica, Sartre, Brecht, Verne, Fourier, Eisenstein, los trenes, el medoc, el buzy, tener sencillo, Bouvard y Pecuchet, caminar con sandalias de tarde por los caminos secundarios del Sud–Ouest, el codo que forma el Adour visto desde la casa del doctor L, los hermanos Marx, el serrano a las siete de la mañana al salir de Salamanca, etc. 
No me gustan: los perros falderos blancos, las mujeres en pantalones, los geranios, las fresas, el clavicordio, Miró, las tautologías, los dibujos animados, Arthur Rubinstein, las casas–quinta, los mediodías, Satie, Bartok, Vivaldi, llamar por teléfono, los coros de niños, los conciertos de Chopin, el órgano, M.–A. Charpentier, sus trompetas y sus timbales, lo político–sexual, las escenas, las iniciativas, la fidelidad, la espontaneidad, las veladas con gentes que no conozco, etc. 
Me gusta, no me gusta: esto no tiene la más mínima importancia para nadie; aparentemente, no tiene sentido. Y, sin embargo, todo esto quiere decir: mi cuerpo no es igual al tuyo. Así, en esta espuma anárquica de los gustos y las repugnancias, suerte de picadillo distraído, se esboza poco a poco la figura de un enigma corporal que compele a la complicidad o a la irritación. Aquí comienza la intimidación del cuerpo, que obliga al otro a soportarme liberalmente, a permanecer silencioso y cortés ante goces o rechazos que no comparte. 
(Una mosca me molesta y la mato: uno mata lo que lo molesta. Si no hubiese matado a la mosca hubiera sido por puro liberalismo: soy liberal para no ser un asesino.) 

Estructura y libertad 
¿Quién es todavía estructuralista? Sin embargo, él lo es, al menos en esto: un lugar uniformemente ruidoso le parece estructurado porque en ese lugar no hay ya libertad alguna para elegir el silencio o la palabra (cuántas veces no ha dicho a un vecino de bar: no puedo hablarle porque hay mucho mido). La estructura al menos me ofrece dos términos y yo puedo, según mi voluntad, marcar uno de ellos y rechazar el otro; ella es pues, a fin de cuentas, una garantía (modesta) de libertad: ¿cómo podría, en la ocasión anterior, dar un sentido a mi silencio cuando, de todas maneras, no puedo hablar? 

Lo aceptable 
Ha utilizado con bastante frecuencia esta noción lingüística: lo aceptable: una forma es aceptable (legible, gramatical), cuando, en una lengua dada, puede recibir un sentido. Esta noción puede llevarse al plano del discurso. Así, las proposiciones del haiku son siempre "simples, corrientes, aceptables" (EpS, 93); así también: de la máquina de los Ejercicios de Loyola "sale una solicitud codificada y, por tanto, aceptable" (SFL, 63); y de una manera general, la ciencia de la literatura (si es que existe algún día) no tendrá que demostrar tal o cual sentido, sino decir "por qué un sentido es aceptable" (CV, 58). 
Esta noción casi científica (ya que es de origen lingüístico) tiene su vertiente pasional; sustituye la verdad de una forma por su validez; y de allí, por debajo de cuerda, podría decirse, lleva al entrañable tema del sentido decepcionado, exonerado, aún más: de una disponibilidad a la deriva. Ya en este punto, lo aceptable, con el alibí estructural, es una figura del deseo: deseo la forma aceptable (legible) como una manera de burlar la doble violencia: la del sentido pleno, impuesto, y la del sinsentido heroico. 

Legible, escribible y lo que está más allá 
En S./Z, se propuso la oposición: legible/escribible. Es legible el texto que yo no podría volver a escribir (¿puedo escribir hoy en día como Balzac?); es escribible el texto que leo con dificultad, a menos que modifique completamente mi régimen de lectura. Imagino ahora (algunos textos que me envían me lo sugieren) que hay tal vez una tercera entidad textual: [unto a lo legible y lo escribible habría algo semejante a lo recibible. Lo recibible sería lo ilegible que engancha, el texto ardiente, producido continuamente fuera de toda verosimilitud y cuya función –visiblemente asumida por su escritor– sería la de impugnar la restricción mercantil de lo escrito; este texto, guiado, armado por un pensamiento de lo impublicable, suscitaría la respuesta siguiente: no puedo ni leer ni escribir lo que usted produce, pero lo recibo, como un fuego, una droga, una desorganización enigmática. 

La literatura como mathesis 
Al leer los textos clásicos (desde el Amo de oro hasta Proust ), se maravilla siempre ante la suma de saber amasada y ventilada por la obra literaria (según sus leyes propias, cuyo estudio debería constituir un nuevo análisis estructural): la literatura es una matbesis, un orden, un sistema, un campo estructurado de saber. Pero este campo no es infinito: por una parte, la literatura no puede sobrepasar el saber de su época; y, por otra parte, no puede decirlo todo: como lenguaje, como generalidad finita, no puede dar cuenta de objetos, espectáculos, acontecimientos que la sorprenden hasta el punto de dejarla estupefacta; es esto lo que vio y dijo Brecht: "Los acontecimientos de Auschwitz, del ghetto de Varsovia, de Buchenwald, con toda certeza, no tolerarían una descripción de carácter literario. La literatura no estaba preparada para ellos y no se dio a sí misma los medios para dar cuenta de ellos." (Escritos sobre la política y la sociedad). 
Esto explica tal vez nuestra impotencia de hoy para producir una literatura realista: ya no es posible volver a escribir a Balzac, a Zola, a Proust y ni siquiera las malas novelas socialistas, pese a que sus descripciones se basan en una división social todavía vigente. El realismo es siempre timorato, y hay demasiada sorpresa en un mundo que la información de masa y la generalización de la política han vuelto tan profuso que ya no es posible figurárselo proyectivamente: el mundo, como objeto literario, se nos escapa; el saber deserta de la literatura que ya no puede ser ni Mimesis, ni Mathesis, sino sólo Semiosis, aventura de lo imposible del lenguaje, en una palabra: Texto (es errado decir que la noción de "texto" es equivalente a la noción de "literatura": la literatura representa un mundo finito, el texto figura lo infinito del lenguaje: sin saber, sin razón, sin inteligencia) .

El libro del Yo 
Sus "ideas" tienen cierta relación con la modernidad y hasta con lo que se ha dado en llamar la vanguardia (el sujeto, la Historia, el sexo, la lengua); pero él opone resistencia a sus ideas: su "yo", concreción racional, se les resiste incesantemente. Pese a estar hecho, aparentemente, de una serie de "ideas", este libro no es el libro de sus ideas; es el libro del Yo, el libro de mis resistencias a mis propias ideas; es un libro regresivo (que retrocede, pero también, tal vez, que toma sus distancias). 
Todo esto debe ser considerado como algo dicho por un personaje de novela ~ más bien por varios. Pues del imaginario, materia fatal de la novela y laberinto de los esconces por los que se extravía el que habla de sí mismo, se encargan varias máscaras (personas), escalonadas según la profundidad del escenario (y sin embargo no hay nadie –ninguna persona– tras ellas). El libro no elige, funciona por alternancias, avanza mediante bocanadas de imaginario simple y accesos críticos, pero estos propios accesos no son nunca más que efectos de resonancia: no hay imaginario más puro que la crítica (de sí mismo). La sustancia de este libro es pues, a fin de cuentas, enteramente novelesca. La intrusión, en el discurso del ensayo, de una tercera persona que no remite, sin embargo, a ninguna criatura de ficción, marca la necesidad de remodelar los géneros: que el ensayo confiese ser casi una novela: una novela sin nombres propios. 

La locuela 
En este 7 de junio de 1972, curioso estado de ánimo: por cansancio, por irritación depresiva, se apodera de mí una locuela interior, un bombardeo de frases; es decir, que me siento a la vez muy inteligente y muy vano. 
Es todo lo contrario de la escritura, parsimoniosa aun cuando se prodiga. 

Lucidez 
Este libro no es un libro de "confesiones"; no porque sea insincero, sino porque hoy tenemos un saber diferente del de ayer; este saber puede resumirse así: lo que escribo sobre mí no es nunca la última palabra respecto a mí: mientras más "sincero" soy, más me presto a la interpretación ante instancias muy distintas a las de autores anteriores que creían que no tenían que someterse más que a una ley única: la autenticidad. Estas instancias son la Historia, el Inconsciente, la Ideología. Abiertos (¿y cómo podría ser de otra manera?) hacia estos diferentes porvenires, mis textos se desajustan, ninguno de ellos encaja con otro; éste no es otra cosa que un texto más, el último de la serie, no el último en cuanto al sentido: texto sobre texto, lo cual no aclara nunca nada. 
¿Qué derecho tiene mi presente de hablar de mi pasado? ¿Puede mi presente meter en cintura a mi pasado? ¿Qué "gracia" me asiste? ¿Sólo la del tiempo que transcurre, o la de una buena causa que he encontrado en mi camino? 
No se trata nunca de otra cosa: ¿cuál es el proyecto de escritura que presenta, no el mejor amago, sino simplemente: un amago indecidible (lo que dice D. de Hegel)? 

El matrimonio 
La relación con el Relato (con la representación, con la mimesis) pasa por el edipo, como es sabido. Pero también pasa, en nuestras sociedades de masa, por una relación con el matrimonio. El signo de esto lo veo, aún más que en la cantidad de piezas de teatro y películas que tienen por tema el adulterio, en la escena (penosa) de una entrevista (en la televisión)' interrogan con ahínco al actor J. D. sobre sus relaciones con su mujer (actriz, ella, también); el entrevistador tiene ganas de que este buen marido sea infiel; esto lo excita, exige una palabra turbia, el germen de un relato. Así, pues, el matrimonio proporciona grandes emociones colectivas: ¿si se suprimiese el edipo y el matrimonio, qué nos quedaría para contar? Si éstos desapareciesen, el arte popular sufriría una mutación a fondo. 
(El nexo entre el edipo y el matrimonio: se trata de tener“lo" y de transmitir“lo".) 

Un recuerdo de infancia 
Cuando era niño, vivíamos en un barrio llamado Marrac; en ese barrio había muchas casas en construcción en cuyas fábricas jugaban los niños; en la tierra arcillosa se excavaban enormes huecos para los cimientos ele las casas, y un día en que habíamos jugado en uno ele estos huecos todos los demás chicos subieron de nuevo a la superficie menos yo, quo no pude hacerlo; desde el suelo, desde arriba, me befaban: ¡perdido! ¡solo! ¡mirado! ¡excluido! (estar excluido no es estar fuera, es estar solo en el hueco, encerrado a cielo abierto: vedad); vi entonces a mi madre que acudía a toda prisa; me sacó de all y me llevó lejos de los niños, contra ellos. 

En la madrugada 
La madrugada corno fantasía: toda mi vida he soñado con levantarme temprano (deseo clasista: levantarme para "pensar", para escribir, no para tomar el tren suburbano); pero esa madrugada de fantasía, aunque me levantase temprano, nunca llegaría a verla; pues para que ella se conformase a mi deseo sería preciso que apenas levantado, y sin pérdida de tiempo, pudiese verla en el estado de vigilia, de conciencia, de acumulación de sensibilidad que se tiene de noche. ¿Cómo estar dispuesto voluntariamente? El límite ele mi fantasía es siempre mi indisposición. 

Medusa 
La Doxa es la opinión corriente, el sentido repetido, como si nada. Es Medusa: la que petrifica a los que la miran. Ello quiere decir que es evidente. Pero, ¿la vemos? Ni siquiera: es una masa gelatinosa pegada en el fondo de la retina. ¿Qué remedio queda? De adolescente fui a bañarme un día a Malo–les–Bains, en un mar muy frío donde proliferaban las medusas (¿qué aberración me hizo aceptar aquel baño?  Éramos un grupo, lo cual justifica todas las cobardías); era tan corriente salir del mar cubierto de quemaduras y ronchas que la encargada de los vestuarios le ofrecía a uno plácidamente una botella de lejía cuando regresaba de bañarse. De la misma manera, podría concebirse encontrar placer (un placer alambicado) en los productos endoxales de la cultura de masas, a condición de que al salir de un baño de esta cultura a uno le ofreciesen, en cada ocasión, como si nada, una cierta cantidad de discurso detergente 
Reina y hermana de las horribles Gorgonas, Medusa poseía una extraña belleza debido al brillo de su cabellera. Cuando Neptuno la raptó y la desposó en el templo de Minerva, ésta la volvió repulsiva y convirtió sus cabellos en serpientes. 
(Es verdad que hay en el discurso de la Doxa antiguas bellezas dormidas, el recuerdo de una sabiduría suntuosa y otrora fresca; y es ciertamente Atenea, la deidad sabia, la que se venga convirtiendo a la Doxa en una caricatura de la sabiduría.) 
Medusa, o la Araña, es la castración. Ella me deja estupefacto. La estupefacción es producida por una escena que oigo pero que no veo: mi audición queda frustrada en su visión: estoy detrás de la puerta. 
La Doxa habla, yo la oigo pero no estoy dentro de su espacio. Hombre de la paradoja, como todo escritor, estoy detrás de la puerta: quisiera pasar, me gustaría mucho ver lo que se dice, participar yo también en la escena comunitaria; estoy continuamente oyendo aquello de lo que se me excluye; estoy en estado de estupefacción, marcado, cercenado de la popularidad del lenguaje. 
La Doxa es opresiva, eso ya se sabe. ¿Pero puede ser represiva? Leamos estas terribles palabras de un panfleto revolucionario (la Boltche de Fer, 1790): ..... hay que poner por encima de los tres poderes un poder censorio de vigilancia y de opinión que pertenezca a todos y que todos podrán ejercer sin representación." 

Abou Nowas y la metáfora 
En el deseo no hay acepción de objeto. Cuando una prostituta miraba a Abou Nowas, Abou Nowas captaba en su mirada no el deseo de dinero sino el deseo a secas –y esto lo conmovía. Poco importa el sentido transportado, poco importan los términos del trayecto: sólo cuenta –y funda la metáfora–el transporte mismo, y esto debería servir de apólogo a toda ciencia del desplazamiento. 

