Charles Darwin – La expresión de las emociones (3) Sorpresa, asombro, miedo y horror




Sorpresa, asombro. –Elevación de las cejas. –Apertura de la boca. –Poner los labios hacia fuera que acompañan a la sorpresa.  –Admiración. –Miedo. –Terror. –Erizamiento del pelo. –Contracción del músculo cutáneo. –Dilatación de la pupila. –Horror. –Conclusión. 
Si la atención es repentina e intensa puede transformarse de modo gradual en sorpresa, ésta en asombro, y a su vez esta última en pasmo de estupefacción, un estado de ánimo que tiene una estrecha analogía con el terror. La atención se manifiesta por una ligera elevación de las cejas, y cuando dicho estado crece hasta la sorpresa se elevan aún mucho más, con los ojos y la boca muy abiertos. La elevación de las cejas es necesaria para que los ojos puedan abrirse con amplitud y rapidez. Este movimiento produce arrugas transversales a lo largo de la frente. El grado de apertura de los ojos y la boca se corresponde con el grado de sorpresa que se experimente, si bien dichos movimientos deben ir coordinados, pues una boca muy abierta con las cejas sólo un poco elevadas da como resultado una mueca sin sentido, tal como el Dr. Duchenne ha mostrado en una de sus fotografías (1.) Por otra parte, es frecuente ver cómo una persona simula sorpresa con una mera elevación de las cejas. 
El Dr. Duchenne ha ofrecido la fotografía de un hombre mayor con las cejas muy elevadas y arqueadas por la galvanización del músculo frontal, y con la boca voluntariamente abierta. Esta figura expresa sorpresa con mucha verosimilitud . Yo se la mostré a 24 personas sin una sola palabra explicativa y sólo una de ellas dijo no entender qué significaba. Una segunda persona respondió que era terror, lo cual no está tan equivocado, pero algunas otras añadieron a los términos «sorpresa» o «asombro» epítetos como horripilado. afligido, doloroso, disgustado. 
Los ojos y la boca muy abiertos constituyen una expresión universalmente reconocida como sorpresa o asombro. Así, Shakespeare dice: «He visto a un herrero parado con la boca abierta tragándose las noticias de un sastre» (El Rey Juan, acto IV, esc. II). Y también: «Con la mirada fija uno en el otro parecía que iban a sacar los ojos de las cuencas. Existía un habla en su mudez, lenguaje en cada uno de los gestos y tenían un aire como si se hubiesen enterado del fin del mundo» (Cuentos de invierno, acto V, ese. II). 
Mis informadores responden con notable uniformidad sobre esa misma impresión respecto a las diversas razas humanas. Los citados movimientos de las facciones aparecen a menudo acompañados de ciertos gestos y sonidos que a continuación se describen. Doce observadores en diferentes partes de Australia están de acuerdo sobre este extremo. El Sr. Winwood Reade ha observado dicha expresión en los negros de la costa de Guinea. El jefe Gaika y otros responden que a mi pregunta respecto a los cafres de Sudáfrica, y también lo hacen otros de forma categórica respecto a los abisinios, ceilandeses, chinos, fueguinos, varias tribus de Norreamérica y neo-zelandeses. Respecto a estos últimos el Sr. Stack asegura que la expresión aparece con mayor claridad en algunos individuos que en otros, aunque todos se esfuerzan lo que pueden para disimular sus sentimientos. Los dyaks de Borneo, al decir del Rajá Brooke , abren mucho los ojos cuando se asombran, balancean a menudo la cabeza de un lado a otro y se golpean el pecho. El Sr. Scott me informa de que a los trabajadores del Jardín Botánico de Calcuta les está rigurosamente prohibido fumar, pero a menudo desobedecen la orden, y cuando se les sorprende de repente, lo primero que hacen es abrir mucho los ojos y la boca. Después lo normal es que se encojan de hombros, al darse cuenta de que ya es inevitable que les descubran, o fruncen el ceño y patean el suelo de rabia. Enseguida se reponen de la sorpresa y muestran un miedo servil mediante la relajación de todos los músculos; la cabeza parece hundirse los hombros, los ojos perdidos van de acá para allá y suplican que no se lo tengan en cuenta. 
El famoso explorador australiano Sr. Stuart ha ofrecido (2) un sorprendente relato de un estado de estupefacción acompañado de terror en un nativo que nunca hasta entonces había visto a un hombre a lomos de un caballo. El Sr. Stuart se aproximó a él sin ser visto y le llamó desde una corta distancia: «Se dio la vuelta y me vio. No sé lo que pensaría, pero nunca he visto un cuadro tan perfecto de miedo y asombro. Se quedó parado, incapaz de mover un miembro, clavado en el sitio, con la boca abierta y los ojos fijos... Permaneció inmóvil hasta que nuestro criado negro llegó a pocas yardas de él: entonces, tirando su maza, se subió a una acacia todo lo alto que pudo». No podía hablar y fue incapaz de responder una sola palabra a las preguntas del criado negro, mientras temblaba de pies a cabeza, «agitando su mano hacia nosotros para que desapareciéramos». 
Cabe pensar que las cejas se elevan por un impulso innato o instintivo, partiendo del hecho de que Laura Bridgman actúa invariablemente así cuando se asombra, tal como asegura la señora que ha estado durante mucho tiempo a su cuidado. Como la sorpresa se produce por algo inesperado o desconocido, es natural que al sorprendernos deseemos percibir la causa con la mayor rapidez posible. Por consiguiente abrimos del todo los ojos de modo que campo de visibilidad pueda aumentar y los globos oculares se muevan bien en cualquier dirección. Sin embargo esto apenas sirve para explicar por qué las cejas se elevan hasta punto, ni la cerril fijación de los ojos abiertos. La explicación se basa, a mi juicio, en la imposibilidad de abrir los ojos con mucha rapidez con la mera elevación del párpado superior. Para realizarlo las cejas deben retirarse con energía. Cualquiera que intente abrir los ojos todo lo rápido posible ante un espejo notará que actúa así. El enérgico movimiento de las cejas hacia arriba abre los ojos tanto que quedan fijos, con todo el blanco expuesto alrededor del iris. Más aún, la elevación de las cejas es una ventaja para mirar hacia arriba, pues en cuanto descienden impiden que veamos en esa dirección. Sir 
C. Be1l (3) ofrece una curiosa y pequeña prueba del papel que cumplen las cejas en la apertura de los ojos: En un hombre borracho por completo, todos los músculos están relajados y en virtud de ello los párpados caen de la misma manera que cuando no nos tenemos de sueño. Para contrarrestar esta tendencia, el borracho levanta las cejas, lo cual le otorga ese aire perplejo y atontado que tan bien ha sabido representar Hogarth en uno de sus cuadros. Una vez conseguido el hábito de elevar las cejas para poder ver todo lo que nos rodea con la mayor rapidez posible, el movimiento puede reproducirse por la fuerza de la asociación cada vez que se siente asombro por alguna causa, incluso por un miedo repentino o una idea. 
