Guillermo Cabrera Infante – La muerte de Trotsky referida por varios escritores cubanos, años después – o antes



José Martí 
Los hachacitos de rosa 
Cuentan que el desconocido no preguntó dónde se comía o se bebía, sino dónde estaba la casa amurallada y sin quitarse de arriba el polvo del camino, se dirigió a su destinación, que era el último refugio de León Hijo-de-David Bronstein: el viejo epónimo: profeta de una religión herética: mesías y apóstol y hereje en una sola pieza. El viajero, este torcido Jacobo Mornard, llegó con sus odios magníficos hasta el destino notorio del hebreo grande, de apellido de piedra broncínea y a quien parece que ennoblecían la faz fulgores de rabino rebelde. Al anciano bíblico le distinguían la mirada alta y como de présbita, el gesto de hombre antiguo, el ceño aducto y ese temblor en la voz que revela a los mortales a quienes los Hados destinan a elocuencias profundas. Al futuro asesino: una ojeada turbia y los andares inciertos del desafecto: esbozos que no completaron nunca, en la mente dialéctica del saduceo, la impronta histórica de un Casio o de otro Bruto. 
Pronto fueron maestro y discípulo, y mientras el anfitrión noble olvidaba sus cuitas y cautelas, y dejaba que el afecto abriera una trocha de fuego de amor hasta su corazón antaño helado de reservas, en el aire hueco y como de negra. noche que llevaba el protervo a la izquierda del pecho, se anidaba, siniestro, lento, tenaz el feto de la traición más innoble -o de taimada venganza, porque dicen que siempre hubo en el fondo de su mirada como un secreto agravio contra aquel a quien, en simulación acabada, llamó Maestro a veces, con la mayúscula de los grandes encuentros, Juntos se les vio en ocasiones y aunque el bueno de Lev Davidovich –así le podía llamar ahora el que en realidad llevaba disfrazado su nombre de mercader y portaba credenciales de falsía– extremaba las precauciones –porque no faltaban, como en la anterior tragedia romana, el agüero malo, el destello revelelador de las premoniciones o la eterna costumbre del recelo– siempre otorgaba audiencia en soledad al visitante taciturno y a veces, como en el día aciago, suplicante y consultador. Trajo en sus lívidas manos los papeles engañosos y por sobre el cuerpo cerúleo y magro y temblón, un macferlán que habría sido delator en la bochornosa para un ojo dado a mayores conjeturas y sospechas: no era la desconfianza el fuerte del rebelado ni tampoco la duda sistemática, la ojeriza como hábito. Debajo, llevaba el taimado un pujavante alevoso, la azuela magnicida, la punza, y más abajo, su alma de efectivo alabardero del nuevo zar de Rusia. Ojeaba el confiado las pretensas escrituras, cuando el otro descargó su golpe traicionero y la acerada alabarda fue a clavarse en la nevada testa ennoblecida. 
Un grito resuena en el ámbito claustral y allá corren los adláteres (Haití no ha querido mandar a sus negros elocuentes) apresurados y afanosos a apresarlo. «No lo maten», todavía tiene tíempo de advertir el hebraico magnánimo y los secuaces insolentados respetan, sin embargo, la consigna. Cuarenta y ocho horas de vela y esperanzas dura la formidable agonía del noble jefe, que muere luchando, como había vivido. Ya no eran suyas la vida y el trajín político, ahora le pertenecían la gloria y la eternidad histórica. 
José Lezama Lima 
Nuncupatoria de un cruzado 
Región-más-Transparente-del-Aire, jueves 16. (N. P.) -Lev Davidovitch Bronstein, arcediano onomáforo con el pseudonombre de Troztky (sic), murió hoy .en esta ciudad en agonía wagneriana, exhalando ayes con los redondeles ecuménicos de la melisma, luego de que Jacopus Mornardus o Merceder (sic) o Mollnard sacara con escolástico sigilo de un chaleco pretendidamente discipulario pero en realidad alevoso y traidor, agazapado bajo el capote tautológico, como de lago secular enderezado contra un Otelo cuya desdémona es la Santa Madre Rusia, encelado de retóricas de alta política actual, en su plomada de gravitación de los riesgos de la aventura anti-Staliniana que emprendiera, justa analogía, en la isla de Prinkipo, arma empleando. Este apóstata extrajo en esa crepuscular Valpurgis Nach (sic) la pica o punzón judaico o picazo desventurado y ávido del fin, y clavara con enojado tino sobre la testa cargada de tesis antítesis y síntesis diaboloides, sobre la cocorotina dialéctica del león de rugidos ideológicamente abstrusos mas filosóficamente naives: terminó con esa imagen antañonamente auroral y hogaño vespertina, con el símbolo del padre ortodoxo y herético, luego imponiendo su favori de recién venido a los misteriosos e innumerables corredores de Lecumberri, cerrado minotáuricamente en su laberinto de silencio y hosco bienmandado. Lev Davidovitch antes de exhalar ese vienticillo final o apocalíptico y por tanto revelador, dicen que dijo en una suerte de crepúsculo de los dioses en el exilio, en un Strung-und-Dran (sic) político, en el Juicio Final histórico, como otro Juan de Panonia que advirtiera la intrusión violenta de los argumentos de otro Aureliano en su intimidad teológica, expetó: «Me siento como un poseso penetrado por un hacha suave». 
Virgilio Piñera 
Tarde de los asesinos 
Creo a pie juntillas que nadie sabe para quien trabaja. Este niño, Mornard (aquí entre nos, puedo decirle que su verdadero, nombre es Santiago Mercader y es cubano y lo cuento porque sé que todo ésto es plátano para sinsonte) vino de México a matar de ex profeso al escritor ruso León D. Trotsky, mientras le mostraba sus escritos para que el maestro los leyera y criticara. Trotsky nunca supo que trabajaba como un escritor fantasma para Staline. Mornard nunca supo que Trotsky trabajaba como una hormiguita para la literatura. Staline nunca supo que Trotsky y Mornard trabajaban como (perdón) negros para. la historia. 
Cuando Mornard llegó a tierras aztecas la noche estaba como boca de lobo y sus intenciones eran tan negras como esa noche, buena para arrastrar muertos. El asesino no era, como pasa con los epígonos, un original. El tiene sus antecedentes históricos, claro y la historia de este valle de lágrimas está llena de violencia. Por eso odio tanto a los historiadores, porque detesto con toda la fuerza de mi alma lo violento. Que parece ser la fuerza motriz de este pequeño mundo en que vivimos. Aunque hay violencias y violencias. 
Por ejemplo es cierto que la aristocracia francesa estaba en decadencia cuando la exterminaron la Revolución y Dantón, Marat y compañía. Pero poco antes tuvo lo que se llama su esplendor dorado, son age d'or. Esta es una época que yo me sé del pe al pa, pues no he dejado de leer ni una solita de las memorias que se escribieron por esa época y antes y después y ... bueno para no cansarlos con una erudición que detesto como detesto todos los peritos, etcétera, me sé toditos esos chismes de la Aristocratie. Aristocracia que, dicho sea de paso, estaba bien podrida, con el Palais de Versailles que había que abandonar cada seis meses y venir al Louvre, porque escaleras y pasillos y salones estaban hecho un asco, con las heces y las excretas de nobles y aristócratas. Lo mismo pasaba seis meses después con el Louvre. ¿Ustedes sabían que Luis XIV en vez de sacarle una muela el dentista real de aquellos tiempos le llevó un pedazo así de este tamaño del hueso del velo del paladar y el pobre hombre cogió una infección tan grande pero tan grande que tenía una halitosis que no había quien se acercara al Rey Sol por temor a una insolación nasal? Cosas así. Pero esto no justifica jamás de la vida el quiproquó de la guillotina, porque cortarle la cabeza al prójimo no es el mejor modo de curar el mal aliento. 
