BORIS EICHENBAUM - Sobre la teoría de la prosa *




I

Ya Otto Ludwig indicaba, según la función de la narración, la diferencia entre dos formas de relato: "el relato propiamente dicho" (die eigentliche Ehrzählung) y, "el relato escénico" (die szenische Ehrzählung). En el primer caso, el autor o el narrador imaginario se dirige al público; la narración es uno de los elementos que determina la forma de la obra, a veces el elemento principal; en el segundo caso el diálogo de los personajes está en primer plano y la parte narrativa se reduce a un comentario que envuelve y explica el diálogo, es decir que se atiene a las indicaciones escénicas. Este género de relato recuerda la forma dramática, no sólo por el acento puesto en el diálogo sino también por la preferencia dada a la presentación de los hechos y no a la narración; percibimos las acciones no como contadas (poesía de épica), sino como si se produjeran frente a nosotros, en la escena.
Mientras la teoría de la prosa se limite al problema de la composición de la obra, esta diferencia parecerá insignificante. Pero adquiere una importancia fundamental desde que se tocan ciertos problemas primarios que están naturalmente ligados a la teoría de la prosa literaria. Ésta se encuentra por el momento en estado embrionario a causa de que no se han estudiado los elementos que determinan la forma de un relato. La teoría de las formas y de los géneros poéticos, fundadas sobre el ritmo, posee principios teóricos estables que faltan en la teoría de la prosa.
El relato compuesto no está suficientemente ligado a la palabra como para servir de punto de partida del análisis de todos los tipos de prosa literaria. Ese punto de partida me parece que sólo puede proveerlo la forma del relato.
La relación entre la narración literaria y el relato oral adquiere importancia fundamental. La prosa literaria ha utilizado extensamente las posibilidades de la tradición escrita y ha creado formas impensables fuera del marco de esta tradición. La poesía está siempre más o menos destinada a ser hablada; puede vivir fuera del manuscrito, el libro, mientras que la mayor parte de las formas de los géneros prosaicos se encuentran completamente aislados del habla y tienen un estilo propio del lenguaje escrito. El relato del autor se orienta hacia la forma epistolar, hacia las memorias o las notas, hacia los estudios descriptivos, el folletín, etc. Todas estas formas del discurso se atienen expresamente al lenguaje escrito, se dirigen al lector y no al oyente, se construyen a partir de los signos escritos y no de la voz. Por otra parte, en los casos en que los diálogos están construidos siguiendo los principios de la conversación oral y se colorean con el tinte sintáctico y lexical correspondiente, introducen en la prosa elementos hablados y relatos orales; en general, el narrador no se limita a un relato sino que repite también las palabras (1).
Si en tal tipo de diálogo se deja amplio lugar a uno de los interlocutores, se establece una aproximación mayor al relato oral. A veces la novela roza el habla; entonces se introduce un narrador cuya presencia es o no explicada por el autor. 
Obtenemos así una imagen global de la variedad de formas en la prosa literaria; este punto de vista arroja una luz enteramente nueva sobre los problemas de la novela. La novella italiana de los siglos XIII y XIV se desarrolla a partir del cuento y de la anécdota, sin perder el vínculo con esta formas primitivas de narración. Sin imitar intencionalmente discurso oral, se conforma al estilo del narrador y trata de darnos a conocer una historia recurriendo sólo a palabras simples. Este tipo de relato no contiene ni descripciones exhaustivas de la naturaleza, ni características detalladas de los personajes, ni digresiones líricas o filosóficas. No encontraremos allí diálogo, al menos bajo las formas que el cuento el de novela contemporáneas nos han habituado. En la antigua novela de aventuras la unión de los episodios que la trama yuxtapone unos a otros, se hacían mediante un héroe siempre presente. Esta novela se desarrolló a partir de una colección de cuentos, por ejemplo el Decamerón, donde se daba importancia al encuadre del relato, y a los procedimientos de motivación (V. Shklosvski). El principio de narración oral no se ha destruido todavía, el vínculo con el cuento y la anécdota no está todavía roto.