En las personas adultas, cuando se levantan las cejas, toda la frente se pone muy arrugada por líneas transversales, aunque en los niños esto sólo ocurre en muy ligera medida. Las arrugas corren en líneas concéntricas a cada ceja y confluyen de modo parcial en el medio. Son muy característicos de la expresión de sorpresa o asombro. Tal como señala Duchenne (4), cada ceja, cuando se eleva, se pone también un poco más arrugada de lo que estaba antes. 
La causa de que la boca se abra se siente asombro es una cuestión mucho más compleja, ya que parecen concurrir varias causas para llegar hasta este movimiento. A menudo se ha supuesto (5) que de esa forma el sentido de la audición se hace más agudo, pero yo he observado a personas escuchando con atención un débil sonido cuya naturaleza y fuente conocían muy bien, sin abrir por ello la boca. Por lo tanto, durante cierto tiempo pensé que la boca abierta podría ayudar a distinguir la dirección de procedencia de un sonido al proporcionar otro canal de entrada a través de la trompa de Eustaquio. Sin embargo el Dr. Ogle (6)  ha sido tan amable como para estudiar los más recientes conocimientos sobre las funciones de la trompa de Eustaquio, y me informa de que existen pruebas casi concluyentes de que permanece cerrada excepto durante el acto de deglución, y que en las personas en quienes se mantiene abierta por alguna anormalidad, el sentido de la audición no mejora en absoluto, al menos por lo que se refiere a los sonidos extremos. Por el contrario, se dificulta con los sonidos respiratorios, que se hacen entonces muy nítidos. Si se coloca un reloj dentro de la boca sin permitir que toque los lados, el tic-tac se oye con mucha menos claridad que cuando está fuera. En aquellas personas cuya trompa de Eustaquio está cerrada de forma permanente o temporal por alguna afección o por un catarro, el sentido auditivo resulta dañado, si bien ello puede explicarse por la mucosidad que se acumula en el interior del conducto y por la consiguiente expulsión del aire. Por lo tanto cabe pensar que bajo las sensaciones de asombro la boca no se mantiene abierta para poder oír sonidos con mayor nitidez. Con todo y con ello las personas sordas suelen mantener la boca abierta. 
Toda emoción repentina, incluido el asombro, acelera la actividad cardiaca y con ella la respiración. No obstante, tal como señala Gratiolet (7),  y según creo yo también, podemos respirar con mucha mayor suavidad a través de la boca abierta que a través de los orificios nasales. Por lo tanto, cuando queremos oír con atención algún sonido dejamos de respirar o respiramos todo lo quedo posible abriendo la boca, al tiempo que mantenemos el cuerpo inmóvil. Uno de mis hijos se despertó de noche por un ruido, circunstancia que suele producir gran preocupación, y después de unos minutos se dio cuenta de que tenía la boca muy abierta. Comprendió entonces que la había abierto para respirar con el mayor sigilo posible. Este punto de vista se refuerza por el caso de los perros, en los cuales sucede todo lo contrario. Cuando un perro jadea después de un esfuerzo, o en un día caluroso, respira profundamente. Pero si su atención se despierta de pronto, empina al instante las orejas para escuchar, cierra la boca y respira con todo el sosiego de que es capaz a través de la nariz. 
Cuando se concentra la atención durante largo rato fijándola con cuidado en algún objeto o cuestión, todos los órganos del cuerpo se olvidan y descuidan (8) y como la energía nerviosa de cada individuo es limitada en su cuantía, se transmite poco a cada parte del sistema, excepto aquella que en ese momento es empujada a una acción enérgica. Por lo tanto, muchos de los músculos tienden a quedar relajados y la mandíbula cae por su propio peso. Esto explica la caída de la mandíbula y la boca abierta de una persona pasmada por el asombro, cosa que ocurre quizá cuando está afectada con menor intensidad. Yo había advertido este semblante, tal como encontré registrado en mis notas, en niños muy pequeños cuando la sorpresa era sólo moderada. 
Hay aún otra causa muy efectiva que produce la apertura de la boca cuando estamos asombrados y, en especial, cuando nos asustan de repente. Podemos realizar una inspiración completa y profunda con mucha mayor facilidad a través de la boca muy abierta que a través de la nariz. Ahora bien, cuando nos asustamos ante cualquier sonido o visión repentinas, casi todos los músculos del cuerpo se ponen en acción inmediata e involuntaria con el fin de protegernos o escapar de un peligro, que es lo que habitualmente asociamos a algo inesperado. Ahora bien, tal como al principio se explicó, siempre nos preparamos sin darnos cuenta para cualquier ejercicio dando en primer lugar una profunda y completa inspiración y por lo tanto abriendo la boca. Si a continuación no tiene lugar un esfuerzo y seguimos asombrados, dejamos por un momento de respirar o respiramos con todo el sigilo posible para que pueda escucharse con nitidez cualquier sonido. O también, si nuestra atención sigue estando absorta con cuidado y durante un rato, todos nuestros músculos se relajan y la mandíbula, que al principio se abrió de repente, permanece caída. Así pues, concurren varias causas en este mismo movimiento cada vez que se siente sorpresa, asombro o pesar. 
Aunque por lo general nuestra boca se abre cuando nos sentimos afectados de esa forma, es frecuente que los labios se saquen un poco hacia fuera. Este hecho nos recuerda el mismo movimiento de los chimpancés y los orangutanes cuando se asombran, aunque en ellos se produce en un grado mucho más intenso. Dado que una fuerte espiración sucede, como es natural, a la inspiración profunda que acompaña al primer movimiento de sorpresa repentina, y es frecuente que los labios se coloquen hacia fuera, parece que puedan explicarse así los diversos sonidos que suelen emitirse. No obstante a veces sólo se oye una fuerte espiración. Por ejemplo, Laura Bridgman, cuando se asombra, redondea y saca hacia fuera los labios, los abre y respira con fuerza (9), Uno de los sonidos más comunes es un profundo ¡oh!, lo cual podría deberse como es lógico, y según explica Helmholtz, a que la boca está un tanto abierta y los labios hacia fuera. En cierta ocasión, en una noche tranquila, se dispararon algunos cohetes desde el «Beagle» en una pequeña ensenada de Tahití, para entretener a los nativos, y cada vez que se soltaba un cohete se producía un silencio absoluto seguido siempre por un profundo gemido de ¡oh! que resonaba por toda la bahía. El Sr. Washington Mathews dice que los indios de Norteamérica expresan su asombro por un gemido, y de acuerdo con el Sr. Windwood Reade los negros de la costa oeste de Africa sacan los labios hacia fuera y emiten un sonido que suena como ¡ay, ay! Si la boca no se abre mucho cuando los labios están bastante echados hacia fuera, se produce un ruido como de soplar, un siseo o silbido. El Sr. R. Brough Smith me informa de que un australiano del interior fue llevado al teatro para ver a un acróbata que daba rápidas vueltas de cabeza sobre los talones: «quedó muy asombrado y sacó hacia fuera los labios haciendo un ruido con la boca como si soplara una cerilla». De acuerdo con el Sr. Bulmer los australianos cuando están sorprendidos emiten la exclamación ¡korki!, «y al hacerlo ponen la boca hacia fuera como si fueran a silbar». 