Bueno, volviendo a nuestros carneros... expiatorios. Este muchacho, Mornard, vino a matar al señor Trotsky, que estaba escribiendo sus memorias --con un estilo, en honor a la verdad, que era mucho mejor que el de Staline, Zhdanoff, y los otros. No me extrañaría que lo mandaran a matar por envidia, que crece como verdolaga en el mundillo literario. Sino ¿por qué quiere Antón Arrufat escribir un libro-pistola? Pues para matarme a mí, literariamente hablando, claro está. ¡Pero hay Piñera para rato! 
Este es el problema de todos los maestros con sus discípulos y epígonos, seguidores, etc. y L. D. Trotsky nunca debió enseñar a escribir a esa gente. El magisterio sobre todo en literatura) no paga. Y aquí llegamos al «punto neurálgico» del problema. Presumo que cuando Trotsky se decidió a escribir su drama -porque, para decirlo de una vez por todas y sin que me quede nada por dentro, no otra cosa que dramas históricos son las memorias de los hombres que hacen o han hecho o harán la historia. Un drama, repito para decirlo otra vez, acerca del antagonismo maestro-discípulos, fue puesto a elegir entre un tratamiento realista, uno realista socialista, uno épico y uno simbólico. Eligió este último. ¿Y por qué elegió el simbólico? -podrían preguntarse aquellos inclinados a hacer preguntas o algunos inclinados hacia el tratamiento realista o el épico o el realista socialista, o inclinados sobre la baranda de la vida, peligrosamente-como quien dice. 
Pues lo eligió por gustarle más el simbólico, y lo eligió por así decir animal e instintivamente, como elegimos carne asada en vez de pescado al horno por gustarnos más la carne asada. De manera, que, para decirlo popularmente, Trotsky pidió carne asada. Ahora bien, ¿presupone la elección de la carne asada o de lo simbólico la mixtificación y la mitificación y la mixtimitificación (o la mitimixtificación) del antagonismo maestro-discípulos, que ya hemos demostrado que es el equivalente, por así decirlo, del antagonismo carne-asada-pescado-al-horno? En todo caso presupondría la mixtificación y mitificación y mitimixtificación o mixtimitificación del antagonismo pescado al horno-carne asada, o sea dicho de otro modo, antagonismo discípulos-maestro o mitificación y mixtificación y mixtimitificación o mitimixtificación de los causantes de este antagonismo o combate del pescado al horno y la carne asada. O para decirlo pedantemente, la ictiosarcomaquia. Hecha puchero, como aquel que dice. Sólo eso. En un escenario (y no otra cosa, sea dicho de una vez por todas, fue el chateau fortaleza en que el criminal asesinó a su víctima) realista o realista socialista o social realista aparecían demixtificados y demitificados y demixtimitificados o demitimixtificados; en uno épico se repartirían los papeles, para decirlo técnicamente, de y villanos. En el de Trotsky, suerte de Agamenón de Rusia –Clitemnestra, serían– son mitificadores y mitimixtificadores o mixtimitificadores de sus propias personas políticas. el antagonismo sería el mismo, para decirlo con exactitud, en las dos o tres o cuatro concepciones. 
Ello lleva, como de la mano, al siguiente aspecto: el de la buena o mala conciencia del escritor. ¿Se puso en juego «la mala conciencia» de Trotsky eligiendo la concepción simbólica de su asesinato? ¿Debió, en cambio, recurrir a su «buena conciencia» eligiendo la concepción realista o social realista o realista socialista o la épica del susodicho hecho? 
Estas dos preguntas nos imponen la siguiente reflexión: ¿sería que la conciencia del asesino tiene su dobladillo de ojo? ¿será que la buena conciencia del asesino, al elegir estas dos formas no está al mismo tiempo haciéndose de una mala conciencia por la exclusión que hace de la tercera o divina concepción; es decir la conciencia ideal del maestro? ¿será que el asesinado impone sus límites, en este caso la dureza de su cráneo resistiendo al asesino o a su instrumento penetrante, valga la equivalencia; es decir, a su pincho del hielo insistente? Hay aquí, como diría un ama de casa en el puesto de frutas, viandas para escoger. 
¿Y en razón de qué concepción simbólica debe obedecer a mala conciencia por parte del asesino? ¿O del asesinado, que es como decir: lo mismo? En esta tarde de los asesinos (ellos ganaron, los asesinos ganaron, digo, porque completaron su faena y en esta hora de la verdad o minute de la verité, a manera de toreador el discípulo dio el puntillazo a su toro padre-maestro líder) se cumple cabalmente el antagonismo maestro-discípulos. En ningún momento el conflicto o zapateta (de niño-autor se hubiera resuelto con unas buenas nalgadas del padre-maestro) queda desvirtuado, o para decirlo como los magos profesionales, escamoteado; en ningún momento la expiación de los maestros y la «hybris» (o «guapería») de los discípulos es menos honesta de lo que en la conciencia realista o realista socialista o social realista o en la épica; en ningún la pretendida o pretensa mala conciencia de Trotsky, se desdobla, como en sus discípulos, en mixtimitificación o mitimixtificación y mitificación y mixtificación del propio antagonismo. equivale a decir, el ajeno. Forma artística, contenido ideológico y motivación se funden en una sola y misma cosa: el conflicto planteado. O como diría un cronista policial: el suceso. 
Por último y me parece que es de sumo interés: es muy posible que los padres de Mornard (y con ellos muchos otros padres, aun los padres de Staline, que es como decir los padres de sí mismo, porque Jacques Mornard es Staline, cosa sabida) digan: ¡qué maldito este muchacho! ¡Mire usted, hacer esta' travesura de matar a Trotsky!... Ello es definir en vulgar la mala conciencia. Sucede por un espejismo o mirage muy frecuente en los seres humanos, que se tome al asesino por la persona del asesino y se le adjudiquen todas las mitificaciones y mixtificaciones y mitimixtificaciones o... (¡ay me cansé!) que éste puso en su asesinato. O como decir, en su, planes. Tal espejismo o mirage altera los términos de la ecuación y las «buenas conciencias» pasan automáticamente a ser malas. Automáticamente, es decir por inercia, mecánicamente, o sea que no hay tal mala conciencia sino subjetivización de la conciencia del asesino. Como quien dice, calumnia que algo queda. 
Hablando de padres, casi se me olvidaba decirles que conocí en la época de mis quince primaveras en Santiago de Cuba, cerca de los muelles, a la madre del asesino o discípulo, Caridad Mercader, a quien llamaban sus vecinas, no sé por qué, Cachita. En sus años mozos una guapa moza, Cachita, cuando dio a luz a Santiaguito, que en ese entonces era lo que las comadres llamaban por ese tiempo un bastardo y que técnica o judicialmente se conoce como bastardo, o sea un hijo sin padre (s.o.a. en los juzgados de barrio), de ahí el apellido de Mercader, mucho más cubano, claro, que el de Jugazhvili. Caridad Mercader, acunando al entonces Chago en su cuna, decía o repetía (cuando lo decía más de una vez) una frase que le oí y que ¿habrá que tomar por premonición, acto de presciencia o profecía o quizás un chisme del futuro? Decía (como diría mi hermana Luisa) esta madre ejemplar: 
-Cuando mi hijo crezca, será grande. 
Pero si Trotsky né Bronstein está muerto (lo que parece, en definitiva, evidente) y no hay nada que hacer porque no existe eso .que llamamos el más-allá o por lo menos no existe para los que estamos, como dice la cocinera de Pepe Rodríguez Feo, en el más-acá. Como no debe existir el más-acá para los del más-allá o tumba fría, valga la frase o quolibet. Mornard parece estar vivo o por lo menos lo conservan así en la cárcel ésa, que ya es bastante. Lo que debe hacer Santiaguito Mercader es pedir papel y tinta y ponerse a escribir, porque el mejor sedante que conozco es la literatura. Yo recuerdo que en Buenos Aires, donde pasé diez y seis amargos años, mi dulce consuelo era escribir. Que equivale a decir hacer literatura y en mi caso, gran literatura. V. P. 