Las alegorías lingüísticas 
En 1959, con relación al problema de la Alegoría francesa, usted ofrece un análisis ideológico del verbo "ser". La "frase", objeto gramatical por excelencia, le sirve para decir lo que sucede en un bar de Tánger. Usted conserva la noción de "metalenguaje", pero a título de imaginario. Este procedimiento es constante en usted: usted practica una seudo–lingüística, una lingüística metafórica: no porque los conceptos gramaticales vayan en busca de imágenes para decirse, sino por el contrario porque estos conceptos vienen a constituir alegorías, un lenguaje segundo cuya abstracción es derivada hacia fines novelescos: la más seria de todas las ciencias, la que se encarga del ser mismo del lenguaje y suministra todo un lote de nombres austeros, es también una provisión de imágenes, y tal como una lengua poética le sirve a usted para enunciar lo propio de su deseo: usted descubre una afinidad entre la. "neutralización", noción que permite a los lingüistas explicar muy científicamente la pérdida del sentido en ciertas oposiciones pertinentes, y lo Neutro, categoría ética que usted necesita para remover la marca intolerable del sentido ostentado, del sentido opresivo. Y el sentido mismo, cuando usted lo observa en funcionamiento, es con el regocijo casi pueril del comprador que no se cansa de apretar el botón de un gadget. 

Jaquecas 
Me he acostumbrado a decir jaquecas (migraines) en vez de dolores de cabeza (tal vez porque la palabra es hermosa). Esta palabra inadecuada (ya que no padezco con la mitad de la cabeza solamente *) es una palabra socialmente justa: la jaqueca, atributo mitológico de la señora burguesa y del hombre de letras, es un hecho de clase: ¿concebimos a un proletario o a un pequeño comerciante con jaqueca? La división social pasa por mi cuerpo: mi cuerpo mismo es social. 
¿Por qué, en el campo (en el Sud –Ouest), tengo jaquecas más fuertes y con mayor frecuencia? Estoy en reposo, estoy al aire libre, pero tengo más jaquecas. ¿Qué es lo que reprimo? ¿Estoy de duelo por la ciudad? ¿Es la reanudación de mi pasado bayonés? ¿El tedio de la infancia? ¿Mis jaquecas son la huella de algún desplazamiento? ¿Cuál? Pero tal vez la jaqueca es una perversión. Entonces, cuando tengo dolor de cabeza es como si se apoderara de mí un deseo parcial, como si convirtiera en fetiche un punto preciso de mi cuerpo: la parte de adentro de mi cabeza: ¿mantengo entonces una relación desgraciada/enamorada con mi trabajo? ¿Será una manera de dividirme, de desear mi trabajo y tenerle miedo a la vez? 
Muy diferentes a las jaquecas de Michelet, "mixturas de encandilamiento y de náusea", las mías son mates. Tener dolor de cabeza (nunca muy fuerte) sería para mí una manera de volver mi cuerpo opaco, de hacerlo testarudo, compacto supino, es decir, a fin de cuentas (un tema reencontrado): neutro. La ausencia de jaqueca, la vigilia insignificante del cuerpo, el grado cero de la cenestesia sería, en suma, para mí el teatro de la salud; para cerciorarme de que mi cuerpo no está sano de manera histérica, parece que es preciso que de vez en cuando le retire la marca de su transparencia y lo viva como una suerte de órgano un tanto glauco, y no como una figura triunfante. La jaqueca sería entonces un mal psicosomático (y ya no neurótico) , por medio del cual se acepta entrar, pero sólo apenar (pues la jaqueca es algo bastante tenue), en la enfermedad mortal del hombre: la carencia de simbolización. 
* Mi que forma parte de la palabra migraine, es una palabra invariable que se adjunta a ciertas palabras con una raya y que significa medio, a mitad. (N. de la T.) 

Lo pasado de moda 
Fuera del libro, su vida era continuamente la de un sujeto pasado de moda: cuando estaba enamorado (tanto por la manera como por el hecho mismo), estaba fuera de moda; cuando amaba a su madre (¡qué no habría sido si hubiese conocido bien a su padre y por desgracia lo hubiese amado!), estaba fuera de moda; cuando se sentía demócrata, estaba fuera de moda, etc. Pero bastaría con que se imprimiese a la Moda un pequeño giro adicional para que se tratase entonces de una suerte de Kitsch psicológico, en suma. 

La molicie de las palabras grandilocuentes 
Hay en lo que escribe dos tipos de palabras grandilocuentes. Unas están simplemente mal empleadas: vagas, insistentes, sirven para ocupar el lugar de varios significados ("Determinismo", "Historia", "Naturaleza"). Siento la molicie de estas palabras grandilocuentes, muelles como los monstruos de Dalí. Las otras ("escritura", "estilo"), las remodelo según un proyecto personal, son palabras cuyo sentido es idiolectal. 
Aunque desde el punto de vista de una "sana redacción" estas dos clases no tengan el mismo valor, sin embargo hay una comunicación entre ellas: en la palabra vaga intelectualmente) hay, por ello mismo, una precisión existencial tanto más vivaz: la Historia es una idea moral que permite relativizar lo natural y creer en un sentido del tiempo; la Naturaleza es la socialidad en lo que tiene de opresivo, de inmóvil, etc. Cada palabra vira, ya sea que se corte como leche perdiéndose en el espacio desagregado de la fraseología, ya sea enroscándose como un tornillo, hasta la raíz neurótica del sujeto. Y otras palabras, finalmente, son rastreadoras: siguen a quien encuentran: imaginario, en 1963, no es más que un término vagamente bachelardiano (EC, 214); pero en 1970 (S/Z, 17), recibe un nuevo bautismo y pasa con armas y bagajes al sentido lacaniano (aun deformado). 

La pantorrilla de la bailarina 
Si se admite que la vulgaridad es un atentado contra la discreción, la escritura, continuamente, corre el riesgo de ser vulgar. Nuestra escritura (en este tiempo) se desarrolla en un espacio del lenguaje que es todavía retórico y que no puede renunciar a serlo si se quiere llegar (un poco) a comunicarse (a ofrecerse a la interpretación, al análisis). La escritura supone pues efectos de discursos; basta con que algunos de estos efectos sean forzados para que la escritura se vuelva vulgar: cada vez, valga la expresión, que muestra su pantorrilla de bailarina.  (El título mismo de este fragmento es vulgar). 
El imaginario, detenido, captado, inmovilizado en la forma del fantasma de escritor se convierte, como por el efecto de una instantánea fotográfica, en una especie de mueca; pero si la pose es deliberada, la mueca cambia de sentido (problema: ¿cómo saberlo?). 

Política/moral 
Toda mi vida, políticamente, me he hecho mala sangre. De ello infiero que el único Padre que he conocido (que me he dado) ha sido el Padre política. 
Hay un pensamiento simple, que tengo a menudo, pero que no veo a nadie formular nunca (es tal vez un pensamiento estúpido): ¿no hay siempre algo de ética en lo político? Lo que funda lo político, orden de lo real, ciencia pura de lo real social, ¿no es el Valor? ¿A nombre de qué decidiría un militante. .. militar? La práctica política, que justamente se deshace de toda moral y de toda psicología, ¿no tiene acaso un origen ... psicológico y moral? 
(Este es un pensamiento propiamente retrógrado, pues si uno acopla la Moral y la Política, uno tiene más o menos doscientos años de edad, uno es de 1795, año en que la Convención creó la Academia de las ciencias morales y políticas: viejas categorías, viejos faroles. –¿Pero en qué es falso?  –No es siquiera que sea falso; es que ya no tiene vigencia; tampoco las monedas antiguas son falsas; son objetos de museo, encerradas dentro de un consumo particular, el consumo de lo viejo. ––Pero ¿acaso no se puede extraer de esta vieja moneda un poco de metal útil? –Lo útil de este pensamiento estúpido sería encontrar en él, intratable, el enfrentamiento de dos epistemologías: el marxismo y el freudismo). 

Palabra–moda 
No sabe profundizar bien. Una palabra, una figura de pensamiento, una metáfora, en suma una forma, se apodera de él durante años, la repite, la usa para todo (por ejemplo, "cuerpo", "diferencia", "Orfeo", "Argo", etc.) , pero trata apenas de reflexionar un poco más allá sobre lo que entiende por la palabra o la figura en cuestión (y si lo hiciese, no sería más que para encontrar nuevas metáforas a guisa de explicación): no se puede profundizar un estribillo; lo único que puede hacerse es substituirlo por otro. Es, en resumidas cuentas, lo que hace la Moda. El tiene así sus modas interiores, personales.

Palabra–valor 
Las palabras preferidas que emplea las agrupa a menudo por medio de oposiciones; de las dos palabras de la pareja, él está por una y contra la otra: producción/producto, estructuración/estructura, novelesco/novela, sistemático/sistema, poético/ poesía, calado/ aéreo, copia /analogía, plagio /pastiche, figuración/ representación, apropiación/propiedad, enunciación/ enunciado, murmullo/ ruido, maqueta/plan, subversión/ impugnación, intertexto/ contexto, erotización/erótico, etc. A veces no se trata solamente de oposiciones (entre dos palabras), sino de fisuras (de una sola palabra): automóvil, está bien como conducta, pero mal como objeto; el actor está a salvo si forma parte de la contra–Physis, condenado si pertenece a la seudo–Physis; el artificio es deseable si es baudeleriano (opuesto abiertamente a la Naturaleza), devaluado como símil (que pretende mimar esa misma Naturaleza). Así, entre las palabras, por las palabras mismas, pasa "el cuchillo del Valor" (PIT, 67). 


Palabra–color 
Cuando compro colores lo hago únicamente por el nombre que ostentan. El nombre del color (amarillo indio, rojo persa, verde tilo) traza una suerte de región genérica dentro de la cual el efecto exacto, especial, del color, es imprevisible; el nombre es entonces la promesa de un placer, el programa de una operación: hay siempre un futuro en los nombres plenos. De igual manera, cuando digo que una palabra es hermosa, cuando la empleo porque me gusta, no es en absoluto debido a su encanto sonoro o a la originalidad de su sentido, ni a una combinación "poética" de ambas cosas. La palabra me entusiasma según esa idea de que va a hacer algo con ella: es el estremecimiento de un hacer futuro, algo como un apetito. Este deseo sacude todo el cuadro inmóvil del lenguaje. 

Palabra–mana *
En el léxico de un autor, ¿no es preciso que haya siempre una palabra–mana, una palabra cuya significación, ardiente, multiforme, inasible y como sagrada, dé la ilusión de que con ella se puede responder a todo? Esta palabra no es ni excéntrica ni central; es inmóvil y llevada, a la deriva, nunca instalada, siempre atópica (que escapa de todo tópico), a la vez residuo y suplemento, significante que ocupa el lugar de todo significado. Esta palabra apareció en su obra poco a poco; primero se vio enmascarada tras la instancia de la Verdad (la de la Historia), luego por la de la Validez (la de los sistemas y las estructuras); ahora, brota y se expande; esta palabra–mana es la palabra "cuerpo". * Mana: palabra polinesia que significa fuerza, poder oculto, tal como lo consideran ciertas religiones primitivas. (N. de la r.) 

La palabra transicional 
¿Cómo se convierte la palabra en valor? A nivel del cuerpo. La teoría de la palabra carnal está dada en el Michelet: el vocabulario de este historiador, el cuadro de sus palabras–valores está organizado por un estremecimiento físico, el gusto o el asco por ciertos cuerpos históricos. Este se crea así, pasando por etapas cuya complicación varía, palabras "amadas", palabras "favorables" (en el sentido mágico del término), palabras ..maravillosas" (brillantes y felices). Son palabras "transicionales", análogas a la punta de almohada o el trocito de sábana que el niño chupa con obstinación. Como para el niño, estas palabras amadas forman parte del ámbito del juego; y como los objetos transicionales, tienen un estatus incierto; en el fondo, lo que ponen en escena es una suerte de ausencia del objeto, del sentido: pese a la dureza de sus contornos, pese a la fuerza de su repetición, son palabras fluidas, flotantes; buscan convenirse en fetiches. 

La palabra mediana 
Al hablar, no estoy seguro de que busco la palabra justa: busco más bien evitar la palabra estúpida. Pero como siento cierto remordimiento por renunciar demasiado pronto a la verdad, me atengo a la palabra mediana. 

Lo natural 
Denuncia sin cesar la ilusión de lo natural (en Mythologies, en el Systéme de la Mode; aun en S/Z donde se dice que la denotación es devuelta convertida en Naturaleza del lenguaje). Lo natural no es en absoluto un atributo de la Naturaleza física; es la coartada con que se adorna una mayoría social: lo natural es una legalidad. De donde se desprende la necesidad crítica de hacer aparecer la ley que está detrás de esa naturalidad, y, según la fórmula de Brecht, "detrás de la regla, el abuso". 
Puede observarse el origen de esta crítica en la situación minoritaria del propio R. B.; siempre ha pertenecido a alguna minoría, a alguna marginalidad –de la sociedad, del lenguaje, del deseo, del oficio y aun, antaño. de la religión (no carecía de importancia el hecho de ser protestante en una clase de niños católicos); esta situación no tiene nada de inexorable, pero sí marca un poco toda la existencia social: ¿quién no siente lo natural que es, en Francia, ser católico, casado y tener muchos diplomas? La más pequeña carencia que se introduce en este cuadro de conformismos públicos forma una suerte de pliegue muy ligero en lo que podría llamarse la litera social. 
Contra esta "naturalidad" puedo rebelarme de dos maneras: reivindicar, como un legista, contra un derecho elaborado sin mí y contra mí ("También yo tengo el derecho de … "), o devastar la Ley mayoritaria por medio de una acción transgresiva de vanguardia. Sin embargo, él parece detenido extrañamente en la encrucijada de estos dos rechazos: mantiene complicidades con la transgresión y también humores individualistas. Esto da como resultado una filosofía de la anti–Naturaleza que sigue siendo racional, y el Signo es un objeto ideal para este tipo de filosofía: pues es posible denunciar y/o celebrar su arbitrariedad; es posible gozar con los códigos imaginando a la vez con nostalgia que un día quedarán abolidos: como un out–sider intermitente, puedo entrar–en o salir–de la pesada socialidad, según mi humor de inserción o de distancia.  