Nosotros los europeos solemos silbar como signo de sorpresa. Así, en una reciente novela (10) se dice: «entonces el hombre expresó su asombro y desaprobación con un silbido prolongado». Tal como me informa el Sr. J. Mansel Weale, una muchacha cafre «al enterarse del elevado precio de un artículo, levantó las cejas y silbó exactamente igual a como lo haría un europeo». El Sr. Wedgwood dice que tales sonidos suelen ser transcritos al inglés como whew* y sirven como interjecciones de sorpresa. 
De acuerdo con otros tres observadores, los australianos revelan a menudo su asombro por medio de un sonido de cloqueo. También los europeos expresan a veces una ligera sorpresa por un pequeño chasquido de la lengua de índole muy similar. Hemos visto que cuando nos asustamos la boca se abre de repente, y si sucede que la lengua está entonces pegada al paladar su repentina separación producirá un sonido de este tipo que puede así haber llegado a expresar sorpresa. 
Volvamos a los gestos del cuerpo. Es frecuente que una persona sorprendida eleve las manos abiertas por encima de la cabeza o que doble los brazos sólo a la altura de la cara. La superficie de las palmas se dirige hacia la persona que produce tal sentimiento y los dedos, rectos, se separan. Dicho gesto está reproducido por el Sr. Rejlander en la lámina, fig. 1. En la «Ultima cena» de Leonardo da Vinci dos de los apóstoles tienen las manos medio levantadas expresando a las claras su asombro. Un observador de todo crédito me contó que hacía poco había encontrado a su mujer en las circunstancias más inesperadas: «se sobresaltó, abrió mucho la boca y los ojos, y colocó ambos brazos por encima de la cabeza». Hace varios años quedé sorprendido al ver a varios de mis hijos pequeños juntos, haciendo, muy serios, algo sobre el suelo, aunque la distancia era demasiado grande para poder preguntar de qué se trataba. Por tanto me llevé las manos a la cabeza, abiertas y con los dedos extendidos. Nada más hacerlo me di cuenta de mi acción. Esperé entonces sin decir una palabra para ver si mis hijos habían comprendido el gesto, y según se acercaban corriendo hacia mí gritaron: «Ya vimos que te asustaste por nosotros». No sé si este gesto es común a diversas razas humanas, ya que no me he preocupado de hacer preguntas sobre él. Que es innato o natural puede inferirse por el hecho de que Laura Bridgman cuando se asombra «extiende los brazos y vuelve las manos hacia arriba con los dedos extendidos» (11). No es probable, teniendo en cuenta que el sentimiento de sorpresa suele ser breve, que pueda haber aprendido gesto a través de su agudo sentido del tacto. 
• Que sonaría en castellano como uiu, poco más o menos. 
Huschke describe (12) un gesto distinto aunque combinado con él, y que según dice aparece en ciertas personas cuando se asombran. Se mantienen erguidas, con las facciones tal como se acaba de describir pero con los brazos rígidos extendidos hacia atrás, con los dedos estirados y separados entre sí. Nunca he visto por mí mismo dicho gesto, pero es probable que Huschke esté en lo cierto, pues un amigo mío preguntó a un hombre cómo podría expresar un gran asombro y enseguida se colocó en esa actitud. 
Estos gestos son, creo yo, explicables por el principio de la antítesis. Hemos visto que un hombre indignado mantiene la cabeza erguida, cuadra los hombros, gira hacia fuera los codos, con frecuencia aprieta los puños, frunce el ceño y cierra la boca, mientras que la actitud de la persona indefensa es la contraria en cada uno de estos detalles. Ahora bien, una persona en estado de ánimo normal, que no esté haciendo nada ni pensando en nada de particular, suele mantener los dos brazos suspendidos con laxitud a ambos lados, con las manos algo flexionadas y los dedos juntos. Por lo tanto, el levantar los brazos de repente, ya sean los brazos por completo o sólo los antebrazos, el abrir las palmas y separar los dedos -o también enderezar los brazos extendiéndolos hacia atrás con los dedos separados- son movimientos en total antítesis con aquellos que se mantienen en un estado de ánimo indiferente, y son pues adoptados sin darse cuenta por parte de una persona asombrada. A menudo existe también un deseo de exhibir sorpresa de forma llamativa, y las anteriores actitudes son en tal caso muy adecuadas a esta intención. Cabe preguntarse por qué podría la sorpresa y sólo algunos estados de ánimo más, manifestarse por movimientos que son la antítesis de otros. Ahora bien, este principio no entrará en acción en el caso de aquellas emociones tales como el terror, alegría intensa, sufrimiento o rabia, que conducen de forma natural a ciertas líneas de acción y que producen ciertos efectos sobre el cuerpo, ya que en su conjunto el sistema está ocupado en eso mismo, y entonces dichas emociones resultan ya expresadas por tal vía con la mayor claridad. 
Hay otro pequeño gesto que expresa asombro y del cual no puedo ofrecer explicación alguna. Se trata de colocar la mano sobre la boca o sobre alguna parte de la cabeza, y se ha observado en tantas razas humanas que debe tener algún origen natural. Un salvaje australiano fue introducido en una gran sala repleta de papeles oficiales que le sorprendieron mucho y gritó ¡cloc, cloc, cloc! poniendo el dorso de la mano sobre los labios. El Sr. Barber dice que los cafres y fingoes expresan asombro con una mirada seria colocando la mano derecha sobre la boca y emitiendo la palabra mawo que significa «maravilloso». Se dice que los bosquimanos (13) ponen la mano derecha en el cuello doblando la cabeza para atrás. El. Sr. Winwood Reade ha observado que los negros de la Costa oeste de Africa cuando se sorprenden palmean la boca con las manos diciendo al mismo tiempo: boca se me pega» (es decir, a las manos), y he oído afirmar que éste es su gesto más común en tales ocasiones. El capitán Speedy me informa de que los abisinios colocan la mano en la frente con la palma hacia fuera. Por último, el Sr. Washington Mathews afirma que el signo convencional de asombro en las tribus salvajes del oeste de los Estados Unidos «se realiza colocando la mano semicerrada sobre la boca; al hacer esto la cabeza suele inclinarse hacia delante y a veces se emiten palabras o gemidos graves». Catlin 1(4 ) hace la misma observación de la mano puesta en la boca en los mandans y otras tribus indias. 