Lydia Cabrera 
El indisime bebe la moskuba que lo consagra bolchevikua 
Ya había olvidado la rotunda negativa de Baró, el babalosha de la vieja Cacha (Caridad), su madre santiaguera, cuando ella le pidió prestada su nganga hacerle un «trabajo» a la «guámpara», el día que llegó el jefe de potencia u orisha trayendo nada menos que el sacromágico y terrible caldero (olla walabo ) escondido dentro de un saco negro -mmunwbo futi. El espíritu (wije) que en éste moraba le había manifestado que estaba bien (tshevere ) porque la «moana rmundele» (mujer blanca, Cachita Mercarder, en este caso) le pedido por favor que protegiera a su hijo y a la misión (n'oisim'a ) que tenía por delante. El viejo se apresuraba a cumplir aquella petición (o f'aboru) porque su nganga estaba también de acuerdo (sisibuto ), El brujo, tranquilo, le autorizaba a la santificación -«con licencia de la prenda»-si tal era su deseo. Burujutu nmobutu! 
Era una nganga con todas las de la ley y como el blanco era entusiasta de la fotografía (fotu-jotu fan), quiso retratar al noble viejo Baró (recordó que en Santiago había tenido una «tata» negra de nación), no sin que éste, antes, pidiera permiso a Olofi, entonando un canto litúrgico o litú-kanto. 
¡Olofi! 
¡Olofi! 
¡Tendundu kipungulé! 
¡Nami masongo silanbasa! 
jSilanbakal 
¡Bika! ¡Dioko! ¡Bica Ñdiambe! 
¡Olofi! 
¡O! 
¡Lo! 
¡Fi! 
¿Qué dicen los caracoles (cauris), viejo y noble Baró? -preguntó el blanco, inquieto, «¿Es posible?» 
El noble y viejo Baró sonrió su sonrisa africana, enig
mática por tanto. 
¿Sí? ¿(o no)?, preguntó de nuevo el blanco inquieto. 
-Habla bien lo cauri (caracoles) dijo el viejo y noble 
Baró. -Olofi ta contento. 
¿Hacemos la foto?, preguntó el inquieto blanco. 
«¡NO!» –respondió secamente el noble y viejo (o viejo y noble) Baró. 
¿Por qué?, preguntó el inquieto blanco inquieto. 
Le había negado este favor no por desconfianza de sus buenas intenciones ni por miedo a que su' imagen acaso fuese a parar a manos de otro brujo, quien dueño de su retrato podría hechizarlo (bilongo) o acabar con él fácilmente a punta de alfileres (puya-puya) ni porque la nganga, profanación aparte, se la hubiera amarrado y debilitado. Tampoco porque tuviera miedo al «mensu» inquietante de una cámara. Tampoco porque desconfiara del blanco. Tampoco... 
«¿Entonces por qué?» –preguntó el blanco. 
Baró, noble y viejo y negro, lo miró con sus ojos africanos y luego (todavía con sus ojos africanos) miró a la cámara y por habló: 
–Aparato mágico qu'atrapa image po' medio d'irnpresió e' reflejo luminoso n'papel sensibilisao ej'una Asahi Pentax Spotmatic, con fotómetro CdS, abertura f: 2.8. Viejo y noble Baró quedal siempre mu'mal n'esaj fotoj! 
¡Qué situación difícil! No (nananina) quedaba (re'tongo) más (ma) remedio (iwo finda) que (ke) irse (futé-le-kán). 
El blanco partió para México a cumplir su promesa. Iba vestido con traje blanco, camisa blanca de botones blancos, corbata blanca y prendedor blanco, cinturón blanco de hebilla blanca, medias blancas, ropa interior blanca y con zapatos y sombrero blancos. La vestimenta de los que «hacen» el «santo» -y tienen dinero para comprarse un ajuar. Llevaba también, como pochette, un pañuelo rojo. ¿Liturgia? No, tal vez un adorno o una nota de color político para romper la monotonía blanca. Pero hay otra teoría. El hombre todo blanco se llamaba Santiago Mercader y venía dispuesto a matar a Taita Trotsky, poderoso jefe de potencia. Tal vez fuera una contraseña para un cómplice (ecobio) daltónico. 
El hombre blanco (Molná mundele) llegó, vio y mató a León (Simba) Trotsky. Le clavó la «guámpara» en el «coco» y lo mandó para su «In-Kamba finda ntoto» (tumba fría). Para asestar el golpe final, los orishas siempre fueron consultados de antemano. 

GLOSARIO 
Asahi Pentax Spotmatic: Nipón-Latín-Inglés comercial, cámara fotográfica. 
Babalao: babalosha en lucumí. 
Babalosha: babalao, también en lucumí. 
Baró: nombre propio. Apellido. 
Guámpara: wampara, swahili. Del árabe Wamp'r. Aprox., Alpenstock. 
Mensu: opuesto de nganga. Más o menos, mal de ojo. 
Moana mundele: mujer blanca. Según Pierre Berger, «lengua que camina pálida»
Nganga: del dahomeyano oroko. Amuleto. 
Olofi: Dios amado. A veces. Otras, diablo. Se le representa en posición normal, normalmente. Pero en ocasiones, aparece bocabajo. . 
Orisha: del Bakongo orisha. Babalao o babalosha. 
Tata: nodriza, de leche. 
Taita: Padre o figura-padre. Equivale al «padrecíto» ruso. 


Lino Novas 
¡Trínquenme ahí a Mornard! 
-Trínquenme ahí a ese hombre! Amárrenlo bien. No lo dejen ir. Trínquenlo ahí! Que no se vaya. Miren lo que me hizo. Esta cosa (porque ahí está clavada todavía, la cosa (ésa), de hierro, no madera ni piedra, sino hierro, acero templado como quien dice, hincado, hendido, hundido en el hueso, entre el frontal el parietal, más bien hacia el occipital, no bien precisado ni calculado con frialdad pero hábilmente clavado afincado fincado sobre la cabeza del que pronto será finado.;con furia, con una rabia fría disparándose por sobre el odio y el rencor y la enemistad política, haciendo de los dos hombres una sola cosa por el hierro continúa la mano en un arma homicida semejante a un gesto, la caricatura del gesto más bien, el acto de tender una mano amistosa ahora son una sola cosa, mejor, dos: el verdugo y su victima) que tengo sobre la cabeza no es una peineta sevillana. No señor. ¡Trínquenlo! Que no se vaya. Que no se vaya a escapar. No es un adorno. Ni un yarmulke de fantasía. ¡Trínquenlo ahí! Así. Ni un rebelde mechón de pelos. Es una hachuela. Clavada. En el cráneo. Así como así. Trínquenme ahí a ese hombre! ¡Yastá! 
(Porque recuerda, porque no olvida, porque todavía no ha olvidado, porque todavía recuerda, porque el pasado se le aparece como un chorro de imágenes fotográficas, discontinuas, en movimiento, como el pedazo de un viejo film pasado en un cine de Luyanó o de Lawton, de las afueras, de más allá, en donde las azoteas se convierten en tejados y los números del teléfono ya-no son una letra inicial y luego los números, ni siquiera números, ellos solos ni nada, porque ya no hacen falta los números-ni las iniciales y los números. Porque no hay teléfono. No hacen falta. Se da un grito y ya. Ahí mismo. 