A partir de la mitad del siglo XVIII y sobre todo en el XIX, la novela adquiere otro carácter. La cultura libresca desarrolla las formas literarias: estudios, artículos, relatos de viajes, recuerdos, etc. La forma epistolar permite las descripciones detalladas de la vida mental, del paisaje observado, de los personajes, etc. (por ejemplo, en Richardson). Notas y recuerdos dar el libre curso a descripciones aún más detalladas de las costumbres, de la naturaleza, de los hábitos, etc. Al comienzo del siglo XIX se produce una gran expansión de los estudios de costumbres y del folletín, que adoptan más tarde la forma de estudios llamados "fisiológicos"; estudios privados de todo carácter moralizante y centrados en descripción de la vida ciudadana, con toda la variedad de sus clases, sus jergas, etc. La novela del siglo XIX (Dickens, Balzac, Tolstoi, Dostoievski) deriva de esos estudios descriptivos y psicológicos; los estudios ingleses del tipo de La vida en Londres (P. Egan), las descripciones francesas de París (El diablo en París, Los franceses pintados por ellos mismos, etc.), los estudios fisiológicos rusos. Existe, sin embargo, una novela que remonta al viejo tipo de novela de aventuras y que adopta forma histórica (Walter Scott), o utiliza las formas del discurso oratorio, o se vuelve una especie narración lírica o poética (Víctor Hugo). Se mantiene el vínculo con el habla, pero se aproxima a la declamación y no a la narración; las novelas de tipo efectivo o psicológico, de carácter puramente libresco, pierden incluso este tenue vínculo con el habla. La novela del siglo XIX se caracteriza por el generoso empleo de descripciones, retratos psicológicos y diálogos. A veces estos diálogos se presentan como una simple conversación que dibuja el retrato de los personajes a través de sus réplicas (Tolstoi), o que constituye una forma velada de narración y, por lo tanto, sin carácter "escénico". Pero a veces esos diálogos adoptan una forma puramente dramática y tienen como función hacer avanzar la acción más que caracterizar los personajes por sus réplicas. Se convierten, de esta manera, en el elemento fundamental de la construcción. La novela rompe con la forma narrativa y llega a ser una combinación de diálogos escénicos y de indicaciones detalladas que comentan el decorado, los gestos, la entonación, etc. Las conversaciones ocupan páginas y capítulos enteros; el narrador se limita a notas expectativas del tipo: "él dijo" - "ella respondió". Se sabe que los lectores buscan en este tipo de novela la ilusión de la acción escénica y que a menudo leen solamente estas conversaciones, omitiendo todas las descripciones o considerándolas únicamente como indicaciones técnicas. Algunos escritores, conscientes del hecho, reemplazan las descripciones por una forma dramática. Zagoskin escribe: "Cuando todo el mundo habla, el relato se desubica. Las palabras explicativas: 'tal dice, tal interrumpe, otro objeta, otro continúa', no hacen más que embrollar y desconcertar al lector; permítaseme recurrir a la forma dramática ordinaria. Es más claro y más simple" (Moscú y los moscovitas). O en otra parte: "Al reproducir una conversación particular, sobre todo cuando una sociedad entera participa en ella, estamos obligados, en contra de nuestra voluntad, a nombrar muy a menudo a los interlocutores, y además, a repetir sin cesar: 'tal dice, tal responde...'; para evitar estas repeticiones totalmente inútiles, es mejor, excepto en ciertos relatos, utilizar una forma dramática".
La novela europea del siglo XIX es pues una forma sincrética que contiene sólo algunos elementos de narración y que, a veces, se parte de ellos completamente (2).