Admiración.– Poca cosa necesita decirse sobre este punto. La admiración parece consistir en sorpresa asociada con algún placer y un sentimiento de aprobación. Cuando se siente con vivacidad los ojos se abren y las cejas se elevan; los ojos se ponen brillantes en vez de permanecer vacuos, como ocurre con el simple asombro, y la boca, en vez de embobarse abierta, se extiende en una sonrisa. 

Miedo, terror.– La palabra «miedo» parece derivar de aquello que es repentino y peligroso (15) y la de «terror» del temblor de los órganos vocales y del cuerpo. Utilizo la palabra «terror» para un miedo extremo, pero algunos escritores opinan que debería limitarse a los casos en que está comprometida la imaginación de un modo especial. El miedo viene a menudo precedido de asombro y es por ello tan semejante a éste que ambos conducen a la alerta inmediata de los sentidos de la vista y del oído. En ambos casos los ojos y la boca se abren mucho y las cejas se elevan. La persona atemorizada se queda en principio inmóvil y sin respiración, como una estatua, o se agacha instintivamente para evitar que la observen. 
El corazón late con rapidez y violencia, de forma que palpita y golpea contra las costillas. Dudo sin embargo que funcione con más eficiencia de lo normal para enviar mayor provisión de sangre a todas las partes del cuerpo, pues la piel se pone enseguida pálida como en un incipiente desmayo. De todos modos es probable que esa palidez de la superficie se deba, en gran medida o exclusivamente. a que se ven afectados los centros vasomotores, hasta el punto de producir la contracción de las pequeñas arterias de la piel. Veremos que la piel resulta muy afectada bajo la sensación de un gran miedo por la sorprendente e inexplicable manera con que exuda de ella la transpiración. Este sudor es aún más llamativo cuando la superficie está fría (y de ahí el término «sudor frío») habida cuenta que las glándulas sudoríparas suelen estimularse para entrar en acción cuando la superficie corporal está caliente. También el vello de la piel se eriza y los músculos superficiales tiemblan. En consonancia con la actividad perturbada del corazón la respiración se acelera, las glándulas salivares actúan mal. la boca se queda seca (16) y a menudo se abre y se cierra. También he notado que bajo un ligero miedo existe una fuerte tendencia a bostezar. Uno de los síntomas más visibles es el temblor de todos los músculos del cuerpo, cosa que a menudo empieza a advertirse en los labios, Por esta causa, y dada la sequedad de la boca, la voz se hace ronca o confusa, o puede incluso llegar a perderse por completo. «Obstupui, stererunque comae, et vox faucibus haesit»*. 
Hay una estupenda y muy conocida descripción de un miedo indefinido en Job: "Entre mis pensamientos ante los fantasmas de la noche, cuando ya el sueño había descendido sobre los hombres, el miedo vino a mí y temblé hasta que todos mis huesos se extremecieron. Entonces una sombra pasó por delante de mi rostro y los pelos de mi cuerpo se erizaron. Permaneció quieta, pero no pude discernir la forma que tenía delante: una imagen estaba ante mis ojos, todo estaba en silencio, y oí una voz que decía: ¿podrá un hombre mortal ser más justo que Dios? ¿Podrá un hombre ser más puro que su Hacedor?» (Job, IV, 13). 
Cuando el miedo aumenta hasta llegar a la angustia del terror, experimentamos, tal como ocurre en todas las emociones violentas, alteraciones muy variadas. El corazón late con furia o puede dejar de actuar, con lo que sobreviene el desmayo. Hay una palidez como de muerte, la respiración es dificultosa, las aletas de la nariz se dilatan mucho. «Se produce un movimiento jadeante y convulsivo de los labios, un temblor en la concavidad del pecho, un nudo que no pasa en la garganta» (17) los globos oculares abiertos y saltones se fijan en el objeto del terror, o bien pueden moverse sin descanso de un lado a otro, «huc illuc volvens oculos totumque pererrat»**(18) Se dice que las pupilas se dilatan enormemente. Todos los músculos del cuerpo se ponen rígidos o pueden entrar en movimientos convulsivos. Las manos se abren y cierran con fuerza, a menudo con movimientos de sacudida. Puede que los brazos se echen hacia delante como para ahuyentar algún terrible peligro, o quizá suban con ímpetu por encima de la cabeza. El Rev. Sr. Hagenauer ha observado este último movimiento en un australiano aterrorizado. En otros casos se produce una repentina e incontrolable tendencia a huir con precipitación, tan intensa que los soldados más temerarios pueden verse dominados por un pánico súbito. 
*«Enmudecí, el pelo se me puso de punta y la voz se me quedó clavada en la garganta», libro 2, verso 774. 
**«Vuelve los ojos de un lado para orro y le recorre por completo», libro 4, verso 363. No se trata, sin embargo, de una expresión de terror sino de cólera: Dido se enfurece por la marcha de Eneas. 

Cuando el miedo alcanza una intensidad máxima surge un horrible grito de terror. Grandes gotas de sudor aparecen en la piel y todos los músculos del cuerpo se relajan. Pronto sobreviene una suma postración y las facultades mentales se debilitan. Los intestinos se ven afectados y músculo del esfínter deja de actuar y no retiene ya el contenido del cuerpo. 
El Dr. Crichton Browne me ha proporcionado una posición tan sorprendente de miedo intenso en una mujer enferma mental de 35 años, que por triste que resulte no debe ser omitida. Cuando el paroxismo la domina grita: «¡esto es infierno!», «¡hay una mujer negra!», «!no puedo escapar!», y otras exclamaciones esta índole. Cuando grita así, sus miembros alternan entre la tensión y temblor. Por unos momentos cierra con fuerza las manos. mantiene los brazos separados hacia delante una posición rígida de semiflexión: luego, de repente, dobla cuerpo hacia delante, se balancea de un lado a otro , mesa los cabellos con los dedos. atenaza cuello y trata de desgarrarse los vestidos. Los músculos esternocleidomastoideos (que sirven para doblar la cabeza sobre pecho) se hacen prominentes, como si se hincharan, y la piel que está sobre ellos se pone mucho más arrugada. Su que está cortado por la nuca y que es lacio cuando está calmada, se pone ahora de punta y, con movimientos de manos, se desmelena el de la parte anterior. El semblante expresa una gran angustia mental. La piel de la cara y el cuello hasta las clavículas enrojece y las venas la frente y el cuello sobresalen como gruesas cuerdas. El labio inferior cuelga y se vuelve hacia fuera. La boca se mantiene medio abierta, con la mandíbula inferior proyectada hacia fuera. Las mejillas están hundidas y profundamente surcadas por líneas curvas que van desde las aletas de la nariz hasta los extremos de la boca. Por su parte las aletas de la nariz se elevan y estiran. Los ojos están muy abiertos y por debajo de ellos la piel aparece hinchada; las pupilas se dilatan; la frente está surcada por muchos pliegues transversales y las extremidades internas de las cejas se arrugan con intensidad, en líneas divergentes producidas por la fuerte y continua contracción de los superciliares. 
También el Sr. Bell ha descrito (19) la angustia de terror y desesperación que él mismo pudo ver en un asesino cuando le conducían al lugar de ejecución en Turín: «A ambos lados del carro tomaban asiento los prestes que oficiaban, y sentado en el medio iba el propio criminal. Era imposible presenciar el estado de este miserable desdichado sin terror. y sin embargo, como empujados por algún extraño impulso, resultaba también imposible no echar una mirada a un espectáculo tan salvaje y tan pleno de horror. Parecía tener unos treinta y cinco años de edad, con una complexión ancha y musculosa, y el semblante marcado por facciones duras y salvajes. Medio desnudo, pálido como un muerto, atormentado por el terror, cada miembro tenso por la angustia, las manos convulsivamente apretadas, el sudor brotando de su ceño arrugado y contraído, besaba sin cesar la imagen de Nuestro Salvador dibujada en la bandera que colgaba ante él. Pero lo hacía con una zozobra tan brutal y desesperada, que nada de lo que pueda haberse visto en ninguna representación puede proporcionar la más ligera idea». 
Añadiré tan sólo otro caso ilustrativo de un hombre doblegado del todo por el terror: Un cruel asesino de dos personas fue conducido a un hospital bajo la impresión errónea de que se había envenenado a sí mismo. El Dr. W. Ogle le observó con detenimiento a la mañana siguiente cuando era maniatado y llevado por la policía. Su palidez era extremada, y su postración tan grande que apenas pudo vestirse por sí solo. Su pie sudaba y los párpados y la cabeza estaban tan caídos que era imposible vislumbrar siquiera sus ojos. La mandíbula inferior colgaba hacia abajo. No tenía contraído ningún músculo facial, y el Dr. OgIe está casi convencido de que no tenía el pelo de punta, que lo observó muy de cerca porque se lo había teñido para despistar. 
Respecto a cómo se manifiesta el miedo en las diversas razas humanas, mis informadores están de acuerdo en que los síntomas son los mismos que en los europeos. Se manifiestan de un modo exagerado en los hindúes y en los nativos de Ceilán. El Sr. Geach ha visco malayos que cuando estaban aterrorizados se ponían pálidos y temblaban, y el Sr. Brough Smith afirma que un nativo australiano, «estando en una ocasión muy asustado, mostraba una tez casi igual a lo que nosotros denominamos palidez, hasta donde pueda concebirse en el caso de un hombre muy negro». El Sr. Dyson Lacy ha visto cómo un australiano manifestaba un miedo extremo por crispaciones nerviosas de las manos, pies y labios, y por la transpiración visible en la piel. Muchos salvajes no reprimen los signos de miedo tanto como los europeos, y a menudo tiemblan intensamente. Gaika afirma, en su inglés más bien pintoresco, que entre los cafres el temblor «del cuerpo se experimenta mucho y los ojos están muy abiertos». Entre los salvajes con frecuencia se relajan los músculos del esfínter, igual a como puede observarse en muchos perros asustados, y tal como yo he visto en monos cuando se aterrorizan al ser capturados. 