Neuf/Nouveau * 
Su parcialidad (la elección de sus valores) le parece productiva cuando la lengua francesa le proporciona, por azar, parejas de palabras a la vez muy próximas y diferentes, en las que una remite a lo que a él le gusta y la otra a lo que no le gusta, como si un mismo vocablo barriese el campo semiótico y, con un rápido movimiento de cola, diese un vuelco en redondo (es siempre la misma estructura: estructura del paradigma, que es en suma la de su deseo). Así pasa con neuf /noveau: "nouveau" (nuevo) es bueno, es el movimiento dichoso del Texto: la novación está justificada históricamente en toda sociedad donde, por régimen, la regresión es una amenaza; pero "neuf" (nuevo) es malo: hay que luchar contra un traje nuevo (neuf) cuando se lleva por primera vez: lo nuevo (neuf) envara, se opone al cuerpo porque lo priva de! juego de las articulaciones cuya garantía está en un cieno desgaste: un noveau que no fuese del todo neuf, tal sería el estado ideal de las artes, los textos, los trajes. 
* Tanto noveau como neuf significan nuevo, pero la determinación es distinta según se emplee uno u otro. Noveau se usa generalmente para indicar algo que existe o es conocido desde hace poco tiempo, o algo de la misma naturaleza que sucede a otra cosa, o algo a lo que no se está habituado, que sorprende. Neuf indica algo que casi no ha sido usado, algo que ha sido hecho recientemente. Así, un habit neuf (un traje nuevo) es un traje recién comprado, que se usa por primera vez. Un habit noveau. (que podría traducirse por un traje novedoso) es un traje cuyo diseño no era conocido antes. Del mismo modo, une voiture neuve  (femenino de neuf) es un automóvil acabado de hacer, recién salido de la fábrica, pero une nouvelle voiture nouvelle, femenino de noveau) puede ser un automóvil de segunda mano, o sea viejo, con que se reemplaza a otro (N. de la T.) 

Lo neutro 
Lo neutro no es un promedio de activo y pasivo; es más bien un vaivén, una oscilación amoral, en suma, si se quiere, lo contrario de una antinomia. Como valor (proveniente de la región Pasión), lo Neutro correspondería a la fuerza por medio de la cual la práctica social barre e irrealiza las antinomias escolásticas (Marx, citado en SR, 61: "Es solo en la existencia social donde antinomias tales como subjetivismo y objetivismo, espiritualismo y materialismo, actividad y pasividad, pierden su carácter antinómico ... ") . 
Figuras del Neutro: la escritura blanca, exenta de todo teatro literario –e! lenguaje adánico –la insignificancia deleitosa lo liso –el vacío, lo que no tiene costuras –la Prosa (categoría política descrita por Michelet ) –la discreción –la vacancia de la "persona", si no anulada, al menos vuelta indesignable –la ausencia de imago –la suspensión del juicio, del proceso –el desplazamiento –e! rechazo a "adoptar una actitud" (el rechazo de toda actitud) –el principio de delicadeza –el ir a la deriva –el goce: todo lo que esquiva, o burla o vuelve irrisorios el alarde, el dominio, la intimidación. 
Nada de Naturaleza. En un primer momento todo se reduce a la lucha de una seudo–Pbysis (la Doxa, lo natural, etc.) y de una anti–Physis (todas mis utopías personales): una es detestable, la otra deseable. Sin embargo ulteriormente, esta lucha misma le parece demasiado teatral; entonces se ve sordamente repelida, distanciada por la defensa (el deseo) de lo Neutro. Lo Neutro no es pues el tercer término –el grado cero –de una oposición a la vez semántica y conflictiva; es, en un eslabón distinto de la cadena infinita del lenguaje, el segundo término de un nuevo paradigma, del cual la violencia (el combate, la victoria, el teatro, la arrogancia) es el término pleno. 

Activo/ Pasivo 
Viril/no viril: esta célebre pareja, que impera sobre toda la Doxa, resume todos los juegos de alternancia: el juego paradigmático del sentido y el juego sexual del alarde (todo sentido bien formado es un alarde: acoplamiento y golpe de gracia). 
"Lo difícil no es liberar la sexualidad según un proyecto más o menos libertario, sino despejarlo del sentido, incluso de la transgresión como sentido. Véase a los países árabes: allí se transgreden con facilidad ciertas reglas de la sexualidad "buena" practicando con bastante soltura la homosexualidad ... ; pero esta transgresión sigue implacablemente sometida a un régimen del sentido estricto: la homosexualidad, práctica transgresiva, reproduce, entonces inmediatamente en sí misma... el paradigma mas puro que pueda imaginarse, el del activo/ pasivo, el del poseedor/ poseído, el del burlador/burlado, el del sablista /sableado . . . " (1971, 1). Por tanto en esos países, la alternativa es pura, sistemática; no conoce ningún término neutro o complejo, pareciera que fuese imposible imaginar para esta relación de exclusión (aut…. aut…) términos extra-–polares. Ahora bien, esta alternativa la verbalizan sobre todo muchachos burgueses o pequeño-burgueses que, situados dentro del campo de la promoción, necesitan un discurso a la vez sádico (anal) y claro (afianzado en el sentido); quieren un paradigma puro del sentido y del sexo, sin escapes, sin fallas, sin desbordamientos hacia los márgenes. 
Sin embargo, en cuanto se rechaza la alternativa (en cuanto se enturbia el paradigma), comienza la utopía: el sentido v el sexo se convierten en el objeto de un juego libre dentro' del cual las formas (polisémicas) y las prácticas (sensuales), liberadas de la prisión binaria, van a ponerse en un escajo de expansión infinita. Así pueden nacer un texto gongorino y una sexualidad dichosa. 

La acomodación 
Cuando leo, acomodo: no sólo acomodo el cristalino de mis ojos sino también el de mi intelecto, para captar el buen nivel de significación (el que me. conviene a mí). Una lingüística aguda no debería ocuparse ya más del "mensaje" (¡al diablo con los "mensajes”), sino de las acomodaciones, que preceden sin duda mediante niveles y accesos: cada uno doblega su espíritu, como un ojo, para aprehender en la masa del texto la inteligibilidad que necesita para conocer, para gozar, etc. En esto la lectura es un trabajo: hay un músculo que la doblega. 
Es sólo cuando el ojo normal ve hasta el infinito cuando no necesita acomodarse. Asimismo, si yo pudiera leer un texto hasta el infinito, ya no tendría necesidad de doblegar nada en mí mismo. Esto es lo que sucede postulativamente ante un texto que se dice de vanguardia (no trate en este caso de acomodarse: usted no percibiría nada). 

El numen 
Predilección por la fórmula de Baudelaire, citada varias veces (especialmente respecto a la lucha libre): "la verdad enfática del gesto en las grandes ocasiones". Baudelaire denominó a este exceso de la pose el numen (que es el gesto silencioso de los dioses al proclamar el destino humano). El numen es la histeria petrificada, eternizada, entrampada, ya que por fin uno la mantiene inmovilizada, encadenada bajo una larga mirada. De allí mi interés por las poses (a condición de que estén encuadradas), las pinturas nobles, los cuadros patéticos, los ojos alzados al cielo, etc. 

El paso de los objetos al discurso 
Diferente del "concepto" y de la "noción", que son puramente ideales, el objeto intelectual es creado por una suerte de presión sobre el significante; me basta con tomar en serio una forma (etimología, derivación, metáfora) para crearme una suerte de pensamiento-palabra que va a echarse a correr por mi lenguaje como el anillo que corre de mano en mano por la cuerda en el juego. Esta palabra-objeto, a la vez está investida (es deseada) y es superficial (se la usa, no se la profundiza); tiene una existencia ritual; se diría que en algún momento la he bautizado' con mi signo. 
Es bueno, pensaba, que por consideración con el lector, pase por el discurso del ensayo, de vez en cuando, un objeto sensual (en otra parte, en Werther, se ven pasar de pronto unos guisantes cocidos en mantequilla, una naranja que se pela y se desgaja). Beneficio doble: aparición suntuosa de una materialidad y distorsión, digresión brusca que se imprime al murmullo intelectual. 
Michelet le dio el ejemplo: ¿qué relación hay entre el discurso anatómico y la flor de la camelia?  –"El cerebro del niño, dice Michelet, no es otra cosa más que la flor lechosa de la camelia". De allí, sin duda, su hábito de distraerse, al escribir, con enumeraciones heteróclitas. ¿No hay cierta voluptuosidad en introducir, como un sueño fragante, en un análisis sociológico (1962), "la cereza salvaje, la canela, la vainilla y el Jerez, el té de Canadá, la lavanda, el banano"; en descansar de la pesadez de una demostración semántica con la visión de las "alas, colas, cimeras, penachos, cabellos, bandas, humos, globos, estolas, cinturones y velos" con los que Erté forma las letras de su alfabeto (Er, 68) –o también en insertar en una revista de sociología "los pantalones de brocado, los abrigos estrafalarios y los largos camisones de dormir blancos" con que se visten los hippies (1969)? ¿No basta con hacer entrar en el discurso crítico una "rueda azulada de humo" para darse ánimos, simplemente… de recopiarlo? 
(Así, a veces, en los haikus japoneses, la línea de las palabras se abre bruscamente y es entonces el dibujo mismo del monte Fuji o el de una sardina lo que viene a ocupar con gentileza el lugar de la palabra despedida). 

Olores 
En Proust, tres de los cinco sentidos conducen el recuerdo. Pero para mí, apartando la voz, en el fondo menos sonora que perfumada, debido a su textura, el recuerdo, el deseo, la muerte, el imposible retorno no están de ese lado; mi cuerpo no se deja atrapar en la historia de la magdalena, de los adoquines y de las toallas de Balbec. De lo que no volverá ya más, es el olor lo que regresa a mí. Así sucede con el olor de mi infancia bayonesa: tal como el mundo circunscrito por el mandala, todo Bayona se agazapa en un olor compuesto, el del Pequeño Bayana (barrio entre el Nive y el Adour): la cuerda que trabajaban los fabricantes de sandalias, las especias oscuras, la cera de la vieja madera, los huecos de escalera sin aire, la negrura de las viejas vascas, negras hasta el remate de tela con que se sostenían el moño, el aceite español, la humedad de las artesanías y los pequeños comercios (encuadernadores, quincalleros), el polvo de papel de la biblioteca municipal (donde aprendí la sexualidad en Suetonio y Marcial), el pegalotodo de los pianos en reparación en la casa Bossiere, ciertos efluvios de chocolate, producto de la ciudad, todo ello consistente, histórico, provinciano y meridional. (Dictado). 
(Recuerdo con locura los olores: es que envejezco). 

De la escritura a la obra 
Trampa que tiende la infatuación: hacer creer que acepta considerar lo que escribe como una "obra", pasar de una contingencia de escritos a la transcendencia de un producto unitario, sagrado. La palabra "obra" es ya un imaginario. 
La contradicción es, en verdad, entre la escritura y la obra .(el Texto, a su vez, es una palabra magnánima: no toma en cuenta esta diferencia). Gozo sin solución de continuidad, sin fin sin término de la escritura como de una producción perpetua, una dispersión incondicional, una energía de seducción a la que ninguna defensa legal del sujeto que echo sobre la página puede ya detener. Pero en nuestra sociedad mercantil 'hay que llegar a la postre a una "obra": hay que construir, es decir, terminar una mercancía. Así, mientras escribo, la escritura se ve en todo momento aplanada, banalizada, culpabilizada por la obra a la cual se ve obligada a contribuir. ¿Cómo escribir en medio de todas las trampas que me tiende la imagen colectiva de la obra? –Pues bien, ciegamente. Perdido, enloquecido y presionado, durante el trabajo sólo puedo repetirme a mí mismo a cada momento la palabra con que termina el Huis–clos de Sartre: continuemos, 
La escritura es ese juego en el cual me doy vuelta más o menos bien dentro de un espacio demasiado estrecho: estoy arrinconado, me debato entre la histeria necesaria para escribir y el imaginario, que vigila, amanera, purifica, banaliza, codifica, corrige, impone la mira (y la visión) de una comunicación social. Por un lado quiero que me deseen y por el otro que no me deseen: histérico y obsesivo al mismo tiempo. y sin embargo: mientras más me dirijo hacia la obra, más desciendo hacia la escritura; me acerco a su fondo inaguantable; aparece un desierto y se produce, fatal, desgarradora, una suerte de pérdida de simpatía: ya no siento simpatía (hacia los demás, hacia mí mismo). Es en este punto de contacto entre la escritura y la obra donde se me aparece la dura verdad: ya no  soy un niño. O bien ¿será la ascesis del goce lo que así descubro? 

“Se sabe”
Se coloca una expreslOn aparentemente expletiva t":« sabe", "r« sabe que ... "t encabezando ciertos desarrollos: remite así a la opinión común, al saber de todos, la proposición que va a tomar como punto de partida: se adjudica la tarea de reaccionar contra una banalidad. y a menudo, lo que tiene que burlar no es la banalidad de la opinión común sino la suya propia; el primer discurso que se le ocurre es banal, y solo luchando contra esta banalidad original es como puede, poco a poco, escribir. ¿Ya a describir su situación en un bar de Tánger) lo primero que se le ocurre decir es que es el lugar de un "lenguaje interior": ¡qué descubrimiento! Intenta entonces librarse de esta banalidad que lo empalaga y detectar en ella una partícula de idea con la cual tenga alguna relación de deseo: ¡la Frase! Al nombrar este objeto, todo queda salvado; escriba lo que escribiere (no es un asunto de acometividad), será siempre un discurso investido en el que el cuerpo hará acto de presencia (la banalidad es el discurso sin cuerpo). 
En suma, lo que escribe provendría de una banalidad corregida. 
Opacidad y transparencia 
Principio de explicación: esta obra se mueve entre dos términos: –en el término original está la opacidad de las relaciones sociales. Esta opacidad se reveló en seguida bajo la forma opresiva del estereotipo (las figuras impuestas por la redacción escolar, las novelas comunistas, en el Degré zéro de l’ecriture ) . Luego, arras miles de formas de la Doxa; –en el término final (utópico), está la transparencia: el sentimiento tierno, el anhelo, el suspiro, el deseo de un reposo, como si la consistencia de la interlocución social pudiera un día esclarecerse, aligerarse, calarse hasta la invisibilidad. 
1. La división social produce una opacidad (paradoja aparente: allí donde todo está muy dividido socialmente, todo parece opaco, macizo). 
2. Contra esta opacidad, el sujeto lucha, de rodas las maneras que puede. 
3. Sin embargo, si él mismo es un sujeto de lenguaje, su combate no puede tener directamente un resultado político, pues esto sería toparse de nuevo con la opacidad de los estereotipos. Este combate adquiere entonces el movimiento de un apocalipsis: fracciona a ultranza, exaspera todo un juego de valores, y al mismo tiempo vive utópicamente –podría decirse: respira: la transparencia final de las relaciones sociales. 