En esas afueras donde jugábamos a aliados y alemanes y alemanes y aliados eran también los fotingueros y los choferes de las que luego, con el tiempo, se llamarían guaguas, pero que ahora no son guaguas todavía, sino otra cosa, ómnibus, tranvías, como se llamen, y yo era un hombre malo y por eso fue que cuando la chiquita se me presentó un día en la piquera y me dijo entre los fotingos de tres patas que estaba cargada, ella, y yo le pregunté, «¿En estado?», ella me respondió, todavía entre los fotingos, que sí, con la cabeza, haciendo así, con la cabeza haciendo así. Por eso sé que es el recuerdo como sé que el hombre, ése, recuerda. Pero lo que recuerda no tiene importancia. Por eso. Porque son eso. 
Recuerdos. Y no otra cosa. ¡Este capitán Araña! Miren que enviar, mandar a este hombre lo mandó, lo envió, y luego dejarlo solo. Porque no hubo rescate ni siquiera un intento de rescate y su celda era una fortaleza dentro de otra fortaleza que es la cárcel de Lecumberri y nadie va a venir a sacarlo de allí. Un capitán Araña. Eso es lo que es. Este tipo, este tirano bestial, este verdugo de pueblos, este, Stalin y no otro. Que fue quien lo mandó. Yo lo sé bien. Cómo no lo voy a saber. Si yo mismo lo traje en mi fotingo y lo llevé al muelle de la Machina a el ferry una noche en que brillaba la luna nona. Sí, señor, a ese mismo. A él. 
Al asesino. El hombre, porque es un hombre, no una mujer ni un niño ni un transformista, porque va vestido de hombre aunque haya cometido un acto de mujer, una traición y le haya puesto adornos en la cabeza al otro hombre, al viejo, al que leía los manuscritos. Y eso, de espaldas. 
De detrás del sillón, disparándose, en un movimiento que era el ralenti de un movimiento, un gesto congelado, un avance retardado que desmiente al movimiento, pero un movimiento al fin y al cabo. El asesino, Jacobo. Santiago, Yago, Diego. Como se llame. Este, ése que está ahí.. Mollnard, Mercader o como diablos se apellide. Ese. Fue él el que me asesinó. ¿Qué cómo lo sé? Hombre, porque estábamos los dos aquí en el cuarto, solos, y yo estaba sentado aquí, en este sillón o balance o mecedora donde voy muriendo lentamente ahora, en una agonía ni dulce ni amarga ni agria ni triste ni alegre ni seria, en un lento irse lentamente a ese lugar de donde me llaman, sin siquiera tener una visión ciega a lo Tamaría ni los estertores motorizados de Ramón Yendía ni tampoco la sucia relación que tuvo el viejo Angusola con su hija Sofonsiba (lindos nombres, ¿verdad?, los saqué de Faulkner que a su vez los sacó, mal, de una enciclopedia o algo, de donde lo tomaron de Sophonisba Angusciola la pintora italiana del Renacimiento) ni nada, Nada. Así como suena. El estaba ahí detrás y yo estaba aquí delante y estaba uno (él) detrás del otro (yo) y así uno detrás y otro delante, todo, la lectura, el examen, lo que fuera hubiera ido de lo más bien si solamente a este hombre no se le ocurre dispararse, con los ojos botados, y clavarme lo que me haya clavado en la cabeza, arriba, atrás, atrás y arriba, y yo aquí con los ojos (y tal vez la masa gris) botados, agonizando mientras ustedes interrogan o ustedes interrogando mientras yo agonizo, haciendo preguntas y preguntas y preguntas, a mí, y ni una a ese hombre, al que nada más que saben llevarles los puños de ustedes a la cara, de ojos todavía botados, pegándole, aporreándolo, sin siquiera preguntarnos si a él y a nos duele lo que nos duela. 
Así! ¡Trínquenlo bien! ¡Que no se escape! Que no se vaya a escapar. Trínquenlo y amárrenlo (que es lo mismo) bien. Trínquenlo! ¡Trínquenlo bien! Que. No se vaya a. Escapar. Así. ¡Trínquenme ahí a ese hombre! Bien. 


Alejo Carpentier 
El ocaso
Debe leerse en el tiempo que dura la audición de Pavane pour une infante dejuncte, a treinta y tres revoluciones por minuto. 
I
L'importanza del mio compito non me impede di tare molti sbagli... el anciano se detuvo en aquella frase truncada con regüeldos de mortificaciones; mientras pensaba: «Tengo un santo horror a los diálogos» y 10 traducía mentalmente al francés para ver qué tal sonaba, y esbozó en su exterior venerable, venerado, venerando una sonrisa a modo de rictus en regaliz, quizá porque la ventana, abierta, con los batientes en escuadra al marco, las contraventanas recién pintadas, .las persianas cerradas, el peinazo superior visible a través del cortinaje velado en leves muselinas venidas de Amberes, las bisagras doradas, las guías del mismo amarillento color broncíneo, las bocas-delobo contrastadas en su asombrosa blancura, maderijas, fallebas y batientes de nuez también blanqueados al aceite de linazas y el poyo amplio, cuajado de macetas, tiestos o potes con tierra en que habían sembrado martagones o mirabeles, pero no vio las flores delante ni detrás del resplandor albo y era que no estaban plantadas sobre el alféizar sino en la solana de rojos ladrillos, fuera de la rayada protección del sobradillo, al resistero, como se empeñaba en decir Atanasia, la azafata de populacheros decires, por la oquedad luminosa entraban melodías inesperadas y dulzonas. La música venía de más lejos que del gramófono que regurgitaba aires de la tierra natal con sabor a melisma, no pífanos ni laúdes ni dulcímeres, viguelas, sistros, virginales, rabeles, chirimías, cítaras o salterios, sino una balalaika rasgueada para extraerle sonoridades de theremín, a la manera de Kiev, «Kievskii Theremina», que llegó desde el recuerdo de las campañas de Ucrania. «Tengo un santo horror a los diálogos», dijo, en francés, pensando cómo sonaría en inglés. El hombre, el más joven de los dos, porque había un hombre joven y otro viejo y por fuerza de relativos uno tenía que ser más joven que el otro y era éste que lo miraba, reía ahora en forzadas explosiones de contento, la frase dicha con alusiones de cita. El viejo, porque si había un viejo y eran dos los hombres en aquella recámara alfombrada en afelpados tejidos de Irkhuz, uno de ellos debía ser el más viejo, por gravitación de años y remembranzas, y era éste que miraba hacia atrás y un tanto arriba, viendo al otro en escorzo con la enorme boca abierta de su discipulario factótum en la auris sectio visual, mientras -anotaba, mentalmente, labios (dos), paladar, pilares posteriores, úvula, faringe, amígdalas (o sus nichos, porque habían sido extraídas en púber tonsiloctomía), roja lengua política y dientes (apenas treinta y dos), clientes propiamente dichos en inferior maxilar y en el superior, incisivos, caninos, premolares, molares y muelas de cordura y como seguía riendo, ya sin motivo otro que no fueran sicofancias de aláter, envueltos en la humedad ambiente vio velo de paladar, rafe, úvula (de nuevo), laringe, pilar anterior de velo, otra vez la lengua (¿o era otra?), nichos amigdalinos y pilar posterior de velo, y odontológicamente fatigado volvióse al libro. El joven, porque éste era el más joven de los dos hombres que miraban la opus magna que el maestro odioso y odiado sostenía en sus manos, registró en sus retinas resentidas guardas, cajo, tapas, tejuelo, cantonera, lomo, lomera, nervios, florón, estampaciones de rótulo, cabezada, forro de tela, forro de papel, cosido de pliegos o cuadernillos, corte · de cabeza, corte de pie, corte de delante, ilustración, margen de cabeza, margen exterior, boca, sobrecubierta, faja, paseó leve ojeada sobre los textos. Ahora se desentendía de artes encuadernatorias, de referencias bibliográficas, de nomenclaturas librescas para: sentir por debajo de la trinchera impermeable, que llevaba convenientemente cerrada a pesar de los aires de canícula tropical que soplaran en la altiplanicie, y sobre americana bien cortada pudo con codo y antebrazo destral punzante, bien afilado a extremo de corto mango de teca blanca y pulimentada. Miró del libro a la noble cabeza encanecida y pensó que debería perforar cuero cabelludo, hueso occipital y atravesar membranas meníngeas (a, duramáter; b, aracnoide; c, piamáter) para hendir cerebro, traspasar cerebelo y quizá llegar a médulas oblongas, pues todo dependía de la fuerza inicial, momentum capaz de alterar su inercia homicida. «Tengo un santo horror a los diálogos», dijo otra vez el anciano, en ruso ahora, pero pensando cómo sonaría en alemán. Fue esta frase en ritomello lo que le movió a golpear. 