El erizamiento del pelo.– Algunos síntomas de miedo requieren mayor atención. Los poetas hablan una y otra vez de los pelos de punta. Bruto dice al espíritu de Cesar «que le hiela la sangre y le pone tiesos los cabellos», y cardenal Beaufort, después asesinato de Glocester exclama: «Péinale los cabellos; ¡mira, mira!, están tiesos». Como yo no estaba seguro de que los literatos no hubiesen aplicado al hombre lo que con frecuencia puede verse en los animales, rogué al Dr. Crichton Browne que me informara respecto a los enfermos mentales. En su respuesta afirma que ha visto en repetidas ocasiones cómo el cabello se erizaba bajo la influencia de un terror extremo y súbito. Por ejemplo, en algunas ocasiones es necesario inyectar morfina bajo la piel de una mujer enferma mental, quien teme mucho esta operación (aun cuando le produzca muy daño) pues piensa que este veneno se está introduciendo en su organismo y que sus huesos se van a reblandecer y su carne a hacerse polvo. Se queda pálida de muerte, sus miembros se ponen rígidos por una especie de pasmo tetánico y su pelo se eriza en parte, en la zona anterior de la cabeza. 


Fig. 1. Fotografía de  mujer insana, para mostrar estado del pelo.

El Dr. Browne señala también que el encrespamiento del cabello, tan común en los enfermos mentales, no siempre va asociado con el terror. Se ve quizá con mayor frecuencia en los maníacos crónicos, quienes deliran de modo incoherente y tienen impulsos destructores. Pero es durante sus ataques de violencia cuando mejor se observa dicho encrespamiento. El hecho de que el pelo se erice bajo la influencia tanto de la rabia como del miedo, cuadra por completo con lo que hemos visto en animales inferiores. El Dr. Browne aduce varios casos como prueba. Por ejemplo. en un hombre que está ahora en e! asilo. antes de la recurrencia de cada ataque maníaco. «el cabello de su frente se levanta como las crines de un potro de Shetland». Me ha enviado fotografías de dos mujeres. tomadas en los intervalos de sus ataques y añade respecto a una de las mujeres «que el estado de su pelo es un criterio seguro y adecuado de su condición mental». He hecho copia de estas fotografías y el grabado proporciona. si se mira a cierta distancia. una representación fidedigna del original, con excepción de que el pelo parece demasiado tosco y demasiado ensortijado. La anómala condición del cabello en el enfermo mental se debe no sólo a su erección sino a su sequedad y aspereza provocada por el hecho de que las glándulas subcutáneas dejan de actuar. El Dr. Bucknill ha afirmado (20) que un lunático «es un lunático hasta la punta de los dedos». Debería haber añadido: y con frecuencia hasta la punta de cada pelo. 
El Dr. Browne menciona como confirmación empírica de la relación que existe en el enfermo mental entre el estado del cabello y el de la mente. que la mujer de un médico. quien estaba al cuidado de una señora que padecía de melancolía aguda, con un miedo intenso a su propia muerte y a la de su marido e hijos. le reprodujo de palabra a él, el día antes de recibir mi carta, lo que sigue: «Pienso Sra... que pronto mejorará. pues su pelo se está poniendo más suave, y siempre he notado que nuestros pacientes se ponen mejor cuando su pelo deja de estar áspero e indócil». 
El Dr. Browne atribuye en parte la persistente aspereza del pelo en muchos pacientes a que su mente está siempre algo transtornada y en parte a los efectos del hábito. o sea, a que el pelo está con frecuencia muy erizado durante muchos y repetidos ataques. En pacientes en quienes el erizamiento del cabello es extremado. la enfermedad suele ser crónica y mortal, pero en otros cuyo erizamiento es moderado, tan pronto como recuperan la salud mental el pelo recobra su suavidad. 
En un capítulo previo hemos visto que en los animales el pelo se eriza por la contracción de los diminutos e involuntarios músculos lisos que rodean cada folículo por separado. Unida a esta acción, el Sr. J. Wood ha podido comprobar con claridad mediante experimentos. según me ha informado. que en el hombre los pelos de la parte frontal de ,la cabeza que se inclinan hacia delante, y los posteriores que se inclinan hacia atrás, se levantan en direcciones opuestas por la contracción de los músculos occipito-frontales o cuero cabelludo, Así pues, parece que estos músculos ayudan a la erección del cabello en la cabeza del hombre, del mismo modo que los homólogos panniculus carnosus ayudan o contribuyen mucho a la erección de las espinas del dorso en algunos animales inferiores. 