La Antítesis 
Por ser la figura de la oposición, la forma exasperada del binarismo, la Antítesis es el espectáculo mismo del sentido. De ella se sale: ya sea por medio del neutro, ya sea por el escape hacia lo real (el confidente raciniano quiere abolir la antítesis trágica, SR, 61), ya sea por el suplemento (Balzac suple la Antítesis sarrasiniana, S/Z, 33), ya sea por la invención de un tercer término (de deportación). 
El mismo, sin embargo, no deja de recurrir a menudo a la Antítesis (por ejemplo: "La libertad en vitrina, a título decorativo, pero el orden en casa, a título constitutivo", My, 135). ¿De nuevo una contradicción? –Sí, y ella recibirá siempre la misma explicación:. la Antítesis es un robo de lenguaje tomo prestada la violencia del discurso común en beneficio de mi propia violencia, del sentido-para-mí. 

La defección de los orígenes 
Su trabajo no es antihistórico (al menos eso espera), pero es siempre, obstinadamente, antigenético, pues. el Origen es una figura perniciosa de la Naturaleza (de la Physis): por un abuso interesado, la Doxa "aplasta" juntos el Origen y la Verdad, para hacer de ellos una prueba Única, en la que ambos se aúpan recíprocamente según un giro muy cómodo: ¿no son las ciencias humanas etimológicas? ¿no buscan el etymon (origen y verdad) de todo hecho? 
Para burlar el Origen, culturiza inicialmente a fondo la Naturaleza: nada, en ninguna parte, es natural, sólo histórico; luego esta cultura (convencido como está con Benveniste que toda cultura no es más que lenguaje) la pone a circular de nuevo en el movimiento infinito de los discursos, montados unos sobre otros (y no engendrados) como en el juego de la palmada. 

Oscilación del valor 
Por una parte el Valor reina, decide, separa, pone el bien de un lado y el mal del otro (le neuf /le nouveau, la estructura/ la estructuración etc.): el mundo significa con fuerza ya que todo está preso dentro del paradigma del gusto y la repugnancia. 
Por otra parte, toda oposición es sospechosa, el sentido cansa, él quiere descansar de él. El Valor, que armaba todo, queda desarmado, es absorbido por una utopía: ya no más oposiciones, ni sentido, ni siquiera Valor, y esta abolición no deja residuo. 
El Valor (y con él el sentido) oscila así, sin cesar. La obra, toda entera, cojea entre una apariencia de maniqueísmo (cuando el sentido es fuerte) y una apariencia de pirronismo (cuando deseamos su exención). 

Paradoxa 
(Corrección de la paradoja). En el campo intelectual reina un fraccionalismo intenso: uno se opone, término por término, a lo más cercano, pero quedándose dentro del mismo "repertorio": en neuropsicología animal, el repertorio es el conjunto de miras en función de las cuales actúa tal o cual animal: ¿por qué plantear a una rata preguntas de hombre cuando su "repertorio" es el de una rata? ¿Por qué plantear a un pintor de vanguardia preguntas de profesor? La práctica paradójica, a su vez, se desarrolla en un repertorio ligeramente diferente, que es más bien el del escritor: uno no se opone a valores nombrados, fraccionados; estos valores, uno los bordea, los esquiva, los evita: uno se va por la tangente; no es, propiamente hablando, una contramarcha (palabra muy cómoda de Fourier, sin embargo); lo que se teme es caer en la oposición, la agresión, es decir, en el sentido (pues el sentido no es nunca más que el trinquete de un contra–término), es decir, otra vez: en esa solidaridad semántica que une los contrarios simples. 
El ligero motor de la paranoia 
Motor discreto, muy discreto, de la paranoia: cuando escribe (tal vez todos escriben así), la toma a distancia contra algo, contra alguien, innominado (que sólo él podría nombrar). ¿Qué moción vindicativa hubo en el origen de tal o cual frase sin embargo tan general, tan apaciguada? No hay escritura que no sea, de vez en cuando, solapada. El móvil se ha borrado, el efecto subsiste: esta substracción define el discurso estético. 
Hablar /besar 
Según una hipótesis de Leroi–Gourhan, fue cuando logró liberar sus extremidades anteriores de la marcha y, por tanto, su boca de las funciones predatorias, cuando el hombre rudo hablar. Yo añado: y besar. Pues el aparato fonatorio es también el aparato oscular. Al pasar a la estación erecta, el hombre se halló libre para inventar el lenguaje y el amor: es tal vez el nacimiento antropológico de una doble perversión concomitante: la palabra y el beso. Según esto, mientras más libres fueron .los hombres (respecto a su boca), más hablaron y besaron; y, lógicamente, cuando mediante el progreso los hombres se deshagan de toda tarea manual, no harán otra cosa que discurrir y besarse. 
Imaginemos para esta doble función, localizada en un mismo sitio, una transgresión única nacida de un uso simultáneo de la palabra y del beso: hablar besando, besar hablando, Hay que creer que esta voluptuosidad existe, ya que los amantes no dejan de "beber las palabras en los labios amados". Lo que saborean entonces, en la lucha amorosa, es el juego del sentido que se abre y se interrumpe: la función que se turba: en una palabra: el cuerpo farfullado. 

Los cuerpos que pasan 
"Una noche, medio dormido en la banquera de un bar ... " (PIT, 79). Era pues eso lo que yo hacía en ese "local" de Tánger: dormir un poquito. Ahora bien, estos locales, en la sociología pequeña de las ciudades, son tenidos por sirios de vigilia y de acción (de lo que se trata es de hablar, de comunicarse, de encontrarse, etc.) ; por el contrario el bar es aquí un sitio de semi-ausencia. Ese espacio no carece de cuerpos, aún más, están muy próximos, y es esto lo importante; pero esos cuerpos, anónimos, animados por ligeros movimientos, me dejan en un estado de ocio, de irresponsabilidad y como florando: todo el mundo está allí, nadie me pide nada y yo salgo ganando por los dos lados: en el bar, el cuerpo del Otro no se transforma nunca en "persona" (civil, psicológica, social, etc.): me propone su paso, no su interlocución. Como una droga especialmente adaptada a mi organización, el bar puede entonces convertirse en el lugar de trabajo de mis frases: no sueño, fraseo: es el cuerpo mirado, y ya no el cuerpo escuchado, lo que toma una función fática (de contacto), y ahora, entre la producción de mi lenguaje y el deseo flotante de que se nutre esta producción, hay una relación de vigilia, no de mensaje. El bar es, en suma, un lugar neutro: es la utopía del tercer término, es alejarse a la deriva de la pareja demasiado pura: hablar/ callar. 
En el tren, se me ocurren ideas: la gente circula a mi alrededor, y los cuerpos que pasan actúan como facilitadores. En el avión, me sucede todo lo contrario: estoy inmóvil, compacto, ciego; mi cuerpo, y por tanto mi intelecto, están muertos: no tengo a mi disposición más que el paso del cuerpo pulido y ausente de la aeromoza, que circula como una madre indiferente entre las cunas de un retén.

El juego, el pastiche 
Entre las muchas ilusiones que se hace respecto a sí mismo hay ésta, muy tenaz: que le gusta jugar y, por ello, que tiene el poder de hacerlo; ahora bien, nunca ha hecho un pastiche (al menos voluntariamente), salvo cuando estaba en el liceo (del Critón,-1974), pese a que con frecuencia no le faltaron ganas. Puede haber en ello una razón teórica: si se trata de burlar al sujeto, el juego es un método ilusorio y hasta produce un efecto contrario al que busca: el sujeto de un juego se hace más consistente que nunca; el verdadero juego no es enmascarar al sujeto sino enmascarar al juego mismo. 

Patch–work 
¿Comentarme? ¡Qué aburrimiento! No me quedaba otra solución que la de re-escribirme –de lejos, de muy lejos– ahora: añadir a los libros, los temas, los recuerdos, los textos, otra enunciación, sin llegar a saber nunca si es de mi pasado o de mi presente de lo que hablo. Arrojo así sobre la obra escrita, sobre el cuerpo y el corpus pasado, rozándolos apenas, una especie de patch–work, una cobija rapsódica hecha de retazos cosidos. En vez de profundizar, me quedo en la superficie, porque esta vez se trata de mi "yo" (del Yo) y la profundidad pertenece a los otros. 

El color 
La opinión común exige siempre que la sexualidad sea agresiva. Así, la idea de una sexualidad dichosa, dulce, sensual, jubilatoria, no se encuentra en ningún escrito. ¡Dónde leerla? En la pintura o, aún mejor, en el color. Si yo' fuera pintor, sólo pintaría colores: este campo me parece estar libre tanto de la Ley (no hay en él ni Imitación ni Analogía) como de la Naturaleza (pues en resumidas cuentas todos los colores de la Naturaleza ¿no nos vienen acaso de los pintores?). 

¿La persona dividida? 
La metafísica clásica no tenía ningún inconveniente en "dividir" a la persona (Racine: "Hay dos hombres en mí"); por el contrario, provista de dos términos opuestos, la persona funcionaba como un buen paradigma (lo alto/lo bajo, la carne/el espíritu, el cielo/la tierra); los partidos en lucha se reconciliaban en la fundación de un sentido: el sentido del Hombre. Es por ello que cuando hoy hablamos de un sujeto dividido no es en absoluto para reconocer sus contradicciones simples, sus dobles postulaciones, etc.; a lo que se apunta es a una difracción, un desperdigamiento cuya expulsión no deja ya ni centro principal ni estructura de sentido: no soy contradictorio, estoy disperso. 
¿Cómo explica usted. Cómo tolera esas contradicciones?  Filosóficamente, usted parece se materialista (si es que el vocablo no es demasiado viejo); éticamente, usted se divide: en lo que respecta al cuerpo, es usted hedonista y, en cuanto a la violencia, ¡más bien budista! No le gusta la fe, pero conserva cierta nostalgia por los ritos, etc. Es usted todo un mosaico de reacciones: ¿hay en usted algo que sea primigenio? 
Cualquier clasificación que lea provoca en usted las ganas de meterse en el cuadro: ¿cuál es su lugar? En un primer momento cree encontrarlo; pero poco a poco, como una estatua que se desagrega o un relieve que se erosiona, se achata y abandona su forma o, mejor todavía, como Harpo Marx que pierde su barba postiza bajo los efectos del agua que bebe, usted ya no es clasificable, no por exceso de personalidad sino, por el contrario, porque recorre todas las márgenes del espectro: usted reúne en sí mismo rasgos presuntamente distintivos que, por ello, ya no distinguen nada; usted descubre que es a la vez (o alternadamente) obsesivo, histérico, paranoico y de los más perversos (sin hablar de la psicosis amorosa) o que acumula todas las filosofías decadentes: el epicureísmo, el eudemonismo, el asianismo, el maniqueísmo, el pirronismo. 
"Toda se ha hecho en nosotros porque somos nosotros, siempre nosotros, y en ningún momento los mismos" (Diderot, Réfutation d'Helvétius.) 

Partitivo *
Pequeño–burgués: este predicado puede adherirse a cualquier sujeto; nadie está a salvo de este mal (esto es normal: toda la cultura francesa, aun mucho más allá de los libros, pasa por allí): en el obrero, en el funcionario, en el profesor, en el estudiante contestatario, en el militante, en mis amigos X., Y., Y en mí, por supuesto, hay algo de pequeño–burgués: es un partitivo–colectivo. Ahora bien, hay otro objeto de lenguaje que presenta el mismo carácter móvil y pánico, y que figura en el discurso teórico como un partitivo puro: es el Texto: no puedo decir que talo cual obra es un Texto, sólo que en ella hay algo de Texto. Texto y pequeño–burgués forman así una misma sustancia universal, ya nociva, ya exaltante; tienen la misma función discursiva: la de un operador universal de valor. 
*En francés existe el artículo partitivo (du, de la) que indica que se toma parte de un todo y de allí el título de este fragmento. (N. de la T.) 

Bataille, el miedo 
Bataille, en resumidas cuentas, me concierne muy poco: ¿qué tengo yo que hacer con la risa, la devoción, la poesía, la violencia? ¿Qué tengo que decir de lo "sagrado", de lo "imposible"? 
Sin embargo, basta con que haga coincidir todo ese lenguaje (extranjero) con una perturbación que en mí se llama miedo para que Bataille me reconquiste: todo lo que escribe, entonces, me describe: me pega. 

Efecto benéfico de una frase 
X me cuenta que un día decidió "exonerar su vida de sus amores desgraciados", y que esta frase le pareció tan bien lograda que le bastó casi para compensar los fracasos que la habían provocado; se propuso entonces (y me propuso a mí) aprovechar mejor esa reserva de ironía que está en el lenguaje (estético). 

El texto político 
Lo Político es, subjetivamente, una fuente continua de aburrimiento y/o de goce; es además y de hecho (es decir, a pesar de las arrogancias del sujeto político), un espacio obstinadamente polisémico, el sitio privilegiado de una interpretación perpetua (que si es lo bastante sistemática, no será nunca desmentida, hasta el infinito). Podría concluirse de estas dos comprobaciones que lo Político es textual puro: una forma exorbitante, exasperada, del Texto, una forma inusitada que, por sus desbordamientos y sus máscaras, sobrepasa tal vez nuestra entendimiento actual del Texto. Y como Sade produjo el más puro de los textos, creo comprender que lo Político me gusta como texto sadiano y me disgusta como texto sádico. 

El alfabeto 
Tentación del alfabeto: adoptar la consecución de las letras para enlazar fragmentos es ponerse en manos de lo que hace la gloria del lenguaje (y que desesperaba a Saussure): un orden inmotivado (fuera de toda imitación), que no sea arbitrario (ya que todo el mundo lo conoce, lo reconoce y concuerda con él). El alfabeto es eufórico: acaba con la angustia del "plan", con el énfasis del "desarrollo", con las lógicas retorcidas, con las disertaciones; una idea por fragmento, un fragmento por idea, y para la sucesión de estos átomos nada más que el orden milenario y loco de las letras francesas (que son ellas mismas objetos insensatos –carentes de sentido). 
No define una palabra, nombra un fragmento; hace lo contrario de 10 que hace el diccionario: la palabra surge del enunciado en vez de que el enunciado se derive de la palabra. Del glosario sólo retengo su principio más formal: el orden de sus unidades. Este orden, sin embargo, puede ser malicioso: produce a veces efectos de sentido; y si estos efectos no son deseados hay que quebrar el alfabeto en aras de una regla superior: la de la ruptura (de la Heterología) : impedir que "cuaje" un sentido. 