II
Arrojó el cigarrillo hecho con papel de maíz porque supo inexplicablemente a polentas de infancia, a majaretes postreros, a tayuyos prandiales y santiagueros y vio cómo cayó el blanquecino, súbito proyectil junto a la verja artesanal forjada en hierros verticales, crasos, poliédricos, que trenzaban en lo alto del varal primores barrocos entre deles simétricos, trazos de caligramas y orlas fileteadas al azar. La cancela era un rastrillo accionado por manivelas, garruchas, cables, muelles, torniquetes, pernos, poleas, cremalleras, ejes, pasos de rosca, catalinas, engranes, muescas, y, al final, la mano ocasional del cancerbero de turno, al que bastó la consigna simple y recordable que recitara él con su voz abaritonada: 
Queste parole di colore oscuro 
vid'io scritte al sommo d'una porta; 
per ch'io: «Maestro il senso lor m'e duro» 
y se felicitó por la espléndida pronunciación italiana que se escapaba de sus labios como un treno gregoriano, melopeo, pero la sonrisa en que confluyó su dantesca terza rima murió no bien oyó la respuesta del portero, que lenitivo entonaba cantos avernales en perfecto toscano arcaizante: 
«Oui si consten lasciare ogni sospetto;
ogni viltá convien che qui sia morta 
Noi siam venutti al loco ov'io t'ho detto 
che tu vedrai le genti dolorose, 
c'hanno perdutto il ben de lo 'nteletto». 
Ahora deseó solamente que primitivos y ocultos mecanismos alzantes terminaran de levar la puerta ferrumbrosa de aguzadas puntas que se clavaban en base de cemento premonitoriamente Armado. Caminó por senderos bífidos de grava costeña bordeados de volcánico pedruzco y miró hacia el imponente chateau-fort que tenía ya encima. Vio fachadas que mezclaban en delirio los estilos, en que Bramante y Vitrubio disputaban primacías a Herrera y Churriguera y donde muestras de plateresco temprano se fundían en alardes de barroco tardío y si el frontón parecía triangular clásico, griego o aguzado un juego adivinatorio ocioso, ya que el remate del pórtico no era en modo alguno triangulado, y en partes del cornisamento, entre cortinas y arquitrabes, notó frisos y en las alas diestra y siniestra había arcos formeros sosteniendo bóvedas catalanas que parecían criptas vacías, aunque algunas impostas revelaban utilidades al menos estetizantes, pero le preocupara mucho que el intradós hiciera de la dovela provocadora de imprevisibles meditaciones. Fue la ménsula superior, con su membrecía saliente y voladiza que padecía. molduras en demasía, el elemento que le hizo reparar en suntuoso modillón dibujado con primores de rococó. Pero, ¿a qué las tres ojivas notablemente asimétricas: equilateral una, sobrealzada la otra y morisca la tercera? ¿Querría decir que las molduras convexas cuyo perfil es un cuarto de círculo, eran óvalos? ¿No serían pivotes de venideras digresiones? Extraños y tal · vez paradójicos modos de construir frontis, porque el esgucio en lugar de ser la moldura cóncava que todos conocemos a golpe de ojo, reconocible por su perfil a manera cuarto de círculo, se esfuminaba en los bordes y al llegar al capitel adoptaba excentricidades circulares· y daba lugar a un cierto desatino formal al bajar por la columna -que de pronto la façade se enfermó de columnas de todo orden: jónicas, corintias, dóricas, doricojónicas, salomónicas, tebanas y entre capiteles y plintos se extendían, curiosamente, fustes o cañas, y nuestro visitante se asombró de ver plintos entre basa y cornisa inferior, cerca del pedestal y no entre friso y arquitrabe, como le dijeron que procedían a levantar arquitectos y maestros de obras de estas tierras exóticas. La clave, cosa rara, se la dio la clave en piedra de y fue entonces que supo que estaba bien encaminado, que no se engañaba, pues aquí estaban los esperados astrágalos purpurinos, arquitrabes de pórfido y apófiges estriados en chartreuse y magenta. Este era el lugar de la cita con su destino histórico y sintió que en vez de plasma sanguíneo corría hidrargirio por la circulación periférica y menor. Llegó a la entrada con dentículos que cubrían, superfluos, colgadizo de cretona y cordoncillos con pretensiones de marquesina, y decidió llamar. Antes miró la puerta memorable que no necesitaba la inscripción de, «Per me si va ne la cittá dolente... lasciate, etc.» 

III
Curiosa puerta, casi se dijo, mientras miraba montante que era clásico bastidor, pero hecho de cuarzo, feldespato y mica, elementos que, reunidos, sabía que componen el granito, y hoja de consistencias que de no haber sido de acero habría pensado que eran de hierro, con placa protectora de limpieza en el lugar que debía ocupar el ojo de la cerradura, aunque el picaporte, de bronce, estaba justo donde debía estar: sobre el bastidor, partiendo paneles inferiores y superiores y señalando a uno de los tres goznes, también dorados. No tocó. ¿Para qué? De hacerlo habría tenido que portar férrea manopla. 
Abrieron, seguramente accionando ojos mágicos o fotoeléctricas células y entró, pasando sobre el umbral y bajo el dintel sin dificultad ni asombro. Pero no bien el pesado portalón cerróse a sus espaldas, sintió miedo y trató de buscar apoyo entre las jambas y al sentir que su espalda resbalaba contra ataires de acero fundido en Akron, Ohio, se recostó al derrame. Lo que tenía ante sus ojos era indecible. Desde la calle toda la mansión tenía aires de castillo, fuerte casamata visible por la ausencia de triglifos y metopas sobre convexidades de equinos en friso aparentemente dórico, porque el sofito no sobresalía en invertidos escalones reglamentarios, porque algunos trozos de enrejado eran murallines levantados en jardinel, porque había salidizos reforzados en y no solamente por tamañas irregularidades capaces de destruir cualquier orden, sino porque advirtió atalayas, saeteras, resaltos, poternas que simulaban postigos, portas de poca o ninguna ventilación, merlones a manera de parapetos sobre el paramento acorazando tejados y azoteas desde la mediacaña, y dentro del patio fortísimos estribos y contrafuertes protegían la solidez del muro no lejos de la inocencia enjaretada con misterios de celosías de una glorieta recóndita y, rodeándola, floridos jazmines del cabo en tresbolillo, y arriba, en el techo, el encachado disimulaba arpilleras y barbacanas por el tromp-l'oeil de la terminación de emplentas, mientras almenas asirio-románicas simulaban arbotantes góticos y entre ajimeces de ventanas y lucernas y alféizares evidentemente excesivos emergían un día naranjeros trabucos, cañoncillos pedreros, anacrónicas cureñas, tercerolas, y de acroteras, gárgolas e hipogrifos bien pudo surgir la temerosa asimetría de atinado franc-tireur. Por todo ello pensó que estaba entre camaradas: gente armada. Pero, ahora, aquí dentro cauchemar de decoradores ebrios. Cierto que ya comenzaba la pesadilla en el ala izquierda del patio, donde, para hacer pendant con recoleto gazebo, había añejo templo monóptero y por intercolumnios, a través de éustilos delicados del pórtico, entre pilastras mudas, se podía. ver cipo evidentemente dedicado a funerarios ritos. Pero, esto, eso... ¿Sería mejor batir el aire o, aun, tomar las de Villadiego? Imposible, pues la puerta cerraba herméticamente y protegían la pestillos, picaportes, pasadores, trancas, barras, aldabas, candados y alamudes de visible resistencia a empujón súbito o hercúleo y además, no conseguiría otra cosa que manchar hombros y mangas del imper con que protegía acerada alcotana presumiblemente justiciera -o asesina, según pareceres de exégetas y detractores. 