Contracción del músculo cutáneo del cuello. –Este músculo se extiende a ambos lados del cuello, prolongándose hacia abajo hasta un poco más allá de las clavículas y por arriba hasta la parte inferior de las mejillas. Una porción , denominada el risorio, (está representada en el grabado (M) de la figura 2). La contracción de este músculo empuja las extremidades de la boca y la parte inferior de las mejillas hacia abajo y hacia atrás. Al mismo tiempo produce en los niños abultadas crestas divergentes y longitudinales a los lados del cuello, y en las personas mayores arrugas finas y transversales. Se dice a veces que este músculo no está bajo control de la voluntad, pero casi siempre que uno se propone dirigir los ángulos de la boca hacia atrás y hacia abajo con gran fuerza, entra en acción. De todos modos he oído de un hombre que podía activarlo de forma voluntaria a cada uno de los lados del cuello por separado. 
Sir C. Bell (21) y otros han defendido que este músculo se contrae con fuerza bajo el influjo del miedo, y el Dr. Duchenne insiste tanta vehemencia sobre su importancia en la expresión de esta emoción, que lo denomina el músculo del espanto Admite de todos modos que su contracción es por completo inexpresiva de no venir asociada con una gran apertura de los ojos y la boca. Ha ofrecido una fotografía (copiada y reducida en el grabado que acompaña) del mismo hombre adulto que en anteriores ocasiones. con las cejas muy levantadas, la boca abierta y el músculo cutáneo contraído, todo ello por medio de corrientes galvánicas. La fotografía original se enseñó a 24 personas y a cada uno por separado se les preguntó, sin darles orientación ninguna, qué expresión trataba de mostrar: veinte respondieron al instante que «temor intenso» u «horror». Tres dijeron que dolor, y una que un malestar muy grande. El Dr. Duchenne ha ofrecido otra fotografía del mismo hombre con el músculo cutáneo contraído, los ojos y la boca abiertos y las cejas oblicuas por corrientes galvánicas. La expresión así producida es muy sorprendente (ver lámina, fig. 2). La oblicuidad de las cejas otorga la apariencia de un fuerte transtorno mental. El original se enseñó a quince personas: doce respondieron que se trataba de terror u horror y tres angustia o gran sufrimiento. A partir de estos casos y por el examen de otras fotografías proporcionadas por el Dr. Duchenne, junto con sus observaciones, pienso que pueden caber pocas dudas de que la contracción del músculo cutáneo colabora mucho a la expresión de miedo. De todos modos difícilmente cabría llamar a este músculo el del espanto, pues en realidad su contracción no es un concomitante necesario para este estado de ánimo. 


Fig 2. Terror. A partir de una fotografía tornada del Dr. Duchenne.


Una persona puede dar muestras de un terror extremo de la manera más clara por una palidez mortal, por gotas de transpiración en la piel y por la máxima postración de todos los músculos del cuerpo, relajados por completo, incluido el músculo cutáneo. Aunque el Dr. Browne ha visto a menudo en enfermos mentales cómo este músculo temblaba y se contraía, no ha sido capaz de relacionar dicha acción con un estado emocional, aun cuando ha prestado cuidadosa atención a pacientes que sufrían un miedo grande. Por otro lado el Sr. Nicol ha observado tres casos en los cuales este músculo parecía estar más o menos contraído de continuo bajo la influencia de la melancolía asociada con mucho temor, aunque en uno de estos casos estaban sometidos a contracciones espasmódicas varios otros músculos en torno al cuello y la cabeza. 
El Dr. W. Ogle observó a petición mía en un hospital de Londres, unos treinta pacientes momentos antes de ser sometidos a la acción del cloroformo para operarles. Mostraron algo de azoramiento, pero no gran terror. Tan sólo en cuatro casos podía verse contraído el músculo cutáneo y no empezó a contraerse hasta que los pacientes no se pusieron a gritar. El músculo parecía contraerse en el momento mismo de realizar cada inspiración profunda. 

LÁMINA 


1

2

Así pues, resulta muy dudoso que su contracción dependa por completo de la emoción del miedo. En un quinto caso, en que el paciente no recibió cloroformo, se aterrorizó mucho más y el músculo cutáneo se contrajo con mucha mayor fuerza y persistencia que en los demás casos. Pero incluso aquí hay espacio para la duda, pues este músculo, que parecía estar más desarrollado de lo normal, se contrajo, al decir del Dr. Ogle, cuando el hombre separaba la cabeza de la almohada mientras la operación estaba ya en marcha. 
Puesto que yo me sentía muy interesado de por qué, en cualquier caso, un músculo superficial del cuello pudiera resultar especialmente sensible al miedo, recurrí a mis muchos y amables corresponsales solicitándoles datos sobre la contracción de este músculo en circunstancias distintas. Sería superfluo reproducir todas las respuestas que he recibido. Demuestran que este músculo actúa bajo muy distintas condiciones. Se contrae con violencia en la hidrofobia y algo menos en el tétanos. A veces lo hace de modo muy marcado durante la insensibilidad producida por el cloroformo. El Dr. Ogle observó dos pacientes varones que padecían tal dificultad para respirar que su tráquea hubo de ser perforada, y en ambos casos el músculo cutáneo se contraía con fuerza. Uno de estos hombres entreoyó la conversación de los médicos que le rodeaban y cuando fue capaz de hablar declaró que no se había asustado. En algunos otros casos de extrema dificultad para respirar, aun cuando no fuera precisa la traqueotomía y que observaron los Dres. Ogle y Langstaff, el músculo cutáneo no se contrajo. 
El Sr. J. Wood, quien ha estudiado con sumo cuidado los músculos del cuerpo humano, tal como puede comprobarse por sus varias publicaciones, ha visto a menudo cómo se contraía el músculo cutáneo en los vómitos, náuseas y sensaciones de desagrado, y también en los niños y adultos bajo la influencia de la rabia, por ejemplo en mujeres irlandesas discutiendo y peleando al tiempo que gesticulaban coléricas. Es probable que ello se debiera a la emisión de tonos agudos y airados, pues conozco una señora, músico excelente, que contrae siempre el músculo cutáneo al cantar ciertas notas agudas. También ocurre así, según he observado, en un joven al tocar ciertas notas de la flauta. El Sr. J. Wood me informa haber descubierto que el músculo cutáneo está más desarrollado en personas con el cuello ancho y anchos hombros, y que en familias que heredan estas peculiaridades su desarrollo suele venir asociado con' una gran capacidad de control voluntario sobre un músculo homólogo, el occipito-frontalis. que puede mover el cuero cabelludo. 
Ninguno de los ejemplos precedentes puede arrojar mucha luz sobre el problema de la contracción del músculo cutáneo en virtud del miedo, pero a mi juicio no ocurre lo mismo con los casos que vienen a continuación. Se ha comprobado que el caballero a quien nos hemos referido antes, capaz de activar a voluntad este músculo en cualquiera de los dos lados del cuello por separado, contrae los dos siempre que se sobresalta. Ya se han ofrecido pruebas para demostrar que este músculo se contrae a veces cuando, debido a alguna enfermedad, la respiración se hace dificultosa, quizá con el fin de abrir mucho la boca, y durante las inspiraciones profundas por accesos de llanto antes de una operación. Ahora bien, cada vez que una persona se asusta por cualquier visión o sonido repentinos, efectúa al instante una inspiración profunda y es posible por ello que la contracción del músculo cutáneo se haya llegado a asociar con el sentimiento de miedo. Pero hay, a mi juicio, una conexión más eficaz: la primera sensación de miedo o la imaginación de algo temeroso suele provocar un escalofrío. Yo mismo me he sorprendido sufriendo un ligero e involuntario escalofrío ante un pensamiento doloroso, y he notado con claridad que el músculo cutáneo se contraía, y también me ocurre así al simular un escalofrío. He pedido a otros que hicieran otro tanto y en algunos se contrajo pero en otros no. Uno de mis hijos al salir de la cama se estremeció de frío y como se daba la circunstancia de que tenía la mano puesta en el cuello notó con claridad que el músculo se contraía con fuerza. Entonces se estremeció igual que antes pero a intención y en ese caso el músculo cutáneo ya no se vio afectado. El Sr. J. Wood ha observado también en varias ocasiones cómo ese músculo se contraía cuando los pacientes se desnudaban para ser reconocidos, en casos en que no estaban asustados, pero que temblaban algo a causa del frío. Por desgracia no he sido capaz de comprobar con certeza si el músculo cutáneo se contrae cuando todo el cuerpo tiembla en los momentos de frío producidos por un acceso febril. Pero como es indudable que se contrae con frecuencia durante los estremecimientos, y como un escalofrío o temblor suele acompañar a las sensaciones iniciales de miedo, poseemos a mi entender un indicio de su acción en este último caso. (23) No obstante, su contracción no acompaña de forma invariable al miedo, pues es probable que no actúe nunca bajo la influencia de un terror extremo o paralizador. 