El orden del que ya no me acuerdo 
Se acuerda más o menos del orden en que fueron escritos estos fragmentos; ,:pero de donde venía ese orden? ¿según qué clasificación, qué sucesión fue apareciendo? Ya no se acuerda. El orden alfabético borra todo, recusa todo origen. Quizá, en ocasiones, algunos fragmentos parecen seguirse unos a otros. debido a cierta afinidad; pero lo importante es que esas redecillas no empalmen unas con otras, que no se deslicen hacia una única y gran red que vendría a ser la estructura del libro, su sentido Es para detener, desviar, dividir. este descenso del discurso hacia un destino del sujeto, que, en ciertos momentos, el alfabeto nos llama al orden (del desorden) y nos dice: ¡Corte! retome la historia de otra manera (pero también, a veces, por la misma razón, hay que quebrar el alfabeto). 

La obra como poligrafía 
Imagino una crítica antiestructural; sería una crítica que no buscaría el orden, sino el desorden de la obra; le bastaría para ello con considerar toda obra como una enciclopedia: ¿no podría definirse cada texto según el número de objetos dispares (de saber de sensualidad) que pone en escena con la ayuda de simples figuras de contigüidad (la metonimia y el asíndeton),? Como enciclopedia, la obra extenúa una lista de objetos heteróclitos, y esta lista es la antiestructura de la obra, su oscura y loca poligrafía. 

El lenguaje–sacerdote 
En lo que concierne a los ritos, ¿será tan desagradable ser sacerdote? En cuanto a la fe, ¿qué sujeto humano puede predecir que no llegará  un día en el que "creer" –en esto o aquello–. no se adecue a su economía? ¿Y ésta no valdría para e! lenguaje: el lenguaje–sacerdote? Imposible. 

El discurso previsible 
Fastidio de los discursos previsibles. Lo previsible es una categoría estructural, pues es posible dar los modos de .la espera o del encuentro (en suma: del suspenso) cuyo escenario es el lenguaje (se ha hecho para el relato); se podría pues fundar una tipología del discurso con base en su grado de previsibilidad. Texto de los Muertos: texto letánico en el que no se puede cambiar ni una palabra. 
(Anoche, después de haber escrito lo anterior: en el restaurán, en la mesa cerca de la mía, dos individuos conversan en voz no alta, pero bien timbrada, bien entrenada, bien entonada, como si una escuela de dicción los hubiese preparado para hacerse oír de sus vecinos en los lugares públicos: todo lo que dicen, sin que se salve una sola frase (sobre los nombres de pila de algunos de sus amigos, sobre el último film de Pasolini), todo es absolutamente conforme, previsto: ni una sola falla en el sistema endoxal. Concordancia de esa voz que no escoge a nadie y de la Doxa inexorable: es la jactancia.) 

Proyectos de libros 
(Estas ideas son de diferentes épocas): Diario de Deseo (el día a día del Deseo, en el campo de la realidad). La Frase (ideología y erótica de la Frase). Nuestra Francia (nuevas mitologías de la Francia de hoy; o más bien: ¿estoy feliz/infeliz de ser francés?). El aficionado (consignar lo que me sucede cuando pinto). Lingüística de la Intimidación (del Valor, de la guerra de los sentidos). Mil fantasmas (escribir sus fantasmas no sus sueños). Etología de los Intelectuales (tan importante como las costumbres de las hormigas). El Discurso de la homosexualidad (o: los discursos de la homosexualidad, o también el discurso de las homosexualidades). Una Enciclopedia de los Alimentos (dietética, historia, economía, geografía y sobre todo simbología ) . Una Vida de los Hombres ilustres (leer muchas biografías y extraer de ellas rasgos, biografemas, como se ha hecho con Sade y Fourier). Una Colección de Estereotipos visuales ("Vi a un marroquí, de traje oscuro, con le Monde bajo el brazo, y montándole un asedio a un chica rubia sentada en un café"). El Libro/la Vida (tomar un libro clásico y relacionar con él todo lo referente a la vida durante un año). Incidentes (mini–textos, pliegues, haikus, notaciones, juego de sentidos, todo lo que cae, como una hoja), etc. 

Relación con el psicoanálisis 
Su relación con el psicoanálisis no es escrupulosa (aunque sin embargo, no puede ufanarse de ninguna impugnación, ningún rechazo). Es una relación indecisa. 

Psicoanálisis y psicología 
Para que el psicoanálisis pueda hablar, es necesario que pueda apoderarse de un discurso Otro, de un discurso. un poco torpe, que no es todavía psicoanalítico. Este discurso distante, este discurso en retroceso  –recargado de cultura vieja y de retórica–, es aquí, por placas, el discurso psicológico. La función de la psicología sería, en resumidas cuentas, la de ofrecerse como un buen objeto para el psicoanálisis. 
(Complacencia con respecto a los que tienen algún poder sobre uno: en el liceo Louis–le–Grand yo tenía un profesor de historia que por necesitar de la rechifla como de una droga cotidiana ofrecía obstinadamente a los alumnos innumerables ocasiones para que armaran el escándalo: gazapos, ingenuidades, palabras de doble sentido, posturas ambiguas y aun la tristeza con que signaba todos sus comportamientos secretamente provocadores; los alumnos, que muy pronto lo habían calado, se abstenían ciertos días, sádicamente, de armar la rechifla). 

"¿Qué quiere decir eso?" 
Pasión constante (e ilusoria) de contraponer a todo hecho, aun al más menudo, no la pregunta del niño: ¿por qué.?, sino la pregunta del griego antiguo, la pregunta sobre el sentido, como si todas las cosas se estremeciesen de sentido: – ¿qué quiere decir eso? A toda costa hay que transformar el hecho en idea, en descripción, en interpretación, en suma, encontrar para él otro nombre que el suyo. Esta manía no coma en cuenta la futilidad: por ejemplo, si compruebo –y lo hago sin demora– que en el campo me gusta orinar en el jardín y no en otra parte, quiero de inmediato saber lo que eso significa. Este afán de que los hechos más simples signifiquen, marca socialmente al sujeto como un vicio: no hay que desenganchar la cadena de los nombres, no hay que desencadenar el lenguaje: el exceso en el nombrar es siempre ridículo (monsieur Jourdain, Bouvard y Pécucher ). 
(Aquí mismo, salvo en las Anamnesias cuyo precio es ese precisamente, no se da cuenta de nada sin darle una significación; uno no se atreve a dejar al hecho en un estado de in–significancia; es el movimiento de la fábula que saca, de codo fragmento de lo real, una lección, un sentido. Podría concebirse un libro a la inversa: que daría cuenta de innumerables "incidentes" y que se proscribiera a sí mismo para siempre el extraer un sentido; sería, con toda exactitud, un libro de haikus.) 

¿Qué razonamiento? 
El Japón es un valor positivo, el parloteo un valor negativo. Y, sin embargo, los japoneses parlotean. Esto no tiene por qué servir de estorbo: basta con decir que ese parloteo no es negativo ("es todo el cuerpo. .. lo que mantiene con uno una suerte de parloteo al cual un dominio perfecto de los códigos quita todo carácter regresivo, infantil", EpS, 20). R. B. hace exactamente lo que él mismo dice que hace Michelet: "Es cierto que existe cierto tipo de causalidad micheletista, pero esta causalidad permanece prudentemente relegada en las regiones improbables de la moralidad. Son "necesidades" de orden moral, postulados enteramente psicológicos ... : es necesario que Grecia no haya sido homosexual, ya que es coda luz, etc." (Mi, 33). Es necesario que el parloteo japonés no sea regresivo, ya que los japoneses son amables. 
El "razonamiento" está en suma constituido por un encadenamiento de metáforas: toma un fenómeno (la connotación, la letra Z), y lo somete a una avalancha de puntos de vista; lo que hace las veces de la argumentación es el despliegue de una imagen: Michelet "se come" la Historia; por tanto la "pace"; por tanto, "camina" en ella, erc.: todo lo que le sucede a un animal que pace va a aplicársele así a Michelet: la aplicación metafórica desempeñará el papel de una explicación. 
Puede llamarse "poético" (sin juicio de valor) todo discurso en el que la palabra conduce la idea: si usted ama las palabras hasta el punto de sucumbir ante ellas, queda fuera de la ley del significado, de la escribancia. Es, a la letra, un discurso onírico (nuestro sueño atrapa las palabras. que le pasan frente a las narices y hace de ellas una historia). Mi cuerpo mismo (y no sólo mis ideas) puede hacerse a las palabras, ser de alguna manera creado por ellas: ese día descubro en mi lengua una placa roja que parece una escoriación –¡indolora, además, lo cual suele suceder, creo, con el cáncer! Pero visto de cerca, este signo no es más que una ligera escamadura de la película blancuzca que recubre la lengua. No estoy muy seguro de que todo este pequeño escenario obsesional no haya sido montado para poder usar esa palabra rara, sabrosa a fuerza de exactitud: una escoriación. 

La recesión 
En todo esto hay riesgos de recesión: el sujeto habla de sí mismo (riesgo de psicologismo, riesgo de infatuación), enuncia por fragmentos (riesgo de aforismo, riesgo de arrogancia). 
Este libro está hecho de lo que yo no conozco: el inconsciente y la ideología, cosas que sólo se hablan por la voz de los otros. Yo no puedo poner en escena (en texto), como tales, lo simbólico y lo ideológico que atraviesan por mí ya que soy su mancha ciega (lo que me pertenece de suyo es mi Imaginario, mi fantasmática: de allí este libro). Del psicoanálisis y de la crítica política sólo puedo pues disponer a la manera de Orfeo: sin volverme nunca, sin mirarlos nunca, los declaro (aunque apenas: lo bastante como para reintroducir mi interpretación de nuevo en la carrera del imaginario). 
El título de esta colección (X por él mismo) tiene un alcance analítico: ¿yo mismo por yo mismo? ¡Pero si éste es el programa mismo del imaginario! ¿Cómo reverberan, cómo resuenan los rayos del espejo sobre mí? Más allá de esta zona de difracción –la única sobre la cual yo puedo echar una mirada, sin poder nunca, no obstante, excluir de ella a aquel que precisamente va a hablar de ella– está la realidad, y está también lo simbólico. Respecto a éste, no tengo la más mínima responsabilidad (¡ya tengo bastante que hacer con mi imaginario!): le toca al Otro, a la transferencia y, por tanto, al lector. y todo esto se hace, lo cual es aquí bien evidente, a través de la Madre, presente junto al Espejo. 

El reflejo estructural 
Así como el deportista se regocija de sus buenos reflejos, al semiólogo le gusta poder captar con vivacidad el funcionamiento de una paradigma. Leyendo el Moisés de Freud, se complace en sorprender el trinquete puro del sentido; el goce es tanto más fuerte cuanto que es aquí la oposición de dos simples letras lo que conduce, pie con pie, a la oposición de dos religiones: Amon/ Aton: toda la historia del judaísmo en el paso de la "m" a la "t". 
(El reflejo estructural consiste en hacer retroceder durante el tiempo más largo posible la pura diferencia hasta alcanzar la extremidad de un tronco común: que el sentido estalle, puro y seco, in extremis; que la victoria del sentido se logra de chiripa como en un buen "thrilling”.) 

El reino y el triunfo 
En el aquelarre de los discursos sociales, de los grandes sociolectos, distingamos dos variedades de arrogancias, dos modos monstruosos de dominación retórica: el Reino y el Triunfo. La Doxa no es triunfalista, se contenta con reinar: difunde, empalaga: es una dominación legal, natural: es un manto general extendido con la bendición del Poder: es un Discurso universal, un modo de jactancia ya emboscado en el mero hecho de "sostener" un discurso (sobre algo): de allí la afinidad de naturaleza que hay entre el discurso endoxal y la radiofonía: con la muerte de Pompidou, durante tres días, fluyó, difundió. Por el contrario, el lenguaje militante. revolucionario o religioso (de la época en que la religión militaba) es un lenguaje triunfante: cada acto del discurso es un triunfo a la antigua: se hace desfilar a los vencedores y a los enemigos derrotados. Se podría medir el grado de seguridad de los regímenes políticos y precisar su evolución según sí están (todavía) en el Triunfo o (ya) en el Reino. Habría que estudiar, por ejemplo, cómo, a qué ritmo, según qué figuras, el triunfalismo revolucionario de 1793 fue poco a poco aplacándose, difundiéndose, cómo "cuajó" y pasó al estado de Reino (de la palabra burguesa). 

Abolición del reino de los valores 
Contradicción: todo un largo texto sobre el valor, sobre una afección continua de evaluación –lo cual acarrea una actividad a la vez ética y semántica–, y al mismo tiempo, y precisamente d causa de ello, una energía igual para soñar con una "abolición sin residuos del reino de los valores" (que era, según dicen, el designio del Zen ). 

¿Qué limita la representación? 
Brecht hacía poner trapos mojados en la cesta de la actriz para que su cadera tuviese el movimiento justo, el de la lavandera alienada. Esto está muy bien, pero también es estúpido ¿no? Pues lo que pesa en la cesta no son los trapos, es el tiempo, es la historia, y ese peso, ¿cómo representarlo? Es imposible representar lo político: éste se resiste a toda copia por más que uno se afane en hacerla cada vez más verosímil. En contra de la creencia inveterada de todas las artes socialistas, allí donde comienza lo político, cesa la imitación. 
La resonancia 
Toda palabra que le concierne resuena en él hasta el extremo, y es esta resonancia lo que teme, hasta el punto de rehuir medrosamente todo discurso que puedan hacer y del cual sea el sujeto. La palabra de los otros, elogiosa o no, está marcada en su origen por la resonancia que pueda llegar a tener. El sólo, porque. conoce el punto de partida, puede medir el esfuerzo que tiene que hacer para leer un texto si éste habla de él. El vínculo con el mundo es conquistado siempre así a partir de un miedo. 

Logrado/ malogrado 
Al releerse cree detectar en la textura misma de cada escrito una singular escisión: la de lo logrado/malogrado: por bocanadas, expresiones felices, playas dichosas, luego, pantanos, escorias, que hasta ha comenzado a inventariar. Pero entonces, ¿ningún libro sostenidamente logrado? –Sin duda el libro sobre Japón. A la sexualidad dichosa correspondió con toda naturalidad la felicidad continua, efusiva, jubilatoria de la escritura: en lo que escribe, cada cual defiende su sexualidad, 
Es posible una tercera categoría: ni logrado, ni malogrado: vergonzoso: marcado, floreado de imaginario. 