A su mente vinieron ahora recuerdos de haber olvidado en la anotación minuciosa arquitrabes floridos, embasamientos de granito sobre zócalos de piedra picada y mediciones a ojo de dimensiones (¡maldito verso!) de la fachada. Volvió a la realidad mirando embaldosados que hacían azulejos de grecas verdes sobre mosaico blanco, y enfrentó con decisión sus dudas avanzando hacia archivoltas de figuras helicoidales apoyadas en impostas de sillares estriados. Esto era peccata minuta comparado a lo que vendría después, cuando abrió ojos a salón que era vestíbulo, ámbita y laberinto a la vez, en la profusión arcos de medio punto, de herradura, trilabados, conopiales, lanceolados, mitrales, escarzanos y adintelados, en muda promiscuidad con estípites neoclásicos, entrepaños art-nouveau, enjutas internas, formeros que soportaban supuestas bóbedas vaídas e intradoses pintados en cada color del espectro algunos más, como delirante fucsia que hacía juego en complementarios' colorines de ornamentos denticulares, perlados, de guirnaldas, grecados, anillados, de entredós, acanalados, de malla y enzarzados, y debajo, filete de acajú que separaba frisos inferiores o zócalos que los naturales del país se empeñaban en llamar cenefa, éstos empapelados en seda malva. Al fondo, junto a monumental escalera y como presidiendo aquel caos formal. erguido, con un brazo tan lívido como su barbilla en punta, mongoloide, levitón, zapatos o corbata de plastrón, todavía elocuente o al menos, gesticulante, sobre una peana, estaba Vladimir Ulitch Ulianoff o su facsímil marmóreo a quien una inscripción, también en mármol, bajo la efigie epónima, identificaba, en carácteres cirílicos, como Lenine. Mirando cristaleras, contando escalones de mármol jaspeado, bajando con ojos anotadores, pasamanos de igual caliza, perdido entre volutas, espirales, curvas, adornos foliados y tirantes verticales de la obra de herrería de barandas y balconcillos, se quedó dormido, no sin antes haberse acercado en pasmo perpetuo a un sillón asombrosamente Marcel Breuer, en que se hundió en alivio. 

IV
Despertólo ruido de pasos sobre embaldosado y entrevió, a través de mallas de sueño y pestañas, los que creyó borceguíes, luego adelantó hasta pensar en huaraches y ahora vio que eran zapatos corrientes, compuestos de suela, forro, plantilla, vira, cambrillón llamado cambrera en el país, tacón, talón, pala y lengüeta, también conocida como oreja o guataca en estos andurriales americanos. Sobre ellos caminaba un hombre envuelto en ropas que tenían color de viejas tintas. Junto a éste iba otro hombre y vio cómo, uno de ellos, tenía un cuello largo en que adivinó: hueso hioide, membrana tirohioidea, cartílago de tiroides, editorial Ramón Sopena, membrana cricoestiroidea, cartílago cricoides y tráquea, y como mirara hacia él con su ojo único (otro llevábalo cubierto con tapaojos a manera de la princesa de Eboli o de Vicente Nau el Olonés) y supo que lo miraba un ojo solo pero también ese conjunto funcional de: córnea" iris, coroide, cristalino, esclerótica, nervio óptico y retina, y ya en la retina: arteria temporal superior, esclerótica, arteria nasal superior, arteria nasal inferior, papila del nervio óptico, arteria temporal interior y mácula lútea, y por esta última mancha amarilla supo que el otro, al menos, lo veía en dos dimensiones, pero en color. 
De su pareja, no vio más que una oreja y aunque la rima impensada molestárale en grado sumo, enumeró, para disipar sinsabores, partes de lo visible, que eran hélix, antehélix, caracol, lóbulo, trago y antitrago, pabellón que seguramente cubría canal embarrado de cerumen, vestíbulo, tímpano, yunque y martillo, oído externo, medio y laberinto. Uno de ellos lo saludó con la mano y él no supo cuál (hombre o mano) fue, pero sí que dábanle bienvenidas no solamente mano y hombre, sino: muñeca, eminencia hipotenaria, palma, meñique, anular, medio, índice, pulgar y eminencia ternaria, sin hablar de tarso, metatarso y dedos, huesos diversos (¡mierda!), tendones, músculos y dermis 
protectora. Levantó su mano devolviendo saludos y cuando terminó el gesto volteóla palma arriba y vio rayas y zonas de lógica, instinto, voluntad, inteligencia, misticismo, Júpiter; Saturno, Apolo, Mercurio, de la fortuna, del corazón, de la salud, Marte, de la cabeza, Luna, de la Vida y Venus, y preguntóse si tendría suerte o no y al mismo tiempo si rojas manchas localizadas junto al Mons Veneris serían herpes o hematomas. 
Oyó que hablaban los sicarios sobre cruzada taracea de diversos ternas bélicos a que ponían membretes palabras sueltas y altas, y no pudo evitar su viejo hábito analítico de hacer cuadro sinóptico de cada cosa de este mundo. Así, cuando oyó rifle pensó en cañón, mira, abrazadera, caja guardamano, cargador, cerrojo, gatillo, guardamonte, alzaculata; bala, supo que podían ser de plomo, acero, incendiarias, trazadoras, (Arm.) perforantes, explosivas y de caza y siempre tenían envoltura de latón, núcleo de plomo, nitro' y fulminante; granada, recordó espiga de palanca de disparo, seguro, anilla del seguro, cuerpo de tapón en aleación de plomo, detonador y palanca de disparo-y ni una sola vez vino a su mente la idea de hacer blanco o diana posibles. Siguieron ellos su camino.. y volvió a quedarse solo, no por mucho tiempo, porque pronto acompañáralo zumbido de intrusivo y aborigen insecto, en el que distinguió: cabeza, ojos facetados, patas (primer par), protórax, patas (segundo par), aguijón, abdómen, metatórax, noto (¿o notó?), ala inferior, ala superior y patas (tercer par). ¿Sería avispa? Sintió poseer transparencias de ánimo, que su miedo se viera metafórico y sus intenciones fueran reveladas, simple y llanamente, por inhibiciones. De ahí a inferir que un intrusivo himenóptero produjera tamaña desazón por develaciones magnas, no había más que un paso y no un paso perdido, porque próxima zancada los llevaría a asociar los diurnos terrores con perversas intenciones semblables y sabrían que era una suerte de ikneumón, esa avispa que en las selvas del Orinoco busca afanosa a su araña, para clavarle en la nuca mortal aguijón. ¿O sería abeja obrera, reina o zángano? Para distraerse de pavores últimos y posibles desvelos miró al extremo otro del salón, donde observó banderas, pero mucho antes de saber si eran o no las iniciales y ortodoxas banderas del partido vio que estaban divididas, como todas, en gaza, vaina, paño, punto de bigorrilla, orillo, varón, empalomaduras, orillo (el otro), costura y rabiza, y como no era la identada del cometa ni gallardete ni pavés y sí cuadrada, supo que sería la Venerada, aunque no encontrara hoces ni martillos cruzados sobre el fondo que ahora vio azul y no rojo. ¿Sufriría males de Dalton? Para probar lo cierto o incierto del acerto (¡de nuevo esas rimas anacolutas!) miró a cuatro escudos diestros y siniestros que parecían guardar las banderas y antes de saber que uno era español, otro francés, otro polaco y otro suizo, vio las diferentes divisiones: cantón diestro del jefe, jefe, cantón siniestro del jefe, flanco diestro, corazón (o abismo), flanco siniestro, cantón diestro de la punta, punta, sitio de honor y se quedó mirando el ombligo (del escudo, de los cuatro, cuatro ombligos distintos y un solo ombligo verdadero) para luego anotar oro, platas, gules, azures, sinoples, m. púrpuras, sables, piedras, que servían de fondo o distinción a: robles, sotueres, árboles fustados, cornetas enguichadas, bandas engoladas, coronas enfiladas, enclavados, danchados, acuartelados, catenados, burelados, bordurados, acolados, verados, ajedrezados, losanges, rumbos, potenzados, partidos, orlas, bordes y pumas y águilas y cu.lebras rampantes. 