Dilatación de las pupilas. – Gratiolet insiste repetidas veces (24) en que las pupilas se dilatan de modo desmesurado siempre que se siente terror. No tengo razones para dudar de la agudeza de sus observaciones, pero no he conseguido obtener pruebas confirmadoras, exceptuando un ejemplo, que ya se utilizó antes, de una mujer enferma mental que padecía un intenso miedo. Cuando los escritores de ficción hablan de que los ojos se dilatan mucho sospecho que se refieren a los párpados. Las afirmaciones de Munro (25) de que en los loros el iris es muy sensible a las pasiones con independencia de la cantidad de luz, parece estar refiriéndose a esta cuestión. Sin embargo el Profesor Donders me informa de que él ha visto a menudo movimientos de las pupilas en estas aves que piensa pueden estar relacionados con su poder de acomodación a las distancias, poco más o menos del mismo modo en que nuestras pupilas se contraen cuando nuestros ojos convergen debido a la visión de cerca. Gratiolet advierte que las pupilas dilatadas parece como si estuvieran mirando dentro de una oscuridad profunda. Sin duda los miedos del hombre se han producido con frecuencia en la oscuridad, pero es difícil que pueda haber ocurrido tan a menudo o de forma tan exclusiva como para explicar que haya surgido así un hábito tan rígido y tan asociado a ello. Parece más probable, aceptando que la afirmación de Gratiolet sea correcta. que el cerebro se vea afectado de un modo directo por la poderosa emoción del miedo y reaccione sobre las pupilas. No obstante el Profesor Donders me ha hecho saber que se trata de una cuestión en extremo complicada. Como un posible esclarecimiento del asunto debo añadir que el Dr. Fyffe del Hospital de Netley ha observado en dos pacientes que las pupilas se dilataban con toda claridad durante los estados de frío producidos por un acceso febril. El Profesor Donders también ha visto a menudo una dilatación de las pupilas al irse a producir un desmayo. 

Horror. –El estado de ánimo expresado por este término implica terror y es en algunos casos casi sinónimo de él. Muchos hombres deben haber sentido, antes del bendito descubrimiento del cloroformo. un gran horror ante la idea de una operación quirúrgica inminente. Aquél que teme a un hombre tanto como le odia sentirá, según el uso que Milton hace de la palabra, horror de él. Sentimos horror si vemos a alguien, por ejemplo un niño, expuesto a algún peligro instantáneo y fulminante. Casi todos experimentarían el mismo sentimiento en su más alto grado al presenciar torturas en un hombre o cuando va a ser torturado. En estos casos no existe peligro para nosotros mismos. pero por la fuerza de la imaginación y de la simpatía nos ponemos a nosotros mismos en el lugar del que sufre y sentimos algo muy afín al miedo. 
Sir C. Bell advierte (26) que «el horror está colmado de energía: el cuerpo se encuentra en su máxima tensión, no desalentado por el miedo». Por lo tanto es probable que el horror pueda en general venir acompañado por la fuerte contracción del ceño. Pero como el miedo es uno de los elementos constituyentes puede que los ojos y la boca estén abiertos y que las cejas estén elevadas, en la medida en que la acción antagonista de los superciliares permita dicho movimiento. Duchenne ha presentado una fotografía (fig. 3) del mismo hombre mayor de antes, con la mirada más bien fija, las cejas elevadas en parte y contraídas con fuerza, la boca abierta y el músculo cutáneo en actividad, todo ello provocado por medio de corrientes galvánicas. Considera que la expresión así producida manifiesta un terror extremo, con un dolor o tortura horribles. Es probable que un hombre torturado hasta el límite en el que el sufrimiento le permita aún experimentar algún temor por el futuro, manifieste horror en un grado extremo. He enseñado el original de esta fotografía a 23 personas de ambos sexos y de varias edades. Trece de ellas contestaron enseguida: horror, dolor grande, tortura o angustia; tres respondieron que sobresalto máximo. Así pues, 16 respondieron casi de acuerdo con la idea de Duchenne. Sin embargo seis respondieron que cólera, guiados sin duda por la intensa contracción del ceño y dejando de lado la peculiar apertura de la boca. Una respondió «desagrado». En conjunto las respuestas indican que nos hallamos ante una muy buena representación de horror y angustia. La fotografía a que antes nos hemos referido (lámina, fig. 2) también muestra horror. pero en ella la oblicuidad de las cejas indica un gran desequilibrio mental en vez de energía. 
El horror viene por lo general acompañado de varios gestos que difieren según los individuos. A juzgar por las obras pictóricas todo el cuerpo suele volverse hacia atrás o encogerse, o bien los brazos se echan con fuerza hacia delante como para empujar lejos a algún objeto temible. El gesto más frecuente, por lo que se puede deducir de la acción de personas que intentan expresar una escena de horror imaginada con vivacidad, es la elevación de los dos hombros, con los brazos doblados y pegados a ambos lados del pecho. Estos movimientos son casi los mismos que suelen ejecutarse cuando sentimos mucho frío y por lo general van acompañados de un estremecimiento, así como por una profunda espiración o inspiración según que en ese momento el pecho esté distendido o contraído. Los sonidos que se producen entonces se expresan por palabras como aj o uf  (28). Sin embargo no resulta obvio por qué cuando sentimos frío o expresamos un sentimiento de horror, presionamos los brazos doblados contra el cuerpo, elevamos los hombros y nos estremecemos. 