De la elección de un traje 
Un film de televisión sobre Rosa Luxemburg me dice la hermosura de su rostro. De sus ojos, induzco el deseo de 'leer sus libros. y parto de allí para imaginar una ficción: la de un sujeto intelectual que decidiese convertirse en marxista y que tuviese que escoger su marxismo: ¿cuál? ¿de qué marca, de qué predominio? ¿Lenin, Trotsky, Luxemburg, Bakunin, Mao, Bordiga, etc? 
Este sujeto va a una biblioteca, lo lee todo, como se palpan trajes antes de comprarlos, y escoge el marxismo que mejor le conviene, aprestándose de allí en adelante a sostener el discurso de la verdad a partir de una economía que es la de su cuerpo. 
(Lo anterior podría ser una escena inédita de Bouuard et Pécuchet –si precisamente Bouvard y Pécuchet no cambiaran de cuerpo con cada biblioteca que exploran.) 

El ritmo
Siempre creyó en ese ritmo griego, la sucesión de la Ascesis y de la Fiesta, el desenlace de la una por la otra (y nunca ha creído en el ritmo chato de la modernidad: trabajo/ocio). Era precisamente el ritmo de Michelet que pasaba, en su vida y en su texto, por un ciclo de muertes y resurrecciones, de jaquecas y de animaciones, de relatos ("sudaba" con Luis XI) Y de cuadros (su escritura florecía en ellos). Es el ritmo que conoció un poco en Rumania donde, según una costumbre eslava o balcánica, se encierran periódicamente durante tres días en la Fiesta (juegos, comida, vigilia y todo lo demás: es el "kef"). Así, en su propia vida, siempre ha buscado este ritmo; no sólo es necesario que durante la jornada de trabajo tenga en perspectiva el placer de la noche (lo cual es banal), sino que también, complementariamente, de la velada feliz debe surgir, hacia el fin, el deseo de que llegue pronto el día siguiente para recomenzar el trabajo (de escritura). 
(Hay que señalar que el ritmo no es forzosamente regular: Casals decía con mucha razón que el ritmo es retardo.) 

Que se sepa esto 
Todo enunciado de escritor (aun de los más huraños) comporta un operador secreto, una palabra inexpresada, algo como el morfema silencioso de una categoría tan primitiva como la negación o la interrogación, cuyo sentido sería: "¡y que se sepa esto!". Este mensaje signa las frases de cualquiera que escriba; hay en cada una de ellas un ruido, un aire, una tensión muscular, laríngea, que recuerda los tres golpes que se dan antes de una función de teatro o el gong de las películas Rank. Hasta Arraud, el dios heterológico, dice de lo que escribe: ¡que se sepa! 

Entre Salamanca y Valladolid 
Un día de verano (1970), avanzando y soñando entre Salamanca y Valladolid, para salir de su aburrimiento, imaginaba por juego una nueva filosofía que bautizó de inmediato "preferencialisrno", y poco le importaba entonces, en su auto, si era frívola o culpable: sobre un fondo (¿una roca?) materialista donde el mundo no es visto más que como un tejido, un texto que desenvuelve la, revolución de los lenguajes, la guerra de los sistemas, y donde el sujeto, disperso, inconstuído, no puede captarse sino a costa de un imaginario, la elección (política, ética) de esta apariencia de sujeto no tiene ningún valor fundante: esta elección no es importante; sea cual fuere la pomposidad o la violencia con que se la declare, no es otra cosa que una inclinación: ante los pedazos del mundo, no tengo otro derecho que el de la preferencia. 
Ejercicio escolar 
1. ¿Por qué menciona el autor la fecha de este episodio? 
2. ¿En qué justifica el lugar lo de "soñar" y "aburrirse"? 
3. ¿De qué podría ser "culpable" la filosofía evocada por el autor? 
4. Explique la metáfora "un tejido". 
5. Cite algunas filosofías a las que podría oponerse el "preferencialisrno". 
6. Sentido de las palabras "revolución", "sistema", "imaginario", "inclinación". 
7. ¿Por qué subraya el autor cierras palabras o ciertas expresiones? 
8. Caracterice el estilo del autor. 

El saber y la escritura 
Cuando trabaja en algún texto que ya anda como sobre ruedas, le gusta tener que buscar complementos, precisiones, en libros de saber; si pudiese, tendría una biblioteca ejemplar de libros de fondo (diccionarios, enciclopedias, manuales, etc.) : que el saber sea un círculo a mi alrededor, a mi disposición; que sólo tenga que consultarlo –y no ingerirlo; que el saber sea mantenido en su lugar como un complemento de escritura. 

El valor y el saber 
(A propósito de Bataille: ) "En suma, el saber es retenido como poder, pero combatido como tedio; el valor no es lo que desdeña, relativiza o rechaza al saber, sino lo que lo libra del tedio, lo que hace descansar de él; no se opone al saber según una perspectiva polémica sino en un sentido estructural; hay alternancia del saber y del valor, descanso del uno a través del otro, segÚn una suerte de ritmo enamorado, Y, en suma, es eso la escritura del ensayo (hablarnos de Bataille·): el ritmo enamorado de la ciencia y del valor: heterología, goce." (ST, 54). 

La escena 
Siempre vio en la "escena" (doméstica) una experiencia pura ele la violencia, hasta el punto que, siempre que la oye, sea donde fuere, siente miedo, como un chiquillo aterrado por los pleitos de sus padres (y siempre huye de ella, desvergonzadamente). Si la escena tiene una resonancia tan grave es porque muestra al desnudo el cáncer del lenguaje. El lenguaje es impotente para cerrar al lenguaje, es esto lo que dice la escena: las réplicas se engendran, sin conclusión posible, a no ser por el asesinato; es porque la escena está toda entera tendida hacia esta violencia última, que sin embargo no asume nunca (al menos entre gente "civilizada"), por lo que es una violencia esencial, una violencia que goza en mantenerse: terrible y ridícula, como una autómata de ciencia–ficción. 
(Al pasar al teatro, la escena se domeña: el teatro la doma, al imponerle que termine: una detención del lenguaje es la más grande violencia que pueda hacérsele a la violencia del lenguaje. ) 
Toleraba mal la violencia. Esta disposición, aunque comprobada a cada instante, seguía siendo para él bastante enigmática; pero sentía que la razón de esta intolerancia debía buscarse por este lado: la violencia se organizaba siempre en escena: la conducta más transitiva (eliminar, matar, herir, domar, etc.) era también la más teatral, y era en suma a esta suerte de escándalo semántico a lo que se resista (¿no se opone por naturaleza el sentido al acto?); en toda violencia, no podía dejar de percibir extrañamente un núcleo literario: ¿cuántas escenas conyugales no se sitúan dentro del modelo de algún gran cuadro de la pintura: la Mujer expulsada o también la Repudiación? Toda violencia es en resumidas cuentas la ilustración de un estereotipo patético y, extrañamente, era la manera por entero irrealista con que se decora y se abarrota el acto violento –manera grotesca y expeditiva, activa y petrificada a un tiempo –lo que lo hacía experimentar por la violencia un sentimiento que no conoce en ninguna otra ocasión: una suerte de severidad (pura reacción de intelectual, sin duda).

La ciencia dramatizada 
Sospechaba de la ciencia y le reprochaba su adiaforia (término nietzscheano), su indiferencia; los sabios hacen de esta indiferencia una Ley y se constituyen en sus procuradores. La condena se desplomaba, sin embargo, cada vez que era posible dramatizar la Ciencia (devolverle un poder de diferencia, un efecto textual); le gustaban los sabios en los que podía detectar una turbación, un temblor, una manía un delirio, una inflexión; había sacado mucho provecho del Cours de Saussure, pero Saussure fue para él infinitamente más precioso desde que supo de la loca .audición de los Anagramas; en muchos sabios presentía así una falla feliz, pero las más de las veces no se atrevían a llegar hasta hacer de ella una obra: su enunciación seguía siendo encajonada, amanerada, indiferente. 
Así, pensaba, es por no haber sabido arrebatarse por lo que la ciencia semiológica no había dado muy buenos resultados: no era a menudo más que un murmullo de trabajos indiferentes, en los que cada quien indiferenciaba el objeto, el texto, el cuerpo. ¿Cómo olvidar, no obstante, que la semiología tiene cierta relación con la pasión del sentido: su apocalipsis y/o su utopía? 
El corpus: ¡es una hermosa idea! A condición de que se admita leer en el corpus el cuerpo: ya sea que en el conjunto de textos retenidos para el estudio (y que forma el corpus), se busque, ya no sólo la estructura, sino las. figuras de la enunciación; ya sea que se tenga con este conjunto algún nexo amoroso (sin el cual el corpus no es más que un imaginario científico). 
Siempre pensar en Nietzsche: somos científicos por falta de sutileza. –Imagino al contrario, por utopía, una ciencia dramática y sutil, tendida hacia la inversión carnavalesca de la proposición aristotélica y que se atreviese a pensar, al menos en un destello: sólo hay ciencia de la diferencia. 

Yo veo el lenguaje 
Tengo una enfermedad: veo el lenguaje. Lo que debería simplemente escuchar, una extraña pulsión, perversa porque en ella el deseo se equivoca de objeto, me lo revela como una "visión", análoga (¡guardando las proporciones!) a la que tuvo Escipión en sueños de las esferas musicales del mundo. A la escena primitiva, en la que escucho sin ver, sucede una escena perversa, en la que imagino ver lo que escucho. La audición deriva hacia la escopia: del lenguaje, me siento visionario y mirón. 
Según una primera visión, el imaginario es simple: es el discurso del otro en tanto que yo lo veo (lo rodeo de comillas). Luego, vuelvo la escopia sobre mí: veo mi lenguaje en tanto que es visto: lo veo enteramente desnudo (sin comillas): es el tiempo vergonzante, doloroso, del imaginario. Se perfila entonces una tercera visión: la de lenguajes infinitamente escalonados, paréntesis nunca cerrados: visión utópica ya que supone un lector móvil, plural, que pone y quita comillas con presteza: que se pone a escribir conmigo. 

Sed contra 
Muy a menudo, parte del estereotipo, de la opinión banal que está en él. Y es porque no lo quiere (por reflejo estético o individualista) por lo que busca otra cosa; habitualmente se cansa pronto de esto y se detiene en la simple opinión contraria, en la paradoja, en lo que desmiente mecánicamente al prejuicio (por ejemplo: "no hay ciencia sino de lo particular"). En suma, mantiene con el estereotipo relaciones de contraje, relaciones familiares. 
Es una suerte de "deportación" (de "deporte") intelectual: va sistemáticamente allí donde hay solidificación del lenguaje, consistencia, estereotipo. Como una cocinera cuidadosa, se afana, cuida de que el lenguaje no se espese, de que no se pegue. Este movimiento, que es de pura forma, da cuenta de los progresos y las regresiones de la obra: es una pura táctica de lenguaje, que se despliega en el aire, fuera de todo horizonte estratégico. El riesgo es que, como el estereotipo se desplaza, históricamente, políticamente, hay que seguirlo, vaya a donde vaya: ¿qué hacer si el estereotipo se pas« a la izquierda? 

El calamar y su tinta 
Escribo esto día tras día; va cuajando: el calamar produce su tinta: ato mi imaginario (para defenderme y ofrecerme a la vez). 
¿Cómo sabría yo que el libro está terminado? En suma, como siempre, de lo que se trata es de elaborar una lengua. Ahora bien, en toda lengua los signos regresan, y a fuerza de regresar, terminan por saturar todo el léxico –la obra. Como he ido reseñando la materia de estos fragmentos durante meses, todo lo .que me pasa desde entonces viene a encasillar espontáneamente (sin forcejeo) dentro de las enunciaciones ya elaboradas: la estructura se va tejiendo poco a poco y, al irse haciendo, se imana cada vez más: así se construye, sin ningún plan de mi parte, un repertorio finito y perpetuo, como el de la lengua. Llega un momento en que ya no hay otra transformación posible sino la que ocurre a la nave Argos: yo podría quedarme con este libro durante mucho tiempo, cambiando poco a poco cada fragmento. 

Proyecto de un libro sobre la sexualidad 
Una joven pareja se instala en mi compartimento: la mujer es rubia, maquillada; lleva gruesos lentes oscuros, lee Paris-Match: tiene una sortija en cada dedo y cada una de las uñas de las dos manos está pintada de un color diferente; la del dedo mayor, más corta, pintada de carmín fuerte, designa crasamente el dedo de la masturbación. De allí, del encantamiento en que me encierra esta pareja de la que no logro apartar la vista, me viene la idea de un libro (o de una película) donde no habría igualmente más que rasgos de sexualidad de segunda mano (nada de pornografía); captaría (intentaría captar) la "personalidad" sexual de cada cuerpo, que no es ni su belleza, ni aun su aire "sexy", sino la manera como cada sexualidad se ofrece inmediatamente para ser leída; pues la joven rubia de uñas gruesamente pintadas y su joven marido (de nalgas moldeadas y ojos dulces) llevaban su sexualidad de pareja en el ojal de la solapa, como una cinta de la legión de honor (la sexualidad y la respetabilidad corresponden a la misma ostentación), y esa sexualidad legible (tal como la hubiera leído seguramente Michelet ) llenaba el compartimento, a través de una metonimia irresistible, mucho más que una sarta de coqueterías. 

Lo sexy 
Diferente a la sexualidad de segunda mano, lo sexy de un cuerpo (que no es su belleza) depende de que sea posible marcar (fantasmar) en él la práctica amorosa a la cual se le somete en pensamiento (se me ocurre precisamente ésta, y no tal otra). Asimismo, distinguidas dentro del texto, se diría que hay frases sexy: frases que turban por su aislamiento mismo, como si detentaran la promesa que se, nos hace a nosotros, lectores, de una práctica de lenguaje, como si fuéramos a buscarlas en virtud de un goce que sabe lo que quiere. 

¿Final feliz de la sexualidad? 
Los chinos: todo el mundo pregunta (y yo en primer lugar) : ¿pero dónde está su sexualidad? –Una vaga idea de esto (más bien una imaginación), y si resultase cierta, constituiría una revisión de todo un discurso anterior: en el film de Antonioni, se ven unos visitantes populares que miran, en un museo, una maqueta que representa una escena bárbara de la vieja China: una banda de soldados está expoliando a una familia pobre de campesinos; las expresiones son brutales o dolorosas; la maqueta es grande y está muy iluminada, los cuerpos parecen a la vez petrificados (en el lustre de un museo de cera) y convulsionados, llevados a una suerte de paroxismo a un tiempo carnal y semántico; se piensa en las esculturas veristas de Cristos españoles, cuya crudeza chocaba tanto a Renan (es cierto que echaba la culpa a los jesuitas). Ahora bien, esta escena me aparece de pronto muy exactamente sobre-sexualizada, a la manera de un cuadro sadiano. E imagino entonces (aunque no es más que una imaginación) que la sexualidad, tal como nosotros la hablamos, y en tanto que la hablamos, es un producto de la opresión social, de la mala historia de los hombres: un efecto de civilización, en suma. De allí, podría ser que la sexualidad, nuestra sexualidad, se viese exonerada, periclitada, anulada, sin represión, por la liberación social: ¡desvanecido el Falo! Somos nosotros quienes, como los antiguos paganos, hacemos de él un pequeño dios. 'No requerirá el materialismo una cierta distancia sexual, la caída mate de la sexualidad fuera del discurso, fuera de la ciencia? 