Avanzaba hacia ellos para particularizar diferencias, cuando vino ujier, edecán o amanuense a decirle que podía subir, que el Maestro (estos fueron mismos decires) lo recibía, que lo estaba esperando ya-y bien pudo añadir que la paciencia es el preámbulo de la impaciencia, en sus dichos de nación: el que espera desespera, porque vio (y anotó) el gesto pertinaz o impertinente. Dio un cuarto de vuelta exacto sobre uno de los lises inscritos en la circunferencia del mosaico central y se encaminó, con simulados andares de discípulo, hacia los cuarteles del hereticus maximus. Subía la escalinata escalón por escalón, deteniéndose a observar que sobre la barandilla, como tope, estaba el pasamanos y que las vetas mechadas de pizarra en el mármol ambarino coincidían con las mechas que veteaban de pizarra el mármol, también ambarino, de la escalera, aunque pisara el rojo alfombrín de fieltro y no los escalones marmóreos, sobre el que hacían hermoso contraste pasadores y broncíneas charnelas. En el descansillo superior izquierdo enfrentó una armadura del Ouattrocento, completa con casco de visera, gola, hombrera, brazal, cordera, faldón, cuja, rodillera, canillera, greba, tarja (o escudo), peto y alabarda con hoja toledana transversada sobre moharra de encino. Pero sí prestó poca atención a la coraza adornada con bajorrelieves forjados o a la hombrera acanalada, sí quiso saber si el casco era yelmo entero o solamente morrión con gola extendida hacia arriba, y se acercó a la armadura, casi (la pared impidió la completación) le dio la vuelta y vio, al acercarse, que la dicha gola era más bien ancha babera o bacinete con pérforos a modo de hendijos en el visor y concluyó que era almete y no yelmo -y al engancharse en su impermeable la alabarda recordó que debía subir de una vez y enfrentar a su enemigo, y en tales decisiones estaba cuando lo sorprendió el rosetón de la vidriera en el rellano. Pero reunió fuerzas para rechazar su atracción foliada y acabó de remontar la escalera. Arriba, llegó a la entrada que distinguía sobrepuerta de labradas tallas coloniales y vio que la puerta y con ella bastidores (o montantes), paneles, bastidor, ataires y sobreumbral eran de roble de España y aunque no había placa protectora sí había cerradura y picaporte, ambos de señalado bronce y pernos de idéntica aleación, y pasó la mano histórica por molduras en saliente, antes de hacer un puño marxista con ella y llamar con nervudos, nerviosos nudillos 

V-LV
(Después de pasar revista y subsiguiente inventario a la habitación y todos sus enseres y pertenencias, Jacques Mornard muestra a Lev Davidovitch Trotsky las «octavillas díscipularias», como dice Alejo Carpentier, y con el Maestro entretenido en la lectura, logra extraer la azuela asesina –no sin antes enumerar cada una de las individualidades anatómicas, sartoriales, idiosincráticas, personales y políticas del muerto grande, porque el magnicida (o el autor) padece lo que se conoce en preceptiva francesa como Syndrome d'Honoré.) 
1 Avis au traducteur: Monsieur, Vous pouvez traduire le litre -"Chasse au Vieil Homme". S.V.P. -L'Auteur, 


Nicolás Guillén 
Elegia por Jacques Mornard 
(En el cielo de Lecumberri) 
Era duro y severo
 grave la voz tenía
 y era de acero 
su apostasía. 
(Era, no. Es, 
que todavía que todavía 
está el hombre entero.) 
Es.
 De acero. 
De acero es. 
¡Acero! 
¡Eso es! 
TROTSKY: ¡Iba yo por un camino cuando con la muerte di! 
(Leía la frase «un camino» cuando me dieron a mí.) 
MORNARD: No sé por qué piensas tú 
León Trotsky que te di yo. 
Al hacha que tenía yo 
diste con tu nuca tú. 
CORO (Zhdanov, BIas Roca y Duelos): 
Stalin gran capitán 
que te proteja Changó 
y te cuide Yemayá! 
TROTSKY: Isla de Prinkipo mía yo quiero tenerte entera y quiero (cuando me muera) 
tener en mi tumba un ramo de hoces y una  bandera! 
MORNARD: Ve cogiendo ahora tu ramo
de hoces y tus banderas 
y no esperes a que mueras: 
ya te maté con mi mano.
TROTSKY: Si muero en la carretera 
no me pongan flores! 
Si pido bortsch con lentejas 
no me le ëchen coles!
MORNARD: No pidas bortsch con lentejas 
y olvídate de las flores, 
las hoces y las coles: 
no estás en la carretera, 
sino en casa de Tenorio 
donde hay ya su buen jolgorio 
celebrando tu velorio 
con un juego de abalorios. 
TROTSKY: ¿Müerto yo?
MORNARD: Sí, pues mi hacha te mató 
y al que doy por muerto yo 
no lo salva ni Paré (Ambrosio)!
TROTSKY: ¡Ay, qué imbroglio! 
¿y no hay vida en la otra vida? 
Mira que no he completado 
de Stalin la biografida
MORNARD: Lo siento viejo León, 
Lion, Lowe, Leone, Lev 
Davidovich Trotsky né 
Bronstem, Estás como Napoleón, 
Lenín, Enjels, Carlomar. 
Estás más muerto que el Zar: 
Kaputt tot, dead, difunto 
mandado pal otro mundo, 
ñampiado, mort, morto profundo. 
Diste la patada al cubo.
TROTSKY: ¿Y quién habla, macanudo?
 MORNARD: Tú. Es decir, tu in-cubo.
 TROTSKY: ¿Y esa luz?
MORNARD: Es un sirio funerario
TROTSKY: ¿Y esta voz?
MORNARD: Es un turco literario.
TROTSKY: ¿Sirio? ¿Turco? ¿De qué hablas, insensato? MORNARD: Bueno, cirio, truco. (¡ Este viejo literato!) 
VOZ: Haciendo tu biografía teniendo tan pocos datos no esperes ortografía. 
TROTSKY:  ¿Y este otro intelocutor? 
MORNARD: Isaaac Deustcher, el doctor, 
TROTSKY: Por favör, 
que no entre, que me müero. 
Me muero, sí. Es mejor 
morirse de cuerpo entero 
que quedar para profeta 
sin greyes ni escopeta 
y en la testa un agujero. 
¡Müërö!
(Muere al darle una zapateta) 
CORO: (Deustcher, Julián Gorkin y Gambetta, que ha venido por la rima y el entierro): 
A llorar a Papá Montero! 
Zumba, canalla rumbero! 
Ese Trotsky fue un socialero. 
Zumba, canalla rumbero! 
A Pepe le dio con el cuero. 
Zumba, canalla rumbero! 
Y Yugaz vil le hizo un agujero. 
¡Zumba, canalla, rumbero! 