El desarrollo de esta novela llega a su apogeo hacia los años setenta del siglo XIX; desde entonces no nos hemos liberado de la impresión de cosa definitiva, creyendo que no existe forma o género nuevo en la prosa literaria. Sin embargo, la novela de este tipo se disgrega ante nosotros y se diferencia. Por una parte se cultivan las formas próximas a la simple narración, por otra, encontramos memorias, relatos de viaje, estudios de costumbres: al mismo tiempo, los elementos que correspondían a la estructuración de la novela pasan cada vez más a los libretos cinematográficos: hecho muy significativo que prueba la posibilidad de traducir una obra verbal de este género en una lengua "muda". Se puede observar el hecho de que después de Ana Karenina, L. Tolstoi escribió piezas de teatro y relatos "populares". La prosa rusa del siglo XIX nos muestra un fenómeno aún más significativo y notable, la existencia de escritores como Dal, Gogol, Leskov, los escritores etnógrafos como A. Melnikov-Pecherski, P. Yakushkin, S. Maximov,etc. Estos fenómenos ocultos por el desarrollo de la novela y la inercia que ha provocado, reaparecen ahora como una nueva tradición: la prosa contemporánea ha actualizado el problema de la forma y en consecuencia el de la narración. Poseemos un testimonio en los cuentos y novelas breves de Remizov, en las últimas obras de Gorki, en los estudios de Prishvin, las novelas breves de Zoshchenko, Vs. Ivanov, Leonov, Fedin, Nikitin, Babel, etc.


II

La novela y el cuento no son formas homogéneas sino, por el contrario, formas completamente extrañas una a otra. Por esta causa no se desarrollan simultáneamente, ni con la misma intensidad, en una misma literatura. La novela es una forma sincrética (poco importa que se haya desarrollado a partir de la colección de cuentos o que se haya complicado integrando descripciones de costumbres); el cuento es una forma fundamental, elemental (lo cual no quiere decir primitiva). La novela viene de la historia, del relato de viajes; el cuento viene de la anécdota. Se trata de una diferencia de principio determinada por la longitud de la obra. Diferentes escritores y diferentes literaturas cultivan o la novela o el cuento.
El cuento se construye sobre la base de una contradicción, de una falta de coincidencia, de un error, de un contraste, etc. Pero esto no es suficiente; en el cuento como en la anécdota, todo tiende hacia la conclusión. El cuento de lanzarse con impetuosidad, como un proyectil lanzado desde un avión para golpear con su punta y con todas las fuerzas el objetivo propuesto. Refiere aquí al cuento de intriga, dejando de lado el cuento-descripción que caracteriza la literatura rusa, así como el "relato directo". Short story es un término que implica siempre una historia y que debe responder a dos condiciones: dimensiones reducidas y acento puesto sobre la conclusión. Estas condiciones crean una forma enteramente diferente a la novela, tanto en su finalidad como en sus procedimientos.
El papel primordial en la novela lo desempeñan otros factores: la técnica utilizada para demorar la acción, para combinar y soldar los elementos heterogéneos, la habilidad para desarrollar y ligar los episodios, para crear centros de interés diferentes, para conducir las intrigas paralelas, etc. Esta construcción exige que el final de la novela sea un momento de debilitamiento y no de refuerzo; el punto culminante de la acción principal debe encontrarse en alguna parte antes del final. La novela se caracteriza por presencia de un epílogo: una falsa conclusión, un balance que abre una perspectiva o que cuenta al lector la Nachgeschichte de los personajes principales (Cf. Rudín de Turgeniev, Guerra y paz). Es natural, en consecuencia, que un final inesperado sea un fenómeno muy raro en la novela (si se lo encuentra sólo revela la influencia del cuento); la grandes dimensiones y la diversidad de episodios impiden ese modo de construcción, mientras que el cuento tiende precisamente a lo inesperado del final donde culmina lo que le precede. En la novela al punto culminante, debe suceder una cierta pendiente, mientras que en el cuento es más natural detenerse en la sima que se alcanza. Se puede comparar la novela a un largo paseo por lugares diferentes, que presupone un retorno tranquilo; el cuento a la escalada de una colina, que tiene por finalidad ofrecemos la vista que se descubre desde la altura.