El shifter como utopía 
Recibe una remota tarjeta–postal de un amigo: "Lunes. Regreso mañana. ]ean–Louis." 
Como Jourdain y su prosa famosa (escena, por lo demás, bastante pujadista), se maravilla de encontrar en un enunciado tan simple los rastros de los operadores dobles analizados por Jakobson. Ya que si Jean–Louis sabe perfectamente quién es y qué día escribe, su mensaje, llegado hasta mí, es del todo incierto: ¿cuál lunes? ¿cuál Jean–Louis? ¿Cómo habría de saberlo yo que, desde mi punto de vista, tengo al instante que escoger entre varios Jean–Louis y varios lunes? Aunque codificado, para no hablar sino de! más conocido de los operadores, el shifter· aparece así como un medio sutil –suministrado por la lengua misma de romper la comunicación: hablo (obsérvese mi dominio del código), pero me envuelvo en la bruma de una situación enunciativa que usted desconoce; procuro a mi discurso escapes de interlocución (finalmente, ¿no será esto lo que pasa siempre cuando utilizamos el shifter por excelencia, e! pronombre "yo"."): De allí pasa a imaginar los shifters (llamemos así, por extensión, a todos los operadores de incertidumbre formados a ras de la lengua: yo, aquí, ahora, mañana, lunes, Jean–Louis¡ como subversiones sociales, concedidos por la lengua, pero combatidos por la sociedad, a la que estos escapes de subjetividad asustan y a los que colmata siempre imponiendo la reducción de la' duplicidad del operador (lunes, Jean–Louis) mediante la referencia "objetiva" de una fecha (lunes 12 de marzo), o de un patronímico (Jean–Louis B.). Imagínese la libertad y, si se me permite decirlo, la fluidez amorosa de una colectividad que sólo hablase mediante nombres de pila y sbifters, en la que cada quien no dijese nunca sino yo, mañana, allá, sin referirse a nada que sea legal, y donde lo fluido de la diferencia (única manera de .respetar su sutileza, su repercusión infinita) fuese el valor más preciado de la lengua. 
En la significación, tres cosas 
En la significación, tal como se la concibe desde los estoicos, hay tres cosas: e! significante, el significado y el referente. Pero ahora, si imagino una lingüística del valor (sin embargo, ¿cómo edificarla quedándose uno mismo fuera del valor, cómo edificarla "científicamente'', "lingüísticamente”), estas tres cosas que están en la significación ya no son las mismas; una es conocida, es el proceso de significación, dominio ordinario de la lingüística clásica, que se detiene en ella, allí se mantiene y prohíbe que se salga de ella, pero las otras dos lo son menos. Ellas son la notificación (asesto mi mensaje y asigno a mi auditor) y la firma (hago ostentación, no puedo evitar la ostentación). Con este análisis no se hace más que desplegar la etimología del verbo "significar": fabricar un signo, hacer un signo (a alguien), reducirse imaginariamente a su propio signo, sublimarse en él. 

Una filosofía simplista 
Se diría que a menudo ve la socialidad de una manera simplista: como un inmenso y perpetuo frotamiento de lenguajes (discursos, ficciones, imaginarios, razones, sistemas, ciencias) y de deseos (pulsiones, heridas, resentimientos, etc. ) . ¿Qué le pasa entonces a lo "real" en esta filosofía? No se le niega (hasta se le invoca a menudo a título progresista), sino que se le remite, en suma, a una suerte de "técnica", de racionalidad empírica, un objeto de "recetas", "remedios", "desenlaces" (si se actúa así, se produce esto; para evitar aquello, hagamos razonablemente esto; esperemos, dejemos que la cosa se transforme, etc.). Filosofía de digresión máxima: delirante cuando se trata del lenguaje, empírica (y "progresista") cuando. se trata de lo "real'. 
(Siempre ese rechazo francés al hegelianismo). 

Simio entre los simios 
Acosta, hidalgo portugués de origen judío, está exilado en Amsterdam; se afilia a la Sinagoga y, luego, la critica y es excomulgado por los rabinos; debería entonces lógicamente separarse de la comunión hebraica y, sin embargo, su conclusión es otra: "¿Por qué habría de obstinarme en permanecer separado de ella toda mi vida con tantas incomodidades, yo, que estoy en un país extraño donde casi no entiendo la lengua? ¿No será mejor hacer de simio entre los simios?" (Pierre Bayle, Dictionnaire historique et critique). 
Cuando no se tiene a la disposición ninguna lengua conocida, hay que resolverse al fin y al cabo a robar un lenguaje como antes se robaba un pan. (Todos los que están –son legión– fuera del Poder, se ven obligados al robo de lenguaje). 

La división social 
Las divisiones de la relación social existen de veras, son reales, él no las niega y escucha con confianza a todos los que (muy numerosos) hablan de ellas; pero para él, y sin duda porque fetichiza un tanto el lenguaje, estas divisiones reales quedan absorbidas por su forma interlocutiva: es la interlocución lo que está dividido, alienado: vive así toda la relación social en términos de lenguaje. 

Pronombres * 
Un estudiante norteamericano (o positivista, o contestatario: soy incapaz de esclarecerlo) identifica, como si lo diese por sentado, subjetividad y narcisismo; piensa sin duda que la subjetividad consiste en hablar de sí mismo y de manera favorable. Es porque es víctima de una vieja pareja, un viejo paradigma: subjetividad/objetividad. Sin embargo, hoy día, el sujeto se toma en otra parte, y la "subjetividad" puede retornar en Otro lugar de la espiral: desconstruida, desunida, deportada, sin anclaje: ¿por qué no hablaría yo de "mí mismo" cuando ya ese "mí mismo" no es "sí mismo"? 
Pronombres llamados personales: todo está en juego precisamente aquí, estoy encerrado para siempre en la lid pronominal: "yo" moviliza el imaginario, "usted" y "él", la paranoia. Pero también, fugitivamente, según el lector, todo puede voltearse, como los reflejos de un tafetán: en "a mí me", "a mí" puede no ser el yo de "me", al cual "a mí" rompe de una manera carnavalesca; puedo decirme "usted", como lo hacía Sade, para desligar en mí el obrero, el fabricante, el productor de escritura del sujeto de la obra (el Autor); por otro lado, no hablar de sí puede querer decir: yo soy el que no habla de sí; y hablar de sí diciendo "él" puede querer decir: hablo de mí como un poco muerto, encerrado en una ligera bruma de énfasis paranoico, o también: hablo de mí a la manera del actor brechtiano que tiene que distanciar su personaje: "mostrarlo", no encarnarlo, y dar a su elocución una suerte de capirotazo cuyo efecto es el de despegar el pronombre de su nombre, la imagen de su soporte, el imaginario de su espejo (Brecht recomendaba al actor pensar todo su papel en tercera persona). 
Afinidad posible de la paranoia y del distanciamiento, por vía del relato: el "él" es épico. Esto quiere decir: "él" es maligno: es la palabra más maligna de la lengua: pronombre de la no–persona, anula y mortifica a su referente; no se puede aplicar sin malestar a los que uno ama; al decir de alguien "él", siempre tengo a la vista una suerte de asesinato por el lenguaje, cuya escena toda, a veces suntuosa, ceremonial, es la chismografía.
Y a veces, irrisión de todo esto, "él" cede el lugar al "yo" bajo los simples efectos de un aprieto sintáctico: pues en una frase un poco larga, "él" puede remitir sin previo aviso a muchos Otros referentes que no son yo. 
He aquí una serie de proposiciones pasadas de moda (si no fuesen contradictorias): yo no sería nada si no escribiese. Sin embargo estoy en otro lugar que el lugar donde escribo. Yo valgo más que lo que escribo. 
* El título de este fragmento es Moi, je. Moi, como je, es pronombre singular de la primera persona para los dos géneros y por tanto funciona como nominativo. Sin embargo, .moi tiene otros usos también: puede ser complemento cuando va precedido de preposiciones; y puede ser sustantivo: "le moi" es el yo. Usado con ie, moi es enfático, tiene una función reduplicativa que da más energía a la frase, como en moi, je penee que ... (yo pienso que ... ), moi, ie dis (yo digo). En este sentido, un equivalente en español podría ser "a mí me", en frases como "a mí me parece que... :", en la que "a mí" es una reduplicación y puede suprimirse. Por eso, cuando el autor dice, en el texto del fragmento que en "moi, je", el [e puede no ser moi, he traducido moi, je por "a mí me". Y en el párrafo anterior del mismo fragmento, cuando dice ¿ por qué no hablaría yo de "moi" (de mí) cuando "moi" (yo) ya no es "soi" (sí mismo, uno mismo)? he traducido moi por "mí mismo" y soi por "sí mismo". (N. de la T.) 

Un mal sujeto político 
Por ser la estética el arte de ver las formas desprenderse de las causas y los objetivos y constituirse en un sistema suficiente de valores ¿habrá algo que sea más contrario a la política? Ahora. bien, él no podía deshacerse del reflejo estético, no podía dejar de ver en una conducta política que aprobaba, la forma ~ la consistencia formal) que ésta tomaba, y que le parecía, según el caso, horrible o ridícula. Así, como era particularmente Intolerante ante el chantaje (¿por qué razón profunda?), era sobre todo el chantaje lo que veía en la política de los Estados. Por un sentimiento estético aún más fuera de lugar, ante la multiplicación de la toma de rehenes, siempre bajo la misma forma, llegaba a asquearle el carácter mecánico de estas operaciones: sobre ellas caía el descrédito de toda repetición: ¡Otra. más! ¡Qué fastidio! Era como el estribillo de una buena canción, como el tic facial de una persona bonita. Así, debido a una disposición perversa a ver las formas, los lenguajes, y las repeticiones, se convertía insensiblemente en un mal sujeto político. 

La sobredeterminación 
Amad Al Tifachi (1184–1253), autor de Las delicias del corazón, describe así el beso de un prostituto: hunde su lengua en vuestra boca y la mueve con obstinación. Tómese esto como la demostración de una conducta sobredeterminada; pues de esta práctica erótica, en apariencias poco conforme con su estatus profesional, el prostituto de Al Tifachi saca un triple provecho: muestra su ciencia amorosa, salvaguarda la imagen de su virilidad y, sin embargo, compromete poco su cuerpo ya que, mediante este asalto impide la entrada en él. ¿Dónde está el tema principal? Es un sujeto, no complicado (como dice con irritación la opinión corriente), sino compuesto (como hubiese dicho Fourier). 

La sordera ante su propio lenguaje 
Lo que escuchaba, lo que no podía dejar de escuchar, estuviese donde estuviere, era la sordera de los otros ante su propio lenguaje: él los oía no oírse a sí mismos. Pero, ¿y él? ¿Oía acaso alguna vez su propia sordera? Luchaba por oírse, pero sólo producía con este esfuerzo otra escena sonora, otra ficción. De allí el paso de confiarse a la escritura: ¿no es ella ese lenguaje que ha renunciado a producir la última réplica, que vive y se desahoga al ponerse en manos del otro para que él lo oiga? 

La simbología de Estado 
Escribo esto, el sábado 6 de abril de 1974, día de duelo nacional por la memoria de Pompidou. Todo el día, en la radio, "buena música" (para mis oídos): Bach, Mozart, Brahms, Schubert. La "buena música" es, pues, una música fúnebre' una metonimia oficial junta la muerte, la espiritualidad y la música de clase (los días de huelga no tocan sino "mala música"). Mi vecina, que suele oír música pop, no ha puesto su. radio hoy. Estamos así ambos excluidos de la simbología de Estado: ella, porque no soporta el significante (la "buena música"), yo, porque no soporto el significado (la muerte de Pompidou ): Esta doble amputación, ¿no hace de la música así manipulada un discurso opresivo? 

El texto sintomático 
¿Qué debo hacer para que cada uno de esos fragmentos no sea nunca más que un síntoma –Eso es fácil: déjese ir, retrotráigase.

Sistema/sistemático 
¿Lo propio de lo real; no será ser indomable? Y lo propio del sistema, ¿no será quererlo dominar? ¿Qué puede hacer entonces, ante lo real, el que rechaza la dominación? Destituir al sistema como aparato, aceptar lo sistemático como escritura (Fourier lo hizo, SFL, 114). 

Táctica/ estrategia 
El movimiento de su obra es táctico: de lo que se trata es de desplazarse, de obstaculizar, como en el juego, pero no de conquistar. Ejemplos: ¿la noción de intertexto? No tiene, en el fondo, ninguna positividad; sirve para combatir la ley del contexto (1971, II); la comprobación es presentada en cierto momento como un valor, pero no en absoluto para exaltar la objetividad sino para poner coto a la expresividad del arre burgués; la ambigüedad de la obra (CV, 55) no viene en absoluto del New Criticism y no le interesa en sí misma; no es más que una pequeña máquina de guerra contra la ley filológica, la tiranía universitaria del sentido recto. Esta obra podría entonces definirse como: una táctica sin estrategia. 