(Exeunt all except Hamlet) 
HAMLET: (en realidad es Stalin con peluca rubia, calzas, jubón y en sus manos un bogey bear u oso ruso): 
Ah, si este sólido Trotsky 
pudiera derretirse, fundirse 
y luego convertirse en Rocío... 
Perdón, en rocío. 
(Entonando de nuevo) 
Cuan vanas, vacías, ostentosas e inútiles 
se muestran a mi vista las prácticas todas de Malthus... 
(Con hastío) 
¿No habrá otra manera de librarse de ese canalla, traidor, infame, etc., sin disfrazarse ni tener que recitar tales sandeces? 
En ese momento, como si fuera Venabente y no Shawkspear se oye lejana primero y luego cercana, o al revés, la voz de Molotov que grita: 
¡Extra! ¡Extra! MORNARD MATA TROTSKY ¡Extra! ¡Fotografía y detalles! ¡Vaya! ¡Cómo lo mató! ¡Llévalo! ¡Extra! ¡Extra!!! 
La voz es ronca y africana pero Stalin la reconoce como Molotov y no como Bebo el newsvendor de Ventitrés y Doce. Se quita el disfraz (Stalin, no Bebo ni Molotov ni mucho menos, Trotsky) y se va corriendo, contento, desnudo, por los pasillos del Kremlin. A lo lejos salta en pies descalzos: alguien regó puntillas. Se oyen sus gritos de: 
¡Kamenev! ¡Zinoviev! ¡¡Rykov!! 
(Son las peores palabras que hay en ruso después de Trotsky) y luego: ¡Centro Paralelo Unificado con Clavos! ¡Una purga! [Una purga! ¡¡Una purga!! De una puerta sale Lady Macbeth (la del distrito de Msknz) frotándose las manos (hace frío) y caminando dormida. Sobre la cabeza sostiene un pomo con aceite de ricino y un moño eslavo. Deja de frotarse las manos (hace menos frío), saca del busto las obras completas de Marx, Engels y Lenin, una lupa y una cuchara. Pone los libros en el piso, con la lupa y el sol de medianoche ruso logra hacer fuego sobre ellos y calienta el aceite de ricino. Luego trata, inútilmente, de dar una cucharada del purgante a Stalin, que forcejea, patalea, se suelta y sigue corriendo Kremlin abajo, gritando nuevas malas palabras que un amanuense a su lado inscribe en un tratado de lingüística. Al tumulto salen de puertas, pasillos, paredes y uno que otro closet la sombra de Lunacharsky a quien la sombra de Radek a su lado va diciéndole «Lupanarsky, Lupanarsky», mientras cuenta a las sombras de Arnold y Piatakov (del otro lado) un chiste contrarrevolucionario: «¡Socialismo en un solo país! ¡Dentro de poco tendremos socialismo en una sola calle!» Piatakov y Arnold ríen, pero la sombra de Bujarin, que desde detrás los alcanza, advierte: «¡Recuerda, Radek, que ya ese chistecito te costó la vida una vez!» 
Amold, Piatakov y otras sombras menores desaparecen discretamente del lado de Radek, que sigue imperturbable haciendo chistes infrarrojos, solo, al tiempo que vuelve la cabeza de tanto en tanto para gritar: «¡Lupanarsky!» sobre su hombro, que no se inmuta (su hombro no Lupanarsky, que se va corriendo, corrido). 
En menos tiempo de lo que torna pronunciar Stajanoviskii rabótimu politískaya los pasillos del Kremlin se pueblan con decenas, miles, millones (unos cien) de fantasmas políticos. Por sobre las sombras se oyen las malas palabras (ahora en georgiano) y las quejas de Yugazbilly the Kid en Interprol, el idioma del internacionalismo proletario: 
«¡Quisiera que el trotskysmo tuviera una sola cabeza!» 
«Mi premierato por un caballo pálido!» 
«¡Libertad, cuántos tangos se cometen en tu nombre!» 
« Etcétera! » 
CORO (Aragón, Eluard, Siquieiros, Sholojov y Brecht acompañan a Guillén): 
¡Stalin! 
¡Gran Capitán! 
Que te proteja Xangó 
y te cuide Jemajá. 
¡Cómo no! 
¡Esto lo digo yo! 
La voz de Arsenio Cué en la realidad de la cinta o de lá parodia grita, clarito, Mierda eso no es Guillén ni un caraja y se oye la voz de Silvestre, la voz de Rine Leal, fantasmal, al fondo, y mi propia voz que se superponen, pero la voz de Bustrófedon no se oye más yeso fue todo lo que escribió Bustrófedon si a esto se le puede llamar escribir aunque si Orígenes (contribución de Silvestre) y Earl Stanley Gardner (modestamente, mía) veinte siglos después lo hacían ¿por qué no él? Pero no creo que tuviera la intención de escribir (énfasis de Arsenio Cué) así como así sino de dar una lección al propio Cué por su negativa a escribir una línea a pesar de toda la insistencia de este mundo de Silvestre y al mismo tiempo enseñarle a S. que C. no tendría razón pero él tampoco y que la literatura no tiene más importancia que la conversación y que ninguna de las dos tiene mayor importancia y que ser escritor es lo mismo que ser vendedor de periódicos o periodiquero como decía B. y que no hay por qué darse aires/seria, después de todo o antes que nada. Aunque Bustrófedon dijo bien claro esa y otras veces que la única literatura posible estaba escrita en los muros (coñando mientras acuñando) y cuando Silvestre dijo que ya él lo había dicho ya, que lo había escrito antes en una viñeta (así dijo y B. lo cañeó feroz con la diferencia y el parecido que puede y debe haber entre viñeta y puñeta y vil lata y veleta) Bustrófedon dijo que él se refería a la de los muros de los servicios públicos, lavatorios, retretes, inodoros o escusados y recitó trozos escogidos entre las heces (palabras, por supuesto, de Arsenio Cué) como aquello de Doy por el culo a domicilio Si traen caballo salgo al campo o En este lugar sagrado Donde acude tanta gente Hace fuerza el más cobarde Y se caga el más valiente o los sellitos' impresos sueltos y microscópicos que prometían Curar gonorrea, blenorragia, sífilis AUNQUE TENGA VEINTE que parece ser una edad mortal para cogerlas y después aseguraba Discreción Cura inmediata y total Si no devolvemos su dinero o los avisos Contra la impotencia Testivital o los de Falta de Virilidad? Impotencia? Momosexualidad? Visite el Instituto de Sexología del Dr Arce - Métodos Científicos y Modernos - GARANTIZAMOS CURAS y después de esta blasfemia el colofón escrito a mano. La otra, decía ahora B., la otra literatura hay que escribirla en el aire, queriendo decir que había que hacerla hablando, digo yo, o si quieres alguna clase de posteridad, decía, las grabas, así, y luego la borras. asi (haciendo las dos cosas día, menos con las muestras pasadas) y todos contentos. ¿Todos? Yo no sé. Solamente sé que el resto de la cinta está ocupado por canciones populares, tangos (cantados por Rine), ruidos de bongó sobre una mesa (Eribó ¿quién si no?) y discusiones de Silvestre y Arsenio Cué y, recitados, pedazos de Novelas de las Nueve y de la Una o de la Gran Novela del Aire (ábrense las páginas sonoras del picuísmo en el aire para hacer sufrir a ustedes la cursilería y la bazofia en cada ridículo) y ruidos que son lo que fuimos nosotros de Bustrófedon. Al menos, Cué dice autorizadamente que esas frituras, cremaciones, herbores se llaman ruidos parásitos. No escribió, de veras, más nada, Bustrófedon, si descontamos las memorias que dejó bajo la cama con un orinal como pisapapeles. Silvestre me las regaló y aquí van, sin quitar punto ni coma. Creo que de alguna manera (para hablar como S.) son importantes.

Fragmento de Cabrera Infante, Guillermo. Tres tristes tigres. Seix Barral, Barcelona, 1984. Págs. 221-256



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