Tolstoi no pudo terminar Ana Karenina con la muerte de Ana; se vio obligado a escribir una parte suplementaria, aunque esto fuera muy difícil, ya que la novela estaba centrada sobre el destino de Ana. La lógica de la forma novelesca requería una prolongación; de otro modo la novela se había asemejado a un cuento diluido que comprendería personajes y episodios enteramente inútiles. Esta construcción requirió gran esfuerzo: se mata al personaje principal antes que sea decidida la suerte de otros personajes. No es un azar que habitualmente los héroes llega el final, salvados después de haber estado a un paso de la muerte (solamente perecen sus compañeros). El paralelismo de la construcción ayudó a Tolstoi: desde el comienzo Levin disputa a Ana el primer lugar. Por otra parte en los Relatos de Bielkin, Pushkin busca precisamente hacer coincidir la conclusión del cuento con el punto culminante de la intriga a fin de obtener el efecto de un desenlace inesperado (cf. La tempestad, el Vendedor de ataúdes).
El cuento recuerda el problema que consiste en plantear una ecuación con una sola incógnita; la novela es un problema complejo que se resuelve mediante un sistema de ecuaciones con muchas incógnitas cuyas construcciones intermediarias son más importantes que la respuesta final. El cuento es un enigma; la novela corresponde a la charada o al jeroglífico.
En Norteamérica, más que en otra parte, se ha cultivado el cuento (short story). Hasta mediados del siglo XIX la literatura norteamericana se confunde con la literatura inglesa en la conciencia de los escritores y lectores y, considerada como una literatura provincial, es absorbida en gran medida por esta última. Washington Irving escribe con amargura en el prefacio a sus estudios sobre la vida inglesa: "Ha sorprendido que un hombre salido de los desiertos de América se expresara en inglés pasablemente. Fui mirado como un fenómeno extraño en literatura, como una especie de semi-salvaje, que tenía la pluma la mano en lugar de llevarla en la cabeza y se tuvo curiosidad por saber que podía decir un ser de ese tipo sobre la sociedad civilizada" (3)
Irving se reconoce sin embargo educado en el espíritu de la cultura y de la literatura inglesas, y sus estudios se relacionan estrechamente con la tradición de estudios de costumbres inglesas: "Nacido en un país nuevo, pero familiarizado desde mi infancia con la literatura de un viejo país, mi espíritu ha estado desde temprano lleno de ideas históricas y poéticas vinculadas a los lugares, a las costumbres y a los usos europeos, pero que difícilmente podrían aplicarse a los de mi patria... Inglaterra es para un americano una tierra tan clásica como lo es Italia para un inglés, y viejo Londres le inspira tantas ideas históricas como la Roma antigua". Es verdad que en su primer libro de estudios (El libro de los bocetos, 1819) trata de utilizar un material americano, por ejemplo en Rip Van Winkle, Philip of Pakanoket  (esta última obra comienza por una lamentaciones: "Los autores antiguos que describieron el descubrimiento y la colonización de América no nos han dejado descripciones suficientemente detalladas y objetivas sobre las notables costumbres que florecían entre los salvajes"), pero el tipo de estos estudios permanece tradicional en su manera y en su estilo; no encontraremos allí nada de "americano" el sentido actual de esta palabra.
Los años treinta y cuarenta del siglo XIX mostraron claramente la tendencia de la prosa norteamericana a desarrollar el género del cuento (short story), mientras la literatura inglesa cultiva la novela. Los diferentes periódicos (magazines) se multiplican y comienzan a desempeñar un papel diferente en Inglaterra y Norteamérica, pero es necesario señalar que los periódicos ingleses acogen preferentemente las grandes novelas de Bulver, Dickens, Thakeray, en tanto que los periódicos norteamericanos dan el lugar central a las short stories. Esta es, por otra parte, una buena ilustración del hecho de que no se puede considerar el desarrollo del cuento en Norteamérica como una simple consecuencia de la aparición de la periódicos: en este caso, como en otros, no existe causalidad simple, rechazó. La extensión de los periódicos está ligada al afianzamiento del género short story, pero no lo engendra. 