Fig. 3. Horror y angustia. Copiada de una fotografía tomada del Dr. Duchenne.

Conclusión. He intentado describir aquí las diversas expresiones de miedo en su desarrollo gradual desde la mera atención por un susto o sorpresa hasta el terror u horror extremos. Algunos de los síntomas pueden explicarse a través de los principios del hábito, asociación y herencia. Tal es el caso de la acción de abrir mucho la boca y los ojos, con las cejas levantadas para poder ver con la mayor rapidez posible roda lo que nos rodea y para oír con claridad cualquier sonido que pueda llegar a nuestros oídos, pues es así como nos hemos preparado habitualmente para descubrir o enfrentar cualquier peligro. Algunos de los restantes signos de miedo pueden explicarse también, menos en parte. por medio de estos mismos principios. El hombre, a lo largo de innumerables generaciones, ha intentado escapar de sus enemigos o peligros mediante huidas precipitadas o por enfrentamientos violentos con ellos. Tales esfuerzos intensos deben haber producido el rápido latir del corazón, el que la respiración se acelere, el pecho se distienda y las ventanas de la nariz se dilaten. Como a menudo estas acciones se han prolongado hasta el límite, el resultado final debe haber sido una postración rotal, palidez. transpiración, temblor de rodas los músculos o relajación completa. y ahora. cada vez que se siente con fuerza la emoción del miedo, aun cuando puede que no conduzca a ningún esfuerzo físico, tienden a reaparecer los mismos resultados por la fuerza de la herencia y de la asociación. 
No obstante es probable que muchos o la mayoría de los anteriores síntomas de terror, tales como los latidos del corazón, el temblor de los músculos, el sudor frío, etc., sean debidos en gran parte, de forma directa, a que se altera o interrumpe la transmisión de fuerza nerviosa desde el sistema cerebro-espinal hacia las diversas partes del cuerpo, debido a que la mente ha sido afectada de un modo tan intenso. Podemos con seguridad tener en cuenta esta causa con independencia del hábito y la asociación, en casos como la modificación de las secreciones del canal intestinal y en la falta de actividad de cierras glándulas. Respecto al erizamiento involuntario del cabello tenemos buenas razones para pensar que en el caso de los animales esta acción. sea cual fuere su origen, sirve junto con cierros movimientos voluntarios para presentar un aspecto más terrible al enemigo. y como los animales más estrechamente emparentados con el hombre ejecutan las mismas acciones voluntarias e involuntarias, nos vemos conducidos a pensar que el hombre ha conservado a través de la herencia una reliquia de ellos, aunque ahora se hayan convertido en inútiles. Es sin duda un hecho notable el que los diminutos músculos lisos por medio de los cuales se eriza el pelo desparramado y escaso que hay sobre el cuerpo casi desnudo del hombre, puedan haberse conservado hasta nuestros días y que puedan aún contraerse bajo las mismas emociones (o sea, el terror y la cólera) que hacen que los pelos se pongan de punta en los representantes más bajos del Orden al cual pertenece el hombre. 

NOTAS
1 «Mécanisme de la Physionomie», Album, 1862, p, 42. 
2 «The Polyglot News Letter», Melbourne , Dic., 1858, p. 2 
3 «The Anatomy of Expression», p. 106. 
4 «Mécanisme de la Physionomie», Album, p. 6. 
5 Ver, por ejemplo, Dr. Piderit («Mimik und Physiognornik», p. 88), quien tiene una buena discusión sobre la expresión de sorpresa. 
6 También Dr. Murie me ha proporcionado informaciones que conducen a la misma conclusión, derivada en parte de la anatomía comparativa. 
7 «De la Physionomic», 1865, p. 234. 
8 Sobre esta cuestión, ver Gratiolet , ibíd., p. 254. 
9 Lieber, «On the Vocal Sounds of Laura Bridgman», Smithsonian Contributions, 1851, vol. II , p. 7. 
10 Wenderholme., vol. II. p. 91. 
11  Lieber, «On rhe Vocal Sounds», etc., ibíd.. p. 7. 
12 Huschke, -Mimices et Physiognomices», 1821, p. 18. Gratioler («De la Physionomie», p. ofrece la figura de un hombre en esta actitud, la cual sin embargo me parece a mí que expresa miedo combinado con L. Brun se refiere también (Lavarer vol. IX, p. 299) a las manos de un hombre asombrado, que están abiertas. 
13 Huschke , ibíd., p. 18. 
14 «North American Indians», ed., 1842, vol. 1, p.105
15 H. Wedgwood,,«Dicr. ofEnglish Etyrnology», vol. I1, 1862, p. 35. Ver También Gratiolet (De la Physionomie», p.135 sobre la fuente de palabras tales como «terror, horror, rigidus, frigidus» etc. 
16 El Sr. Bain («The Emotions and the Will», p. 54) explica de la siguiente maneta el origen de la costumbre «de someter a los criminales en la India a la prueba del bocado de arroz. Se hace tornar al acusado un bocado de arroz y volverlo a arrojar después de un cono lapso de tiempo. Si el arroz está completamente seco se considera al participante como culpable: su propia mala conciencia provoca la parálisis de los órganos de la salivación». 
17  Sir C. Bell, Transactions of Royal Phil. Soc., 1822, p. 308. «Anatomy of Expression», p. 88  y pp. 164-169. 
18  Ver Moreau sobre el giro de los ojos en la ed. de 1820 de Lavater , tomo IV, p. 263. También Gratiolet, «De la Phys», p. 17. 
19 «Observations on Italy», p. 48, según se cita en «Anatomy of Expressior». p. 168. 
20 Citado por el Dr. Maudsley, «Body and Mind», 1870, p. 41. 
21  «Anarorny of Exprcssior», p. 168. 
22 Mécanisme de la Phys. Humaine», Album, Leyenda XI. 
Duchenne adopta de hecho este punto de vista (ibíd., p. ya que atribuye la contracción del cutáneo al escalofrío del miedo (frisson de la peur), aunque en otra parte compara esta acción con la que produce la erección del pelo en los cuadrúpedos aterrorizados. Difícilmente puede considerarse esto como del todo correcto. 
24 «De la Physionomie», pp. 346. 
25  Según se cita en White, «Gradarion in Mar», p. 7. 
26 «Anatomy of Expression», p. 169. 
27 Mécanisme de la Physionomie», Album, lamo pp. 44. 
28 Ver los comentarios al respecto del Sr. Wedgwood en la Introducción a su «Dictionary of English Etymology», ed., 1872, p. XXXVII. A través de formas intermedias demuestra que los sonidos a que aquí nos hemos referido han dado probablemente lugar a muchas palabras, tales como ugly (feo, deforme), huge (enorme), etc. 

Capítulo 12 de Darwin, Charles: La expresión de las emociones en los animales y en el hombre. Título original: The Expression of Emotions in Animals and Man Traductor: Tomás Ramón Fernández Rodríguez. Alianza Editorial, S,. A., Madrid, 1984



Fotografía: Charles Darwin by Herbert Rose Barraud, circa 188, via: Entre Gulistán y Bostán






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