Más tarde 
Tiene la manía de hacer "introducciones", "esbozos", "elementos" posponiendo para más tarde el "verdadero" libro. Esta manía tiene un nombre retórico: es la prolepsis (muy bien estudiada por Genette ). 
He aquí algunos de estos libros anunciados: una Historia de la Escritura. (DZ, 22), una Historia de la Retórica (1970, II), una Historia de la Etimología (1973), una Estilística nueva (S/Z, ~07), una estética del Placer textual (PIT, 104), una nueva ciencia lingüítica (PIT, 104), una Lingüística del Valor (Sr, .61), un inventario de los discursos de amor (S/Z, 182), una ficción fundada en la idea de un Robinson urbano (1971, II), una suma sobre la pequeña burguesía (1971, JI), un libro sobre Francia mulada –a la manera de Michelet –Nuestra Francia (1971, II), etc. 
Estos anuncios, que apuntan las más de las veces a un libro de suma, desmesurado, paródico respecto al gran momento del saber, no pueden ser más que simples actos de discurso (son Ciertamente prolepsis); pertenecen a la categoría de lo dilatorio. Pero lo dilatorio, denegación de lo real (de lo realizable), no está por ello menos vivo: estos proyectos viven, nunca los abandona; suspendidos, pueden cobrar vida otra vez en cualquier momento; o, al menos, como la huella persistente de una obsesión, se realizan, parcialmente, indirectamente como gestos, a través de temas, fragmentos, artículos: la Historia de la Escritura (postulada en 1953) engendra veinte años más tarde la idea de un seminario sobre una historia del discurso francés; la Lingüística del Valor orienta, desde su lejanía, este libro. ¿La montaña da a luz un ratón? Hay que darle una vuelta positiva a este proverbio desdeñoso: la montaña no es demasiado grande para producir un ratón. 
Fourier nunca ofrece sus libros sino como anuncios del Libro perfecto que va a publicar más tarde (perfectamente claro, perfectamente persuasivo, perfectamente complejo). La Anunciación del Libro (el prospectus) es una de esas maniobras dilatorias que rigen nuestra utopía interna. Imagino, fantaseo, coloreo y doy lustre al gran libro que soy incapaz de hacer: es un libro de saber y de escritura, a la vez sistema perfecto e irrisión de todo Sistema, una suma de inteligencia y de placer, un libro vengador y tierno, corrosivo y apacible, etc. (aquí avalancha de adjetivos, bocanada de imaginario); en resumen, tiene todas las cualidades de un héroe de novela: es el que viene (la aventura), y ese libro, convirtiéndome en el Juan Bautista de mí mismo, yo lo anuncio. 
Si, a menudo, prevé libros por hacer (que no hace), es porque deja para más tarde lo que le aburre. O más bien quiere escribir en seguida lo que le gusta escribir, y no otra cosa. En Michelet, lo que le gustaría reescribir son los temas carnales, el café, la sangre, el ágave, el trigo, etc.; uno se construye entonces una crítica temática, pero para no hacerla correr riesgos teóricos frente a otra escuela –histórica, biográfica, etc. –, pues el fantasma es demasiado egoísta para ser polémico, uno declara que sólo se trata de una pre–crítica, y que la "verdadera" crítica (que es la de los demás) vendrá más tarde. 
Como nunca le alcanza el tiempo (o al menos así lo imagina), presa de los plazos y los retardos, usted se empeña en creer que va a resolverlo todo poniendo orden en lo que tiene que hacer. Se elabora programas, planes, calendarios, plazos. Sobre su mesa y en sus ficheros, cuántas listas de artículos, de libros, de seminarios, de diligencias por hacer, de llamadas de teléfono que dar. Todo este papeleo, de hecho, no sirve de nada, usted no los consulta nunca, ya que una conciencia angustiada lo ha dotado de una excelente memoria respecto a sus obligaciones. Pero es algo irreprimible: usted alarga el tiempo que le falta, con la inscripción misma de esa falta. Llamemos esto la compulsión del programa (es fácil adivinar su carácter hipomaniático); los Estados, las colectividades, aparentemente, tampoco están exentas de ella: ¿cuánto tiempo perdido en hacer programas? Y como tengo previsto hacer un artículo sobre esto, la idea de programa se convierte a su vez en una compulsión de programa. 
Invirtamos ahora todo esto: estas maniobras dilatorias, estos esconces del proyecto son tal vez la escritura misma. En primer lugar, la obra no es nunca más que el meta–libro (el comentario previsional) de una obra por venir, que, al no hacerse, se convierte en esa obra precisamente: Proust, Fourier no escribieron más que "Prospectos". Luego, la obra no es nunca monumental: es una proposición que cada quien vendrá a saturar como quiera, como pueda: yo le paso a usted una materia semántica para que la haga correr, como el anillo en el juego. Finalmente, la obra es un ensayo (de teatro), y ese ensayo", como en una película de Rivette, es verboso, infinito, entrecortado por comentarios, por excursus, entretejidos con otras cosas. En una palabra, la obra es un escalonamiento; su ser es la gradación: una escalera que no termina. 

Tal cual 
Sus amigos de Tel Quel: su originalidad, su verdad (además de la energía intelectual, el genio de la escritura) provienen de que aceptan hablar un lenguaje común, general, incorporal, a saber, el lenguaje político, en tanto que cada uno de ellos lo habla con su propio cuerpo. –Pues bien, ¿por qué no hace usted lo mismo? –Es precisamente porque, sin duda, no tengo el mismo cuerpo que ellos; mi cuerpo no puede amoldarse a la generalidad, al poder de generalidad que está en el lenguaje. –¿No es esta una visión individualista? ¿Una visión que encontramos en un cristiano –antihegeliano notorio –como Kierkegaard? 
El cuerpo es la diferencia irreductible, y al mismo tiempo; es el principio de toda estructuración (ya que la estructuración es lo Único de la estructura, 1968, II). Si yo lograse hablar de política con mi propio cuerpo, convertiría a la más chata de las estructuras (discursivas) en una estructuración; con la repetición produciría Texto. El problema es saber si el aparato político reconocería por mucho tiempo esta manera de escapar de la banalidad militante metiendo en ella mi propio cuerpo, único, vivo, pulsional, de goce. 
* Ensayo, respecto a una pieza de teatro, en francés répétition. 
(N. de la T.) 

El tiempo que hace 
Esta mañana la panadera me dice: ¡el tiempo está bueno todavía! ¡pero el calor ha durado demasiado! (la gente aquí encuentra siempre que el tiempo está demasiado bonito, que hace demasiado calor). Yo añado: ¡y la luz está tan hermosa! Pero la panadera no me contesta, y una vez más observo ese corto–circuito del lenguaje que se produce infaliblemente en las conversaciones más fútiles; comprendo que ver la luz depende de una sensibilidad de clase; o más bien, ya que hay luces "pintorescas" apreciadas con toda seguridad por la panadera, lo que está socialmente marcado es la visión "vaga", la visión sin contornos, sin objeto, sin figuración, la visión de una transparencia, la visión de una no–visión (ese valor infigurativo que está en la buena pintura, pero no en la mala). En suma, nada más cultural que la atmósfera, nada más ideológico que el tiempo que hace. 

Tierra prometida 
Le pesaba no poder abarcar a la vez todas las vanguardias, alcanzar todos los márgenes, estar limitado, retraído, ser demasiado recatado, etc.; y su pesar no podía esclarecerse con ningún análisis seguro: ¿a qué se resistía, exactamente? ¿Qué es lo que rechazaba (o más superficialmente todavía: con qué estaba reñida¡ aquí o allá? ¿Un estilo? ¿Una arrogancia? ¿Una violencia? ¿Una imbecilidad? 

Se me embrolla la cabeza 
Sobre tal trabajo, tal sujeto (de ordinario aquellos sobre los que se hacen disertaciones), tal día de su vida, quisiera poder poner como divisa esta fórmula de comadre: se me embrolla la cabeza (imaginemos una lengua en la que e! juego de las categorías gramaticales obligase a veces al sujeto a enunciarse bajo la especie de una viejecita). 
Y sin embargo: a nivel de su cuerpo nunca se le embrolla la cabeza. Es como una maldición: nunca un estado fluido, perdido, segundo: siempre la conciencia: excluido de la droga y no obstante soñando con ella: soñando poder emborracharse (en vez de sentirse enfermo de inmediato); contando otrora con una operación quirúrgica para que le proporcionase al menos una vez en su vida una ausencia, que le fue negada por falta de una anestesia general; encontrando todas las mañanas al despertar una cabeza que le da vueltas un poco pero que por dentro sigue firme (a veces, me duermo con una preocupación que en los primeros momentos del despertar ha desaparecido: instante blanco, milagrosamente privado de sentido; pero la preocupación se abate sobre mí, como un ave de rapiña, y vuelvo a estar, todo entero, como estaba ayer). 
A veces siente ganas de dejar descansar todo ese lenguaje que está en su cabeza, en su trabajo, en los Otros, como si el lenguaje mismo fuese un miembro cansado del cuerpo humano; le parece que si descansara de! lenguaje, descansaría todo entero al declarar en asueto a las crisis, las resonancias, las exaltaciones, las heridas, las razones, etc. Ve el lenguaje en la figura de una viejecita cansada (algo como una antigua criada de manos gastadas), que suspira por cierro retiro …

El teatro 
En la encrucijada de toda la obra, tal vez el teatro: de hecho, no hay ninguno de sus textos que no trate de cierro teatro, y el espectáculo" es la categoría universal bajo cuya especie es visto el mundo. El teatro tiene que ver con todos los temas aparentemente especiales que pasan y se reiteran en todo lo que escribe: la connotación, la histeria, la ficción, e! imaginario, la escena, la venustidad, el cuadro, el Oriente, la violencia, la ideología (que Bacon llamaba un "ídolo del teatro"). Lo que lo atrajo fue menos el signo que la señal, la ostentación: la ciencia que deseaba era, no una semiología, sino una señalética. 
Por no creer en la separación de la afección y el signo, de la emoción y su teatro, no podía expresar una admiración una indignación, un amor, por temor a significarlo mal. Así mientras más emocionado estaba, más apagado parecía. Su "serenidad" no era más que la constricción de un actor que no se atreve a entrar en escena por miedo a hacer demasiado mal su papel. 
Incapaz de volverse convincente, es sin embargo la convicción misma del Otro lo que convierte a éste en un ente de teatro y lo. que lo fascina. Exige al actor que le muestre un cuerpo convencido, antes que una pasión verdadera. La siguiente es tal vez la mejor escena de teatro que ha visto: en el vagón restaurante belga se han instalado a la mesa unos empleados (aduaneros, policías); comen con tanto apetito, confort y cuidado (escogiendo las especies, las viandas, los cubiertos apropiados, dando la preferencia, después de un vistazo, a la carne en vez de al pollo, viejo y rancio), con modales tan bien aplicados a la comida (limpiando cuidadosamente el pescado de la dudosa salsa de mostaza que lo cubre, raspando el queso en vez de pelarlo, dando golpecitos al yogurt para destaparlo usando el cuchillo de pelar manzanas como un escalpelo), que todo el servicio Cook se vio subvertido: habían comido lo mismo que nosotros, pero no era el mismo menú. Todo había cambiado, pues, de una punta del vagón a la otra, bajo el efecto único de una convicción (relación del cuerpo, no con la pasión o con el alma, sino con el goce). 

El tema 
La crítica temática ha sufrido, estos últimos años, un gran descrédito. Sin embargo, no se debería abandonar esta idea crítica demasiado pronto. El tema es una noción útil para designar ese lugar del discurso en el que el cuerpo avanza bajo su propia responsabilidad, y por ello mismo, burla el signo: lo "rugoso", por ejemplo, no es ni significante ni significado, o es los dos a la vez: fija aquí y al mismo tiempo, remite más allá. 
Para hacer del tema un concepto estructural, bastaría con un ligero delirio etimológico: como las unidades estructurales son, aquí y allá, "morfemas", "fonemas", "monemas", "gustemas", "vestemas", "erotemas", "biografemas", etc, imaginemos, según la misma consonancia, que el "tema" es la unidad estructura) de la tesis (el discurso de ideas): lo que la enunciación plantea, recorta, ofrece, y que queda como la disponibilidad del sentido (antes de convertirse, a veces, en su fósil) . 

Conversión del valor en teoría 
Conversión del valor en teoría (distraído, leo en mi ficha: "convulsión", pero está bien): se diría, parodiando a Chomsky, que todo Valor es re–escrito en Teoría. Esta conversión –esta convulsión– es una energía (un energon): el discurso se produce por esa traducción, ese desplazamiento imaginario, esa creación de coartada. Originada en valor (lo cual no quiere decir que esté por ello menos fundada), la teoría se convierte en un objeto intelectual, y este objeto se ve llevado a una mayor circulación (encuentra otro imaginario del lector). 

La máxima 
Merodea por este libro un tono de aforismo (nosotros, se, siempre). Ahora bien, la máxima está comprometida con una idea esencialista de la naturaleza humana, está ligada a la ideología clásica: es la más arrogante (a menudo la más estúpida) de las formas de lenguaje. ¿Por qué, .entonces, no desecharla? La razón es, como siempre, una razón emotiva: escribo máximas (o esbozo el movimiento de hacerlo) para reconfortarme: cuando sobreviene una turbación, la atenúo poniéndome en manos de una fijeza que me sobrepasa: "en el fondo, es siempre así": y nace la máxima. La máxima es una suerte de frase-nombre, y nombrar es aplacar. Esto, por lo demás, es también una máxima: una máxima que atenúa mi temor de lucir fuera de lugar al escribir máximas. 
(Llamada de teléfono de X: me cuenta sus vacaciones, pero no me pregunta para nada sobre las mías, como si no me hubiese movido de donde estoy en dos meses. No veo en ello ninguna indiferencia; más bien la demostración de una defensa: allí donde yo no estaba, el mundo se quedó inmóvil: gran seguridad. Es en esta forma cómo la inmovilidad de la máxima reconforta a las organizaciones desasosegadas). 

El monstruo de la totalidad 
"Que se imagine (si es posible) una mujer cubierta con un vestido sin fin, urdido con todo lo que dice la revista de Modas ... " (SM, 53). Esta imaginación, aparentemente metódica, ya que lo que hace es poner en acción una noción operatoria del análisis semántico ("el texto sin fin"), apunta, por debajo de cuerda, a la denuncia del monstruo de la Totalidad (la Totalidad como monstruo). La Totalidad, a la vez, hace reír y da miedo: como la violencia, ¿no será siempre grotesca (y sólo recuperable dentro de una estética del Carnaval)? 
Otro discurso: este 6 de agosto, en el campo, la mañana de un día espléndido: sol, calor, flores, silencio, calma, resplandor. Nada merodea, ni el deseo, ni la agresión; ante mí, únicamente está el trabajo, como una suerte de ente universal: todo es plenitud. ¿Será esto la Naturaleza? ¿Una ausencia ... de lo demás? ¿La Totalidad? 

6 de agosto de 1973 - 3 de setiembre de 1974. 
Escribir el cuerpo.
Ni la piel, ni los músculos, ni los huesos, ni los nervios, sino lo demás: un eso palurdo, fibroso, peludo, deshilachado, la opalanda de un payaso.

Título original: Roland Barthes par Roland Barthes. Traducción: Julieta Sucre . © by Editions du Seuil, 1975 y Editorial Kairos, 1978 . Primera edición, junio 1978


Ver Roland Barthes por Roland Barthes (1/2)

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