Es natural que en esta época aparezca un interés por el cuento en la crítica norteamericana que está además vinculada a una aparente mala voluntad con respecto a la novela. En este sentido los razonamientos de Edgar Poe, cuyos cuentos testimonian la afirmación del género, son particularmente interesantes e indicativos. Su artículo sobre los cuentos de Nathaniel Hawtorne es una especie de tratado sobre las particularidades constructivas de los mismos. "Durante largo tiempo ha habido un infundado y fatal prejuicio literario -- escribe Poe -- que nuestra época tendrá a su cargo eliminar: la idea de que el mero volumen de una obra debe pesar considerablemente en nuestra estimación de sus méritos. El más mentecato de los autores de reseñas de las revistas trimestrales no lo será al punto de sostener que en el tamaño o el volumen de un libro, abstractamente considerados, haya nada que pueda despertar especialmente nuestra admiración. Es cierto que una montaña, a través de la sensación de magnitud física que provoca, nos afecta con un sentimiento de sublimidad, pero no podemos admitir influencia semejante en la contemplación de un libro, ni aunque se trate de La Colombíada". Poe desarrolla a continuación su teoría original sobre poema, que para él, es superior a todos los demás géneros desde el punto de vista estético (se trata del poema rimado cuya duración no exceda de una hora de lectura. "... el punto de mayor importancia es la unidad de efecto o impresión" (4). Un poema extenso constituye para él una paradoja). "Las epopeyas fueron productos de un sentido imperfecto del arte, y su reino ha terminado". El cuento es lo que más se aproxima al tipo ideal que es el poema: desempeñe mismo papel que el poema pero en su propio campo, el de la prosa. Poe cree posible establecer el límite de extensión hasta dos horas de lectura en alta voz (en otros términos, hasta dos pliegos de imprenta); considera a la novela como un género "inconveniente" en razón de su extensión: " Como no puede ser leída de una sola vez, se ve privada de inmensa fuerza que se deriva de la totalidad".
Al final, Poe caracteriza el género del cuento: "Un hábil artista literario ha construido un relato literario. Si es prudente, no habrá elaborado sus pensamientos para ubicar los incidentes, sino que, después de concebir cuidadosamente cierto efecto único y singular, inventará los incidentes combinándolos de la manera que mejor lo ayude a lograr el efecto preconcebido. Si su primera fase no tiende ya a la producción de dicho efecto, quiere decir que ha fracasado en el primer paso. No debería haber una sola palabra en toda la composición cuya tendencia, directa o indirecta, no se aplicara al designio preestablecido. Y con esos medios, con ese cuidado y habilidad, se logra por fin una pintura que deja en la mente del contemplador un sentimiento de plena satisfacción. La idea del cuento ha sido presentada sin mácula, pues no ha sufrido ninguna perturbación; y es algo que la novela no puede conseguir jamás". Poe decía tener el hábito de escribir su cuento comenzándolos por el final, como los chinos escriben sus libros.
Por consiguiente, Poe asigna importancia particular a un efecto principal al que contribuyan todos los detalles, así como a la parte final que debe aclarar cuánto la precede.
La importancia particular que es necesario otorgar al acento final, se encuentra en todo cuento norteamericano, mientras para la novela (y sobre todo las de Dickens y Thakeray) la parte final desempeña más bien el papel de un epílogo que el de un desenlace. Stevenson escribía en 1891 a un amigo a propósito de uno de su cuentos: "¿Qué hacer?... ¿Inventar una nueva conclusión? Si; seguramente. Pero yo no escribo así; esta conclusión está sobreentendida a lo largo del relato; sólo utilizó jamás un efecto sí puedo guardarlo para cuando me sirva a fin de introducir efectos ulteriores: en esto consiste la esencia del cuento. Crear otro final significa cambiar el comienzo. El desenlace de una novela no significa nada: se trata sólo de una conclusión (coda), que no es un elemento esencial de su ritmo; el contenido y el fin un cuento son carne de la carne y sangre de la sangre desde su comienzo".
Tal es la imagen general de las particularidades del cuento en la literatura norteamericana; todos, empezando por los de Edgar Allan Poe, están construidos más o menos sobre estos principios. Esto conduce a cuidar particularmente los finales sorprendentes y a construir el cuento en base a un enigma o un error que conserva el papel motor de la intriga hasta el final. En un comienzo el método se tomó tan en serio que algunos escritores debilitan el efecto de sorpresa por tendencias moralizadoras o sentimentales, pero mantienen siempre este principio de construcción. En Bret Harte, por ejemplo la proposición del enigma es generalmente más interesante que su solución. El cuento La heredera está fundado sobre los enigmas: ¿por qué el viejo legó su dinero precisamente a esta mujer fea y tonta y por qué ella lo dispone tan parsimoniosamente? La solución decepciona: el primer enigma de queda sin solución, mientras el segundo recibe una explicación insuficiente y opaca (el viejo ha ordenado no dar dinero a los que ella ama). Las soluciones moralizantes y sentimentales de relatos como El tonto, Miggles, El hombre del pesado fardo, dejan la misma impresión. Podría decirse que Bret Harte teme intensificar la parte final para no apartarse de esa ingenuidad sentimental que caracteriza el tono del narrador.
En la evolución de cada género llega un momento en que después de haber sido utilizado con objetivos enteramente serios o "elevados", degenera y adopta una forma cómica o paródica. El mismo fenómeno se produjo con el poema épico, la novela de aventuras, la novela biográfica, etc. Las condiciones locales o históricas crean, por supuesto, diferentes variaciones, pero el proceso conserva esta acción como ley evolutiva: la interpretación seria de una formulación motivada cuidadosa y detalladamente, cede lugar a la ironía, a la broma, a la imitación; los vínculos que sirven para motivar la presencia de una escena se vuelven más débiles y perceptibles al ser puramente convencionales; el autor pasa al primer plano y destruye a menudo la ilusión de autenticidad y seriedad; la construcción del argumento se convierte en un juego que transforma la trama en adivinanza o en anécdota. Así se produce la regeneración del género; se hallan nuevas posibilidades y nuevas formas.
La primera etapa del cuento norteamericano la cumplen Irving, Edgar Poe, Bret Harte, Henry James, etc.; el cuento cambia de construcción, pero se mantienen siempre como género "culto", serio. Por este motivo la aparición de los divertidos relatos de Mark Twain en los años ochenta es completamente natural y legítima: aproximan el cuento a la anécdota y refuerzan el papel del narrador humorista. A veces el propio autor muestra este parentesco con la anécdota: por ejemplo en  , Mark Twain dice: "Durante toda mi vida he conservado la costumbre, adquirida mi tierna infancia, de leer anécdotas... Yo deseaba que esas encantadoras anécdotas no se detuvieran en su final feliz, sino que continuaran la alegre historia de los diferentes benefactores y sus protegidos. Esta posibilidad me tentaba de tal modo que finalmente decidí realizarla creando yo mismo las prolongaciones de estas anécdotas". De esta forma, presenta continuaciones (sequel) de tres anécdotas.
La novela pasa a segundo plano y continúa su existencia fundamentalmente bajo la forma de novela policial; se instaura la moda de las imitaciones. En Bret Harte, al lado de sus novelas fracasadas, se encuentra una serie de imitaciones de novelas de otros autores; se trata de esbozos condensados (Condensed novels) que ilustran el estilo de diferentes escritores: Cooper, Miss Braddon, Dumas, Brontë, Hugo, Bulwer, Dickens, etc. No es por azar que Edgar Poe ataca la novela; el principio de la unidad de construcción en el que se apoya, desacreditar las formas de grandes dimensiones donde se encuentran inevitablemente muchos centros de interés, líneas paralelas, descripciones, etc. En ese sentido, el artículo crítico de Poe sobre la novela de Dickens, Barnabay Rudge, es muy significativo. Entre otras cosas, Poe reprocha a Dickens las contradicciones y los errores técnicos de la novela y encuentra la causa en "la absurda costumbre actual que consiste en escribir novelas para los periódicos, y que hace que el autor no sepa aún todos los detalles del plan cuando comienza la publicación de su novela".
Aparecen paralelamente novelas que tienden visiblemente hacia el cuento: tienen una cantidad limitada de personajes, un misterio como efecto central, etc. Este es el caso de la novela de Hawtorne, La letra escarlata, que los teóricos e historiadores de la literatura americana citan constantemente como ejemplo de construcción notable. Esta novela no tiene nada más que tres personajes ligados entre ellos por un secreto que se descubre en el último capítulo (Revelatión); no hay intriga paralelas, ni digresión, ni episodio marginal: estamos frente a una unidad total de tiempo, lugar y acción. Se trata de un fenómeno radicalmente diferente al de la novelas de Balzac o de Dickens que no encuentran su origen en el cuento sino en los estudios de costumbres o en los estudios llamados fisiológicos.
La literatura norteamericana se caracteriza por el desarrollo del cuento, fundado en los siguientes principios: unidad de construcción, efecto principal hacia la mitad del relato y fuerte acento final. Hasta los años ochenta esta forma varía, acercándose o alejándose del reportaje, pero manteniendo siempre su carácter serio: moralizadoras o sentimental, psicológico o filosófico. A partir de esta época (Mark Twain) el cuento norteamericano da un gran paso en el sentido de la anécdota, subrayando el papel del narrador humanista o bien introduciendo elementos de imitación y de ironía literaria. Inclusive la sorpresa final, está sometida al juego de la intriga y expectativa del lector. Los procedimientos de construcción son revelados intencionalmente y no tienen más que una significación formal; la motivación se simplifica, el análisis psicológico desaparece. En esta época aparecen los cuentos de O. Henry donde se manifiesta en su más alto grado la tendencia anecdótica.

1925

*Los extractos reunidos bajo este título pertenecen originalmente a artículos diferentes.
(1) Cf. en la obra de K. Hirzel (Der Dialog, ein literarhistorishcher Versuch, 1895) indicaciones sobre el papel importante del diálogo como género prosáico: éste destruye la formas fijas de la lengua literaria e introduce elementos del lenguaje familiar, hablado. Se cita como ejemplo los diálogos de Maquiavelo, el célebre diálogo de Castiglione que se levanta contra el dialecto toscano dominante entonces en la literatura italiana, los dialectos dirigidos contra el latín, etc. (T.I. págs. 87 y ss.).
(2) Es curioso observar que la noción de novela como una nueva forma sincrética era familiar a la vieja crítica. Citaré cómo ejemplo las palabras de  S. Sheritev: "Según nuestra opinión la novela es fruto de una mezcla nueva y contemporánea de todos lo géneros poéticos. Admite igualmente elementos épicos, dramáticos y líricos. El elemento dominante da el carácter de novela: así se puede indicar como novelas épicas Wilhem Meister de Goethe o Don Quijote de Cervantes. Hay novelas líricas: citaré Werther del mismo Goethe. A la novelas de Walter Scott se las puede llamar "dramáticas" porque están fundadas sobre el drama, sin que se excluyan los otros elementos." (Moskvitianin, 1843, T.I. pág. 574).
(3) W. Irving, Le Château de Bracebridge, París, 1822.
 (4) E.A. Poe, Obras en prosa, Universidad de Puerto Rico, Revista de Occidente, Madrid, 1956. Ensayo sobre Hawtorne, traduc. de Julio Cortázar, vol. II, págs. 321-323.

En: Teoría de la literatura de los formalistas rusos. (Antología preparada y presentada por Tzvetan Todorov); Siglo XXI, México, 1991. (pp. 147-157)


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